"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

diciembre 23, 2005

El sentido de la Navidad

Pensaba escribir algo por la Navidad, pero no lo haré.
Hace unos días me compré un libro de meditaciones acerca del año litúrgico católico. Esta semana estuve leyéndolo, y a decir verdad, me ha sorprendido mucho.
Dije que no iba a escribir acerca de la Navidad, y es cierto, no lo haré. Transcribiré, en cambio, lo que esta obra (Pronzato, Alessandro. La seducción de Dios. Salamanca, Sígueme, 1973. 225 p.) dice al respecto:

"Debemos habérnoslas con un niño:

'Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado' (Isaías 9:6).
'Y esto servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre' (Lucas 2:12).

Cuando Dios ya no puede más

Para comprender la paradoja de la Navidad, el año pasado esperé la media noche releyendo dos profetas: Isaías y Jeremías. Fue una lectura que me ayudó mucho a entender este misterio en su realidad desconcertante, y a presentarme para el encuentro con una conciencia purificada de excrecencias retóricas o sentimentales.
Desde aquellas páginas se intuyen los humores de Dios en relación a los hombres.
Bastará citar las frases más significativas:
'Ira tiene Yahvé contra todas las naciones' (Isaías 34:2). No hace falta discurrir mucho para reconocer que hay motivos para dar y vender (basta una mirada rápida a nuestro interior...).
'Estaba mudo desde mucho ha, había ensordecido, me había reprimido' (Isaías 42:14).
Y ahora:
'Yahvé desde lo alto ruge' (Jeremías 25:30).
Parece acabarse el tiempo de la misericordia de Dios, de sus interminables esperas:
'Alargué mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde' (Isaías 65:2).
Sin resultado. Todo inútil. Se ha cansado. Se ha consumido su paciencia.
'¿De una nación así no se vengará mi alma?' (Jeremías 5:9).
Esta pregunta se va repitiendo varias veces como un estribillo siniestro. Y viene reforzada por aquella otra:
'¿Cómo te voy a perdonar?' (Jeremías 5:7).
Por ello no nos debe extrañar que Dios tome una decisión extrema:
'He aquí Yahvé que sale de su lugar a castigar la culpa de todos los habitantes de la tierra contra Él' (Isaías 26:21).
Es inútil hacerse vanas ilusiones acerca de los fines de aquella 'salida':
'Se levanta a pleitear Yahvé y está en pie para juzgar a su pueblo' (Isaías 3:13).
Su venida provoca ruina:
'He aquí que Yahvé estraga la tierra' (Isaías 24:1).
Y entonces será prudente que cada uno busque su refugio:
'Entrarán en las grietas de las peñas y en las hendiduras de la tierra, lejos de la presencia pavorosa de Yahvé y del esplendor de su majestad, cuando Él se alce para hacer temblar la tierra. Aquel día arrojará el hombre, a los ratones y a los topos, los ídolos de plata, los ídolos de oro que él se hizo para postrarse ante ellos y se meterá en lo agujeros de las peñas y en las hendiduras de las peñas, lejos de la presencia pavorosa de Yahvé' (Isaías 2:19-21).
¡Es el día 'del Señor de los ejércitos'! (Isaías 2:12). Al hombre no puede dársele más que este consejo: 'Húndete en el polvo' (Isaías 2:10).

Cuando la Palabra toma la palabra

Y he aquí que amanece el día de la justa venganza de Dios.
El Señor ha salido de su lugar.
Ya no hay salvación. Tendremos que hacer cuentas con Él. Estemos preparados, pues, a aguantar la mirada de este Dios 'terrible'.
'Vamos de prisa a Belén...'. Es mejor afrontar el juicio cuanto antes. La espera es siempre más angustiosa que cualquier condena.
Recojamos nuestros bártulos y pongámonos en camino. Es inútil buscar excusas, preparar defensas, componer justificaciones ridículas. El castigo será inevitable.
Se nos ha informado de que Dios 'ha salido de su lugar' con la intención de 'castigar la culpa de todos los habitantes de la tierra contra Él'.
Es inútil escapar. Es mejor presentarse como culpables.
Un extraño tribunal, en un extraño ambiente. Y un extraño juez.
'Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado' (Isaías 9:5).
Esperábamos un juez inexorable. Y ha llegado un niño...
'¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: he aquí que la doncella ha concebido y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel' (Isaías 7:13-14).
Es verdad, teníamos que saberlo. Cuando Dios pierde la paciencia, nos manda a su hijo. Un niño.
Cuando Dios decide acabar con algo, sale de su lugar para convertirse en el Dios-con-nosotros [Emmanuel].
¡Éste es el Señor que 'estraga la tierra'!
Tendríamos que habernos escondido, siguiendo el consejo del profeta, 'en las grietas de las peñas'. Y resulta que le encontramos en una cueva...
La Navidad nos ofrece precisamente esta sorpresa inaudita.
El día que esperábamos fuego del cielo.
El día en que teníamos que rendir cuentas.
El día en que la Palabra se dirigía directamente a los hombres, sin necesidad de intermediarios...
Pues bien, aquel día...
...'se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres' (Tito 3:4).
'Lo que se hace visible, cuando Dios se manifiesta en persona, es un hombre. Es más, es un niño' (Y.-M. Congar).
'...y encontraron... al niño acostado en el pesebre'.
Aquí hay que rendir cuentas. En esta cueva. Con este niño.
Y son cuentas que se hacen silencio.
Cuando la Palabra se dirige a los hombres directamente, comienza... con un espacio de silencio.
'He callado durante mucho tiempo...'.
Y también ahora cuando la Palabra se ha hecho carne, hay un gran silencio.
Sólo faltaría que fuéramos nosotros quienes le rompieran...

Tú no eres nadie hasta que alguien te ame:

'Os anuncio una gran alegría...' (Lucas 2:10).
'... Y en la Tierra paz a los hombres en los que Él se complace' (Lucas 2:14).

Para que el hombre pueda ser alguien

'Sólo tengo una palabra que decir. Pero si se me permitiese decir esta única palabra, esta única frase, de manera que quedara grabada e indeleble, mi elección estaría hecha. Sé lo que diría: nuestro Señor Jesucristo no era nada, no olvidéis esto, cristianos'.
Esta expresión de Kierkegaard puede parecer paradójica. En realidad no es otra cosa que el comentario más exacto de la realidad más fundamental de la encarnación, de la que habla san Pablo: la kénosis, el anonadamiento, el vacío, el despojo de Cristo.
'Sentid entre vosotros lo mismo que Cristo: el cual siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su parte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz' (Filipenses 2:5-8).
'Tú no eres nadie hasta que alguien te ame' dice una canción popular estadounidense. Cada uno de nosotros era 'nadie'. En un momento dado, alguien nos llamó por el nombre [Isaías 43:1] y empezamos a existir. Nuestra nada ha sido fecundada por el amor de Dios. Y hemos llegado a ser alguien. Hemos llegado a ser personas.
'¿Qué es lo que sería capaz de probarme que tengo un rostro sino el beso de Dios?' (Mercedes de Gournay).
Así descubro que he sido amado. Que existo porque alguien me ha amado.
Ahí está la raíz de mi ser. Y la raíz de mi unicidad. Alguien que me ama y que me llama por mi nombre.
Sin embargo, el hombre, porque ha pecado, ha vuelto a ser la nada absoluta. Se ha desintegrado, se ha desecho.
Dios le sigue amando, y acepta ser como él, se convierte Él mismo en nada, para que el hombre pueda volver a ser algo, para que de nuevo sea alguien.
'Dios se ha hecho portador de la carne para que el hombre pueda ser portador del Espíritu' (Atanasio de Alejandría).
Esta es la realidad más desconcertante de la encarnación.
'Vosotros que en un tiempo no erais pueblo y que ahora sois el pueblo de Dios' (1º Pedro 2:10).
Lo mismo puede decirse a nivel personal. Tú que, con el pecado eras no-persona, eras nada, ahora has vuelto a ser alguien. Te ha sido restituida tu identidad personal.
La 'noticia, motivo de alegría' de la Navidad creo que puede resolverse así: ¡tú has vuelto a ser alguien porque alguien te ama!

El camino que trajo a Dios hasta nosotros

Quizás se nos ha insistido demasiado acerca de los caminos para llegar a Dios.
Y olvidamos que 'no existe un camino que conduzca a Dios' (Karl Barth). Existe un camino sin embargo que trae a Dios hasta los hombres. Empieza precisamente en Belén y termina en el Calvario. Comienza en el pesebre y acaba sobre una cruz.
Sin este camino, todos los nuestros (aún garantizados con textos de especialistas, con abundancia de mapas y minuciosas recomendaciones para el viaje) no desembocan en ninguna parte.
Nuestro encuentro con Dios sólo es posible porque Dios mismo ha venido a encontrarnos.
Se ha observado que la ley del pecado es la caída.
La ley del amor en cambio, es el abajamiento.
Dios elige precisamente el descender.
'Dios no invita al siervo, quedándose Él en su puesto, sino que Él mismo baja a buscarlo. Siendo rico, viene a la casa del pobre. Presentándose, declara directamente su amor y busca un amor igual. Rechazado, no se aleja. Frente a la insolencia no se irrita. Echado fuera, se queda a la puerta y hace todo lo posible por mostrarse como verdadero amante. Martirizado, lo soporta todo y muere' (N. Cabasilas).
Por esta razón, algunos místicos hablan del 'amor loco de Dios'.
El mismo Cabasilas lo explica así: 'dos características revelan al amante y le hace triunfar: la primera consiste en hacer el bien al amado en todo cuanto sea posible, la segunda en elegir por él el sufrir cosas terribles si fuese necesario. Pero esta última prueba de amor, muy superior a la primera, no podía convenir a Dios, que es impasible.
Siendo amigo de los hombres, Dios podía colmarles de beneficios, pero, manteniéndose a distancia, no podía sufrir por ellos...
No debía, sin embargo, quedar escondido el inmenso amor de Dios hacia los hombres: y así, para darnos la prueba de su gran amor, para mostrarnos que nos ama con un amor sin límites, Dios inventa su anonadamiento, lo realiza y hace de manera que sea capaz de sufrir. Así, y con todo el sufrimiento que le viene encima, Dios convence a los hombres de su extraordinario amor por ellos y los trae de nuevo hacia sí...'.
Esta es, pues, la segunda precisión de la 'noticia, motivo de gran alegría': Dios tiene a gala hacernos saber que nos ama. Y, para hacérnoslo saber de la manera más segura, viene Él mismo a comunicarnos la noticia, llegando hasta nosotros, inventando el camino del abajamiento, del anonadamiento.
Así el amor responde al Amor.
'El hombre no cede más que bajo el peso de la extrema humillación de Dios' (Máximo el confesor).

