"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

junio 30, 2005

La actitud frente al pecado

Perdón la tardanza, tuve una semana realmente ajetreada. Hoy quiero compartirte acerca de la actitud que podemos tener frente al pecado. La metodología que usaré será la misma que en el último escrito: Citaré dos ejemplos de la Biblia. Será, otra vez, tu decisión seguir uno o el otro.

“Al anochecer, llegó Jesús con los doce discípulos. Mientras estaban sentados a la mesa comiendo, dijo:
-Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar.
Ellos se pusieron tristes, y uno tras otro empezaron a preguntarle:
-¿Acaso seré yo?”
(Marcos 14:17-19)

Me llama la atención que "todos" se pregunten "¿acaso seré yo?", porque me indica dos cosas: primero, que ninguno veía imposible el hecho de traicionar a su maestro; y segundo, que todavía no se habían daba cuenta de que todos lo harían (de que todos lo hacemos).

Veamos el primer ejemplo:
“Cuando Judas vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata que le habían dado los ancianos y los jefes de los sacerdotes por traicionar a Jesús.
-He pecado –les dijo-, porque he entregado sangre inocente.
-¿Y eso a nosotros qué nos importa? –respondieron-. Allá tú.
Entonces Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó”
. (Mateo 27:1-2)

Judas, "incitado por el diablo" (Juan 13:2), fue quien efectivamente vendió a Jesús. No hay dudas, en este caso, de que lo traicionó. Para cuando se da cuenta de lo que había hecho, se arrepintió y fue corriendo a devolver las treinta monedas que le habían pagado por entregar a Jesús. Inicialmente, la actitud de Judas no fue mala: el problema fue que, en vez de acudir a la cruz a buscar el perdón, "fue y se ahorcó". Es decir, el diablo destruyó primero su alma, engañándolo, influyendo a hacer algo horrible; y luego destruyó su cuerpo, dejando atrás toda oportunidad de redención a través de la sangre de Cristo.

Veamos ahora el segundo:
“Habían arrestado a Jesús, y Pedro estaba sentado afuera, en el patio, cuando una criada se le acercó.
-Tú también estabas con Jesús de Galilea –le dijo.
Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
-No sé de qué estás hablando.
Luego salió a la puerta, donde otra criada lo vio y dijo a los que estaban allí:
-Éste estaba con Jesús de Nazaret.
Él lo volvió a negar, jurándoles:
-¡A ese hombre ni lo conozco!
Poco después, se le acercaron a Pedro los que estaban allí y le dijeron:
-Seguro que tú eres uno de ellos, se te nota por tu acento galileo.
Y comenzó a echarse maldiciones, y les juró:
-¡A ese hombre ni lo conozco!
En ese instante, cantó un gallo. (El Señor se volvió y miró a Pedro.) Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho luego de la cena, cuando había anunciado que lo traicionarían: ‘Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces’. Y saliendo de allí, lloró amargamente”
. (Mateo 26:69-75)

Si bien no fue Pedro quien entregó a Jesús, ¿podemos afirmar que no lo traicionó? Yo creo que no. El hecho de negarlo tres veces, luego de haber sido advertido al respecto, lo hace tan culpable como Judas. Ése era el momento para demostrar su fe, su entrega; ése era el momento para luchar por lo que quería, para seguir hasta el final, hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, tuvo miedo. Haber defendido a Cristo en esas circunstancias hubiese implicado la muerte. La actitud de Pedro es tan humana. Sé que muy probablemente yo hubiera hecho lo mismo, quizás (piénsalo) tú también.
Ahora bien, hay algo que separa la actitud de Pedro de la de Judas: él nunca creyó que era demasiado tarde. Conocía lo suficiente a su maestro como para dudar de su misericordia. Sabía que por más que dudase, Él lo sostendría siempre (Mateo 14:22-33). Pedro "lloró amargamente", se arrepintió y volvió a Cristo.

Lo común en ambos casos es el arrepentimiento, la tristeza. Sin embargo, debemos tomar en cuenta que "la tristeza que proviene de Dios produce arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte" (2º Corintios 7:10). La tristeza que Judas sintió fue culpa, que lo llevó a la muerte; mientras que la tristeza que Pedro sintió fue conciencia de pecado, que lo llevó a la salvación.

