"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

abril 26, 2005

La manifestación de la fe

La verdad es que esta semana tenía pensado escribir sobre otra cosa, pero lo dejaré para más adelante. El motivo es que hoy tuve la oportunidad de reunirme con uno de mis líderes de la iglesia. La charla que tuvimos me hizo pensar en algo que quiero compartir contigo (gracias Damián). Lo más llamativo de todo esto, es que hoy mismo me había llamado la atención un versículo que hablaba de lo mismo. Después de esa conversación, no me quedaron dudas.

Éste fue el versículo que hoy por la mañana leí en mi devocional, son palabras del apóstol Pablo:
“A todos les prediqué que se arrepintieran y se convirtieran a Dios, y que demostraran su arrepentimiento con sus buenas obras”. (Hechos 26:20)

¿De qué quiero hablarte hoy? De las obras, pues.

Por si ya te empezaste a incomodar, puedes quedarte tranquilo, porque no tengo pensado cuestionar si puede alcanzarse la salvación por medio de obras. Tengo claro que “nadie es justificado por las obras que reclama la ley, sino por la fe en Jesucristo”, como dice Gálatas 2:16, porque “por gracia fuimos salvados mediante la fe; y esto no procede de nosotros, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte” (Efesios 2:8-9). Sí, me enteré de la reforma realizada por Martín Lutero en 1517 y de la declaración de Augsburgo, un acuerdo realizado en 1999 entre luteranos y católicos en donde se estableció que "sólo por la gracia y la fe en la acción salvadora de Cristo, y no en base a nuestros méritos, somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo, que renueva nuestros corazones y nos habilita y llama a cumplir con las obras de bien".

Así que puedes despreocuparte, no pretendo cuestionar la gracia. Sin embargo, no puedo dejar de decirte la verdad:

“Hermanos míos, ¿de qué le sirve a alguno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana no tienen con qué vestirse y carecen del alimento diario, y uno de ustedes les dice: ‘Que les vaya bien, abríguense y coman hasta saciarse’, pero no les da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por si sola, si no tiene obras, está muerta. Sin embargo, alguien dirá: ‘Tú tienes fe, y yo tengo obras’. Pues bien, muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras. La fe y las obras actúan conjuntamente, por lo que, como resultado de las obras, la fe es perfeccionada. Así, pues, como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin las obras está muerta”. (Santiago 2:14-18, 22, 26)

Quizás te preguntes a dónde voy con todo esto, créeme que yo me lo pregunté varias veces. Lutero mismo pretendió extraer el libro de Santiago de la Biblia sólo por este pasaje. Gracias a Dios que no pudo.

Aquí es a donde apunto (perdona que dé tantas vueltas, pero no quiero ser malinterpretado): no considero que las obras jueguen un papel antes de la conversión, ya que es por fe. Sin embargo, sí creo que lo hacen después. Es decir, para obtener la salvación es imprescindible la fe, al punto que las obras -por más buenas, o malas, que sean- carecen de importancia. Pero, luego, es a través de las obras que la fe se manifiesta.

Santiago dice: "muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras". Pablo explica que predicaba a la gente para que se arrepintiera, de modo tal que "demostrara su arrepentimiento con sus buenas obras”.

¿Por qué digo que las obras son la demostración empírica (práctica, tangible) de la fe? Porque “¿Cómo sabemos si hemos llegado a conocer a Dios? Si obedecemos sus mandamientos. El que afirma: ‘Lo conozco’, pero no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no tiene la verdad. En cambio, el amor de Dios se manifiesta plenamente (se perfecciona) en la vida del que obedece su palabra. De este modo sabemos que estamos unidos a Él: el que afirma que permanece en Él, debe vivir como Él vivió” (1º Juan 1:3-6). Es decir, ¿cómo sabemos -y cómo demostramos- que creímos en Dios? A través del cumplimiento de sus mandamientos, es decir, de las (buenas) obras.

La cuestión pasa por aquí: Mediante la fe alcanzas la salvación ¿no? Sí, pero entonces, ¿qué pasa después? La historia no se acaba allí. ¿Para qué crees que Pablo dice: "ocúpate de tu salvación con temor y temblor" (Filipenses 2:12)? ¿Qué crees que eso significa? ¡Simplemente que hagas algo con aquello que te fue dado! ¡que no te lo guardes para ti sólo! ¿Qué cosas puedes hacer? Predica el evangelio -“creí, y por eso hablé” (2º Corintios 4:13)-, o como Jesús mismo dijo: "sana a los enfermos, resucita a los muertos, limpia de sus enfermedad a los que tienen lepra, expulsa a los demonios. Lo que has recibido gratis, dalo gratuitamente (de gracia recibiste, da de gracia)" (Mateo 10:8).

