"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

julio 26, 2005

Ser libre (parte II)

La semana pasada te hablé de lo que significaba ser libre en Cristo. Hoy te hablaré de algunas condiciones que esta libertad presenta. Después no podrás decir que nadie te avisó. Dios te bendiga.

Para resumirte muy brevemente el escrito anterior: "El creyente es libre en cuanto que en Cristo ha recibido el poder de vivir ya en la intimidad del Padre, sin verse impedido por (ser esclavo de) los lazos del pecado, de la muerte y de la ley (de Moisés)" (León Roy, Vocabulario de teología bíblica, Ed. Herder).


Primero, cabe aclarar que tu libertad (así como tus derechos) acaba donde comienza la de tu prójimo. ¿Cómo es esto?

Dejaré que sea el apóstol Pablo quien te lo explique (hay veces en que, queriendo aclarar, sólo oscurecemos). Él habla sólo de la comida y el día de reposo, pero -a conciencia- puede extenderse a cualquier cosa:
"Reciban al que es débil en la fe, pero no para entrar en discusiones. A algunos su fe les permite comer de todo, pero hay quienes son débiles en la fe, y sólo comen verduras. El que come de todo no debe menospreciar al que no come ciertas cosas, y el que no come de todo no debe condenar al que lo hace, pues Dios lo ha aceptado.
Hay quien considera que un día tiene más importancia que otro, pero hay quien considera iguales todos los días. Cada uno debe estar firme en sus propias opiniones. El que le da importancia especial a cierto día, lo hace para el Señor. El que come de todo, come para el Señor, y lo demuestra dándole gracias a Dios; y el que no come, para el Señor se abstiene, y también da gracias a Dios. Así que cada uno de nosotros tendrá que dar cuentas de sí a Dios.
Por tanto, dejemos de juzgarnos unos a otros. Más bien, propónganse no poner tropiezos ni obstáculos al hermano. Yo, de mi parte, estoy plenamente convencido en el Señor Jesús de que no hay nada impuro en sí mismo. Si algo es impuro, lo es solamente para quien así lo considera. Ahora bien, si tu hermano se angustia por causa de lo que comes, ya no te comportas con amor. No destruyas, por causa de la comida, al hermano por quien Cristo murió. En una palabra, no den lugar a que se hable mal del bien que ustedes practican, porque el reino de Dios no es cuestión de comidas o bebidas sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo. El que de esta manera sirve a Cristo, agrada a Dios y es aprobado por sus semejantes.
Por lo tanto, esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación. No destruyas la obra de Dios por causa de la comida. Todo alimento es puro; lo malo es hacer tropezar a otros por lo que uno come. Más vale no comer carne ni beber vino, ni hacer nada que haga caer a tu hermano.
Así que la convicción que tengas tú al respecto, mantenla como algo entre Dios y tú. Dichoso aquel a quien su conciencia no lo acusa por lo que hace. Pero el que tiene dudas en cuanto a lo que come, se condena; porque no lo hace por convicción. Y todo lo que no se hace por convicción es pecado".
(Romanos 14:1-3,5-6,12-23)

El texto habla por sí mismo, saca tus propias conclusiones.


Segundo, puedes hacer lo que quieras, nadie te lo impedirá, pero sé inteligente: elige sólo lo mejor.

"Todo está permitido", pero no todo es provechoso. "Todo está permitido", pero no todo es constructivo". (1º Corintios 10:23)

En Cristo, "todo te está permitido". Sin embargo, esto no significa que todo te convenga, que todo te edifique; porque no es así. Por ejemplo, puedes pasarte la vida pensando cómo vengarte de aquel que te lastimó, o cómo estafar a alguien, o cómo tener relaciones sexuales con cuanta persona se te cruce; o, como Pablo recomienda, puedes pensar en "todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; todo lo que tiene alguna virtud, todo lo que es digno de alabanza" (Filipenses 4:8). De esa manera, puedes elegir (hacer ejercicio de tu libertad) "amoldarte al mundo actual, o ser transformado mediante la renovación de tu mente. De esta manera, podrás comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta" (Romanos 12:2). Tienes la libertad de escoger.