Todos somos 'buscados'

Hay todavía una última información que recibimos con ocasión de la Navidad.
Se podría expresar así: ¿no sabes que te están buscando?
A primera vista, puede parecer una noticia poco tranquilizadora. Todos somos 'buscados' por Dios. No se excluye a nadie.
Sabiendo que nuestros documentos no están en regla, siendo conscientes de que tenemos asuntos sin resolver con la justicia divina, el hecho de que se nos busque no debería ser precisamente un motivo especial de alegría. Al contrario...
Además se da el agravante de que hemos escapado del lugar del delito.
'Adán, ¿dónde estás?' (Génesis 3:9).
Ahora oímos a un paso el respirar del perseguidor...
Pero el profeta, esta vez, barre de un plumazo nuestro miedo y nos explica la dicha de ser 'buscados':
'Mirad que Yahvé hace oír hasta los confines de la tierra: decid a la hija de Sión: mira que viene tu salvador, mira, su salario le acompaña, y su paga le precede. Se les llamará 'pueblo santo', 'rescatados de Yahvé'; a ti se te llamará 'buscada', ciudad no abandonada' (Isaías 62:11-12).
Ahí está la noticia decisiva: somos 'buscados' para no ser nunca más abandonados.
El Dios que nos busca, el Dios que se abajó hasta nosotros no nos abandonará más.
El-que-viene, nos advierte que viene para quedarse. Para estar con nosotros.
El Emmanuel es, precisamente, el Dios-con-nosotros. No un huésped ocasional.
Isaías nos descubre una de las maneras cómo Dos ve a los hombres desde lo alto:
'Él está sentado sobre el orbe terrestre cuyos habitantes son como saltamontes' (Isaías 40:22).
Hay que decir que es una imagen más bien insólita.
Sea lo que sea, ahora el Señor ha abandonado la altura, desde la que los hombres parecían saltamontes.
Bajó a nuestro nivel. Se ha hecho pequeñísimo, un niño. Ha venido a poner su morada entre nosotros.
Y nosotros podemos verlo. Contemplarlo con nuestros ojos. Dios se hace visible, se ofrece a nuestras miradas.
Y nos lleva a Belén, donde nos ha permitido verle, y allí Dios no sólo parece sino que es verdaderamente uno de nosotros.
Pero uno que nos dice:
'Con amor eterno te he amado' (Jeremías 31:3).
Y esta es la noticia, motivo de alegría".

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por venir a habitar entre nosotros, por venir a salvarnos. Gracias por tu infinito e incondicional amor. En el nombre de Jesús, amén.

diciembre 16, 2005

Edificar con temor y temblor

Antes que nada, mis disculpas porque la semana pasada anduve dando exámenes y me fue imposible sentarme a escribir.

En la iglesia a la que asisto, trabajo con un pequeño grupo de adolescentes. Aquí en Buenos Aires (en realidad, en todo el hemisferio sur), está por comenzar el verano, por lo que ellos no van a tener clases hasta marzo, que termina el receso, y por ende, sí van a gozar de muchísimo tiempo libre. Por este motivo, el sábado pasado les compartí lo siguiente:

"Cuando uno afirma: 'Yo sigo a Pablo', y otro: 'Yo sigo a Apolos', ¿no es porque están actuando con criterios humanos?
Después de todo, ¿qué es Apolos? ¿Y qué es Pablo? Nada más que servidores por medio de los cuales ustedes llegaron a creer, según lo que el Señor le asignó a cada uno. Yo sembré, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Así que no cuenta ni el que siembra ni el que riega, sino sólo Dios, quien es el que hace crecer. El que siembra y el que riega están al mismo nivel, aunque cada uno será recompensado según su propio trabajo. En efecto, nosotros somos colaboradores al servicio de Dios; y ustedes son el campo de cultivo de Dios, son el edificio de Dios.
Según la gracia que Dios me ha dado, yo, como maestro constructor, eché los cimientos, y otro construye sobre ellos. Pero cada uno tenga cuidado de cómo construye, porque nadie puede poner un fundamento diferente del que ya está puesto, que es Jesucristo. Si alguien construye sobre este fundamento, ya sea con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, heno y paja, su obra se mostrará tal cual es, pues el día del juicio la dejará al descubierto. El fuego la dará a conocer, y pondrá a prueba la calidad del trabajo de cada uno. Si lo que alguien ha construido permanece, recibirá su recompensa, pero si su obra es consumida por las llamas, él sufrirá pérdida. Será salvo, pero como quien pasa por el fuego".
(1º Corintios 3:4-15)

Por la misma carta, sabemos que en la iglesia de corinto había varios bandos enfrentados entre sí: "Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito. Digo esto, hermanos míos, porque algunos de la familia de Cloé me han informado que hay rivalidades entre ustedes. Me refiero a que unos dicen: 'Yo sigo a Pablo'; otros afirman: 'Yo, a Apolos'; otros: 'Yo, a Cefas'; y otros: 'Yo, a Cristo'. ¡Cómo! ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso Pablo fue crucificado por ustedes? ¿O es que fueron bautizados en el nombre de Pablo?" (1º Corintios 1:10-13). Por este motivo, Pablo los exhorta a vivir en unidad, a no dejarse llevar por las diferencias que carecen de sentido ante el sacrificio de Cristo. Recordemos que "hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así como también fuimos llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por medio de todos y en todos" (Efesios 4:4-6). Teniendo eso en mente, las rivalidades ya no tienen importancia.

Sin embargo, Pablo retoma este tema en el pasaje citado al principio, pero desde otro ángulo, donde afirma: "no importa quién sentó los cimientos (Pablo), o quién construyó sobre ellos (Apolos), lo que importa son los cimientos mismos (Cristo) y lo que cada uno edifique sobre ellos (crecimiento espiritual)".
Desde el momento en que decidiste seguir a Cristo, Él es el fundamento de tu vida, la roca de la parábola relatada en Mateo 7:24-27. Ahora bien, aquí es donde entra en juego tu responsabilidad: ¿qué edificarás sobre ella?

La clave podemos encontrarla en la carta a los Filipenses, capítulo 2, versículos del 12 al 16:

"Así que, amados míos, tal como siempre obedecieron, no sólo en mi presencia, sino ahora mucho más en mi ausencia, ocúpense de su salvación con temor y temblor; porque Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para su buena voluntad.
Hagan todas las cosas sin murmuraciones ni discusiones, para que sean irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecen como luminares en el mundo, sosteniendo firmemente la palabra de vida"
.

El concepto es el mismo: "ocúpense de su salvación con temor y temblor" significa "hagan algo, es su responsabilidad la edificación, no todo termina con la decisión de seguir a Cristo sino que en realidad allí sólo empieza la carrera". Dios es el que se va a encargar de que puedan hacer aquello que se proponen: “Así dice el Señor: Ustedes serán mi pueblo, y yo seré su Dios. Haré que haya coherencia entre su pensamiento y su conducta, a fin de que siempre me teman, para su propio bien y el de sus hijos” (Jeremías 32:38-39).
Luego, Pablo vuelve a recalcar el concepto de unidad ("hagan todas las cosas sin murmuraciones ni discusiones") y la función de la iglesia como comunidad ("resplandecer como luminares en el mundo", es decir, dejar brillar la luz de Cristo a través de sí misma).
Finalmente, aparece la clave de la que hablaba: "sosteniendo firmemente la palabra de vida". ¿Cuál es la forma para ocuparse de la salvación, para edificar sobre la roca? Conociendo lo que Dios quiere y espera de nosotros. ¿Cuál es, entonces, la mejor forma de saber qué es eso concretamente? Conociendo a Cristo, la Palabra encarnada. Y, otra vez, ¿cómo se hace eso? Conociendo la Palabra escrita (Biblia), testimonio de la Palabra encarnada (Cristo).

Te digo a ti lo mismo que a los adolescentes de la iglesia donde sirvo: se viene un tiempo de tranquilidad, de mayor tiempo libre (si no vives en el hemisferio sur, igual puedes tomar este consejo), pero no necesariamente de dejadez (flojera). Aprovecha este tiempo para acercarte más a Dios, para conocerlo más. Prepárate para dar más de Dios a quienes te rodean en este nuevo año, en vez de esperar más de parte de ellos. Hazte el hábito de leer la Biblia y de orar, para conocer más al Dios en quien crees. Te sorprenderá, lo prometo.

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a vivir este tiempo más cerca de ti, creciendo en el conocimiento de tu gracia. En el nombre de Jesús, amén.

noviembre 24, 2005

Ser cristiano

El escrito de hoy va a ser más bien explicativo. La semana pasada me llegó un mail preguntándome por qué me denominaba "cristiano". Muchas otras veces, personas que se consideran pertenecientes a la Iglesia Católica Apostólica Romana me dijeron: "yo no quiero saber nada con los cristianos, estoy muy bien con mi religión", o expresiones por el estilo. Por otro lado, el término "cristiano" tiene connotaciones negativas en muchas culturas por diversos motivos.

No es mi intención criticar ni burlarme de nadie, todo lo contrario. Sólo pretendo aclarar un poco la cuestión. "Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes" (1º Pedro 3:15).

Para un descendiente de aborígenes en América Latina, un cristiano es aquel hombre despiadado que le robó sus tierras, mató a sus antepasados y lo esclavizó. En su mente, en ningún momento va a pensar bien de un cristiano. Y, mal que nos pese, tiene razón.

Para un musulmán de medio oriente, un cristiano es un soldado estadounidense que vino a imponer su cultura y matar a sus hijos. Y, mal que nos pese, tiene razón.

En nombre de Cristo se realizaron las más grandes matanzas de la historia de la humanidad. Es culpa de la iglesia (entendida como comunidad de fe, y no como institución) la mala fama que los cristianos tienen entre los grupos sociales y étnicos que siempre fueron reprimidos por ellos.

Para un ateo, un cristiano es alguien como Ned Flanders (de Los Simpsons), una persona ingenua, torpe, poco inteligente, incapaz de adaptarse socialmente. Y, mal que nos pese, en muchos casos tiene razón.

Sin embargo, quiero rescatar el verdadero sentido del término.

Según la Biblia, comenzaron a llamar "cristianos" a los seguidores de Cristo en la ciudad de Antioquía (Hechos 11:26) -el término sólo aparece dos veces más, en Hechos 26:28 y 1º Pedro 4:16-. Es decir, la palabra originalmente se utilizaba para designar a aquellas personas que habían tomado la decisión conciente de ir en contra de su cultura (con el rechazo y las persecuciones que ello acarreaba) para seguir las enseñanzas de Jesús, el Hijo de Dios. Lo que los caracterizaba, principalmente, era su continuo esfuerzo por vivir como Él había vivido.

Con el correr del tiempo, el cristianismo se volvió la religión oficial del Imperio Romano. Esto significó que todos pasaron a ser cristianos. En este momento, no eran sólo los seguidores de Cristo los cristianos, sino todos los habitantes del Imperio, es decir, casi todo el mundo.

El tiempo siguió pasando y la palabra "cristiano" llegó incluso a reemplazar al vocablo "persona", por ejemplo, decir "el otro día en la fiesta había unos 40 cristianos", cuando se quiere decir que había cerca de 40 personas.

Hoy en día, cristiano es todo aquel que fue bautizado de bebé por la Iglesia Católica (o la Anglicana) y todo aquel que es miembro de alguna iglesia protestante. El cristiano, en este sentido, sería un estado y no una actitud de vida.