Te dije que iba a hablarte de la actitud frente al pecado. Todos pecamos (Romanos 3:23), por ende, todos traicionamos a Cristo. Es imposible que no lo hagamos, por eso es que Él murió por nosotros. Ahora bien, la actitud frente al pecado es lo que nos hará santos, o suicidas (espiritualmente). Estoy convencido de que la santidad no pasa por la ausencia de pecado (ya que ésta es imposible), sino por la actitud frente al mismo. Creo que pasa por la actitud de enfrentarlo (o huir de él) siempre, por arrepentirse cuando caemos, por quererlo lejos de nuestra vida y hacer todo lo que humanamente podemos para evitarlo; pero, por sobre todo, creo que pasa por confiar en la gracia de Dios, en la sangre de Cristo que nos limpia de todo mal.

¿Cuál es la diferencia? La culpa nos destruye, la conciencia de pecado nos salva a través de Cristo.

Quiero contarte el final de la historia:
“Luego de haber resucitado, Jesús se apareció a sus discípulos junto al lago Tiberíades. Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro:
-Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?
-Sí, Señor, tú sabes que te quiero –contestó Pedro.
-Apacienta mis corderos –le dijo Jesús.
Y volvió a preguntarle:
-Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
-Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
-Cuida de mis ovejas.
Por tercera vez Jesús le preguntó:
-Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: ‘¿Me quieres?’. Así que le dijo:
-Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
-Apacienta mis ovejas –le dijo Jesús-. Después añadió:
-¡Sígueme!”.
(Juan 21:15-19)

Jesús finalmente restituye a Pedro. Además, le otorga la responsabilidad de velar por la iglesia. Cristo no le dio la espalda (ni nunca te la dará a ti). Pedro confió en Él, y el obró.

Te dejo con la decisión...

Señor, gracias por tu Palabra. Obra con poder en la vida de las personas, en mi vida. En el nombre de Jesús, amén.

junio 21, 2005

Un futuro lleno de esperanza

En este momento estoy escuchando una canción que me encanta. Por sobre todo, repite decenas de veces la frase: "No voy a volver atrás". Se llama Jesús, mi fiel amigo; es de Marco Barrientos. ¿Por qué te lo cuento? Porque quiero hablarte precisamente de eso: de mirar sólo hacia adelante.

Si te dispones a leer la Biblia, descubrirás que constantemente Cristo te desafía a seguirlo. Una y otra vez leerás ese verbo. A veces, casi como una orden; otras, como un reto; algunas, como una súplica. La Palabra de Dios muestra una y otra vez el acto divino de acercamiento hacia el hombre. Su punto culminante es la muerte de Jesús en la cruz para perdón de tus pecados. Ese es su más humilde, sincero y amoroso llamamiento. Es como si Dios mismo acercara sus labios a tus oídos, y susurrara "acércate a Mí".

Deberás responder a este llamado, no tienes opción. Con el tiempo, el murmullo se convertirá en una ensordecedora catarata. No podrás permanecer indiferente. Es por eso que pretendo mostrarte algunas de las formas en que podrás resolver esta cuestión.

Tomemos tres ejemplos bíblicos:

"Un hombre llegó corriendo hasta donde estaba Jesús, se postró delante de Él y le preguntó:
-Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?
-Ya sabes los mandamientos: 'No mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, honra a tu padre y a tu madre'.
-Maestro -dijo el hombre-, todo eso lo he cumplido desde que era joven.
Jesús lo miró con amor y añadió:
-Una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.
Al oír esto, el hombre se desanimó y se fue triste porque tenía muchas riquezas.
(Marcos 10:17-22)

Parece duro, ¿verdad? Sin embargo, no puedo dejar de notar que Jesús no miró con desprecio o con un doble interés al hombre, sino que "lo miró con amor". Cristo no pretendía confundirlo o alejarlo de la verdad. Al contrario, buscaba que se aventure plenamente a ella. La enseñanza (pese a lo que muchas veces se explica al respecto) no es "el dinero es malo, debes deshacerte de él porque Dios está con los pobres". Las riquezas sólo son un problema si ocupan el lugar que le corresponde a Dios en tu vida, no si las buscas o utilizas para la proclamación de su nombre hasta lo último de la tierra. Para este hombre era más importante lo que tenía, que lo que él -o Dios mismo- era. Por eso, Jesús le dice que regale todo lo que tiene, a fin buscar a Dios sin estar atado a nada en el mundo (a lo largo de la historia, muchos grupos religiosos -como los valdenses, los franciscanos y muchos otros más- tomaron este pasaje al pie de la letra, lo que no es malo en sí mismo, mientras se pretenda seguir a Cristo de corazón, pero sí si se toma como un requisito imprescindible, porque ciertamente no lo es). Finalmente, el hombre decide no hacerlo, tú también tienes esta opción.

