"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

mayo 31, 2005

Pasión de multitudes

"Llegó a la ciudad cerca de las siete de la tarde. Le extrañó el silencio que reinaba por doquier. A lo lejos, podía escuchar un murmullo, "son personas cantando", pensó. Comenzó a caminar lentamente por una de las calles que iban hacia el centro de la población. "¡Qué población particular -se dijo-, una población sin poblado!". El sitio estaba desierto. Ni siquiera se escuchaba el ruido de niños jugando en las cercanías. Nada. Sólo aquel murmullo en la distancia.
Decidió averiguar qué estaba pasando. Atravesó varias calles desoladas. A lo lejos, como a cuatro cuadras de la calle en donde se encontraba, vio pasar a dos personas cargando un niño. Les gritó, pero no parecieron escucharlo. Siguió su camino, cada vez más intrigado.
El sonido, que iba haciéndose más fuerte, no provenía del centro de la ciudad -también desierto-, sino del otro extremo de la misma.
Pasada una media hora, logró ver algo que lo impresionó: Cientos, quizás miles de personas estaban en la puerta de una casa, esperando. "¿Esperando qué?", se preguntó. Entonces, se dio cuenta de que efectivamente estaban cantando. Le pareció reconocer una canción que había cantado cuando niño, en el templo. Siguió acercándose, hasta llegar al lugar.
-¿Qué está pasando?- preguntó a un anciano que, como él, se apresuraba por llegar cuanto antes.
-No sé exactamente -respondió-. Mi hijo me habló acerca de un hombre que llegó ayer mismo; se encuentra allí ahora -señaló la casa con su mano derecha-. Parece ser un profeta.
No pudo sacarle nada más que lo ayudara a entender. Así que se decidió a averiguarlo por sí mismo.
Finalmente, alcanzó la muchedumbre (la más grande que había visto en su vida).
-¿Qué está pasando?- volvió a preguntar.
-¿Es que no lo sabe? Ha llegado un maestro a la ciudad. Estuvo enseñando en el templo con mucha autoridad. Además, los demonios le obedecen y puede realizar milagros.
-¡¿Qué?! -exclamó el viajero.
-Sí, véalo por usted mismo.
Tardó unos quince minutos en abrirse paso a través de la multitud. Vio decenas de enfermos y lisiados que se desesperaban por llegar hasta aquel hombre. Muchos eran ayudados por sus familiares y amigos. Vio también cómo tres hombres fuertes sostenían a una muchacha que se retorcía y gritaba a todo pulmón, mientras le salía espuma por la boca.
Entonces, lo vio.
Estaba parado, simplemente. Su expresión infundía paz, a la vez que destilaba autoridad. Parecía cansado, pero se mantenía firme. Algunas personas, aparentemente sus allegados, lo ayudaban acercándole los enfermos. ¡Y él los sanaba a todos!
-Jesús, se hace tarde, ¿qué vamos a comer?- preguntó alguien.
-No se preocupen -respondió él con toda tranquilidad-, ya veremos qué hacer -y sonrió".

Extraña historia, ¿verdad? No puedo decirte que figura en la Biblia, pero sí que tranquilamente podría hacerlo. Quise graficar un relato que figura en el evangelio de Marcos: "Al atardecer, cuando ya se ponía el sol, la gente le llevó a Jesús todos los enfermos y endemoniados, de manera que la población entera se estaba congregando a la puerta de la casa de la suegra de Simón" (Marcos 1:32-33). O bien podría ser: "Unos días después, cuando Jesús entró de nuevo en Capernaúm, corrió la voz de que estaba en casa. Se aglomeraron tantos que ya no quedaba sitio ni siquiera frente a la puerta mientras Él predicaba la Palabra" (Marcos 2:1-2).

¿Te imaginas la situación? ¿Toda una ciudad en torno a una casa, buscando a un hombre?

Me puse a pensar en lo siguiente: Seguramente, no todas las personas que estaban a allí creían que Jesús era un profeta, mucho menos que era el Mesías prometido por Dios. Seguramente muchos dudaban. Otros, con toda certeza, estaban convencidos de que era un fiasco. Algunos, sí, lo buscaban de corazón. Sin embargo -y esto es lo que llama mi atención-, todos estaban allí. ¿Por qué?

Creo saberlo: Dios atrae. Atrae tanto a aquel que lo niega, como al que duda de Él, como al que lo acepta. ¿Por qué? Porque es Dios, porque somos creación suya. Seguramnte, perteneces a alguno de estos grupos. Quiero, entonces, decirte algo.

Si estás entre los que lo niegan, te animo a que hagas como el viajero: acércate y anímate a comprobar si realmente existe. Te desafío. Búscalo de corazón y descubrirás la verdad. No tienes nada que perder, y -quizás- mucho por ganar.