Con este escrito, pretendo recuperar el sentido original del término: al llamarme "cristiano" no pretendo decir que soy persona, que me identifico con las acciones de personas que causaron desastres en el nombre de Dios, o que simplemente asisto a una iglesia. Cuando me llamo "cristiano" quiero afirmar que desde lo más hondo de mí ser pretendo seguir a Cristo, es decir, hacer el mayor esfuerzo para vivir como Él vivió -tenerlo de ejemplo (role model)- y confiar en su gracia para suplir mis errores.

Ser cristiano es un ser activo, que incluye esfuerzo y compromiso. Es un ser que necesariamente implica hacer para poder ser.

Como lo dijo J. I. Packer: "¿Qué es un cristiano? Es una persona que acepta la Palabra de Dios y vive amparado en ella. Se somete sin reserva a la Palabra de Dios que está escrita 'en el libro de la verdad' (Daniel 10:32), cree su enseñanza, confía en sus promesas, sigue sus mandamientos. Sus ojos se dirigen al Dios de la Biblia como su Padre, y hacia el Cristo de la Biblia como su Salvador. Dirá, si se le pregunta, que la Palabra de Dios no solamente lo ha convencido de pecado sino que [también] le ha asegurado el perdón. Su conciencia, como la de Lutero, está cautiva a la Palabra de Dios, y aspira, como el salmista, a que su vida toda esté en línea con ella. '¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos!', 'no me dejes desviar de tus mandamientos'. 'Enséñame tus estatutos. Hazme entender el camino de tus mandamientos' (Salmos 119:5, 10:26s, 36:80). Las promesas están delante de él cuando ora, y los preceptos están también delante de él cuando se mueve entre los hombres. Sabe que además de la palabra de Dios que le habla directamente por las Escrituras, la palabra de Dios ha salido también a crear, y a controlar y ordenar las cosas que lo rodean; pero como las Escrituras le dicen que Dios dispone todas las cosas para su bien, el pensamiento de que Dios ordena todas sus circunstancias no le trae más que gozo. Es un hombre independiente, porque usa la Palabra de Dios como piedra de toque para probar los diversos puntos de vista que se le ofrecen, y no acepta nada que no esté seguro de que reciba la sanción de la Escritura" (Hacia el conocimiento de Dios).

Dios quiera que esta tan acertada descripción nos cuadre a todos.

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a vivir coherentemente con lo que afirmo ser. Enséñame a ser un verdadero seguidor de Cristo. Gracias por ser siempre fiel. En el nombre de Jesús, amén.

noviembre 17, 2005

La esperanza jamás se pierde

Siguiendo la línea de los últimos escritos, hoy quiero añadir un concepto que aprendí de uno de mis maestros (¡gracias, Pablo!).
En ningún lado de la Biblia se nos dice que una vez que decidimos someternos a Dios y resistir la tentación va a ir todo bien en nuestra vida. Sí se nos promete que Dios estará con nosotros y que finalmente venceremos porque Cristo ya venció por nosotros en la cruz. Sin embargo, no dice que no sufriremos ("en el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo", dice Juan 16:33b), que no la pasaremos mal nunca. Al contrario, las cartas de Pedro, por ejemplo, nos hablan de persecución, de discriminación. Esto es así porque el mundo no conoce a Dios y teme a lo que desconoce, por ende lo rechaza a Él. En el medio quedamos nosotros. ¿Qué hacer? ¿Desanimarse, desfallecer, renegar de la fe, abandonar? ¡Por supuesto que no!

"Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo". (2º Corintios 4:7-10)

Somos como "vasijas de barro" que portamos la gloria de Dios a través de Jesucristo. Dios, el origen de todas las cosas, infinitamente más grande de lo que jamás podamos concebir, se manifiesta en nosotros, insignificantes bolsas de agua con razonamientos limitados. Así de inmenso es amor con que nos ama. Nos ama tanto que nos utiliza, cuando no tiene necesidad de hacerlo, sólo para que nos sintamos útiles ante Él. Aquel que todo creó y sostiene no tiene necesidad de nosotros, pero por amor nos llama y nos utiliza. Es por esto es que no debemos perder de vista que sólo somos "vasijas de barro" en las manos de alfarero.

Es por esta razón que podemos encontrarnos atribulados -apenados- en todo, pero no abatidos. "Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?" (Romanos 8:31). Podemos estar tristes, pero nunca perder la esperanza, porque Cristo venció, y nosotros con Él. No está mal llorar, ni preguntar ¿por qué? Sólo que debemos recordar que Cristo cumplirá lo que prometió y que el Espíritu Santo es la garantía de esos compromisos.

Podemos vernos perplejos -sorprendidos-, pero no desesperados. Muchas veces suceden cosas inesperadas que no entendemos. Circunstancias que nos parten el alma al medio y no nos dejan respirar. Momentos en los que parece que el aire se solidifica y no pasa por la garganta. Pero, cuidado, no debemos desesperarnos. De alguna manera, debemos creer y aceptar que "a los que amamos a Dios, todas las cosas nos ayudan a bien" (Romanos 8:28). Esto incluye esas situaciones que parecen no tener sentido. La fe y la esperanza es lo único que nos mantiene vivos en esos tiempos, no debemos perderlas.

Podemos encontrarnos perseguidos -discriminados-, pero nunca abandonados. Cristo nos prometió su compañía "todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20). Dios nos ama tanto que jamás se olvidará de nosotros. Nunca nos dejará de lado. Por eso mismo, aparte del Espíritu Santo, puso a tantas personas al lado nuestro que nos aman y acompañan. Es muchas veces la comunidad quien nos sostiene en tiempos difíciles.

Podemos ser derribados, pero no destruidos. Todos caímos alguna vez, y seguramente lo volveremos a hacer. Sin embargo, Cristo nos levanta. Podemos perder mil veces la lucha contra el pecado, pero Cristo nos santifica (siempre que sea una lucha y no un abandono). Podemos ser derrotados muchas veces, pero en Cristo Jesús la victoria es nuestra.

La clave de todo esto es el versículo final: "Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo". Podemos estar atribulados, perplejos, perseguidos o derribados, pero en Cristo, jamás estaremos abatidos, desesperados, abandonados o destruidos. Como hombres, seguramente padeceremos alguna vez las cuatro primeras, pero gracias a Cristo estamos libres de las cuatro segundas.

"Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno". (2º Corintios 4:16-18)

Hagamos lo mismo que el apóstol Pablo: no nos desanimemos. No importa qué parezca por fuera, somos "más que vencedores por medio de Aquel que nos amó" (Romanos 8:37). No nos fijemos en lo que pasajeramente aparenta ser, sino en lo que en verdad es por toda la eternidad.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque no importa lo que suceda, hay esperanza en Cristo. Ayúdame a verla y aferrarme a ella. En el nombre de Jesús, amén.

noviembre 10, 2005

Resistir la tentación

Estuve pensando en el versículo de Santiago que dice:

"Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman". (Santiago 1:12)

Me quedé reflexionando acerca de cómo es que el hombre puede "resistir la tentación", hasta que me acordé de cómo lo hizo Cristo:

"Luego el Espíritu llevó a Jesús al desierto para que el diablo lo sometiera a tentación. Después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. El tentador se le acercó y le propuso:
-Si eres el Hijo de Dios, ordena a estas piedras que se conviertan en pan.
Jesús le respondió:
-Escrito está: 'No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios'.
Luego el diablo lo llevó a la ciudad santa e hizo que se pusiera de pie sobre la parte más alta del templo, y le dijo:
-Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo. Porque escrito está: 'Ordenará a sus ángeles que te sostengan en sus manos, para que no tropieces con ninguna piedra'.
-También está escrito: 'No pongas a prueba al Señor tu Dios' -le contestó Jesús.
De nuevo lo tentó el diablo, llevándolo a una montaña muy alta, y le mostró todos los reinos del mundo y su esplendor.
-Todo esto te daré si te postras y me adoras.
-¡Vete, Satanás! -le dijo Jesús-. Porque escrito está: 'Adorarás al Señor tu Dios, y a él sólo servirás'.
Entonces el diablo lo dejó, y unos ángeles acudieron a servirle"
. (Mateo 4:1-11)

Jesús, "quien fue tentado en todo de la misma manera que nosotros, pero sin pecado" (Hebreos 4:15), fue puesto a prueba por satanás en el desierto, como se ve en el pasaje citado.

No pretendo hacer un análisis exhaustivo de cada tentación, pero a simple vista, nos encontramos con que no hubiera sido fácil para ninguno de nosotros resistirlas.
En la primera, Jesús es desafiado a utilizar su poder para convertir naturaleza muerta en comida. Tengamos en cuenta que no había comido en 40 días (según los expertos, eso es lo máximo que una persona puede resistir antes de morirse). La primera tentación apuntaba a satisfacer sus justificadas necesidades por sí mismo, en vez de depender de Dios. En la segunda, la identidad de Cristo y el poder de Dios son cuestionadas. Esta tentación apuntaba a defender su ministerio, a justificar su existencia. En la tercera, el diablo ofrece a Jesús alcanzar algo que ya era suyo en justicia, pero de la manera incorrecta. Ninguna de las tres tentaciones fue sencilla.

Santiago 1:14-15 nos dice que "cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte". Ahora bien, la concupiscencia es la magnificación o exaltación de necesidades legítimas. Es decir, es agrandar aquello deseado al punto en que la búsqueda de su satisfacción es más importante que la búsqueda de Dios mismo. Cuando el hombre cae en este error, peca; y la "paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23). Es es, más o menos, lo que dice el versículo.

Ahora bien, Cristo fue tentado con cosas que eran legítimamente suyas, con necesidades reales: Él tenía hambre, el es el Hijo de Dios, el reina sobre toda la creación. Sin embargo, Cristo puso a Dios antes que a la satisfacción de sus propias necesidades.

Y he aquí lo interesante: ¿cómo lo hizo? Acudiendo a la Biblia. Él sabía lo que su Padre esperaba de Él porque conocía su revelación. Cristo no responde al diablo desde su inteligencia o su capacidad intelectual (infinitamente mayor a las nuestras), sino con lo único que da un testimonio real e incuestionable de la voluntad de Dios.

Aquí es interesante notar también que Cristo conocía el mensaje divino en su conjunto. Por eso, no se deja engañar por el diablo, quien también cita la Biblia, pero sacando partes de su contexto a fin de que parezcan tener un sentido distinto del que en verdad tienen. Jesús, por conocer el espíritu de la Escritura, "no es como un niño zarandeado por las olas y llevado de aquí para allá por todo viento de doctrina y por la astucia y los artificios de quienes para engañar emplean con astucia las artimañas del error" (Efesios 4:14).

Está a nuestra mano la posibilidad de poder hacer lo mismo que Cristo. Es nuestra responsabilidad "escudriñar/estudiar con diligencia las Escrituras" (Juan 5:39). En ellas encontramos la respuesta a lo que Dios espera de nosotros. En ellas encontramos la salida a cualquier tentación, por lo que es imprescindible que las conozcamos.