Pablo decía: "Por gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue en vano para conmigo, antes bien trabajé más que todos los demás apóstoles; pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo" (1º Corintios 15:10). Las obras de Pablo prosiguieron a su fe, confirmándola, estableciéndola. Él mismo recomendaba: "Te ruego que vivas de una manera digna del llamamiento que has recibido" (Efesios 4:1), "compórtate de una manera digna del evangelio de Cristo" (Filipenses 1:27), "vive de manera digna del Señor" (Colosenses 1:10). Esto es porque entendía que la vida abundante a la que Cristo hace referencia en Juan 10:10 no se limita sólo a creer en la Palabra, sino a ser un artífice de ella.

Por ejemplo, conjuntamente con la salvación vienen los dones espirituales. ¿Nunca te pregustaste, sencillamente, para qué? "A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás" (1º Corintios 12:7), "por eso tú, que tanto ambicionas los dones espirituales, procura que estos abunden para la edificación de la iglesia" (1º Corintios 14:12). "Cada uno, según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1º Pedro 4:10). Nunca que Dios te regale algo será para que te lo quedes para ti sólo, sino para que lo compartas con los demás (al margen, es por eso que en esta página tienes un lugar para dejar comentarios, para crear esa "mutua edificación" de la que Pablo habla en Romanos 1:12).

Quiero cerrar con un pasaje más, uno de mis favoritos de la Biblia: “Esfuérzate por añadir a tu fe, virtud; a tu virtud, entendimiento (conocimiento); al entendimiento, dominio propio; al dominio propio, constancia (perseverancia); a la constancia, devoción a Dios (piedad): a la devoción a Dios, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en ti, y abundan, no te dejarán estar ocioso ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2º Pedro 1:5-8). Wow. Si a tu convicción de la existencia de Dios y tu certeza de la salvación (fe, según Hebreos 11:1) le agregas integridad en tu manera de vivir (virtud), y a ella le añades la compresión de aquello a lo que Dios te mandó (entendimiento), y a esto le sumas la capacidad de controlarte cuando parece que todo sale mal (dominio propio), si logras ser persistente en tus propósitos (constancia), ubicándote deliberadamente bajo el poder de Dios (devoción a Dios), si puedes llegar a ver a todos cuantos te rodean como tus hermanos (afecto fraternal), y si -por sobre todas las cosas- consigues "amar a los otros como Cristo te amó" (Juan 13:34) (amor), entonces no podrás estar sin hacer nada, ni sin crecer en la relación con Aquel que hizo posible tu salvación (Hebreos 2:11).

La fe es imprescindible, pero sin obras "está muerta", de nada sirve. Si de verdad crees, haz algo por los demás, entonces. Agustín de Hipona, uno de los pilares del cristianismo, escribió: "Si te falta tiempo para estudiar página por página todas las de la Escritura, o para quitar todos los velos que cubren sus palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras, practica la caridad, que lo comprende todo. Así poseerás lo que has aprendido y lo que no has alcanzado a descifrar. En efecto, si tienes la caridad, sabes ya un principio que en sí contiene aquello que quizá no entiendes. En los pasajes de la Escritura abiertos a tu inteligencia la caridad se manifiesta, y en los ocultos la caridad se esconde. Si pones en práctica esta virtud en tus costumbres, posees todos los divinos oráculos, los entiendas o no" (Elogio de la caridad).

Para resumir: pongamos nuestra fe en práctica.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por instarme a superarme siempre. Enséñame a hacer algo con mi fe. No quiero sólo quedarme sentado. Muéstrame cómo ser de bendición para los demás. Gracias por tu gracia. En el nombre de Jesús, amén.

abril 19, 2005

Impuesta necesidad

¡Qué bronca me da la apatía, la comodidad, el desinterés! Fui por mucho tiempo prisionero de estos sentimientos. Ver que las cosas se hacen mal, o directamente no se hacen, y no hacer o decir nada al respecto. Presenciar que se da más importancia a las formas que a la esencia y no intentar producir un cambio. Ser partícipe y beneficiario de las buenas nuevas de salvación, y simplemente no compartirlas.

Ya hace un tiempito que Dios me viene machacando con un tema. La semana pasada me encontré con un versículo que me partió al medio:

“Considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine la carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús, que es el de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”. (Hechos 20:24)

El que habla es el apóstol Pablo, uno de los ejemplos de entrega más claros que jamás existieron.