"Todas las cosas me están permitidas", pero no todas son para mi bien. "Todas las cosas me están permitidas", pero no dejaré que nada me domine". (1º Corintios 6:12)

En Cristo, "todas las cosas te están permitidas". Sin embargo, estas cosas nunca deben dejar de eso: cosas. En el momento en que un medio se transforme para ti en un fin en sí mismo, estás perdido. Del mismo modo en que ocurre con la ley ("el día de reposo se hizo para el hombre, y no el hombre para el día de reposo" (Marcos 2:27), ocurre con la creación divina: Dios hizo las cosas para que el hombre disfrutara de ellas, no para que viva para ellas. En el instante en que la cosa tome el lugar de Dios en tu vida, te ha dominado. Dios es Señor, no tu pareja, no tu trabajo, no tu estudio, no tu familia, no tus cosas, no tu pecado. Sólo Dios es Dios: "Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos" (Romanos 14:7-8). Tú decides, que para eso eres libre.

Ahora bien, ¿qué pasa si eliges mal?
"Si habiendo escapado de la contaminación del mundo por haber conocido a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, vuelves a enredarte en ella y eres vencido, terminas en peores condiciones que al principio. Más te hubiera valido no conocer el camino de la justicia, que abandonarlo después de haber conocido el santo mandamiento que se te dio. En ese caso sucedería lo que acertadamente afirman estos proverbios: "El perro vuelve a su vómito", y "la puerca lavada, a revolcarse en el lodo". (2º Pedro 2:20-22)

¿Y si eliges bien?
"Ésta es la voluntad de Dios: que, practicando el bien, hagan callar la ignorancia de los insensatos. Eso es actuar como personas libres que no utilizan su libertad como pretexto para hacer el mal, sino que viven como siervos de Dios". (1º Pedro 2:15-16)


Tercero, utiliza tu libertad con responsabilidad. Este punto está relacionado con el último versículo. Libertad no es sinónimo de libertinaje.

"Les hablo así, hermanos, porque ustedes han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones. Más bien sírvanse unos a otros con amor. En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Pero si siguen mordiéndose y devorándose, tengan cuidado, no sea que acaben por destruirse unos a otros.
Así que les digo: Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque ésta desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren. Pero si los guía el Espíritu, no están bajo la ley.
Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien: inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.
En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Los que son de Cristo Jesús han crucificado la naturaleza pecaminosa, con sus pasiones y deseos. Si el Espíritu nos da vida
-y libertad-, andemos guiados por el Espíritu". (Gálatas 5:13-26)


Al principio te dije que ya no podrías decir que nadie te había avisado. Por si no te quedó claro:
"Dice el Señor: Hoy pongo al cielo y a la tierra por testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes.
Ama al Señor tu Dios, obedécelo y sé fiel a Él, porque de Él depende tu vida, y por Él vivirás mucho tiempo en el territorio que juró dar a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob".
(Deuteronomio 30:19-20)

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a no valerme de mi libertad para hacer el mal, para no lastimar a los demás al ejercerla, para elegir siempre lo mejor. Sé que soy responsable de las veces que escogí bien, y de las que escogí mal. Confío en tu amor y misericordia para cubrir mis errores con tu gracia, y en tu justicia para premiar mis aciertos. Líbrame del mal, muéstrame la senda del bien. Gracias. En el nombre de Jesús, amén.

julio 20, 2005

Ser libre (parte I)

Cuando comencé esta página tomé un versículo como lema: "Y conocerás la verdad, y la verdad te hará libre". Éstas son palabras de Jesús relatadas en el evangelio según Juan, capítulo 8, versículo 32. Hoy quiero explicarte lo que significa ser libre en Cristo. La semana que viene te hablaré acerca de algunas condiciones que esta libertad tiene, pero hoy me limitaré a aclararte en qué consiste.

"Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo; y en Él, que es la cabeza de todo poder y autoridad, ustedes han recibido esa plenitud. Además, en Él fueron circuncidados, no por mano humana sino con la circuncisión que consiste en despojarse del cuerpo pecaminoso. Esta circuncisión la efectuó Cristo. Ustedes la recibieron al ser sepultados con Él en el bautismo. En Él también fueron resucitados mediante la fe en el poder de Dios, quien lo resucitó de entre los muertos.
Antes de recibir esa circuncisión, ustedes estaban muertos en sus pecados. Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz".
(Colosenses 2:9-14)

Primero quiero hacer una aclaración: "el bautismo no consiste en la limpieza del cuerpo, sino en el compromiso de tener una buena conciencia delante de Dios" (1º Pedro 3:21). Es decir, lo que te limpia no es el agua sino la determinación de comprometerte con Cristo, de "vivir de una manera digna del llamamiento que recibiste" (Efesios 4:1).

Terminada la aclaración, seguimos. Cristo, a través de su sacrificio, nos liberó de la naturaleza pecaminosa (la tendencia a pecar) y nos regaló la resurrección de los muertos a través del perdón de pecados. Al "anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley" de Moisés, nos libró de su cumplimiento.

El libro de Romanos, del 5:12 al 8:4 (te recomiendo leerlo), dice básicamente lo siguiente: Antes de la ley de Moisés no estaba delimitado qué era pecado. "Por ejemplo, nunca habría sabido yo lo que es codiciar si la ley no hubiera dicho: 'No codicies'" (Romanos 7:7b). En consecuencia, la función de la ley fue señalar el pecado. La ley, como tal, no era mala en sí misma, "pero el pecado, aprovechando la oportunidad que le proporcionó el mandamiento, despertó en mí toda clase de codicia. Porque aparte de la ley el pecado está muerto. En otro tiempo yo tenía vida aparte de la ley; pero cuando vino el mandamiento, cobró vida el pecado y yo morí" (Romanos 7:8-9). Sin embargo, "por medio de Cristo la ley del Espíritu de vida me libró de la ley del pecado y de la muerte. En efecto, la ley no pudo librarme porque la naturaleza pecaminosa anuló su poder; por eso Dios envió a su propio Hijo en condición semejante a nuestra condición de pecadores, para que se ofreciera en sacrificio por el pecado. Así condenó Dios al pecado en la naturaleza humana, a fin de que las justas demandas de la ley se cumplieran en nosotros, que no vivimos según la naturaleza pecaminosa sino según el Espíritu" (Romanos 8:1-4). Es decir, Cristo pagó las exigencias de la ley por nosotros, por lo que nosotros ya no estamos bajo la ley de Moisés, sino bajo la "ley del Espíritu". Y esta ley me da libertad, "porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2º Corintios 3:17).

Ahora bien, voy a sincerarme. Decidí escribir acerca de la libertad porque me encontré con una realidad que me entristeció mucho. Hace unas semanas visité la página de una iglesia en Chile. La sección donde detallaban su doctrina se dividía en dos partes: una donde intentan explicar la identidad de Dios (algunos puntos cuestionables, pero nada grave) y otra que habla de la santidad, en esta última es donde hallé el problema. El pastor que escribe la sección dice: "El testimonio externo, que se inicia en lo interno, es básicamente lo que atrae a las almas hacia el Señor Jesucristo". Ahora bien, haciendo la aclaración de que no es el testimonio personal sino la acción del Espíritu lo que atrae a alguien a Dios, no estaría del todo mal. Lo terrible es que el pastor no se está refiriendo al comportamiento, sino que a continuación comienza a detallar cómo debe ser la apariencia externa de un creyente (cabello, tinturas, tatuajes, vestimenta, bijouterie, maquillaje, depilación). Si no fuera trágico, sería cómico. ¿Por qué?