El mejor método para conocer a Dios es conocer lo que Él dice acerca de sí mismo, porque la Biblia al fin y al cabo no es más que el testimonio (finito) de lo que Dios es y hace. Como cristianos, es la Biblia la única norma divina en materia de fe y vida por la que debemos regirnos.

Por otro lado, tampoco podemos olvidar que frente a la tentación, Cristo "por haber sufrido Él mismo la tentación, es poderoso para socorrer a los que también somos tentados" (Hebreos 2:18). Ni que no estamos solos en la tierra, sino que "nuestros hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos que nosotros" (1º Pedro 5:9). Es por este motivo que Dios levanto un pueblo de hermanos, y no una multitud de individualidades. El sentido de comunidad debe ser esencial para el cristiano.

Finalmente, tampoco podemos dejar de lado que "somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó" (Romanos 8:37). Es decir, la victoria ya es nuestra, porque "Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz" (Colosenses 2:13-14). Ya tenemos la victoria, la santidad, asegurada por Cristo. Ya somos victoriosos, ya somos santos en Cristo. Sólo nos resta vivir en consecuencia a eso, es decir, "de una manera digna del llamamiento que hemos recibido" (Efesios 4:1). Te aliento, y me aliento a mí mismo, a hacerlo.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por hablarme siempre. Ayúdame a resistir la tentación asido a tu Palabra, porque es confiando en ti la única manera de hacerlo. Gracias porque me regalas la victoria. En el nombre de Jesús, amén.

noviembre 03, 2005

Más que vencedores

Hace dos semanas, en la iglesia a la que asisto, un amigo estuvo hablando acerca del éxito. Hoy quiero escribirte de ese tema. En el camino, seguramente usaré alguna de sus ideas (¡gracias, Ale!).

El concepto del éxito que normalmente tenemos pasa por los aspectos externos de una persona. Es decir, alguien es exitoso en tanto y en cuanto tenga mucho dinero, sea famoso, poderoso o atractivo. Es exitoso aquel que le va bien en todo lo que hace.
El éxito, según el hombre, es entonces la consecución de una meta propuesta; por ende, siempre que no se consigan los objetivos planteados, se fracasa.

Ahora bien, si enfrentas esta concepción con lo que la Biblia afirma, te sorprenderás. No te olvides que "los pensamientos de Dios no son tus pensamientos, ni sus caminos tus caminos. Así como el cielo es más alto que la tierra, sus caminos son más altos que tus caminos, y sus pensamientos más que tus pensamientos" (Isaías 55:8-9).

Mientras que el hombre determina el éxito examinando qué cosas es capaz de conseguir en el mundo, el apóstol Pablo te dice que como cristianos "no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno.

"No mires su parecer -dijo el Señor a Samuel-, ni lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Dios no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón". (1º Samuel 16:7)

Entonces, ¿qué es el éxito según lo que dice la Biblia? Creo que pasa por aquí:

"No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Filipenses 3:12-14).

Para Pablo, el éxito no estaba en la consecución del objetivo, sino en la búsqueda misma. Él sabía que no era perfecto y que distaba mucho de serlo (¡y era el apóstol Pablo!). Sin embargo, entendía que el llamado de Cristo pasaba por su intención (por su conciencia ante Dios) y por la confianza en que Él supliría sus faltas. La consecuencia de este razonamiento es dejar de mirar atrás y fijar los ojos en Cristo, para seguir corriendo, para seguir buscando, seguir intentando.

Pablo estaba tranquilo porque sabía que el éxito ya estaba garantizado por Cristo, cuando murió en la cruz, y que nada ni nadie podría arrebatárselo. Él sólo se ocupaba de seguirlo.

"Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?
Así está escrito: 'Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al matadero'. Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor"
. (Romanos 8:31-39)

Somos "más que vencedores por Aquel que nos amó". Cristo nos hace vencedores, Él nos da el éxito.

Por supuesto, no puede cambiarse tu cosmovisión (manera de ver el mundo) de un día para el otro, sino que es un proceso. Sin embargo, en la medida en que "no te amoldes al mundo actual, sino que seas transformado mediante la renovación de tu mente, podrás comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta" (Romanos 12:2). Ten en cuenta que "con respecto a la vida que antes llevabas, se te enseñó que debías quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovado en la actitud de tu mente; y ponerte el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:22-24).

Por un lado, Dios te dice que eres "más que vencedor por Aquel que te amó", y por el otro, "te dio al Espíritu Santo como garantía de sus promesas" (2º Corintios 5:5). Por ende, ¿qué tienes que temer? "Dios está contigo" (Mateo 28:20, Josué 1:9). Si lograr vislumbrar esta vida desde una perspectiva de eternidad, tu concepción del éxito cambiará, dejarás de mirar a los demás con desprecio o con envidia y comenzarás a encontrar a Cristo crucificado en ellos. De esta manera, tus prioridades cambiarán, y si se lo permites a Dios, tus sueños y anhelos también.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque soy "más que vencedor en Cristo", y nada puede quitarme eso. Enséñame a mirar el mundo a través de tus ojos, "no mirando lo que se ve, sino lo que no se ve". En el nombre de Jesús, amén.

octubre 27, 2005

Sujeción a Dios

Todos los días tomamos cientos de decisiones. Algunas las meditamos antes, otras las hacemos automáticamente: que si estudio tal o cual carrera, que si cambio de trabajo, que si esta chica es buena para mí, que si me compro una camisa celeste o blanca.
En sí, no es importante qué tipo de decisión estés tomando, ya sea una que determine cómo será tu vida en los próximos años o una que sea simplemente circunstancial. Lo importante es que cada decisión que tomes esté basada en la dependencia a Dios.
Con esto no estoy diciendo que debemos hacer ayuno y oración cada vez que, por ejemplo, vamos al supermercado, para descubrir si la voluntad de Dios es que compremos tal o cual marca de detergente. Esto es espiritualizar demasiado las cosas. Nos pasaríamos la vida orando si hiciésemos todo así.
Por supuesto, para tomar las decisiones verdaderamente importantes, sí es necesario separar un tiempo importante de oración para descubrir qué es lo que Dios quiere para nuestras vidas (el pedir consejo en estos casos también es más que recomendado).
Ahora bien, lo importante, como te decía, es que cada paso de tu vida, lo des en dependencia de Dios. Te lo ejemplifico:

"Ahora escuchen esto, ustedes que dicen: 'Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí un año, haremos negocios y ganaremos dinero'. ¡Y eso que ni siquiera saben qué sucederá mañana! ¿Qué es su vida? Ustedes son como la niebla, que aparece por un momento y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: 'Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello'. Pero ahora se jactan en sus fanfarronerías. Toda esta jactancia es mala. Así que comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace". (Santiago 4:13-17)

Estas palabras -bastante duras por cierto- del escritor de esta carta tienen un sentido bastante más profundo del que se ve a primera vista: pareciera ser que dijera "en vez de afirmar que van a hacer algo de tal modo, háganlo de tal otro". Es como si agregar el "si el Señor quiere" hiciera que el plan en sí estuviera bien. Sin embargo, no es acerca de una cuestión formal que el autor escribe, no se refiere a expresarse de una manera determinada, sino que apunta -como dice unas frases antes- a "vivir sometido a Dios" (Santiago 4:7).

Siempre que vayas a tomar una decisión, debes tener en cuenta que desde el momento en que decidiste seguir a Cristo, tu vida ya no te pertenece. Dios es tu Señor. Es por esto que "si Él quiere", harás o dejarás de hacer cualquier cosa. Esto no significa esperar una señal del Cielo cada vez que te propongas hacer algo (porque muchas veces no vendrá), sino tener una relación de intimidad con Dios para conocerlo más y entender qué es lo que quiere y espera de ti. Dios se reveló al hombre a través de la Palabra encarnada (Cristo) y la Palabra escrita (Biblia). En la medida en que conoces a ambos (la Palabra escrita es testimonio de la Palabra encarnada), conoces la voluntad de Dios. Una vez que entiendes que "eres hechura de Dios, creado en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongas en práctica" (Efesios 2:10), simplemente las realizas sin preguntarte si Dios lo quiere o no, porque ya lo sabes.

El pasaje de Santiago termina diciendo: "así que comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace" (Santiago 4:17). Si analizamos este versículo a la luz de su contexto (como debe hacerse), llegaríamos a la conclusión de que hay una relación fundamental entre someterse a Dios y hacer el bien. Es decir, mientras te encuentres sometido a Dios, realizarás inevitablemente el bien que está a tu mano, como Cristo lo hizo en la tierra, y no cometerás pecado. Ahora bien, en el momento en que dejes de someterte a lo que Dios quiere de (y para) ti, y pongas a otra cosa en su lugar, dejarás de hacer el bien, ya sea porque directamente hagas el mal o porque sencillamente no hagas nada. Abandonar la sujeción a Dios, y por ende "las buenas obras que Él dispuso de antemano" es cometer pecado (¡gracias a Dios que somos salvos por gracia!).

Sin embargo, no te olvides de la buena noticia: "Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes" (Santiago 4:7). Si vives sujetado a la voluntad de Dios, haciendo aquello para lo que Él te llamó, el diablo no podrá tocarte, porque recuerda que "ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarte del amor que Dios te ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor" (Romanos 8:38-39).

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a vivir sometido a ti. Perdóname por mis rebeliones. Enséñame a depender de ti. En el nombre de Jesús, amén.

octubre 20, 2005

Llamado a santidad (parte II)

La semana pasada te hablé acerca de que Dios te llama a ser santo y a santificar tu vida:

"Pablo, llamado por la voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús, y nuestro hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo, junto con todos los que en todas partes invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y de nosotros: Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz". (1º Corintios 1:1-3)

"Por eso, dispónganse para actuar con inteligencia; tengan dominio propio; pongan su esperanza completamente en la gracia que se les dará cuando se revele Jesucristo. Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: 'Sean santos, porque yo soy santo'". (1º Pedro 1:13-16)

Hoy quiero mostrarte algunos aspectos prácticos de este llamado:

"Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes. ¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón! Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto, y su alegría en tristeza. Humíllense delante del Señor, y Él los exaltará" (Santiago 4:8-10).

Si buscas a Dios, Él se dejará ver. Si con todo tu corazón, con toda tu voluntad y con todas tus fuerzas buscas a Dios, tarde o temprano lo encontrarás. Él no juega a las escondidas contigo. Le importas y quiere tener una relación personal contigo. Quizás me digas que ya en el pasado intentaste conocerlo más, pero nada sucedió. La clave, como claramente se ve en este pasaje, es acercarte a Dios con humildad. No eres tú el que está capacitado para llegar a Dios por sí mismo, sino que es Dios quien mandó a Cristo para que sólo a través de Él puedas hacerlo, es Dios quien se acerca a ti. Ya sea que lo sepas o no, tú necesitas a Dios: toda la angustia, el vacío, el sinsentido que sientes en tu vida se debe a la ausencia de Dios. Quizás no una ausencia absoluta, pero sí una semipresencia, en donde reservas en tus prioridades un lugarcito para Él y con todo el resto haces lo que quieres.