Veamos una realidad: En el preciso momento en que tu vida es alcanzada por la preciosa sangre de Cristo, y pasas de las tinieblas a la luz, en el preciso instante en que tú recibes misericordia, cuando sabes que no la merecías (1º Pedro 2:9-10), te llega una obligación, una responsabilidad. Es una actitud que te es menester desde muy adentro de ti. "Impuesta necesidad", la llama el apóstol Pablo. Quizás te suene a algún tipo de condicionamiento o alienación (la búsqueda de satisfacer necesidades exteriormente estimuladas), yo también lo pensé así por mucho tiempo. Pero sencillamente no es así como funciona. Sí es una necesidad que se te impone, pero no desde afuera, sino desde adentro mismo. Es decir, una vez que permites al Espíritu de Dios entrar en tu vida, Él empieza a obrar, a hablarte. De tal manera, es para ti imposible no escuchar su voz (metafóricamente hablando). Esta "impuesta necesidad" no es nada más que predicar el evangelio. Te es impuesta porque te es imposible hacer otra cosa, porque decididamente no puedes dejar de hacerlo, aunque no entiendas por qué. Es el Espíritu Santo obrando en tu corazón, tu entendimiento y tu vida. Una vez que aceptas las buenas nuevas que traerán plenitud y salvación a tu vida, sencillamente no puedes hacer otra cosa que compartirlas:

“Si predico el evangelio, no tengo de qué gloriarme, porque estoy bajo el deber de hacerlo (me es impuesta necesidad); y ¡ay de mí si no predicara el evangelio!”. (1º Corintios 9:16)

Ahora bien, empecé este escrito quejándome acerca de la apatía, la comodidad y el desinterés. Esto es porque el resultado de estos tres sentimientos (o carencia de los mismos) produce la inmovilidad, la constante expectación en el vacío. Es imprescindible que hagas algo con aquello que te fue dado. No puede darte miedo, vergüenza o vagancia llevar a quien la desconoce una "verdad que lo hará libre" (Juan 8:31). Tienes en tus manos, en tu corazón, en tus labios, la posibilidad de "salvar de muerte a un alma y cubrir una multitud de pecados" (Santiago 5:19-20).

Pablo decía: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree" (Romanos 1:16). ¿Por qué decía esto? Seguramente porque el tema del pudor o la falta de confianza no es una novedad del siglo XXI. Sin embargo, no podemos más que intentar internalizar la justificación que el apóstol da para su falta de temor, de vergüenza: es "poder de Dios para salvación". A ver si comprendes: "poder de Dios para salvación" en tus manos, como un "tesoro en un vaso de barro" (2º Corintios 4:7). "Porque en el evangelio, la justicia de Dios se revela por fe y para fe, tal como está escrito: ‘El justo vivirá por la fe’” (Romanos 1:17), y ¿de dónde proviene esta fe? "de oír la Palabra de Dios" (Romanos 10:17). Ahora, pregúntate "¿cómo oirán, si nadie les predica?" (Romanos 10:14).

Empecé citando un versículo de los Hechos de los apóstoles, donde decía que el Señor Jesús le había encomendado a Pablo dar testimonio (contar) acerca del evangelio de la gracia de Dios (regalo divino). Tengo un news flash -noticia- para ti, son las últimas palabras de Jesús citadas en el evangelio de Mateo: “Vayan y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20). En este momento es donde dices: "ah, entonces a mí también me tocaba esa parte". Sí, a ti también te toca.

Analicemos juntos otras palabras dichas por Jesús: “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en una repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mateo 5:14-16). ¿Cómo es esto de que como cristianos (seguidores de Cristo) somos "la luz del mundo"? Estas palabras aparecen por primera vez en la Biblia en Isaías capítulo 49, versículo 6: "Te he puesto como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra". Pero, de ¿dónde viene esta idea de "luz"? El apóstol Juan dice en su primera carta universal: "Dios es luz y no hay tinieblas en Él" (1º Juan 1:5). Será otra vez el apóstol Pablo quien lo explique mejor, en su segunda carta a los corintios: "El dios de este mundo -el diablo- ha cegado la mente de los incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Dios. Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo” (2º Corintios 4:4,6). ¿Cómo sería esto, entonces? No es que nosotros emitimos nuestra propia luz (o gloria), sino que "reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, a la vez que somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu” (2º Corintios 3:18). La cuestión yace, por ende, en dejar brillar la luz de Cristo y no ocultarla, como si nos avergonzásemos de ella.