Si estás entre los que dudan, te exhorto a que tomes una decisión: que le creas a -y creas en- Dios, o que no lo hagas. Acércate y finalmente toma una determinación. Reconócelo como tu Dios, como tu Señor y salvador -y lleva una vida en consecuencia-, o dale la espalda y nunca más lo busques. No juegues con Él. Él no estaba jugando contigo cuando murió en la cruz por ti. No te acerques sólo cuando necesitas algo: anhélalo siempre, o no lo hagas nunca. Decídete a vivir abundantemente en dependencia de Él, o a arreglártelas solo.

Si estás entre los que creen en Él, ¿qué haces que no estás trayendo a otros a sus pies? Hay muchos que no pueden llegar solos: son inválidos del alma que necesitan ser llevados. ¿O es que todavía no lo entiendes? ¡Corre a contar la buena noticia: aquí hay esperanza! Busca a lo miles que la perdieron, llévales la luz de Cristo y tráelos hasta su cruz, para que entonces sean libres.

Señor, gracias por tu Palabra. Tienes una hermosa capacidad para hablarme con cosas tan sencillas. Gracias. Quiero conocerte más, Dios. Háblame. En nombre de tu hijo, el Señor Jesús, amén.

mayo 24, 2005

El valor de la libertad

La verdad es que había escrito otra cosa para hoy, pero no me gustaba del todo, así que empecé de nuevo. Muchas de las ideas que explicaré hoy se las escuché a un líder de jóvenes de una iglesia de Buenos Aires, al que prefiero reconocer como mi amigo (te quiero Nacho, espero estés bien).

Esta historia se encuentra en el evangelio de Marcos, en el capítulo 5, versículos del uno al veinte. Veámosla entera primero, y luego iremos desmenuzándola:
“Cruzaron el lago hasta llegar a la región de los gadarenos. Tan pronto como desembarcó Jesús, un hombre poseído por un espíritu maligno le salió al encuentro de entre los sepulcros. Este hombre vivía en los sepulcros, y ya nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con cadenas y grilletes, pero él los destrozaba, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Noche y día andaba por los sepulcros y por las colinas, gritando y golpeándose con piedras.
Cuando vio a Jesús desde lejos, corrió y se postró delante de él.
-¿Por qué te entrometes, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? –gritó con fuerza- ¡Te ruego por Dios que no me atormentes!.
Es que Jesús le había dicho: “Sal de este hombre, espíritu maligno”.
-¿Cómo te llamas?- le preguntó Jesús.
-Me llamo Legión –respondió-, porque somos muchos.
Y con insistencia le suplicaba a Jesús que no los expulsara de aquella región.
Como en una colina estaba paciendo una manada de muchos cerdos, los demonios le rogaron a Jesús:
-Mándanos a los cerdos, déjanos entrar en ellos.
Así que Él les dio permiso. Cuando los espíritus malignos salieron del hombre, entraron en los cerdos, que eran unos dos mil, y la manada se precipitó al lago por el despeñadero y allí se ahogó.
Los que cuidabas a los cerdos salieron huyeron y dieron la noticia en el pueblo y por los campos, y la gente fue a ver lo que había pasado. Llegaron a donde estaba Jesús, y cuando vieron al que había estado poseído por la legión de demonios, sentado, vestido y en su sano juicio, tuvieron miedo. Los que habían presenciado estos hechos le contaron a la gente lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces la gente comenzó a suplicarle a Jesús que se fuera de la región.
Mientras subía Jesús a la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que le permitiera acompañarlo. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo:
-Vete a tu casa, a los de tu familia, y diles lo que el Señor ha hecho por ti y cómo te ha tenido compasión.
Así que el hombre se fue y se puso a proclamar en Decápolis lo mucho que Jesús había hecho por él. Y toda la gente se quedó asombrada”
. (Marcos 5:1-17)

Impactacte historia, ¿verdad? Tenemos a Jesús que llega en barco con sus discípulos a la región de Gadara. Allí, apenas desembarca (en un cementerio), se encuentra con este joven endemoniado que se aproxima corriendo a Él.

La Biblia nos da a entender que esta persona, por los demonios que llevaba dentro, verdaderamente tenía mucha fuerza, ya que "nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas". Pero además, el pasaje nos permite observar una verdad más: la gente del pueblo había intentado "muchas veces" encadenarlo. A ver si se comprende:

Imaginemos una reunión entre los vecinos del pueblo donde se tratan los problemas que atañen a la comunidad como conjunto. Entre estas preocupaciones, por supuesto, se encuentra el endemoniado.
-¿Qué podemos hacer? -pregunta uno.
-Ya sé -responde otro- ¿por qué no lo encadenamos?
-Muy buena idea, hagámoslo.
Y, de alguna manera, logran hacerlo. A los pocos minutos, el endemoniado logra liberarse y maltratar lo suficiente a quienes lo apresaron como para que se arrepientan de la idea.
Entonces, el consejo se reúne de nuevo. Otra vez, el tema del endemoniado:
-Eh, como que la idea de las cadenas no funcionó del todo -dice uno lleno de moretones en el cuerpo por los golpes del joven- ¿se les ocurre otra cosa?
-Sí, ya sé -responde uno, probablemente el más despierto de todos-, ¿por qué no lo atamos con cadenas?
-Sí, buenísima idea, hagamos eso.
Y lo hacían. Otra vez, por supuesto, los mismos resultados.
Así, "muchas veces"...