Veamos del primer llamado: a ser santo en Cristo. "¡Pecadores, límpiense las manos!". Los pecadores son aquellos que aún no han sido lavados por la sangre de Cristo. El pecado aquí es un estado y no una circunstancia. Es decir, no son los pecados ocasionales que todos cometemos incluso luego de reconocer a Cristo como Señor, sino el estado en que se encuentra nuestra vida antes de ser llamada santa por Dios a través de Cristo. El "proceso", por así decirlo, mediante el cual "limpiamos nuestras manos" (nuestra vida), es mediante el reconocimiento de Dios como Dios, de la necesidad humana de Dios para acercarse a Dios. Es mediante el renunciamiento a seguir viviendo sujetos al pecado, como antes lo hacíamos, y mediante la determinación de vivir de ahora en más sujetos a la voluntad de Dios.
Cuando conocemos la verdad que nos da libertad, adquirimos una nueva perspectiva del mundo y, sobre todo, de nuestra vida. Es entonces cuando miramos hacia dentro de nosotros mismos y descubrimos quiénes somos, qué fue lo que hicimos con nuestro tiempo. La consecuencia obvia: "Reconocemos nuestras miserias, [e indefectiblemente] lloramos y nos lamentamos. Nuestra risa se convierte en llanto, y nuestra alegría en tristeza". Entonces, ocurre el milagro: al "humillarnos delante del Señor, Él nos exalta". Y nos dice: "Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido" (1º Pedro 2:10). ¡Gloria Dios, porque entonces somos llamados santos!

Veamos el segundo llamado: a santificar nuestra vida. "¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón!". Si Dios ocupa el lugar de Dios en nuestra vida, ya somos santos, por su gracia somos llamados así. Ahora bien, es nuestra responsabilidad hacer que nuestra vida sea coherente a este nuevo estado al que Dios nos llevó. Dejamos de ser pecadores y pasamos a ser santos por su gracia, entonces "seamos santos en todo lo que hagamos, como también es santo quien nos llamó; pues está escrito: 'Sean santos, porque yo soy santo'". Este "proceso" de santificación puede ilustrarse así: "para nosotros, el motivo de satisfacción es el testimonio de nuestra conciencia: Nos hemos comportado en el mundo, y especialmente entre ustedes, con la santidad y sinceridad que vienen de Dios. Nuestra conducta no se ha ajustado a la sabiduría humana sino a la gracia de Dios" (2º Corintios 1:12). Nuestra vida no puede ir y venir entre el compromiso con Dios y la vida pasada, "pues ya basta con el tiempo pasado que hemos desperdiciado haciendo lo que agrada a los incrédulos" (1º Pedro 4:3). Es hora de tomar en serio la determinación de seguir a Cristo, dejar la inconstancia de lado y "vivir de una manera digna del llamamiento que hemos recibido" (Efesios 4:1).

El apóstol Juan expresó estos dos "procesos" así:

"¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! Todo el que tiene esta esperanza en Cristo, se purifica a sí mismo, así como Él es puro" (1º Juan 3:1,3).

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a dejar la inconstancia de lado y a buscarte sólo a ti, sin mirar atrás. No quiero seguir viviendo como antes de conocerte, ayúdame a hacer eso posible. En el nombre de Jesús, amén.

octubre 13, 2005

Llamado a santidad (parte I)

(Primero que nada, te pido disculpas porque la semana pasada no puede escribir, estuve enfermo y se hizo imposible hacerlo.)

Como seguidor de Cristo, estás llamado primera y básicamente a dos cosas, que el apóstol Pedro resumió muy bien:

"A proclamar las obras maravillosas de aquel te llamó de las tinieblas [del pecado] a su luz admirable". (1º Pedro 2:9)

"A mantener entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque te acusen de hacer el mal, ellos observen tus buenas obras y glorifiquen a Dios en el día de la salvación". (1º Pedro 2:12)

Desde el momento en que decidiste poner a Dios en el lugar de Dios en tu vida, fuiste llamado a cumplir estas dos tareas. No existe absolutamente nada que te excuse de hacerlo. No importan tus defectos, tus capacidades, tu conocimiento o la falta del mismo. Tampoco importa tu experiencia o tu vida pasada. Como cristiano, es tu obligación "vivir de una manera digna del llamamiento que has recibido" (Efesios 4:1). ¿Cómo lo haces? Cumpliendo esas dos tareas.

Ahora bien, si nos detuviéramos a analizar ambos llamados, caeríamos en la cuenta de que cada uno de ellos corresponde a un tipo de santidad a la que Dios nos exhorta. La razón de esto podríamos encontrarla en la definición misma de la palabra "santo", del griego hagios: "apartado para Dios". Alguien apartado para Dios es aquel que fue llamado a consagrarse a Dios, a vivir para Dios. Quizás esto te suene demasiado fuerte, como que te gustó la idea de que Cristo murió por ti, te limpió de pecado y te regaló la vida eterna. Sin embargo, la realidad es que esa es su parte del pacto, pero falta la tuya. El precio por tu pecado era tu propia muerte, y por razones obvias no podías pagarlo. Cristo paga tu deuda, y por cuanto la paga, te compra, pasa a ser tu dueño. La realidad es que en el instante que Dios llenó tu vida te convertiste en su esclavo: "has sido crucificado con Cristo, y ya no vives tú sino que Cristo vive en ti" (Gálatas 2:20). Sin embargo, esto no es una mala noticia: antes vivías esclavo del pecado y no tenías forma de cambiarlo, pero al conocer esta verdad, Cristo te dio la libertad de optar a qué amo servir, si a Él o al pecado. La diferencia: el amo pecado busca tu destrucción y el amo Cristo tu glorificación. Esto es tan así, que por el amor de Dios pasas de esclavo a colaborador y hasta hermano de Cristo (y coheredero). Ahora bien, si pudiste seguirme, entenderás que si al ejercer la libertad que Cristo te dio optaste por seguirlo, hoy eres de su propiedad. Él es quien te santificó, es decir, te apartó para Él. ¿Para qué te apartó? Para que anuncies hasta lo último de la tierra lo que Él hizo en tu vida, cómo te sacó de la oscuridad del pecado y te llevó hasta su incomparable luz; y para que vivas entre quienes no creen en Él de una manera tan ejemplar que aunque te critiquen terminen glorificándolo por lo que ven que Él hace en tu vida.

Me fui bastante de tema, pero creo que debía hacer esa aclaración, ya que no siempre se entiende lo que significa "aceptar a Jesús en el corazón", una expresión que en realidad no dice nada en sí misma, jamás aparece en la Biblia y, como si fuera poco, nadie que no haya asistido a una iglesia entiende lo que representa (aunque haberlo hecho tampoco garantiza nada). En otra ocasión profundizaré un poco más el tema.

Estaba hablándote de los dos tipos de santidad (ya sé que te suena raro, ya paso a explicarlo) y los llamados que se derivan de cada uno de ellos.

Veamos el primero:

"Pablo, llamado por la voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús, y nuestro hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo, junto con todos los que en todas partes invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y de nosotros: Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz". (1º Corintios 1:1-3)

Todos somos llamados a esta santidad, pero ninguno puede alcanzarla por sí mismo, porque se adquiere por gracia. Por lo tanto no hay nada que pueda hacerse para ser más o menos santo. Tu vida de rectitud no te hace más santo (en este sentido) ante Dios, del mismo modo que tus pecados tampoco te hacen menos santo. Esto es así porque eres santo a través de Cristo, por gracia, no porque lo merezcas: "Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo" (2º Timoteo 1:9); "pero cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo, el cual fue derramado abundantemente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Así lo hizo para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos que abrigan la esperanza de recibir la vida eterna" (Tito 3:4-7).Por ende, no pasa por lo que hagas. Esta santidad es un estado, no un proceso. La decisión de creerle a Dios y dejarlo ser el rey en tu vida te hace santo para siempre, "porque las dádivas de Dios son irrevocables, como lo es también su llamamiento" (Romanos 11:29).

Esta "acción", el pasaje de ser pecador a ser santo, es un instante. Comienza y termina en el acto de reconocer a Dios como Dios y tomar la decisión de vivir para Él: "En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos. Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte, con tal de que se mantengan firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin abandonar la esperanza que ofrece el evangelio" (Colosenses 1:21-23).

"¿No saben que los malvados no heredarán el reino de Dios? ¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1º Corintios 6:9-11). Si ya tomaste esa decisión, "ya has sido lavado, ya has sido santificado". Este hecho te iguala con cualquier otro seguidor de Cristo a lo largo del mundo y la historia, desde el apóstol Pablo hasta la madre Teresa de Calcuta, pasando por Martin Luther King, Martín Lutero y Agustín de Hipona. Jesucristo te santifica sin importar quién eres o qué has hecho, ya sea para bien o para mal. En Él todos somos iguales, "los santos en Cristo Jesús" (Filipenses 4:21).

Al comienzo te dije que ser santo significa ser separado/apartado para Dios. ¿Apartado para qué?, te preguntarás. En este caso, el estado de santidad, la santidad adquirida, te exhorta a esto: "ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1º Pedro 2:9). Eres santo en Cristo Jesús para proclamar el nombre de Dios hasta lo último de la tierra.

Veamos el segundo:

"Por eso, dispónganse para actuar con inteligencia; tengan dominio propio; pongan su esperanza completamente en la gracia que se les dará cuando se revele Jesucristo. Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: 'Sean santos, porque yo soy santo'". (1º Pedro 1:13-16)

A esta segundad santidad estamos llamados todos los seguidores de Cristo. Esta santidad no se adquiere, sino que se construye. Esta santidad -que pasaremos a llamarla santificación sólo para diferenciar más claramente este concepto del anterior (en la Biblia no existe esta distinción)- sí depende de lo que hagas o dejes de hacer. Cristo te hace santo desde el momento en que decides someterte a Él. Sin embargo, también te llama a "limpiarte de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios" (2º Corintios 7:1). No es que puedas mejorar en tu vida la obra de Cristo en la cruz, porque de hecho no puedes, sino que debes hacer que tu forma de vida sea coherente con santidad que Cristo te regala. Es en este sentido en el que perfeccionas el estado de santidad: al santificar tu vida.

Ahora bien, ¿cómo haces esto, cómo santificas tu vida? "Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:22-24). Todo eso significa que "como un hijo obediente, no te conformes a los malos deseos que tenías antes, cuando vivías en la ignorancia" (1º Pedro 1:14), sino que cambies tu manera de pensar y comiences a hacer las cosas que le agradan a Dios.

Por supuesto, esta santificación de tu manera de vivir es un proceso que te lleva toda la vida. Nunca dejarás de cometer errores mientras vivas, nunca dejarás de pecar, sino que deberás confiar en la gracia de Dios que cubre tu pecado y no hacer caso a la culpa que busca destruirte. Esta santificación pasa más por levantarse cuando te caes que por no caer jamás, sencillamente porque es lo único que puedes hacer. Ahora bien, ¿esto implica que entonces no debes preocuparte por tus transgresiones? De ninguna manera, sino que se trata de hacer de la mano de Cristo lo mejor que puedes: "para nosotros, el motivo de satisfacción es el testimonio de nuestra conciencia: Nos hemos comportado en el mundo, y especialmente entre ustedes, con la santidad y sinceridad que vienen de Dios. Nuestra conducta no se ha ajustado a la sabiduría humana sino a la gracia de Dios" (2º Corintios 1:12). Se trata de tener una buena conciencia delante de Dios (1º Pedro 3:21): "dichoso aquel a quien su conciencia no lo acusa por lo que hace" (Romanos 14:22).