Tengo un pequeño versículo más, sobre el cual escribí hace cerca de un año, uno que me marcó muy profundamente: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad restringen la verdad” (Romanos 1:18). Restringir -o detener- la verdad, implica pensar egoístamente que Jesús murió sólo por mí y por nadie más, y que por ende no es necesario que nadie más se entere, cuando es totalmente a la inversa: "Porque de tal manera amó Dios al mundo -no sólo a mí, sino a todo el mundo- que envió a su único Hijo, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16).

No puedes, y no puedo, quedarme esta verdad para mí sólo. Debo llevarla a dondequiera que vaya.

Señor, perdóname por todas las veces en que no compartí mi fe con quienes me rodean. Enséñame a anunciar las buenas nuevas de salvación siempre. Quiero llevar esa Palabra que da libertad. Úsame para alcanzar a las personas que amas. En el nombre de tu Hijo, el Señor Jesús, amén.

abril 12, 2005

La racionalización de la fe

Este texto será más bien aclaratorio, explicativo quizás.
Me llegan varios mails pidiéndome consejo (como si estuviera de vuelta, que de verdad no lo estoy) acerca de cómo permanecer firme en la fe. "Escribe algo acerca de la fe", "me cuesta tener fe", "¿cómo hago para tener fe?", me dicen. Varias personas a las que les prediqué usaron el siguiente argumento para rechazar el mensaje de salvación: "yo quiero creer, pero sencillamente no tengo fe".

Contra todas estas afirmaciones, lamentos y preguntas, me dispongo a dar mi interpretación de lo que bíblicamente la fe significa.

Muchas veces se confunde la fe con la sensación, con el sentir. De tal manera, una persona cree en Dios en la medida en que lo siente cerca, por lo que cuando esto no se da así, inmediatamente piensa que algo anda mal. Déjame decirte que la fe no es la capacidad de percibir sobrenaturalmente a Dios, sino la de estar seguro de su existencia y presencia alrededor nuestro. Te lo repito: la fe no es la capacidad de percibir sobrenaturalmente a Dios, sino la de estar seguro de su existencia y presencia alrededor nuestro.

Veámoslo en términos bíblicos: La definición más conocida de fe que aparece en la Palabra de Dios es la de Hebreos 11:1:
“La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.

¿Qué cosa son la "certeza" y la "convicción", sino dos actos íntegramente racionales? No hay experiencia empírica (práctica) en una seguridad, en una determinación, sólo hay una decisión que las fundamenta. Hagámoslo más sencillo: la fe es la decisión de creer en -y creerle a- Dios, independientemente de lo que se sienta al respecto.

Un pastor argentino -con quien tengo mis acuerdos y mis diferencias- dijo lo siguiente: "la fe consiste en ver lo que todavía no se ve, como si ya pudiese verse" (Bernardo Stamateas, "Cómo alcanzar tu máximo potencial").

¿Cuál es el problema de basar nuestra fe en nuestros sentimientos? Que estos fluctúan: a veces sentimos más, a veces menos. Nuestra fe no debe variar según nuestro estado de ánimo o nuestras circunstancias, por buenas o adversas que éstas sean (Efesios 4:13-14). En cambio, al basar nuestra fe en la determinación de seguir a Cristo (fundada en la dependencia a Dios), podemos crecer en el conocimiento de su nombre, porque entendemos que -más allá de las sensaciones o la falta de ellas- Él es. Dios nunca nos prometió sentir continuamente su presencia. Sí nos prometió, en cambio, acompañarnos todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28:20, Josué 1:9, etc.).

Hebreos 11:6 dice: “Sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que Él existe y que recompensa a quienes lo buscan”. Ahora, ¿cómo surge esta fe? “La fe viene del oír, y el oír, por la Palabra de Dios” (Romanos 10:17).

Una vez que “vivimos por fe, y no por vista” (2º Corintios 5:7), podemos "mantenernos firmes” (2º Corintios 1:24), estando “en paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). “El resultado de la fe es la salvación de nuestra alma” (1º Pedro 1:9), porque “mediante la fe en Cristo Jesús, llegamos a ser hijos de Dios” (Gálatas 3:26).

Examinemos un texto un poco complicado:
“Les ruego por la misericordia de Dios que presenten su cuerpo como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es su culto racional. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta”. (Romanos 12:1-2)

¿Cuál es la ofrenda que le agrada a Dios? El culto racional, es decir, aquello que nace en nuestro entendimiento, en nuestra mente. ¿Por qué es así? Porque sólo logramos encontrar y entender la voluntad de Dios cuando "renovamos nuestra mente". ¿Cómo se hace eso? Dejando de pensar como la sociedad piensa y comenzando a pensar como Él piensa (por ejemplo, la sociedad te dice que no vales nada, mientras que Dios te dice que eres un "tesoro especial" (Malaquías 3:17), que vale la sangre de Cristo).