¿Se entiende su actitud? Probablemente no. Sin embargo, ¡cuántas veces nosotros actuamos de la misma manera! Pretendemos "atar con alambre" nuestra alma, emparchar nuestros errores con excusas, cuando sólo la sangre de Cristo salva, cuando sólo la sangre de Cristo sana.

Por otro lado, tenemos la actitud del endemoniado, que "noche y día andaba por los sepulcros y por las colinas, gritando y golpeándose con piedras". ¿Alguna vez te pegaron un piedrazo? ¿alguna vez te llevaste por delante un poste de cemento? ¿alguna vez te caíste de frente contra el piso? ¿qué se siente? ¿duele? Imagina lo que sentía el endemoniado. Él verdaderamente se encontraba preso en su realidad y no sabía qué hacer para salir de ella. El problema es que él todavía no terminaba de entender: a los golpes no se soluciona tu vida, es mentira que aprendes a los golpes, porque no es el obstáculo lo que te hace crecer, sino la manera en que logras sortearlo: no crecerás sólo porque la vida te pegue duro, pero sí lo harás si, a pesar de ello, sigues luchando, sigues levantándote en el nombre de Cristo.

Jesús seguramente ya conocía esta historia. Así que les ordena a los demonios que abandonen al muchacho. Acá aparece la "negociación" a través de la cual estos terminan en los cerdos.

El problema es que los animales se vuelven locos y se precipitan en estampida hacia el despeñadero, caen al lago y se ahogan. Los encargados de cuidarlos se miran a sí mismos: no pueden creer lo que pasó. Entonces, salen corriendo para avisar al pueblo lo que había ocurrido.

Pero, ¿qué le cuentan? "lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos". O sea, no sólo el milagro obrado con el endemoniado, sino también lo que pasó con los cerdos. Esto es importante: Jesús no sólo salva la vida del muchacho, sino que también soluciona el principal problema del pueblo; sin embargo, la gente "comenzó a suplicarle que se fuera del lugar". ¿Por qué? Porque dos mil cerdos significan mucha plata. A las personas de la comunidad, les importó más su bolsillo, que reconocer al Hijo de Dios frente a ellos. Tuvieron miedo, y reaccionaron con enojo. A veces también nos pasa lo mismo, ¡si pudiéramos dimensionar la profundidad del milagro de Dios en nuestras vidas, en vez de quedarnos con que lo supuestamente debemos, con lo que supuestamente ya no podemos!

Jesús, como era de suponerse, los respeta y se va. Entonces, el muchacho, el que vivió el milagro, el que fue protagonista, el único del pueblo al que no se lo contaron, entiende. "Déjame acompañarte, Jesús", suplica. La respuesta: "No, no puedes venir conmigo, no es así como quiero que me sigas. Lo que quiero de ti, es que vayas a todos los que te conocían, a todos los que sufrieron al verte como estabas, a todos los que te quieren. Ve a ellos y cuéntales lo que hice por ti. Explícales cómo salvé tu vida, cómo liberé tu alma. Diles que puedo hacer lo mismo por ellos. Después de que hables con ellos, continúa haciendo lo mismo, hasta lo último de la tierra". Y el muchacho entendió.

Espero que nosotros podamos entender también. Tanto yo, como tú, hemos sido liberados por Cristo de nuestras cadenas. Debemos anunciar esta libertad.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por hablarme una vez más. Ayúdame a entender. Quiero anunciar tu libertad a donde vaya. Úsame. En el nombre de Jesús, amén.

mayo 17, 2005

La falta de memoria

El domingo pasado en la iglesia, mi pastor predico acerca de una porción del evangelio de Marcos. Para esto, leyó el pasaje inmediatamente anterior con el objetivo de ubicarnos en situación. Es sobre ese texto que quiero escribir hoy. Se encuentra en el capítulo ocho, versículos del once al veintiuno:

“Llegaron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús. Para ponerlo a prueba, le pidieron una señal del cielo. Él lanzó un profundo suspiro y fijo: ‘¿Por qué pide esta generación una señal milagrosa? Les aseguro que no se les dará ninguna señal’. Entonces los dejó, volvió a embarcarse y cruzó al otro lado.
A los discípulos se les había olvidado llevar comida, y sólo tenían un pan en la barca.
‘Tengan cuidado –les advirtió Jesús-; ¡ojo con la levadura de los fariseos y con la de Herodes!’
Ellos comentaban entre sí: ‘Lo dice porque no tenemos pan’. Al darse cuenta de esto, Jesús les dijo:
-¿Por qué están hablando de que no tienen pan? ¿Todavía no ven ni entienden? ¿Tienen la mente embotada/el corazón endurecido? ¿Es que tienen ojos, pero no ven, y oídos, pero no oyen? ¿Acaso no recuerdan?
Cuando partí los cinco panes para los cinco mil, ¿cuántas canastas llenas de pedazos recogieron?
-Doce –respondieron.
-Y cuando partí los siete panes para los cuatro mil, ¿cuántas cestas llenas de pedazos recogieron?
-Siete.
Entonces concluyó:
-¿Y todavía no entienden?”.