Te daré un ejemplo: comienza diciendo "'no cortaréis en redondo/no haréis tonsura (peladura en forma de coronilla) en vuestras cabezas' (Levítico 19:27). No son nada nuevo muchos de los cortes de cabello que están de moda hoy. Extraños, delirantes, agresivos, etc. Ya existían en los días antiguos, eran propios de ciertas prácticas paganas o inmorales. Muchos de los cortes que identifican a la juventud son promovidos por entidades homosexuales o sectas peligrosas, por eso Dios advierte a su pueblo instándoles a mostrarse diferentes". En este sentido, adoctrinan acerca de cómo no debe llevarse el cabello, pero (y esto es increíble) ni siquiera citan el versículo entero, que dice "no se corten el cabello en redondo ni se despunten la barba". ¿Qué significa? Que no debes rasurarte la barba. Sin embargo, desde el pastor hasta los ministros de alabanza presentan una afeitada perfecta. Esto es hipocresía.

Quiero aclarar que no pretendo ensañarme con esta iglesia en particular. No critico a sus pastores o a sus miembros, sino a su doctrina, a su pensamiento.

Santiago 2:10-13 dice:
"El que cumple con toda la ley pero falla en un solo punto ya es culpable de haberla quebrantado toda. Pues el que dijo: 'No cometas adulterio', también dijo: 'No mates'. Si no cometes adulterio, pero matas, ya has violado la ley.
Hablen y pórtense como quienes han de ser juzgados por la ley que nos da libertad, porque habrá un juicio sin compasión para el que actúe sin compasión. ¡La compasión triunfa en el juicio!".


De nada te sirve cumplir parte de la ley, si no la cumples toda, porque al infringirla en un punto, ya eres culpable de todos. La tradición, y no la enseñanza de Cristo, lleva a respetar algunos puntos y no otros, porque parecen viejos o desactualizados. Sin embargo, esto es como mínimo ingenuo: o respetas todos, como si estuvieras bajo la ley de Moisés, o no sigues ninguno sólo porque sí, sino porque la ley del Espíritu te lo indica (ya te explicaré qué significa eso).

"Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes en la libertad con la que Cristo nos libertó y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud.
Escuchen bien: yo, Pablo, les digo que si se hacen circuncidar, Cristo no les servirá de nada. De nuevo declaro que todo el que se hace circuncidar está obligado a practicar toda la ley. Aquellos de entre ustedes que tratan de ser justificados por la ley, han roto con Cristo; han caído de la gracia. Nosotros, en cambio, por obra del Espíritu y mediante la fe, aguardamos con ansias la justicia que es nuestra esperanza. En Cristo Jesús de nada vale estar o no estar circuncidados; lo que vale es la fe que actúa mediante el amor"
. (Gálatas 5:1-6)

La circuncisión era sólo un punto de la ley, como el no cortar en redondo el cabello. La doctrina de esta iglesia chilena fue sólo un ejemplo. De nada sirve querer cumplir la ley, sencillamente porque significa "romper con Cristo, caer de la gracia".

Colosenses 2:20-23 dice:
"Si con Cristo ustedes ya han muerto a los principios de este mundo, ¿por qué, como si todavía pertenecieran al mundo, se someten a preceptos tales como: 'No tomes en tus manos, no pruebes, no toques'? Estos preceptos, basados en reglas y enseñanzas humanas, se refieren a cosas que van a desaparecer con el uso. Tienen sin duda apariencia de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa".

El apóstol Pablo afirma en su carta a los colosenses que los preceptos del tipo cultural pasan con el tiempo ("desaparecen con el uso"). ¿Por qué entonces se pretende cumplir con una ley que fue dada a una cultura distinta hace miles de años? Puede parecer sabio, sacrificial, pero no sirve de nada. ¿Por qué? Porque una ley escrita no sirve de nada, es la ley del corazón la que determina.

Jeremías 31:33 dice: "Éste es el pacto que haré con el pueblo de Israel, afirma el Señor: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo".