Veamos el segundo:
"Jesús iba por el camino hacia Jerusalén cuando alguien le dijo:
-Te seguiré a dondequiera que vayas.
-Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos -le respondió Jesús-, pero el Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza.
A otro le dijo:
-Sígueme.
-Señor -le contestó-, primero déjame ir a enterrar a mi padre.
-Deja que los muertos entierren a sus propios muertos, pero tú ve y proclama el reino de Dios -le replicó Jesús-.
Otro afirmó:
-Te seguiré, Señor; pero primero déjame despedirme de mi familia.
Jesús le respondió:
-Nadie que mire hacia atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios".
(Lucas 9:57-62)

Un texto un tanto complicado, ¿verdad? Las tres personas que hablan con Jesús en el camino representan otra de las actitudes que podemos tener frente al llamado de Cristo.
El primero de los hombres parece estar dispuesto a todo por seguir a Cristo, por esto es que Jesús le dice: "Ten en cuenta el costo antes de afirmar que me seguirías a donde sea". Muchas veces la vida cristiana no es fácil. Implica, por ejemplo, decir "no" cuando todos dicen "sí". Incluye, simplemente por amor a Dios, hacer cosas que no tenemos ganas de hacer o que no nos gustan, y dejar de hacer cosas que sí nos atraen. Dios no pretende engañar al hombre, no busca venderle una cosa por otra. "Jesús es la verdad" (Juan 14:6), por lo tanto jamás mentirá. No te dirá parte de la verdad, sino que te golpeará con ella en su totalidad. Solamente cuando seas plenamente consciente de ella podrás determinar si quieres seguirlo, o no.
El segundo caso parece un poco más complicado. Las palabras de Jesús suenan indiferentes, incluso crueles. Sin embargo, esto es así sólo si se malinterpreta lo que dice el hombre. Puede ser que el padre del hombre verdaderamente estaba muerto, como que no. En ese caso, el hombre sólo estaba diciendo: "quiero quedarme con mi padre hasta que él muera, entonces te seguiré". O sea, "déjame hacer un poco mi vida, que ya tendré tiempo de seguirte después". Pero Cristo simplemente dice "sígueme". El apóstol Pablo le escribió a los Corintios: "Éste es el momento propicio de Dios; ¡hoy es el día de salvación!" (2º Corintios 6:2b). Ahora es cuándo, no mañana, no después, ahora. La decisión es tuya.
El tercero plantea otra cuestión: "quiero seguirte, pero sin perder nada mientras lo hago. Quiero estar contigo, pero seguir viviendo como lo hacía". Jesús sólo dice: "sígueme". No puedes hacer un surco derecho en la tierra si no miras hacia adelante. Pablo dijo: "Una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está adelante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús" (Filipenses 3:13-14). Seguir a Cristo implica fijar los ojos en Él, el autor de nuestra salvación, y dejar atrás el pasado. No seas como la mujer de Lot (Génesis 19:1-29), no tengas en mayor estima lo que debes dejar que aquello que puedes alcanzar por hacerlo. Tú decides.

Veamos, ahora, el tercero:
"Pasando por la orilla del lago de Galilea, Jesús vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban la red al lago, pues eran pescadores. 'Vengan, síganme -les dijo Jesús-, y los haré pescadores de hombres'. Al momento dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante vio a Jacobo y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en su barca remendando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con Jesús".
(Marcos 1:16-20)

Este ejemplo es aún más impactante que los otros dos. Jesús simplemente dice -otra vez- "sígueme" y estos cuatro hombres lo hacen al instante. No se detienen a cuestionar nada. No miden costos y beneficios. No piensan en lo que dejan atrás. Simplemente deciden acompañar a Cristo. A ellos Jesús les dirá un tiempo después: "Dichosos los ojos que ven lo que ustedes ven. Les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, pero no lo vieron; y oír lo que ustedes oyen, pero no lo oyeron" (Lucas 9:23-24). También tienes tú esta opción.