Veamos: Tenemos a Jesús con sus discípulos volviendo de la región de Dalmanuta. Allí se había encontrado con un grupo de fariseos (el principio del pasaje citado), quienes para probarlo le habían pedido una señal del cielo. Tengamos en cuenta que Él había llegado allí luego de realizar cientos de milagros en Betsaida, Genesaret, Tiro, Sidón y Decápolis (Marcos 6:30 en adelante). Para esa altura, imagino, el Señor no tenía ganas de ser probado por personas que en realidad no querían creer en Él, sino criticarlo. Así que les niega su petición y decide dejar la zona. Se encuentra, entonces, embarcado y -otra vez- sus discípulos olvidaron llevar comida (¿qué raro, no? Parece que lo hicieran a propósito).
Jesús está enojado. Enojado por la falta de fe los fariseos (curiosamente, los fariseos eran los religiosos de la época -digo esto porque a veces temo ser un fariseo de este siglo-), enojado porque no les alcanzaba oír ni ver. Enojado porque simplemente no querían entender. ¿Qué hace entonces? Algo normal en toda persona: le habla a sus amigos, esperando que lo comprendan, que lo contengan. Sin embargo, ¿con qué se encuentra? Con que sus discípulos estaban tan perdidos como los fariseos.

Su mensaje era, básicamente, "cuídense del poder religioso y del poder político romano" (la levadura de los fariseos y la de Herodes). Esto es lógico para nosotros ahora, que sabemos acerca de las persecuciones que los primeros cristianos sufrieron a manos de estos grupos. Pero los discípulos no entendieron. Gente práctica, eso eran: no entendían metáforas. En su mente la levadura servía para hacer pan, no para otra cosa.

"Che, otra vez nos olvidamos de traer comida", se dicen unos a otros. "Te tocaba a vos, Tadeo", "no, a mí no, le tocaba a Judas" (parece ser que la culpa siempre era de él). Jesús los escucha, se agarra la cabeza y -me imagino- piensa "¡no puede ser, no puede ser!". Entonces, les dice: "¿No se dan cuenta de que en todo el tiempo que estuvieron conmigo nunca les faltó algo, de que siempre tuvieron todo lo que necesitaban? ¿Se acuerdan de la alimentación de los cinco mil? ¿de la de los cuatro mil? ¿y de los milagros? ¿de las sanidades? ¿Qué les pasa? ¿Es que se quedaron ciegos? ¿es que son sordos?". Y esas terribles palabras:"¿Acaso no recuerdan? ¿Todavía no entienden?".

Pienso entonces en mí. Cuántas veces me quejo de que me falta algo, de que no sé qué hacer. Cuántas veces me preocupo por cosas que Él ya me aseguró. Casi todos los días me llega algún mail (al margen, leo todos los que llegan pero no hago a tiempo a responderlos) en donde alguien se me queja -bah, se le queja a Dios- de algo que quiere y no tiene, de algo que no puede alcanzar; de que le va mal, de que no sabe qué hacer, como si Dios lo hubiera abandonado. Entonces, esta verdad me pega de lleno en el rostro (y espero que a ti te haga lo mismo): "¿No te acuerdas de todo lo que hice por ti? ¿no te acuerdas de cómo era tu vida antes? ¿no te acuerdas de cómo me ocupé de ti? ¿de cómo te proveí de todo? ¿No entiendes que hay cosas de las que Yo me hago cargo? ¿no entiendes que no debes preocuparte? Sólo te pido que confíes en Mí, que me creas. No te digo que siempre todo va a estar bien, pero sí que Yo voy a estar contigo, que no dejaré que desfallezcas, que no dejare que caigas".

Te animo a que pienses, a que hagas memoria de todo lo que Él hizo por ti. De cómo cambió tu vida, de cómo te llevó de las tinieblas a su incomparable luz, de cómo se ocupó de ti desde pequeño, de cómo se las arregla para que a tu familia nunca le falte nada, incluso pese a tus errores. No sea cosa de que Cristo quiera enseñarte algo y no puedas escucharlo por tus propios quejidos. No podrás crecer si sólo piensas en ti, en lo que tienes, en lo que no. No podrás crecer si no dejas en las manos de Dios las cosas que le corresponden a Él, y te ocupas de las que te corresponden a ti.