“Despojémonos del lastre que nos estorba, en especial del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante. Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador de nuestra fe”. (Hebreos 12:1-2)

Si te gusta la literatura -como a mí me gusta- te agregaré una cita de Antoine de Saint-Exupery (el autor de "El principito") que dice prácticamente lo mismo: “Si al franquear una montaña en la dirección de una estrella el viajero se deja absorber demasiado por los problemas del escalamiento se arriesga a olvidar cuál es la estrella que lo guía. Si se mueve sólo por moverse, no irá a ninguna parte”. La estrella que nos guía a los cristianos -para seguir la comparación- debe ser Cristo, por eso debemos "fijar nuestra mirada en Él", para no distraernos con nuestros problemas y circunstancias.

Gracias, Señor, por tu Palabra. Te pido que me ayudes a entender que estás acá, por más que a veces no parezca, por más que a veces lo dude. Tú me prometes estar, y eso es suficiente. Ayúdame a tener más fe, enfrentando mis dudas con tu Palabra y no con mis emociones o sensaciones. Gracias por llamarme un "tesoro especial". Amén.

abril 05, 2005

El poder de la oración

Hace unos días, una amiga me envió por mail una imagen que me impactó mucho. En el momento en que la vi, muchas ideas cruzaron mi mente. Ideas que hoy intentaré explayar. Debo confesar que les di muchas vueltas en mi cabeza antes de decidirme a transcribirlas, pero confío en que es la voluntad de Dios que lo haga.

Esta es la imagen:


Es extraño, porque el nombre de la obra es "Word", es decir, "Palabra", cuando a mí lo que me hace pensar es "Oración". La oración (las manos unidas), a través del Espíritu Santo (la paloma) desencadena el poder de Dios (el relámpago) para salvación (el evangelio).

Felicito verdaderamente al autor de esta imagen (no sé quién es) porque creo que verdaderamente captó la esencia del mensaje.

La cuestión es que esto me hizo ponerme a pensar acerca del significado de la oración. Al respecto, el versículo más común que viene a nuestra mente es Santiago 5:16: "La oración eficaz del justo puede mucho". Sin embargo, me parece que este texto no es demasiado claro: ¿qué quiere decir eficaz? ¿qué significa "mucho", hasta dónde llega "mucho"?

Entonces, recordé uno de los dichos cristianos más populares: "La oración es lo que mueve la mano de Dios". Cuando me puse a pensar en la implicación de esta reconocida expresión, me di cuenta de cuán errada era. Me parece una estupidez (pido perdón por la expresión) limitar el poder de Dios al cumplimiento de nuestros deseos. Creer esa afirmación implica aceptar que Dios no tiene voluntad propia, por lo que sus manos (como si fuera una marioneta) se mueven a nuestro antojo.

Por otro lado, sé que hay quienes creen que es necesario pedirle a Dios lo que queremos, para que Él nos lo otorgue, como si Él tuviera un stock de bendiciones reservadas para nosotros pero aguardara a que se las pidiéramos para dárnoslas. Me parece que creer eso es pensar que tenemos un Dios egoísta, caprichoso. Los que creen esto se basan en que la mayoría de las veces en que Jesús hizo un milagro, preguntó antes de hacerlo al destinatario de la acción si verdaderamente quería ser bendecido (por ejemplo, en Juan capítulo 5 se relata cómo el Señor sana a un paralítico, y antes de hacerlo pregunta: "¿quieres ser sano?"). Sin embargo, muchas otras veces, Dios hace cosas por nosotros sin que se las pidamos (por ejemplo, en Hechos capítulo 9 se cuenta cómo fue la conversión de Saulo/Pablo, en donde Jesús se le aparece y le enseña la verdad que lo haría libre, sin que él se lo pidiera).

En cuestión, creo que "la mano de Dios" se mueve por su propia voluntad, y no por nuestros deseos.

Luego, me posicioné en el otro extremo del espectro, y pensé que la oración era sólo la confirmación de la voluntad de Dios en nuestras vidas. 1º Juan 5:14-15 dice: "Ésta es la confianza que tenemos al acercarnos a Dios: que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, Él nos oye. Y si sabemos que Dios oye todas nuestras oraciones, podemos estar seguros de que ya tenemos lo que le hemos pedido". Por supuesto, no voy a decir que esto es falso, porque sería desvalorizar la Palabra de Dios (esté lejos de mí hacer eso). Sí voy a decir, en cambio, que me parece que la oración no es sólo eso. Lo siguiente es más que claro: si estamos cerca de Dios, teniendo una relación de intimidad con Él (que se evidencia a través de los frutos del Espíritu -Gálatas 5:22-23), tendremos un mismo sentir que Él, por lo que seguramente querremos para nosotros lo mismo que Él quiere. La conclusión obvia, entonces, es que nos dará aquello que queremos, porque es lo mismo que Él quiere. ¿Me siguen?
Ahora, no puedo creer que la oración sea solamente eso, porque entonces no sería más que la reafirmación de otra voluntad, y ¿qué poder hay en eso? ¿no es que "la oración eficaz del justo puede mucho"?