¿Por qué pondrá Dios la ley dentro del hombre y no fuera de Él? Porque es la única forma de que la cumpla verdaderamente. La ley del Espíritu no se impone desde afuera, sino desde adentro. De nada sirve que un papel establezca "esto está mal" si internamente el hombre no entiende -no cree- que en efecto esté mal, porque entonces no lo cumplirá. Será como los fariseos o los maestros de la ley, a los que Jesús les dijo:
"Ustedes los fariseos limpian el vaso y el plato por fuera, pero por dentro están llenos de codicia y de maldad. ¡Necios! ¿Acaso el que hizo lo de afuera no hizo también lo de adentro? Den más bien a los pobres de lo que está dentro, y así todo quedará limpio para ustedes.
¡Ay de ustedes, fariseos!, que dan la décima parte de la menta, de la ruda y de toda clase de legumbres, pero descuidan la justicia y el amor de Dios. Debían haber practicado esto, sin dejar de hacer aquello.
¡Ay de ustedes, fariseos!, que se mueren por los primeros puestos en las sinagogas y los saludos en las plazas.
¡Ay de ustedes!, que son como tumbas sin lápida, sobre las que anda la gente sin darse cuenta.
Uno de los expertos en la ley le respondió: 'Maestro, al hablar así nos insultas también a nosotros'.
Contestó Jesús: '¡Ay de ustedes también, expertos en la ley! Abruman a los demás con cargas que apenas se pueden soportar, pero ustedes mismos no levantan ni un dedo para ayudarlos'"
. (Lucas 11:39-46)

¿Cuál es, entonces, la ley que vale, la ley del Espíritu? Jesús lo explicó así: "En todo trata a los demás tal y como quieres que ellos los traten a ti. De hecho, esto es la ley y los profetas" (Mateo 7:12). Y: "Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a éste: Ama a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas" (Mateo 22:37-40). Además, hay un tercero: "Dijo Jesús: este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros" (Juan 13:34-35).

Luego, el apóstol Pablo se encargó de explicar estos mandamientos en sus cartas. Sin embargo, no debe olvidarse que cada una de ellas fue escrita para una comunidad determinada, en un tiempo determinado, con una serie de problemas determinados. Es por esto que se encuentran algunas diferencias entre sus distintas cartas. Esto debe tomarse en consideración a la hora de interpretar sus escritos.

El apóstol Pedro también dirá: "Mantengan entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación" (1º Pedro 2:12).

Eres libre en Cristo. Tu vida debe estar regida por esas tres leyes del Espíritu, aquellas que Cristo gravó a fuego en tu corazón. Cualquier otra cosa que intente obligarte coercitivamente (por la fuerza) a respetar determinados preceptos, no viene de Dios. Nadie puede juzgarte a ti por su conciencia. Pablo dice: "¿Por qué se ha de juzgar mi libertad de acuerdo a la conciencia ajena? Si con gratitud participo de la comida, ¿me van a condenar por comer algo por lo cual doy gracias a Dios? En conclusión, ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios" (1º Corintios 10:29-31). El apóstol aclarará esta idea en otra de sus cartas: "Así que la convicción que tengas al respecto, mantenla como algo entre Dios y tú. Dichoso aquel a quien su conciencia no lo acusa por lo que hace. Pero el que tiene dudas en cuanto a lo que hace, se condena; porque no lo hace por convicción. Y todo lo que no se hace por convicción es pecado" (Romanos 14:22-23).

Con esta libertad, viene la responsabilidad. Jean Paul Sartre, el mayor representante del existencialismo francés, Premio Nóvel de Literatura, afirmó: "El hombre está condenado a ser libre. Condenado porque no se ha creado a sí mismo y sin embargo es libre. Porque una vez que ha sido arrojado al mundo es responsable de todo lo que hace" (El existencialismo es un humanismo).
La libertad implica responsabilidad por las decisiones tomadas (de eso te hablaré la semana que viene).