Voy a dejarte un texto del apóstol Pablo a los hebreos que me dolió mucho cuando lo leí, pero que me hizo bien; quizás haga lo mismo contigo:
"A estas alturas ustedes ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido. El que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que tienen la capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo, pues has ejercitado su facultad de percepción espiritual" (Hebreos 5:12-14).

Señor, gracias por tu Palabra que me edifica, que me insta a crecer, a seguirte. No permitas que me olvide. Ayúdame a entender. En el nombre de Jesús, amén.

mayo 12, 2005

¿Quién es Jesús?

Esta semana no sabía sobre qué escribir, entonces me encontré con un libro que me hizo una pregunta directa al corazón: ¿quién es Jesús? ¿quién es, para mí, Jesús? Más allá de la letra escrita; más allá de los títulos, de los lugares comunes, de las convenciones; más allá de las palabras, de las opiniones y las discusiones, ¿quién es Jesús? ¿Qué representa en mi vida? Más allá del Jesús de las Escrituras, el de la iglesia, el de los libros cristianos; más allá del Jesús de mis amigos, de mis padres y de mis líderes, ¿quién es Jesús?
Anímate a preguntarte lo mismo. ¿Qué respuesta encuentras? ¿encuentras una? ¿puedes afirmar sinceramente que lo conoces, que sabes quién es, cómo es?

Voy a transcribirte entero el texto que disparó en mí este pensamiento. Su autor, el español -doctor en Teología- José Luis Sicre, plantea una carta en la que San Marcos le escribe a un amigo dándole consejos sobre cómo leer su evangelio (por supuesto, el fragmento es ficción). Se encuentra en "El cuadrante, Introducción a los evangelios".

“Llevo un rato pensando qué consejo darte para que leas mi obra con fruto. En el fondo, sólo hay una pregunta importante para el cristiano: ¿Quién es Jesús? Al principio, lo digo claramente, a través de la voz que se escucha desde el cielo en el bautismo: Jesús es el hijo de Dios. Pero esto es algo que se le comunica sólo a Él (“Tú eres mi hijo amado, mi predilecto”); los demás no escuchan la voz ni conocen su identidad. Olvídate tú también de lo que sabes. Recorre el camino que te propongo. Mézclate con la multitud, y asómbrate de su poder, de la novedad de su enseñanza. Cuando cure al paralítico, comenta con la gente: “¡Nunca hemos visto cosa igual!”. Pero advierte que no todos se admiran. Algunos piensan que está loco; otros, que está endemoniado. En medio de esas tensiones se forma un pequeño grupo que deposita toda su confianza en Jesús; puedes incorporarte a ellos.
Hasta el momento, nadie se ha preguntado quién es Jesús. Los Doce lo hacen por primera vez tras la tempestad calmada: “¿Quién será este, que hasta el viento y el agua le obedecen?”. Pero no pienses que todo se aclara de repente. Ellos, y tú, están sumidos en un mar de dudas. Cuando te pregunte Jesús, como a ellos, quién dice la gente que es Él, podrás elaborar un catálogo de opiniones. Pero no se va a contentar con teorías ajenas. Te asediará con una pregunta decisiva: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”. Sé que te vas a refugiar en las palabras de Pedro: “Tú eres el Mesías”.
Pero no cantes victoria. ¿Sabes lo que ese título significa? Pedro no lo sabía, estaba equivocado, él mismo me lo confesó muchas veces. Pensaba en un Mesías glorioso, triunfando en Jerusalén, expulsando a los romanos. En su cabeza no cabía un Mesías que hubiese de padecer y morir. ¿En qué Mesías crees tú? ¿Qué esperas de Él?
Sube al monte de la transfiguración. Te permito que acompañes a ese grupo reducido de Pedro, Santiago y Juan. Escucharás la misma voz del cielo que resonó en el bautismo: “Ese es mi hijo amado, escúchenlo”. Ya no es una experiencia privada de Jesús. Puedes compartir la revelación misteriosa hecha a unos pocos y ponerte en actitud de escucha. Porque te queda mucho que aprender, y Jesús te repetirá, insistente, que debe padecer y morir, aunque terminará resucitando.
Es posible que Dios te ilumine y pienses que ya conoces a Jesús. Pero la pregunta “¿quién es Él?” seguirá resonando. Vuelve a formularla el sumo sacerdote durante la pasión, rechazando como blasfemia la respuesta de Jesús. Y, si lees hasta el final, verás que el último en recoger el tema es el capitán que dirigió la crucifixión, no preguntando, sino afirmando: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”.
El pobre capitán, ignorante, que sólo ha conocido a Jesús en sus peores momentos, dice lo mismo que la voz del cielo. Cuando escribí eso me rondaba por la mente el misterio, tantas veces constatado, de que algunos llegan fácilmente a la fe, mientras otros se estrellan contra el muro de sus teologías, sus prejuicios y sus miedos".