Dado que esta santificación se construye, se trata de una vida de lucha continua contra el pecado, hasta llegar a la meta, que es la plenitud de la estatura de Cristo (ver los dos escritos anteriores): "no es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí" (Filipenses 3:12).

Resumiendo: "Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios" (Efesios 5:1-2).

Ahora bien, esta santificación construida también es para algo. En este caso, eres apartado para Dios para "mantener entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque te acusen de hacer el mal, ellos observen tus buenas obras y glorifiquen a Dios en el día de la salvación" (1º Pedro 2:12).

Estás llamado por Dios a santidad y a santificación, para que proclames su nombre por todo el mundo y para que vivas de tal manera que se vea a Cristo reflejado en ti. Estás llamado a adquirir tu santidad y a construir tu santificación. "Tú antes no eras nadie, pero ahora eres parte del pueblo de Dios; antes no habías recibido misericordia, pero ahora ya la has recibido" (1º Pedro 2:10), vive entonces, como te dije al principio, "de una manera digna del llamamiento que has recibido" (Efesios 4:1).

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por hacerme santo. Ayúdame a santificar mi vida, confío en tu gracia para hacerlo. Ayúdame también a cumplir los propósitos por los cuales me apartaste para ti. En el nombre de Jesús, amén.

septiembre 27, 2005

Una humanidad perfecta (parte II)

La semana pasada te hablé de la necesidad de un cambio en tu vida luego de conocer la verdad, de decidir ser un discípulo de Cristo. "Vivir de una manera digna del llamamiento que has recibido" (Efesios 4:1), lo llamaría el apóstol Pablo.

"Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:22-24). "Porque ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz (el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad) y comprueben lo que agrada al Señor" (Efesios 5:8-10). "Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios, sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento oportuno, porque los días son malos. Por tanto, no sean insensatos, sino entiendan cuál es la voluntad del Señor. No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu" (Efesios 5:15-18).

La semana pasada vimos algunos aspectos prácticos de este cambio de vida, basándonos en la carta de Pablo a los efesios. Hoy continuaremos con ese estudio.

"Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan" (Efesios 4:29).

En tu boca tienes la herramienta idónea para construir una comunidad de fe (iglesia) sana, fuerte y segura de sí misma en Cristo. A su vez, también puedes crear una que sea enferma, débil y temerosa. ¿Cómo es esto? "Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así" (Santiago 3:9-10). Tus palabras tienen el poder, en Cristo, de sanar enfermedades, expulsar demonios y levantar muertos, pero también tienen la potestad de destruir vidas. Puedes alentar a quienes te rodean o sólo criticarlos. Puedes hablar bien de los demás o defenestrarlos. Puedes brindar apoyo y confianza a alguien inseguro o puedes terminar de destruir su autoestima. Puedes hablar acerca de temas que sólo alimenten los deseos de pecar en quienes te escuchan, o de satisfacer la sed del conocimiento de Dios. Puedes conversar acerca del pecado, o de cómo seguir a Cristo. Tus palabras pueden hacer ambas cosas, sólo que como discípulo de Cristo estás llamado a restaurar, restituir, construir, edificar. Aprende a bendecir con tus labios, o deja de hablar. Es preferible que te quedes callado a que destruyas. Piensa en lo que dirás antes de decirlo, piensa en quién te escucha antes de hablar, en cómo le afectará lo que digas (personalmente, esto me cuesta muchísimo). Sé responsable de tus palabras: "eres para siempre esclavo de lo que dices y amo de los que callas".

"No agravien/entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención" (Efesios 4:30).

El Espíritu Santo es Dios mismo dentro tuyo, por obra de Jesús, el hijo de Dios. Según Él, el Espíritu Santo nos "guiará a la verdad" (Juan 16:13) y nos "consolará" (Juan 15:26) -no pretendo hacer un estudio acerca del Espíritu Santo hoy, será en otra oportunidad-. Él es la "garantía del cumplimiento de las promesas de Dios" (1º Corintios 5:5-7, 2º Corintios 1:21-22, Efesios 1:13-14), por ende, no seamos tontos, "no apaguemos al Espíritu" (1º Tesalonicenses 5:19). Cada vez que pecamos voluntariamente y no nos arrepentimos, dañamos nuestra comunión (relación de familiaridad) con Dios: eso es lo que entristece al Espíritu Santo, que nos alejemos de Dios. No hay una actitud más estúpida que pudiéramos tener, y sin embargo la tenemos a diario. Tratemos de vivir conscientemente lo más cerca de Dios que podamos y confiemos en su gracia para suplir nuestras faltas, sabiendo que el Espíritu de Dios se regocija de la voluntad de agradar a Dios (más allá de los fracasos ocasionales).

"Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo" (Efesios 4:31-32).

La medida para establecer la actitud frente a los demás es clara: hacer como Cristo hizo con nosotros. Amar como Él nos amó, perdonar como Él nos perdonó. Si tuviéramos esto en mente constantemente, muchas veces en vez de enojarnos con alguien, nos entristeceríamos por su actitud. Cristo no veía las acciones de los hombres sino sus fundamentos, sus intenciones. Muchas veces nos enojamos cuando alguien no hace las cosas como nosotros queremos, o porque nos hizo algo que no nos gustó o nos lastimó. Si pudiéramos desarrollar tan sólo un poco la capacidad que Dios nos dio para mirar como Cristo mira, podríamos tener hacia los demás una actitud como la que Él tuvo al ver a Jerusalén (Mateo 23:37-39): en vez de enojarse por su incredulidad, se entristeció por su pecado. La amargura, la ira y el enojo, los gritos y los insultos, sólo destruyen. La bondad, la compasión y el perdón mutuo son las cualidades que construyen una comunidad plena. Debemos aprender a anteponer el amor de Cristo a nuestras necesidades egoístas.

"Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios" (Efesios 5:1-2).

No queda mucho para aclarar aquí. ¿Cuál es la forma de "llegar a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo" (Efesios 4:13)? Imitando a Dios, que nos amó tanto, como para mandar a su Hijo a morir y pagar por nuestras faltas. El hombre perfecto es aquel que es igual a Cristo. A eso es a lo que un discípulo suyo debe aspirar, para eso debe vivir. En eso, se nos va la vida. Sin embargo, no debemos desanimarnos cuando fracasamos, sino sólo levantarnos y seguir adelante, como dijo Pablo: "No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús" (Filipenses 3:12-14). No pienses en tus fracasos pasados, no permitas que te condicionen, sino déjalos atrás y extiéndete hacia adelante, esforzándote por alcanzar aquello para lo que fuiste llamado. Dios estará contigo.

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a vivir esto que escribo, porque sólo no puedo. Ayúdame a crecer en el conocimiento de Cristo. A quienes lean esto, "te pido que les des el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que te conozcan mejor. Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza los has llamado, cuál es la riqueza de tu gloriosa herencia entre los santos, y cuán incomparable es la grandeza de tu poder a favor de los que creemos" (Efesios 1:17-19). En el nombre de Jesús, amén.

septiembre 22, 2005

Una humanidad perfecta (parte I)

Nuestra vida nunca puede ser igual luego de conocer a Cristo. Una vez que tomamos la decisión de seguirlo, de ser sus discípulos, nuestra forma de vida debe cambiar. Debemos comenzar a "vivir de una manera digna del llamamiento que hemos recibido" (Efesios 4:1). ¿Cómo? "Siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esforzándonos por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz" (Efesios 4:2-3). ¿Por qué? Porque "hay un sólo cuerpo y un sólo Espíritu, así como también fuimos llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por sobre todos y por medio de todos y en todos" (Efesios 4:4-6). ¿Para qué? Para que "lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo" (Efesios 4:13), porque "al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como Él" (Efesios 4:15).

El apóstol Pedro lo expresó de la siguiente manera:
"Baste ya el tiempo pasado para hacer lo que agrada a los incrédulos" (1º Pedro 4:3). "No se conformen a los deseos que antes tenían cuando estaban en la ignorancia; sino, como aquel que los llamó es santo, sean también ustedes santos en toda su manera de vivir" (1º Pedro 1:14-15).

Al respecto, Pablo también dice: "No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta" (Romanos 12:2).

¿Por qué te digo que tu vida debe imperiosamente cambiar? Porque "si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2º Corintios 5:17).

Si todo en tu vida es hecho nuevo, entonces, no puede ser igual. ¿Para qué destruir una casa y volver a construirla exactamente igual? ¿No sería infinitamente mejor corregir sus errores, mejorarla?

Cristo no vino al mundo sólo a ofrecerte eternidad a través de Él, también vino a cambiar tu vida. Esto es tan así, que una cosa no puede darse sin la otra.

Al respecto pueden decirse mil cosas y citarse cientos de textos de la Biblia. En esta ocasión, me limitaré a utilizar el libro de Efesios, que en una forma magistral resume toda la cuestión en una oración:

"Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad". (Efesios 4:22-24)

Wow. Ahora bien, ¿qué significa eso? Varias cosas. Veamos algunas que Pablo presenta a continuación (la semana que viene veremos otras más):

"Dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo" (Efesios 4:25).

¿Entiendes la razón? Imagina que tus ojos le mintieran a tu cerebro cuando cruzas la calle, diciéndole que no se acerca ningún auto, sólo para que un camión te atropelle en el mismo momento en que des un paso adelante. Ambos son parte del mismo cuerpo, no pueden engañarse entre sí, porque entonces se dañarían -se destruirían- a sí mismos. Nunca la verdad, así como tampoco la misericordia, deben apartarse de ti. "El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño" (Salmos 34:12-13).

"'Si se enojan, no pequen'. No dejen que el sol se ponga estando aún enojados" (Efesios 4:26).

No está mal que te enojes. Jesús se enojó muchas veces ante la incredulidad y la religiosidad. Sin embargo, no puedes aprovecharte de tu temperamento como una oportunidad para justificar el pecado. Las cosas que haces y dices enojado, por más que no sean tu intención, producen consecuencias en ti y en los demás. Si no quieres lastimar a las personas que amas, ni a ti mismo, cuando te enojes, no peques. Tampoco permanezcas en tu enojo mucho tiempo, sólo te volverás amargado e irritable. Aprende a perdonar, a dejar ir. Por más que tengas razón, por más que el otro no lo merezca, ni lo pida, debes perdonar. El enojo y la falta de perdón sólo te perjudican a ti. En la medida en que el perdón comience a formar una parte cotidiana de tu vida, te volverás más alegre, serás menos rencoroso y podrás confiar más en las personas, incluso en aquellas que te lastimaron. Piensa que Dios no nos perdonó porque lo mereciéramos (nadie lo merece), sino sólo porque nos amó. A eso precisamente estás llamado como discípulo de Cristo, a "amar a los demás como Él te amó a ti" (Juan 14:34), hasta dar su vida por ti.