La siguiente es la conclusión a la que llegué luego de pelearme conmigo mismo por varios días. Creo sinceramente que esto es así, pero sé que muchos pensarán distinto. Para mí, el poder de la oración se basa en que Dios puede llegar a decidir cambiar su voluntad como respuesta a esta.

El primer problema que esta afirmación posee, es lo que el apóstol Pablo estableció en Romanos 12:2: que la voluntad de Dios es "agradable y perfecta". Se presupone que un conflicto no puede tener dos resoluciones distintas y perfectas a la vez. El diccionario define la perfección como "el mayor grado posible de todas las cualidades en esa línea". Si es el mayor, por lógica no puede haber otro más mayor, u otro igualmente mayor. Entonces, te preguntarás ¿cómo puedo afirmar que puede cambiarse la voluntad de Dios? Sencillamente, porque creo que Él se maneja con una lógica diferente a la nuestra, una en la que cualquier cosa que haga es perfecta, porque Él mismo es perfecto. Quizás te suene simplista que lo que explique de esta manera. Te daré algunos ejemplos:

Isaías 38:1-6:
"En aquellos días Ezequías enfermó gravemente y estuvo a punto de morir. El profeta Isaías hijo de Amoz fue a verlo y le dijo: 'Así dice el Señor: Ordena tu casa, porque vas a morir; no te recuperarás'. Entonces, Ezequías volvió su rostro hacia la pared y le rogó al Señor: 'Recuerda, Señor, que yo me he conducido delante de Ti con lealtad y con un corazón íntegro, y que he hecho lo que ha sido agradable delante de tus ojos'. Y Ezequías lloró amargamente. Entonces la palabra del Señor vino a Isaías: 'Ve y dile a Ezequías que así dice el Señor, Dios de su antepasado David: He oído tu oración y he visto tus lágrimas; voy a darte quince años más de vida. Y te libraré a ti y a esta ciudad de caer en manos del rey de Asiria. Yo defenderé esta ciudad".

La voluntad de Dios era que Ezequías muriese. Sin embargo, por su petición, le otorga quince años más de vida. ¿Cuál de las dos voluntades de Dios fue la perfecta? No puede afirmarse que solamente la primera, porque la voluntad de Dios siempre se cumple; pero tampoco sólo la segunda, porque sería aceptar que Dios se había equivocado y necesitaba de la ayuda de Ezequías. ¿Entonces? La única conclusión posible es que Dios tiene el poder de hacer que ambas sean perfectas. (Al margen, Dios le da a Ezequías más de lo que había pedido al prometerle que protegería la ciudad: Dios en su misericordia siempre hace eso con nosotros).

Jonás 1:1-2 y 3:3-10:
"La palabra del Señor vino a Jonás hijo de Amitay:, diciendo: 'Levántate y ve a la gran ciudad Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia' (...) Y se levantó Jonás y fue a Nínive conforme al mandato del Señor. Ahora bien, Nínive era una ciudad grande y de mucha importancia. Jonás se fue internando en la ciudad, y la recorrió todo en un día, mientras proclamaba: '¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!'. Y los hombres de Nínive le creyeron a Dios, proclamaron ayuno y se vistieron de luto desde el mayor hasta el menor de ellos en señal de arrepentimiento.
Cuando el rey de Nínive se enteró del mensaje, se levantó de su trono, se quitó su manto real, hizo duelo y se cubrió de ceniza. Luego, mandó que se pregonara en Nínive: 'Por decreto del rey y de su corte: Ninguna persona o animal probará alimento alguno. Al contrario, el rey ordena que toda persona, junto con sus animales, haga duelo y clame a Dios con todas sus fuerzas. Ordena así mismo que cada uno se convierta de su mal camino y de sus hechos violentos. ¡Quién sabe! Tal vez se arrepienta Dios y aplaque el ardor de su ira, y no perezcamos.
Al ver Dios lo que hicieron, es decir, que se había convertido de su mal camino, se arrepintió del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo"
.