En un ratito seguiremos un poco más con el texto de Sicre. ¿Qué piensas? ¿podrías decir quién es Jesús más allá de los títulos? Me refiero a: ¿qué representa en tu vida? Aquel de quien el capitán dijo: “verdaderamente este hombre era hijo de Dios”, sin saber nada más de Él de lo que tenía delante, sin haberlo visto resucitado, sin haberlo acompañado en su camino, visto alguno de sus milagros o escuchado alguna de sus enseñanzas. Él llegó fácilmente al conocimiento de Cristo. ¡A nosotros tantas veces nos frenan nuestras dudas, nuestras estructuras!

El apóstol Pablo dice: "Nadie te juzgue por lo que comes o bebes, o con respecto a los días de fiesta religiosa, de luna nueva o de reposo. Todo esto es una sombra de lo que está por venir; la realidad se halla en Cristo. Pues si con Cristo ya has muerto en cuanto a los principios de este mundo, ¿por qué, como si todavía pertenecieras al mundo, te sometes a preceptos tales como: ‘No tomes en tus manos, no pruebes, no toques’. Estos preceptos, basados en reglas y enseñanzas humanas, se refieren a cosas que van a desaparecer con el uso. Tienen, sin duda, apariencia de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa" (Colosenses 2:16,20-23). Entiendo que parece muy descolgado, pero reflexiona en lo siguiente: El cristianismo (si puede llamárselo así) que Cristo predicó en la tierra no tiene nada que ver con lo que algunos hacen de Él. Cristo no trajo una interminable lista de "debes" y "no debes". Al contrario, Él vino a traer libertad: "Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz" (Colosenses 2:13-14). El terminó con la deuda que la ley generó, Él vino a darnos a conocer la verdad que nos hace libres.

Jeremías 31:33 dice: "Afirma el Señor: 'Pondré mi ley en tu mente y la escribiré en tu corazón. Yo seré tu Dios, y tú serás mi hijo'". Esto es porque de nada sirve una ley que esté escrita en un papel pero no coincida con la de tu corazón. Jesús vino a específicamente a eso: a liberarte de la ley que dominaba tu cuerpo, escribiendo en tu corazón una nueva, que te da libertad, que no se trata de hacer o dejar de hacer, sino simplemente de amar: "Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros; porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor" (1º Juan 4:7-8).

Que nada frene tu conocimiento de Dios. Él sólo te manda a amar. Que ninguna de tus estructuras mentales te alejen de su verdad; más bien, examínalas bajo la luz de Cristo (2º Corintios 10:5).

Sigamos un poco más con el texto de Sicre:
"¿Cuál ha sido tu camino al terminar la lectura? ¿Qué significa para ti ese Jesús poderoso y débil, afectuoso y enérgico, capaz de soportar las incomprensiones y dudas de sus discípulos, pero duro y tajante con quienes se oponen a esa nueva imagen de Dios que Él nos comunica? ¿Ese Jesús muerto y resucitado, pero cuya muerte todos constatan y cuya resurrección produce pánico a unas mujeres?
Jesús es un misterio. Después de tantos años hablando de Él, me resulta más misterioso aún que el primer día. Por eso, al escribir esta obra quise evitar que el lector se lanzase a conclusiones apresuradas. Advierte que los demonios siempre saben quién es Jesús, y lo proclaman a grandes gritos. Pero Él los manda callar. No quiere que la gente acepte su opinión sin realizar el esfuerzo personal por descubrir quién es Él. Ese descubrimiento tiene que hacerlo cada uno, orando, reflexionando, pidiendo la luz de Dios. No te refugies en un título. No digas: “Jesús es el Mesías”, “Jesús es el Hijo del Hombre”, “Jesús es hijo de Dios”. Es todo eso y mucho más. Un misterio que nunca abarcarás, pero al que intento aproximarte".

Me sorprende algo del apóstol Pablo: varias veces en sus cartas no habla directamente de Dios, sino de su Dios. Cuatro de sus epístolas comienzan con "doy gracias a mi Dios" (Romanos 1:8, 1º Corintios 1:4, Filipenses 1:3, Filemón 1:4). ¿Por qué? ¿Es que el Dios de Pablo era otro que el de sus lectores? No. Lo que creo es que él intentaba decir lo siguiente: 'Tu Dios será tan grande en tu vida como tú le permitas que sea (no porque puedas limitarlo a Él, sino porque sí puedes limitar tu fe en Él)'. Por eso es que le dice a los filipenses: "Mi Dios les suplirá todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús" (Filipenses 4:19). Él sabía que su Dios lo haría, pero que quizás el Dios de ellos -por su falta de fe-, no.

Es hora de que examines en qué Dios crees. Otra vez, la pregunta de Jesús: "¿Quién dices tú que soy?".