"No des cabida al diablo" (Efesios 4:27).

El diablo es inteligente. Desde el principio, supo cómo engañar al hombre. Logró que Eva le creyera a él, tomando a Dios por mentiroso, y que lo convenciera a Adán (Génesis 3). En cuanto le das lugar al diablo, él hace aquello que sabe: "robar, matar y destruir" (Juan 10:10). Por eso, no le des cabida, no escuches sus mentiras. Más bien, utiliza tu fe como un escudo contra sus ataques (Efesios 6:16). Sé humilde: "sométete a Dios, resiste al diablo, y él huirá de ti" (Santiago 4:7). Cada centímetro que le das al diablo en tu vida, se lo quitas a Dios. No hagas eso, sólo te hará mal. Recuerda que el nombre de Cristo es sobre todo nombre. Acude a Él cuando sientas que no puedes más. "Por cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados" (Hebreos 2:18). Tan sólo busca a Dios.

"El que robaba, que no robe más, sino que trabaje honradamente con las manos para tener qué compartir con los necesitados" (Efesios 4:28).

Es importante que entiendas el valor que tiene el trabajo, porque otorga dignidad y confianza. Debes ganarte el dinero que te sustenta, pero debes hacerlo honradamente. No está bien que tomes coercitivamente (por la fuerza) lo que otro ganó con su esfuerzo. Pablo le dijo a los efesios: "Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros. Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: 'Hay más dicha en dar que en recibir'" (Hechos 20:34-35). Es importante señalar el objetivo del trabajo según el apóstol: no es para satisfacer las propias necesidades o gustos (como se hace hoy en día), sino para ayudar a los necesitados. Debes trabajar, no sólo para mantenerte a ti mismo, sino también para tener con qué ayudar a aquellos que no pueden hacerlo.

Dejémoslo aquí por ahora, la semana que viene veremos algunos más. Lo complicado de estudiar la Palabra de Dios, es que una vez que ya sabes, no tienes excusa, y es tan difícil llevar a la práctica aquello que se aprende (para los judíos de la época de Jesús, conocer y llevar a la práctica eran el mismo concepto, es decir, todavía no se sabe aquello que no se ha llevado a la práctica).

Señor, gracias por tu Palabra. Confío en tu gracia para ayudarme a aplicar a mi vida cada una de estas enseñanzas de Pablo. Sé que es difícil y me cuesta mucho, pero sé que en Ti todo lo puedo. Ayúdame a crecer en este camino, hasta "llegar a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo". En el nombre de Jesús, amén.

septiembre 15, 2005

¿Por qué crees lo que crees?

Esta semana ha sido un tanto complicada, por eso el retraso y la brevedad de este escrito.

Hace unos dos meses, un amigo me preguntó por qué creo en Dios, cuál es el fundamento, el objetivo de mi fe. En su momento, le respondí: "la salvación, la vida eterna, es lo que me motiva". Para ello me basé en 1º Pedro capítulo 1, versículo 9: "la meta de su fe es su salvación".

Sin embargo, luego me di cuenta de que no es por ese motivo que creo. Aunque Dios no hubiera prometido una vida eterna junto a Él, sino solamente la posibilidad de acercarse a Él en esta vida, igual creería. No es que no quiera la salvación, sería estúpido no hacerlo (además de mentira). Lo que digo es que no eso lo que motiva mi fe. El impulso que me lleva a creer es simplemente que es cierto, que es verdad. Una verdad que hace libre. No puedo más que aceptar la verdad, abrazarla, difundirla, luchar por ella. Dios me ama, Jesús murió por mí, yo puedo así llegar a Él. Es verdad y no puedo negar la verdad, no puedo ocultarla, no puedo no creerla. Dios me creó y no soy nada sin Él. Esto es lo que fundamenta mi fe.

Como lo dijo Dietrich Bonhoëfer, un alemán antinazista cristiano que fue ejecutado en 1945: "No se trata de hacer y arriesgarse por cualquier cosa, sino por aquello que es correcto. No se trata de flotar en el ámbito de lo posible, sino de asumir lo real con valor, la libertad no es fugarse hacia las ideas, sólo existe en la acción.
Sal de tus titubeos miedosos a la tormenta del acontecimiento, únicamente sostenido por el mandamiento de Dios y tu fe, y la libertad habrá de recibir tu espíritu dando gritos de júbilo".

Debes encontrar dentro de ti algo que responda esta pregunta: ¿por qué crees en Dios?

"Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto, manteniendo la conciencia limpia" (1º Pedro 3:15-16)

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por el regalo de la salvación en Cristo. Ayúdame a entender que el acto de seguirte debe estar fundamentado en una decisión racional que pueda dar razones de sí misma. Ayúdame a encontrar en Ti esas razones. En el nombre de Jesús, amén.

septiembre 07, 2005

El alimento de cada día

Hace unos años, en una conferencia, tuve la oportunidad de conversar con un peruano que había salido de misionero (esto es, a hablar de Jesús a personas que nunca habían oído acerca de Él) a India. En un momento de la charla, le pregunté: "¿Cómo haces para estar cerca de Dios siempre? Muchas veces, oro y no pasa nada; leo la Biblia, y no pasa nada. ¿Cómo haces?". Me miró y con toda la tranquilidad del mundo me dijo: "la clave es la constancia". Y no dijo nada más.

Quiero ilustrarte esta respuesta: El pueblo judío -guiado por Moisés y Aarón- acababa de salir de Egipto, donde era esclavo, y estaba cruzando el desierto, para llegar a la tierra prometida por Dios. Entonces, pasó lo siguiente:

"Toda la comunidad israelita partió de Elim y llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y el Sinaí. Esto ocurrió a los quince días del mes segundo, contados a partir de su salida de Egipto. Allí, en el desierto, toda la comunidad murmuró contra Moisés y Aarón:
-¡Cómo quisiéramos que el Señor nos hubiera quitado la vida en Egipto! -les decían los israelitas-. Allá nos sentábamos en torno a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. ¡Ustedes han traído nuestra comunidad a este desierto para matarnos de hambre a todos!
Entonces el Señor le dijo a Moisés: 'Voy a hacer que les llueva pan del cielo. El pueblo deberá salir todos los días a recoger su ración diaria. Voy a ponerlos a prueba, para ver si cumplen o no mis instrucciones'.
A la mañana siguiente, una capa de rocío rodeaba el campamento. Al desaparecer el rocío, sobre el desierto quedaron unos copos muy finos, semejantes a la escarcha que cae sobre la tierra. Como los israelitas no sabían lo que era, al verlo se preguntaban unos a otros: '¿Y esto qué es?' Moisés les respondió:
-Es el pan que el Señor les da para comer. Y éstas son las órdenes que el Señor me ha dado: Recoja cada uno de ustedes la cantidad que necesite para toda la familia, calculando dos litros por persona.
Así lo hicieron los israelitas. Algunos recogieron mucho; otros recogieron poco. Pero cuando lo midieron por litros, ni al que recogió mucho le sobraba, ni al que recogió poco le faltaba: cada uno recogió la cantidad necesaria. Entonces Moisés les dijo:
-Nadie debe guardar nada para el día siguiente.
Hubo algunos que no le hicieron caso a Moisés y guardaron algo para el día siguiente, pero lo guardado se llenó de gusanos y comenzó a apestar. Entonces Moisés se enojó contra ellos.
Todas las mañanas cada uno recogía la cantidad que necesitaba, porque se derretía en cuanto calentaba el sol.
Y llamaron al pan 'maná' (en hebreo, significa "¿qué es?"). Era blanco como la semilla de cilantro, y dulce como las tortas con miel".
(Éxodo 16:1-4,13-21,31)

El pueblo judío era esclavo en Egipto. Allí pasaron una tremenda opresión (Éxodo 1 y 5). Dios escucha su clamor y lo libera a través de Moisés y su hermano Aarón. Están caminando en el desierto, hacia la tierra que Dios les había prometido, luego de haber visto muchos milagros que Dios había hecho por ellos (Éxodo del 7 al 14). Sin embargo, comienzan a quejarse. Se olvidan de quién es Dios, no recuerdan lo que acaba de hacer por ellos. Tampoco lo que estaba haciendo por ellos en ese momento (todos los días una columna de nube iba delante de ellos indicándoles el camino y protegiéndoles del sol, y todas las noches una columna de fuego les hacía las veces de guía y les daba calor -Éxodo 13:21-22-). Sin embargo, se quejaron. Igual que yo hago, igual que tú haces, ellos también se quejaron.

Dios, en su misericordia e infinita paciencia, les da lo que piden: "Les lloverá pan del cielo". Ellos no tenían que hacer nada. No tenían que buscar a Dios, Él se acercaba a ellos. Nada que hicieran podía impedir que este regalo llegara, tampoco podían hacer algo para mejorarlo, sencillamente porque no lo merecían, era por pura gracia (regalo inmerecido).

Quiero destacar un par de aspectos que quizás pasan de la largo en la lectura apresurada:

-El maná llovía del cielo todos los días y en sólo 24 horas se pudría. Esto obligaba a los israelitas a depender de Dios. No podían guardar nada, sino que debían confiar en que cada día Dios se apiadara de ellos.

-No importa qué volumen juntara cada uno, siempre era la misma cantidad. Tanto el más fuerte como el más débil, o el más rico como el más pobre, recibían la misma porción. Esto los obligaba a verse iguales.

-El maná debía ser recogido temprano; de no hacerse así, se derretía. Esto les recordaba que Dios debía ser lo primero en sus vidas, si lo postergaban por algo, sencillamente no comían.

-Cada uno debía recoger su propia ración, no podían mandar a alguien que recogiera por los demás. Esto indicaba que la relación con Dios debía ser personal.

-Todo lo que hacían fuera de lo que Dios había mandado (ya sea recoger de más o guardarlo para el día siguiente) era en vano. Esto les señalaba siempre cuál era el mejor camino en sus vidas, y por qué debían seguirlo.

Pasemos, ahora, a aplicarlo a nuestra vida:

-Debes buscar a Dios cada día. No puedes hacerlo cada tanto, una vez al mes, o sólo los domingos en la iglesia. Tu relación con Dios tiene que ser constante, de eso se trata. La Biblia es el maná que nos llovió del cielo. Está ahí, a tu disposición, para que te alimentes de Dios cada día ("No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" -Mateo 4:4-).

-No se trata de cantidad. No es cuestión de que leas doscientas páginas de la Biblia por día o de que ores siete horas. Lo importante está en la actitud de buscar a Dios de corazón y de la mejor manera que puedas. Es una relación constante, porque debes tener presente que cuando haces cualquier cosa, también la haces para Dios ("Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres" -Colosenses 3:23-).

-Dios debe ser la prioridad en tu vida. Si Él no está primero, todo está mal. Cuando lo busques a Él y a sus cosas primero, las demás -esas que quieres y necesitas- sencillamente te serán dadas sin que hagas algo por obtenerlas ("Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas les serán añadidas" -Mateo 6:33-).