"Hoy te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. Hoy te ordeno que ames al Señor tu Dios, que andes en sus caminos, y que cumplas sus mandamientos, preceptos y leyes. Así vivirás y te multiplicarás, y el Señor tu Dios te bendecirá en la tierra de la que vas a tomar posesión.
Pero si tu corazón se rebela y no obedeces, sino que te desvías para adorar y servir a otros dioses, te advierto hoy que serás destruido sin remedio. No vivirás mucho tiempo en el territorio que vas a poseer luego de cruzar el río Jordán.
Hoy pongo el cielo y la tierra de testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes. Ama al Señor tu Dios, obedécelo y sé fiel a Él, porque de Él depende tu vida, y por Él vivirás mucho tiempo en el territorio que juró dar a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob".
(Deuteronomio 30:15-20)

La decisión está ahí, ante ti. "Elige, pues, la vida".

Sin embargo, había prometido que te hablaría acerca de cómo mirar sólo hacia adelante. Tengo algo que decir al respecto. Una de las personas que más quiero en el mundo siempre me recuerda lo siguiente (gracias Flor): "Para vivir de 'gloria en gloria' (2º Corintios 1:18) es imprescindible soltar -dejar ir- la gloria pasada, esto es, para poder abrazar la nueva" (esto no significa olvidar, que implica la negación del haber sido, sino simplemente no tener el pasado -o el presente- como algo a lo que aferrarse). Creo que no podría ser más cierto.

Dios siempre quiere llevarte a nuevos horizontes: "Si cumples con lo que te mando -tú sabes qué es lo que te manda a ti-, a la vista de todo tu pueblo haré maravillas que ante ninguna nación del mundo han sido realizadas. El pueblo en medio del cual vives verá las imponentes obras del Señor, porque será cosa tremenda la que Yo haré contigo" (Éxodo 34:10-11). Dios quiere verte crecer, llenarte de sabiduría, ungirte con su Santo Espíritu. No se lo impidas. Aquello que tanto amas, que crees que tanto te costó y que no quieres dejar por nada en el mundo, te lo dio Él. Si te pide que se lo entregues, es porque tiene algo mejor para ti, no dudes en hacerlo. Tienes el ejemplo de Abraham, de Job, de Pablo y de tantas personas que te rodean y que decidieron comprometerse con Cristo de corazón.

Te dejo solo ahora, es tiempo de que tomes una decisión. No la retrases, tarde o temprano deberás responder. Sólo espero que escojas bien.
No puedo evitar ser subjetivo en este punto, porque en realidad -parafraseando un poco al evangelista- "te escribo para que creas" (Lucas 1:4). Ten en cuenta lo siguiente: "Yo sé los planes que tengo para ti -dice el Señor-, planes para tu bienestar y no para tu mal, a fin de darte un futuro lleno de esperanza. Me hallarás cuando me busques, si me buscas de corazón" (Jeremías 29:11,13). Adiós, amigo/a. Hasta la próxima.

Gracias, Señor, por tu Palabra. Te pido que obre con poder en quien la lea, como lo hizo en mí. En tu nombre, amén.

junio 14, 2005

Cuando la tarea parece muy grande

"Jesús estaba reunido con sus discípulos, y era tanta la gente que iba y venía, que ni siquiera tenían tiempo para comer. Por eso, les dijo:
-Vengan conmigo ustedes solos a un lugar tranquilo y descansen un poco.
Así que se fueron solos en la barca a un lugar solitario, apartado. Pero muchos que los vieron salir, los reconocieron y, desde los poblados, corrieron por tierra hasta allá y llegaron antes que ellos. Cuando Jesús desembarcó y vio tanta gente, tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Así que comenzó a enseñarles muchas cosas.
Cuando ya se hizo tarde, se le acercaron sus discípulos y le dijeron:
-Éste es un lugar apartado y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vayan a los campos y pueblos cercanos y se compren algo de comer.
-Denles ustedes mismos de comer –contestó Jesús.
-¡Eso costaría el salario de ocho meses de trabajo! –objetaron- ¿Quieres que vayamos y gastemos todo ese dinero en pan para darles de comer?
-¿Cuántos panes tienen ustedes? –preguntó-. Vayan a ver.
Después de averiguarlo, le dijeron:
-Cinco, y dos pescados.
Entonces, les mandó que hicieran que la gente se sentara por grupos sobre la hierba verde. Así que todos se acomodaron en grupos de cien y de cincuenta. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, los bendijo. Luego partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los repartieran a la gente. También repartió los dos pescados entre todos. Comieron todos hasta quedar satisfechos, y los discípulos recogieron doce canastas llenas de pedazos de pan y de pescado. Los que comieron fueron cinco mil".
(Marcos 6:31-44)