Terminaré con el final del texto de Sicre:
"Y cuando llegues al final del viaje quizás te ocurra como a las mujeres. Conoces la solución final del misterio, sabes que Jesús ha resucitado. Pero no te entrarán ganas de irlo gritando, como le pasaba a los demonios y a los enfermos. Es posible que te llenes de miedo y guardes silencio como ellas”.

Espero que no. Espero que hagas como Pedro, Bernabé o Pablo, que se fueron hasta lo último de la tierra para gritar esta verdad: ¡Cristo ha resucitado!

Dios, gracias por tu Palabra. Gracias por ser un Dios personal. No permitas que mis limitaciones, mis prejuicios o mi teología limiten tu obrar en mí. Sabes que te necesito. Moldea mi carácter a tu imagen y semejanza. Gracias por Jesús: mi Dios, mi hermano, mi amigo, mi compañero, mi Señor y salvador.

mayo 03, 2005

El poder de la justificación

La semana pasada recibí un e-mail de una amiga mía que me hizo recordar algo que casi había olvidado (¡gracias, Vir!). Era un fragmento de algo que yo mismo había escrito en esta página hace bastaste tiempo ya ("Después del milagro, ¿qué?", publicado el 28 de septiembre de 2004 -te invito a leerlo, no porque lo haya escrito yo, sino porque verdaderamente creo que el Señor puede hablarte con él, como lo hizo conmigo-). En el fragmento se encontraba una pequeña reflexión acerca del deber que cada persona tiene para con los demás luego de haber sido tocado por Dios. Básicamente, es lo que el Señor le dice a la iglesia de Éfeso -que había perdido la pasión para seguir a Cristo- en Apocalipsis 2:5: "¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio". Muchas veces nos olvidamos de dónde nos sacó el Señor, y caminamos como si nada hubiese pasado con nosotros.

Es por esto que hoy decidí contarte parte de mi historia. Verdaderamente, preferiría no hacerlo. Es que no voy a contarte una parte grata, sino quizás la más oscura. No me enorgullece en lo absoluto, salvo en el hecho de a causa de ella "el poder de Dios pudo perfeccionarse en mi debilidad" (2º Corintios 12:9).

David Eddings, un escritor de ficción estadounidense, dijo: “La gente tiende a gritar los pecados de los demás desde las azoteas, pero apenas puede oírseles cuando describen los suyos propios”. Sin embargo, Cristo afirmó: "No hay nada encubierto que no llegue a revelarse, ni nada escondido que no llegue a conocerse. Así que todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad se dará a conocer a plena luz, y lo que han susurrado a puerta cerrada se proclamará desde las azoteas" (Lucas 12:2-3). Por ende, mi historia (me habían pedido hace más de un mes que escriba acerca de esto, pero venía evitándolo, creo que ya es hora):

La primera vez que me masturbé tenía 15 años (quizás te parezca tarde, pero te aseguro que me ocupé de recuperar el tiempo perdido -hoy, en cambio, sé que el tiempo perdido fue el que siguió a esto, y no el anterior-). De ese momento en adelante, caí en un hábito compulsivo: mirar pornografía (toda la que pudiera y de la variedad que fuese) y masturbarme. En un principio era cada tanto, pero con el tiempo la frecuencia y cantidad fueron aumentando. No creo que sea importante cuantificar, describir o explicar el hecho concreto. Ni siquiera voy a detenerme a analizar específicamente por qué considero que es pecado, ya hay muchos que se ocuparon de eso (van desde la negación del mismo, hasta la condenación total, pasando por no considerar una falta el acto en sí mismo sino el escenario que uno se imagina al hacerlo). Sí voy a decirte por qué fue pecado para mí: porque me alejaba de Dios, porque afectaba mi relación con Él.

El apóstol Pablo dice: "Dichoso aquel a quien su conciencia no lo acusa por lo que hace". Ese era mi problema, mi conciencia sí me acusaba. Quizás no era una certeza absoluta de estar obrando mal, pero sí una duda al respecto (entiendo que en cierta medida es algo normal en la adolescencia). Y Pablo continúa diciendo: "Pero el que tiene dudas en cuanto a lo que hace, se condena; porque no lo hace por convicción. Y todo lo que no se hace por convicción es pecado" (Romanos 14:22-23). Creo que es bastante claro.

El tema es que el pecado va creciendo dentro de uno de a poco. Uno va cediendo terreno de a centímetros, casi sin percibirlo. Hasta que se da cuenta de que no puede ver el lugar en donde empezó. Hay una película, "8 milímetros", que lo explica de esta manera: "al principio, te da asco; luego, comienza a parecerte indiferente; después, empieza a gustarte; finalmente, no puedes vivir sin él: así es como el diablo obra en el hombre".