-Tu relación con Dios depende de ti, y de nadie más. No puedes pretender que tu sacerdote (ya sea pastor, obispo, cura, presbítero, etc.) lo haga por ti. Tampoco puedes depender de lo que otros (como yo) digan acerca de Dios. Debes buscarlo tú mismo. En la intimidad de tu casa o al aire libre en un parque, donde prefieras; pero debes hacerlo. Dios puede -y por sobre todo quiere- hablarte personalmente. Él no necesita intermediaros. Te prometo que si lo buscas, se te manifestará ("Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes" -Santiago 4:8-).

-No busques hacer otra cosa en vez de buscar a Dios, de seguir a Cristo. Sólo te esforzarás en vano. Puedes perseguir riquezas, un amor, reconocimiento, lo que sea, pero nunca lograrás nada. Aunque lo hagas, sólo será efímero y desaparecerá como hierba en el fuego. Encontrar a Dios es para siempre ("El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" -1º Juan 2:17-).

Por supuesto que todo esto es difícil. A mí me cuesta muchísimo. Soy inconstante y desordenado. Muchas veces sencillamente no tengo ganas de buscar a Dios, pero sé que es lo mejor. El ser humano nunca está completo hasta que conoce a Cristo y logra llenarse del Espíritu Santo. Requiere constancia, esfuerzo y voluntad, pero vale la pena. Por Dios, que vale la pena.

"Dijo Jesús: Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado". (Juan 17:3)

"Gracias, Señor, por tu Palabra. Gracias porque está llena de sabiduría. Ayúdame a serte fiel y a buscarte siempre. Sabes que me cuesta, pero quiero hacerlo. Gracias porque Tú eres "quien produce en mí tanto el querer como el hacer para que se cumpla tu buena voluntad" (Filipenses 2:13). En el nombre de Jesús, amén.

agosto 30, 2005

En el momento propicio

Sinceramente, hoy no fue uno de mis mejores días. ¿Por qué te lo cuento? No porque creo que te importe; otra es la causa que motiva esta confesión: las circunstancias no son lo que importa. Seguro que hay momentos buenos y momentos malos. Siempre hay situaciones mejores que otras. Sin embargo, todo lo que tenemos es el presente. No podemos vivir del pasado, porque sencillamente ya dejó de ser. De la misma manera, tampoco podemos vivir de la expectativa del futuro, porque no sabemos qué será de él.

¿Digo con esto que no hay tener memoria o proyectos, sueños? Para nada. La memoria es imprescindible para no volver a cometer los errores pasados. El recuerdo de aquello que se adoleció (sufrió) hace que se valore lo alcanzado. Los proyectos y sueños son los que nos mantienen vivos. La esperanza, la fe en el mañana, es la que provee la fuerza para comenzar cada día.

Ahora bien, lo real, lo concreto, es el ahora. Simplemente, porque es lo único que podemos cambiar, modificar. El ejercicio de la libertad nos da esta capacidad.

¿A dónde voy? La semana pasada me llegó un mail que decía lo siguiente: "Hola, Jonathan. Es bonito lo que haces. Ojalá crezca. Yo estoy alejado de Dios, pero sé que tarde o temprano volveré a su lado. Cuando esté feliz, alguna vez, con lo que haya logrado hacer de mi existencia".

Es en respuesta a este mail (como a otros similares) que hoy escribo.

Si estás en este lugar -ya sea porque aún no has decidido seguir a Cristo, o porque no terminas de llevarlo a la práctica-, déjame decirte que el tiempo para hacerlo es hoy. No porque a mí se me ocurra o porque crea que es lo mejor; sino porque sencillamente "ahora" es todo lo que tienes con certeza. No sabes qué pasara dentro de un año, o un mes, o mañana, o en tan sólo media hora.

Cristo ya murió por ti, para pagar tu pecado. La gracia (el regalo inmerecido de salvación) ya está a tu alcance, ya te ha sido ofrecida. Es tiempo de que dejes de ser el dios de tu vida y dejes que Dios lo sea. Es tiempo de que dejes de pretender ser el dueño de tu destino y dejes que sea Dios quien transforme tu vida -y el mundo- de acuerdo a su voluntad. Ya no te tardes, es hora de rendirte ante Él. Te ruego que lo hagas, no desperdicies su gracia.

"Dios dice: 'En el momento propicio te escuché, y en el día de salvación te ayudé'. Te digo que éste es el momento propicio de Dios; ¡hoy es el día de salvación!". (2º Corintios 6:2)

Mientras vivas como a ti te parece estarás alejado de Dios. Sin embargo, "a través de Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados. Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él". Por esto es que "en el nombre de Cristo te ruego que te reconcilies con Dios hoy" (2º Corintios 5:19-21).

El momento para acercarte a Dios es ahora, no hay ni habrá uno mejor. Mientras más te tardes, más te lamentarás cuando finalmente decidas hacerlo. Dios es paciente y te esperará siempre. Ni Él quiere ni nadie puede forzarte a nada. Sin embargo, lo cierto es que el tiempo transcurrido no vuelve atrás. Los años que pierdas lejos de Dios no podrás recuperarlos. Por eso, te ruego que no te tardes. Reconcíliate hoy con Dios. Sencillamente sé sincero con Él. Háblale, dile lo que te pasa. Cuáles son tus miedos y tus sueños. Dile que lo necesitas a Él, porque solo no puedes. "Acércate a Dios, y Él se acercará a ti" (Santiago 4:8). Búscalo de corazón y Él te responderá (Jeremías 33:3).

Si no lo conoces aún, hazlo. Si te has alejado, es hora de que vuelvas. Él siempre es fiel; los inconstantes somos nosotros.

Te ruego que te reconcilies con Dios hoy.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por ser siempre fiel. Gracias porque siempre me esperas. No dejes que pierda más tiempo, no quiero tardarme más en seguirte con todo mi ser. En el nombre de Jesús, amén.

agosto 23, 2005

Aquello que Dios ve, cuando nosotros vemos otra cosa

Hace unos días, un chico me escribió un mail que decía lo siguiente:
"Hola, hermano. Mira, mi viejo murió de cáncer el 30 de abril pasado, a los 68 años de edad. Era un gran ser humano, todos lo querían y era tan tierno que le tenía lástima a todo el mundo. Él quería vivir al menos dos años más, pero el cáncer se lo llevó de la manera más sanguinaria y cruel en sólo 20 días. Era un ser humano espectacular. Yo te pregunto una cosa: ¿Por qué Dios hizo eso?".

Por supuesto, no tuve ni tengo la respuesta a esa pregunta. No soy Dios, ni pretendo serlo. Apenas lo conozco un poco, y no entiendo la mayoría de las cosas que la Biblia dice acerca de Él. Dios es infinitamente más grande, poderoso y sabio que yo. Aunque lo intentara toda mi vida, jamás podría comprender por qué hace o permite las cosas que hace y permite. Sólo sé que Él ve desde una perspectiva incalculablemente más grande que yo. Por eso dice la Escritura: “Los pensamientos de Dios no son mis pensamientos, ni sus caminos mis caminos. Así como el cielo es más alto que la tierra, sus caminos son más altos que mis caminos, y sus pensamientos más que mis pensamientos” (Isaías 55:8-9).

Quiero hablarte de este tema hoy: La enorme diferencia que entre lo que nosotros vemos y lo que Dios ve.

Te daré un ejemplo que escuché de un gran maestro (¡gracias Vilmar!), una de las personas más sabias que conozco (no porque tenga mucho conocimiento -que de hecho lo tiene-, sino porque es la que conozco que más veces se atreve a decir "no sé"):

"En la mano derecha del que estaba sentado en el trono vi un rollo escrito por ambos lados y sellado con siete sellos. También vi a un ángel poderoso que proclamaba a gran voz: '¿Quién es digno de romper los sellos y de abrir el rollo?'. Pero ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra, hubo nadie capaz de abrirlo ni de examinar su contenido. Y lloraba yo mucho porque no se había encontrado a nadie que fuera digno de abrir el rollo ni de examinar su contenido. Uno de los ancianos me dijo: '¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos'.
Entonces vi, en medio de los cuatro seres vivientes y del trono y los ancianos, a un Cordero que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Se acercó y recibió el rollo de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios. Y entonaban este nuevo cántico: 'Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra'"
(Apocalipsis 5:1-10).

No pretendo explicar el texto en sí. El género, como su nombre bien lo indica, es apocalíptico, por ende, está plagado de simbolismos. Sin embargo, sí quiero dirigir tu atención hacia un punto:
El ángel pregunta quién tendrá el suficiente poder para romper los sellos y abrir el rollo. El apóstol Juan, quien tuvo la visión y escribió este libro, dice que no había absolutamente nadie capaz de hacerlo. Entonces, uno de los ancianos (para el caso, no importa a quiénes representan) afirma: "el León de Judá podrá abrirlo". Aquí viene la parte increíble: A Juan le hablan de un animal fuerte, feroz, del "rey de la selva", por lo que busca encontrarse con algo semejante. Sin embargo, él sólo ve un cordero sacrificado. Dudo que la imagen del animal todo ensangrentado haya sido muy agradable.

¿Qué quiero decirte? Donde el hombre sólo ve muerte, destrucción, fracaso; Dios ve vida, salvación, victoria. El hombre mira a Cristo clavado en la cruz y piensa: "pobre tipo, murió ahí sólo. Al final, después de todos esos milagros y enseñanzas, terminó fracasando". Dios, en cambio, ve a la muerte devorada por la victoria, ve a Jesús resucitando, triunfando frente a lo imposible (1º Corintios 15:54-57).

Muchas veces el hombre mira el mundo, o a su vida, y no entiende, sencillamente no entiende. Sé que a mí me pasa, y no creo ser el único. ¡Si tan sólo pudiésemos alcanzar a percibir por un momento cómo ve Dios todo lo que ocurre! , quizás... No, creo que sería aún peor, no seríamos capaces de enfrentar la realidad tan crudamente.

Quienes apedrearon a Esteban, pensaron que estaban destruyéndolo a él y a aquello que él creía. Sin embargo, en ese mismo momento Dios le estaba mostrando su gloria: "Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios: -¡Veo el cielo abierto -exclamó-, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios!" (Hechos 7:55-56). Cualquiera que lo hubiese visto caer bajo la fuerza de las piedras cubiertas de odio, habría pensado que había fracasado, que era sólo otro soñador más que moría sin sentido. Sin embargo, Dios le mostró a Esteban que en realidad su vida no se estaba acabando en ese momento, y que ya nadie podría arrebatarle la victoria.

Como te dije: cuando Dios mira, no ve lo mismo que nosotros vemos. Pregúntale a Job. No tenemos forma de explicar o entender todo lo que ocurre en el mundo, pero sí podemos confiar en que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien" (Romanos 8:28).

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a entender que las cosas no son siempre como yo quiero, o como creo que deberían ser. Sé que Tú ves todo el bosque, mientras que yo sólo puedo ver una pequeña gota en una hoja de un árbol. Enséñame a aceptar tu voluntad como lo mejor para mí, aunque no lo comprenda o no me parezca así. Sé que eso es lo que quieres de mí, sólo que me cuesta mucho. En el nombre de Jesús, amén.