Otra vez, la voluntad de Dios era destruir Nínive. Sin embargo, por la oración de los ninivitas, no lo hace. Acá cabe aclarar que la esencia de la oración es el reconocimiento humano de la soberanía y supremacía de Dios, es decir, que el hombre no puede por sí mismo y necesita de alguien superior a él.

Hay una frase que llama muchísimo mi atención en este pasaje: "Tal vez se arrepienta Dios". Parece casi una herejía eso. ¿Cómo puede Dios arrepentirse? La Nueva Versión Internacional traduce "arrepentirse" como "cambiar de parecer". Creo que ahí está la clave. No es esta la única oportunidad en que se afirma que Dios puede "cambiar de parecer", veamos algunas más:

Jeremías 26:1-3:
"Al comienzo del reinado de Joacim hijo de Josías, rey de Judá, vino a Jeremías esta palabra del Señor Jehová: 'Así dice el Señor: Párate en el atrio de la casa del Señor, y di todas las palabras que yo te ordene a todas las ciudades de Judá que vienen para adorar en la casa del Señor. Tal vez te hagan caso y se conviertan de su mal camino. Si lo hacen, me arrepentiré del mal que pensaba hacerles por causa de la maldad de sus obras".

Joel 2:12-14:
"'Ahora bien -dice el Señor-, vuélvanse a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos'. Rásguense el corazón y no las vestiduras. Vuélvanse al Señor su Dios, porque Él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, cambia de parecer y no castiga. Tal vez Dios reconsidere y se arrepienta/cambie de parecer, y deje tras de sí una bendición".

En Génesis capítulo 18 tenemos otro ejemplo de cómo Dios cambia su voluntad por la petición de un hombre:
Entonces el Señor le dijo a Abraham: 'El clamor contra Sodoma y Gomorra resulta ya insoportable, y su pecado se ha agravado en extremo. Por eso descenderé ahora, a ver si realmente sus acciones son tan malas como el clamor contra ellas me lo indica; y si no, he de saberlo.
Entonces se acercó Abraham al Señor y le dijo: '¿De veras vas a exterminar al justo junto con el malvado? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿exterminarás a todos, y no perdonarás al lugar por amor a los cincuenta justos que ahí hay? ¡Lejos de ti el hacer tal cosa! ¿matar al justo junto con el malvado, y que ambos sean tratados de la misma manera? ¡Jamás hagas tal cosa! Tú, que eres el Juez de toda la tierra, ¿no harás justicia?
El Señor le respondió: 'Si encuentro cincuenta justos en Sodoma, por ellos perdonaré a toda la ciudad.
Abraham le dijo: 'Reconozco que he sido muy atrevido al dirigirme a mi Señor, yo, que apenas soy polvo y ceniza. Pero tal vez falten cinco justos para completar los cincuenta. ¿Destruirás a toda la ciudad si faltan esos cinco? 'Si encuentro cuarenta y cinco justos, no la destruiré', dijo el Señor.
Pero Abraham insistió: 'Tal vez se encuentren sólo cuarenta'. Y el Señor respondió: 'Por esos cuarenta justos no destruiré la ciudad'.
Abraham volvió a insistir: 'No se enoje mi Señor, pero permítame seguir hablando. Tal vez se encuentren sólo treinta'. Y el Señor respondió: 'No lo haré si encuentro allí a esos treinta'.
Abraham siguió insistiendo: 'Sé que he sido muy atrevido al hablarle a mi Señor, pero tal vez se encuentren sólo veinte'. 'Por esos veinte no la destruiré', respondió el Señor.
Abraham volvió a decir: 'No se enoje mi Señor, pero permítame hablar una vez más. Tal vez se encuentren sólo diez...
'Aún por esos diez no la destruiré', respondió el Señor por última vez"
.

Más allá del "chantajeo" de Abraham (de lo que se puede decir mucho), en el pasaje se ve claramente cómo Dios por amor va cediendo en el cumplimiento de su voluntad a la petición de su siervo, quien fue llamado "el amigo de Dios" (Santiago 2:23).

Un último ejemplo, Josué 10-12-14:
"El día en que el Señor entregó a los amorreos en mano de los israelitas, Josué le dijo al Señor en presencia de todo el pueblo: 'Sol, detente en Gabaón; luna, párate en el valle de Aýalón'. Y el sol se detuvo y la luna se paró, hasta que Israel se vengó de sus adversarios. Esto está escrito en el libro de Jaser. Y, en efecto, el sol se detuvo en medio del cielo y no se movió de allí por casi un día entero. Nunca antes ni después ha habido un día como aquel; fue el día en que el Señor obedeció la orden de un ser humano. ¡No cabe duda de que el Señor estaba peleando por Israel!".