Historia más que conocida, ¿no? Creo, sin embargo, que tiene muchas cosas para decirnos. Como siempre, vamos a verla por partes:

Jesús está reunido con sus discípulos. Ellos acaban de volver de una tarea que Él mismo les había encomendado: ir de pueblo en pueblo, predicando y realizando milagros entre la gente, para que se arrepienta y crea (Marcos 6:7-13) -más o menos lo que nosotros debemos hacer hoy, al margen-. Imagino que ellos se mueren de ganas de hablar con Él, de contarle lo que vivieron, todo lo que pudieron hacer en su nombre. Están muy cansados, pero tan ansiosos, que ni siquiera se detienen a comer. Además, muchas personas que los siguieron para conocer a este Cristo que les habían predicado, no paran de ir y venir. Entonces, Jesús les dice: "tranquilos, vamos a un lugar apartado donde podamos comer y conversar en paz". "Bárbaro", dicen ellos. Se embarcan y se disponen a ir a un monte alejado.
Sin embargo, no toman en cuenta la necesidad de Dios que esta gente tiene -la misma que tienen hoy quienes no lo conocen-. La Palabra nos dice que ellos, al reconocerlos, "corrieron por tierra hacia donde se dirigían y llegaron antes que ellos". Wow. Los discípulos estaban demasiado cansados como para navegar en contra del viento, así que deben haberlo hecho a favor de él, ¡y la gente le ganó al viento!
Jesús, al ver esta escena, es movido a misericordia. Ve a la multitud como un grupo de "ovejas sin pastor", ve su necesidad de alimento espiritual, de esa agua que termina para siempre con la sed (Juan 4:14), y deja de lado su persona, su cansancio, sus ganas de escuchar a sus discípulos y de estar tranquilo, y va hacia ellos. Será por eso que Él es "el buen pastor, que da su vida por las ovejas" (Juan 10:11).
Comienza, entonces, a enseñarles. El tiempo pasa, los minutos se hacen horas, y comienza a oscurecer.
-Jesús, ya está anocheciendo y la gente tiene hambre, ¿por qué no los mandas a su casa? -le dice uno de sus discípulos-. Mañana seguimos.
Él mira, desconcertado. No entiende cuál es el problema en lo que le están planteando, así que simplemente dice: "¿y por qué no les dan ustedes de comer?".
Me imagino la cara de estupefacción de sus seguidores: se habrán dado vuelta, mirado la multitud y pensado: "este nos está cargando, ¿qué le pasa? ¿cómo pretende que nosotros alimentemos cinco mil personas? ¿no tiene idea de lo que habla?". Seguramente ellos mismos ya habían pasado hambre muchas veces: los impuestos romanos, la familia que crece. Para muchos de ellos siempre había sido difícil llevar la comida a la mesa, ¿cómo Jesús, entonces, plantea una locura semejante?
-Tendríamos que trabajar casi un año para poder pagar comida para todos estos -dice uno indicando con un poco de desprecio a la multitud que observa expectante.
Jesús, otra vez, los mira. Esta vez son ellos quienes parecen "ovejas sin pastor".
Ahora, me pregunto, ¿cuántas veces nos pasa lo mismo a nosotros? Vemos la tarea por hacer, inmensa, inconmensurable. Entonces, nos miramos a nosotros mismos; luego, a la tarea nuevamente. Una y otra vez, como para buscarle la vuelta. "No hay caso -decimos-, es como querer vaciar el mar con un gotero".
Ahí es donde entra Cristo, que nos dice: No te preocupes, dime, "¿qué es lo que tienes?". Casi con vergüenza, respondemos "casi nada: cinco panes, y dos pescados" (o "tan sólo una vara" como le responde Moisés al Señor en los capítulos tres y cuatro del libro de Éxodo). Entonces, es cuando se obra el milagro. Sólo cuando le rendimos a Cristo lo que tenemos, por poco que sea. Él toma nuestra ofrenda, por insignificante que parezca, y hace lo imposible: cinco panes y dos pescados alimentan una multitud, una vara se transforma en serpiente, un mar es vaciado con un gotero.
La gente se divide en grupos, Jesús bendice la comida, la reparten y todos comen hasta saciarse. Pero, tú que estás leyendo, espera, todavía hay algo más:
-Vayan a buscar lo que sobró -dice Jesús.
"¿Qué?", se preguntan los discípulos. Jamás habían imaginado que alcanzaría para todos, muchos menos, que sobraría algo. Sin embargo, a esta altura, no están para cuestionar nada. Así que lo hacen, y recogen doce canastas llenas. Ahora bien, el milagro no es sólo que la tarea fue cumplida, tampoco que nadie fue dejado afuera, ni siquiera que hubo más de lo necesario; el milagro es que los discípulos, luego de dar lo poco que tenían, ¡terminan teniendo más que al principio!
¡Gloria a Dios porque en nuestra vida ocurre de la misma manera! No sólo lo poco alcanza para mucho, sino que además, deja de ser poco por su obra. Wow, ¡qué tremendo!