Para cerrar, te dejo con una frase de José Luis Sicre, un teólogo español: "Formar a un discípulo no es cuestión de enseñarle ideas abstractas, ni normas de conducta. Lo importante no es que renuncie al dinero, aprenda a perdonar, o valore a la gente más sencilla. Todo esto puede entrarle por un oído y salirle por el otro. Pero si el discípulo tiene siempre delante la imagen de Jesús, que se entrega hasta la muerte, que renuncia por completo a sí mismo, y termina triunfando, entonces consigue fuerzas para poner en práctica todo lo que le pida, por mucho que le cueste" (El cuadrante).

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque la verdad me hace libre. No permitas que nunca coarte la libertad de otro. Gracias por tu Espíritu, que me guía a la verdad. En el nombre de Jesús, amén.

julio 13, 2005

Ser responsable

Siempre culpamos a otro por nuestros errores. Es más fácil. No es agradable responsabilizarse de los propios defectos, de los fracasos personales. Señalar a otro es más sencillo. No se siente bien la vergüenza, la decepción. Es más simple lavarse las manos, delegarle la carga a otro.

¿Por qué? Porque sí. Porque así somos, porque así fuimos siempre.

"Entonces Eva vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a Adán, su esposo, y también él comió. En ese momento se les abrieron los ojos, y tomaron conciencia de su desnudez. Por eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera.
Cuando el día comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la mujer que Dios andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera. Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo:
-¿Dónde estás?
El hombre contestó:
-Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí.
-¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? -le preguntó Dios-. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer?
Él respondió:
-La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí.
Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer:
-¿Qué es lo que has hecho?
-La serpiente me engañó, y comí -contestó ella".
(Génesis 3:6-12)

"Yo no fui, fue ella, la mujer que Tú me diste". No fue Adán, fue Eva. No, no fue Eva, fue Dios. "Yo no fui, fue la serpiente". No, no fue Dios, definitivamente fue la serpiente. ¿Fue la serpiente? ¿O fue Adán? ¿o fue Eva?

Pareciera que desligar la responsabilidad a otro nos libera, pero ¿lo hace? ¿Por qué, entonces, Adán y Eva se escondieron? ¿Por qué, entonces, nosotros nos escodemos tras excusas?

Vengo encontrándome una y otra vez con las mismas excusas en muchos de los mails que me llegan (ya me pondré al día, de verdad que lo intento): "Dios me está probando", "el diablo me está tentando"*. Es como si éstas fueran justificaciones para pecar, para decir "no está tan mal, porque yo hago lo que puedo", "es más fuerte que yo, no es mi culpa". Sin embargo, el problema no pasa por lo externo, sino por dentro de cada uno.

"Jesús dijo: Escúchenme todos y entiendan esto: Nada de lo que viene de afuera puede contaminar a una persona. Más bien, lo que sale de la persona es lo que la contamina. ¿No se dan cuenta de que nada de lo que entra en una persona puede contaminarla? Porque no entra en su corazón sino en su estómago, y después va a dar a la letrina (con esto Jesús declaraba limpios todos los alimentos).
Luego añadió:
-Lo que sale de la persona es lo que la contamina. Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona".
(Marcos 7:14-23)

Jesús utiliza la comida para explicar una realidad espiritual. El pecado no se encuentra en la prueba o en la tentación, sino en la decisión de pecar. En este sentido, no es Dios quien prueba al hombre, o el diablo quien lo tienta, sino que es el hombre quien cede, quien cae, quien accede. Es decir, la responsabilidad no está en Dios o en el diablo, sino en el hombre.

"Que nadie, al ser tentado, diga: 'Es Dios quien me tienta'. Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta Él a nadie. Todo lo contrario, cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte". (Santiago 1:13-15)

¿Qué significa? Dios no busca que nadie peque (a diferencia del diablo), sino que cada uno es atraído a partir de sus propios malos deseos a hacer lo malo. Una vez que lo hace, aparece el pecado, que finalmente lleva a la muerte (espiritual). Es decir, el deseo de pecar surge desde el hombre mismo Él quiere hacerlo, él desea hacerlo. Sólo que no quiere ser responsable por ello. Entonces, aparece el "yo no fui, fue ella, o fuiste Tú, o fue la serpiente, pero yo no".