A ver si esto queda claro: Génesis 1:3-5 relata el primer día de la creación. Allí Dios dice: "¡Que exista la luz! Y la luz llegó a existir. Dios consideró que la luz era buena y la separó de las tinieblas. A la luz llamó "día" y a las tinieblas, "noche". Y vino la noche, y llegó la mañana: ese fue el primer día". Desde el principio de los tiempos esto fue así, porque era la voluntad de Dios, "agradable/buena y perfecta", que así fuera. Sin embargo, por la petición de una persona, esto cambió por unas horas.

En la Biblia figuran unos cuantos ejemplos más, pero creo que ya es suficiente, la idea se entiende (perdón si se tornó medio molesta la ejemplificación, pero en un tema así creo que es necesario).

Ahora bien, es imprescindible aclarar en este punto que las cosas no siempre se dan de este modo. Dios sencillamente no hace lo que le pidamos simplemente porque se lo pidamos. Entendamos que por sobre todas las cosas, Dios es soberano. Él entiende por qué nos pasan las cosas que nos pasan, o nos dejan de pasar las que nos dejan de pasar. Debemos entender que "a aquellos que amamos a Dios, todas las cosas nos ayudan a bien" (Romanos 8:28).

Voy a darte un ejemplo sólo de esto, 2º Samuel 12:7-18:
"El Señor envió a Natán para que hablara con David. Entonces le dijo: 'Así dice el Señor, Dios de Israel: Yo te ungí como rey sobre Israel, y te libré del poder de Saúl. Te di el palacio de tu amo, y puse sus mujeres en tus brazos. También te permití gobernar a Israel y a Judá. Y por si esto hubiera sido poco, te habría dado mucho más. ¿Por qué, entonces, despreciaste la palabra del Señor, haciendo lo que me desagrada? ¡Asesinaste a Urías el hitita para apoderarte de su esposa!, ¡lo mataste con la espada de los amonitas! Por eso la espada jamás se apartará de tu familia, pues me menospreciaste al tomar la mujer de Urías el hitita para hacerla tu mujer. Yo haré que el desastre que mereces surja de tu propia familia, y ante tus propios ojos tomaré a tus mujeres y se las daré a otro, el cual se acostará con ellas en pleno día. Lo que tú hiciste en secreto, yo lo haré a plena luz, a la vista de todo Israel. Entonces dijo David a Natán: '¡He pecado contra el Señor!'. Y Natán contestó: 'El Señor ha perdonado ya tu pecado, y no morirás. Sin embargo, tu hijo sí morirá, pues con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos del Señor'.
Dicho esto, Natán volvió a su casa. Y el Señor hirió al hijo que la mujer de Urías había dado a David, y enfermó gravemente. Entonces, David se pudo a rogar a Dios por él; ayunaba y pasaba las noches tirado en el suelo. Los ancianos de su corte iban a verlo y le rogaban que se levantara, pero él se resistía, y aún se negaba a comer con ellos. Sin embargo, siete días después el niño murió"
.

Por más duro que parezca, Dios es soberano, y tiene sus razones para todo lo que hace o permite (al margen, el Señor no le permitió a David tener el hijo que concibió en adulterio con Betsabé, pero sí uno que tuvo después, Salomón, quien fue el heredero del trono de Israel).







La Biblia nos manda a "orar sin cesar" (1º Tesalonicenses 5:17), a ser "constantes en la oración" (Romanos 12:11), "perseverando en ella" (Colosenses 4:2) para "evitar caer en tentación" (Lucas 22:46). Filipenses 4:6-7 dice: "No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús".

La oración es uno de los regalos más hermosos que Dios nos dio. Nos da la oportunidad de comunicarnos con Él, reconociendo nuestra necesidad de Él. Nos habilita a hablarle a nuestro Padre acerca de los deseos de nuestro corazón, sabiendo que "todo lo que pidamos en oración, creyendo, lo recibiremos" a su tiempo. Nos permite "depositar en Dios toda nuestra ansiedad, porque Él cuida de nosotros" (1º Pedro 5:7). Y lo mejor de todo es que en algunos casos -sólo en algunos casos- nos otorga el derecho de pedirle a Dios que cambie su voluntad, y Él en su misericordia lo hace.

Señor, gracias por tu infinito amor. Gracias por ser capaz de "cambiar de parecer" por nosotros. Gracias porque tu misericordia a veces incluye adaptarte a nuestras necesidades y peticiones. Gracias también porque no es así siempre: nuestra vida sería un desastre si nos dieras todo lo que te pedimos. Gloria a Tu nombre por ser soberano. Amén.