En realidad, no importa qué pecado sea particularmente, sino su capacidad para separarte de Dios. ¿Por qué? Porque hay un determinado momento en que sientes que ya no puedes pedirle perdón a Dios por lo mismo. Hay un momento en que tus propios temores te dominan y dudas hasta de la gracia de Cristo, porque no crees que pueda perdonarte otra vez, porque simplemente -crees- no lo mereces. Funciona más o menos así (esta idea ya la compartí hace casi un año por aquí):

Esto es un secreto, así no se lo digas a nadie: el diablo miente.

Satanás trabaja en ti utilizando la siguiente fórmula: pecado pequeño/pecado enorme. Cuando se presenta la tentación, lo primero que el príncipe de este mundo hace es mentirte, haciéndote creer que lo que quieres hacer es insignificante. "Hazlo, porque no pasa nada", es lo que te dice al oído. Ahora bien, apenas caes ante la tentación y pecas, el diablo vuelve a mentirte, llenándote de culpa, diciendo: "eres una porquería, mira cuán terrible es esto que acabas de hacer".

La consecuencia inmediata del pecado es la culpa y la vergüenza (sino pregúntales a Adán y a Eva). En estas circunstancias, sientes que es imposible orar, porque no te da la cara para hacerlo. Entonces, intentas esconderte de Dios, justo como hicieron los primeros hombres luego de probar el fruto prohibido, pero la angustia te consume -"mientras callé mi pecado, envejecieron mis huesos" (Salmos 32:3)-. No te sientes digno de hablarle a tu Señor, por lo que no lo haces. Y, entonces, vuelves a caer y te sientes aún peor. Sigues sin poder orar, sigues cayendo, y cada vez te hundes más. Sin embargo, por favor, déjame decirte que ni la culpa ni la vergüenza provienen de Dios.

Cuando pecas, el Espíritu Santo te da conciencia de pecado, es decir, te hace dar cuenta de la falta que cometiste para que te arrepientas y seas perdonado. Esta conciencia es muy diferente a la culpa. La culpa te paraliza, te hace creer que eres una basura que no merece siquiera poder acercarse a Dios para pedirle perdón, porque crees que aquello que hiciste (no importa qué cosa sea) es demasiado terrible (2º Corintios 7:10). El problema es que no te percatas de que al creer esta mentira estás teniendo en poco la muerte de Cristo, porque te parece que su sacrificio no alcanza para cubrir tu mal.

Lo importante, "la verdad que te hace libre" (Juan 8:32), es que su sacrificio sí es suficiente. Recuerda que "si tú estás en Cristo, eres una nueva creación. ¡Las cosas viejas pasaron, hoy son hechas nuevas!" (2º Corintios 5:17). Ese es el poder de la justificación, es decir, el del sacrificio divino que te hace santo. Personalmente, por haber nacido en una familia cristiana, siempre conocí el mensaje de salvación, pero recién a los 19 años pude experimentar la gracia (el perdón divino). Sólo en ese momento comprendí lo que implicaba que Cristo haya muerto por mí: Es como si Él hubiera dicho "no te preocupes por todos tus errores, ni por todas tus omisiones, haz de cuenta que fui yo quien los cometió, que fui yo quien no hice lo que debía; yo me hago cargo de todo". A la luz de la verdad ("que Cristo me hizo libre para que viva en libertad") no puedo más que hacer lo imposible por "mantenerme firme y no someterme nuevamente al yugo de la esclavitud" (Gálatas 5:1) del pecado -porque ciertamente antes era su esclavo-.

Salmos capítulo 32, versículos 1 y 2, dice: "Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no inculpa de pecado".

La muerte de Cristo nos coloca en el lugar de esos bienaventurados: "El señor Jesús fue entregado a la muerte por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación" (Romanos 4:25). Es por esto que te pido, por favor, que "no te conformes con satisfacer los deseos que tenías cuando estabas en la ignorancia; sino que, así como Aquel que te llamó es santo, sé tú también santo en toda tu manera de vivir" (1º Pedro 1:14-15). Una vez que eres verdaderamente libre, no puede alcanzarte lo que la mentira puede darte, no cuando conoces la verdad, no cuando ya la experimentaste (te recomiendo que leas el todo el capítulo 6 de la epístola a los Romanos).

Te animo, entonces, -te ruego, mejor dicho- a que simplemente aceptes el regalo inmerecido de Dios. Por favor, cree la verdad que te hará realmente libre. Puedo dar testimonio de que es cierto. Te animo a que al menos lo intentes.

Dios, gracias por haberme rescatado. Perdóname por todo el tiempo que perdí haciendo lo que quería, en vez de lo que Tú tenías para mí. Perdóname por preferir la mentira a la verdad. Gracias por hacerme libre. Por favor, que quienes lean esto alcancen a comprender esta libertad y a aceptarla. Te pido que el conocimiento de mis errores les allane el camino hacia Ti. Sobre todo, que puedan ver en mi vida el poder de tu amor. Gloria a tu santo nombre. En nombre de Jesús, el autor de mi salvación. Amén.