Te animo a que te decidas a ofrecerle a Dios todo lo que tienes: en sus manos, eso puede cambiar el mundo. Déjate de excusas, sé adulto y enfrenta lo que Dios puso frente a ti. En su nombre podrás hacerlo.

Señor, mil gracias por tu Palabra. Gracias porque está tan viva. No importa cuánto conozca un pasaje, igual sigue hablándome con frescura. Gracias. Toma lo poco que tengo, multiplícalo para la gloria de tu nombre. Amén.

junio 08, 2005

A los pies de la cruz

Hoy quiero hablarte de una de las actitudes más comunes en el hombre: la autosuficiencia.

"Jesús iba caminando en medio de una gran multitud. Había entre la gente una mujer que hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho a manos de varios médicos, y se había gastado todo lo que tenía sin que le hubiera servido de nada, pues en vez de mejorar, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús, se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto. Pensaba: 'Si logro tocar siquiera su ropa, quedaré sana'. Al instante cesó su hemorragia, y se dio cuenta de que su cuerpo había quedado libre de esa aflicción". (Marcos 5:24-29)

Hay algo que llama mi atención en este pasaje, y es que la mujer busca a Cristo sólo después de "haber sufrido a manos de varios médicos y de haberse gastado todo lo que tenía, para nada". No antes. No durante. Sólo después. Únicamente luego de hacer todo lo humanamente posible, buscó a Dios. ¿Por qué? ¿Por qué, una y otra vez, nosotros hacemos lo mismo? ¿Por qué no aprendemos a llevar de entrada nuestros problemas y preocupaciones a los pies de la cruz? ¿Por qué lo hacemos solamente cuando no parece quedar otra opción? "¿Es que todavía no entendemos?" (Marcos 8:17) "¿Es que todavía no tenemos fe?" (Marcos 4:40) ¿Por qué?

Dios nos promete que "siempre nos acompañará, que nunca nos dejará ni nos abandonará" (Deuteronomio 31:6). Diariamente nos da pruebas de eso. Sin embargo, confiamos en nosotros mismos antes que en Él. ¿Qué ganamos con ello? "Sufrir mucho a manos de otros". No hay necesidad de que esto sea así. "Él sabe los planes que tiene para nosotros, planes para nuestro bienestar y no para nuestro mal, a fin de darnos un futuro lleno de esperanza" (Jeremías 29:11). Confiemos, entonces, en Él.

Es mucho más sencillo acudir a Cristo cuando algo malo nos pasa y dejar todo en sus manos, que querer solucionarlo nosotros mismos. Lo más seguro es que terminemos complicándolo más, que no logremos arreglar nada y acabemos lastimándonos a nosotros o a quienes amamos en el intento. Es más importante fijar los ojos en Cristo que en el viento, para que no nos hundamos (Mateo 14:22-33).

Con esto no pretendo decir que no nos hagamos cargo de nuestras vidas, ya que creo firmemente que debemos "orar como si todo dependiera de Dios, pero hacer como si todo dependiera de nosotros". Quizás allí se encuentra el desafío: en tener la capacidad de hacer ambas cosas. ¿Te animas? ¿Te atreves a intentarlo conmigo? Dios bendiga tu vida.

Gracias, Señor, por tu Palabra. Enséñame a buscarte siempre. Quiero depender siempre de ti. En el nombre de Jesús, amén.