¿Qué quiero decirte? No culpes a otra persona, o a Dios, o al diablo, de tus errores, de tus fracasos, de tus omisiones. Hazte cargo de tus actos. Tú, y nadie más que tú, decides qué camino seguir. Si eres lo suficientemente maduro como para decidir, también lo eres para responsabilizarte por ello.

Señor, gracias por tu Palabra. Perdóname por 'evitar el bulto'. Ayúdame a elegir siempre lo mejor. Te necesito. En el nombre de Jesús, amén.

*Nota aclaratoria: "Tres actores pueden tomar la iniciativa de la prueba. Dios prueba al hombre para conocer el fondo de su corazón (Deuteronomio 8:2) y para dar la corona de la vida (Santiago 1:12). El hombre intenta también probarse que es ‘como Dios’, pero su tentativa es provocada por una seducción y viene a parar en la muerte (Génesis 3:1-24 y Romanos 7:11). Aquí la prueba se convierte en tentación, y en ella interviene un tercer personaje: el tentador. Así la prueba está ordenada a la vida (Génesis 2:17 y Santiago 1:1-12), mientras que la tentación ‘engendra la muerte’; la prueba es un don de gracia, mientras que la tentación es una invitación al pecado". (Jean Corbon, Vocabulario de teología bíblica, Ed. Herder).

julio 05, 2005

Ver para creer

No sé por qué siempre necesitamos ver. Nos cuesta tanto creer sin haber visto. ¿Cómo puede ser que nos dé tanto trabajo la fe?

Cuando Jesús se aparece a sus discípulos después de resucitado, uno de ellos no se encontraba ahí. Apenas llegó, los demás le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Sin embargo, él sólo respondió: "-Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré" (Juan 20:25).
Nosotros somos igual: debemos ver por nosotros mismos, tocar por nosotros mismos. "Deben ser mis ojos, mis dedos, mis manos; sino, no lo creeré". "No me importa lo que Él haya prometido antes, no me importa lo que Él haya hecho antes, no me importa lo que otros aseguren al respecto. Debo verlo por mí mismo". Suena tonto, ¿verdad? Sin embargo, así somos.

"Una semana más tarde estaban los discípulos de nuevo en la casa, y Tomás estaba con ellos. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró y, poniéndose en medio de ellos, los saludó.
-¡La paz sea con ustedes!
Luego le dijo a Tomás:
-Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe.
-¡Señor mío y Dios mío! -exclamó Tomás.
-Porque me has visto, has creído -le dijo Jesús-; dichosos los que no han visto y sin embargo creen".
(Juan 20:26-29)

Dios, en su grandeza, decidió mostrarle a Tomás lo que quería ver. Ahora bien, ni por un segundo se olvidó de decirle: "No tienes ningún mérito en haber creído, porque me viste, bienaventurado aquel que crea en Mí sin haberme visto".

Saulo, a quien conocemos como el apóstol Pablo, mientras se dedicaba a perseguir a la iglesia, debió quedarse ciego para poder creer (qué paradoja):

"Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas de extradición para las sinagogas de Damasco. Tenía la intención de encontrar y llevarse presos a Jerusalén a todos los que pertenecieran al Camino, fueran hombres o mujeres.
En el viaje sucedió que, al acercarse a Damasco, una luz del cielo relampagueó de repente a su alrededor. Él cayó al suelo y oyó una voz que le decía:
-Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
-¿Quién eres, Señor? -preguntó.
-Yo soy Jesús, a quien tú persigues -le contestó la voz-. Levántate y entra en la ciudad, que allí se te dirá lo que tienes que hacer.
Los hombres que viajaban con Saulo se detuvieron atónitos, porque oían la voz pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, pero cuando abrió los ojos no podía ver, así que lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Estuvo ciego tres días, sin comer ni beber nada".
(Hechos 9:1-9)

Una vez en la ciudad, recobró la vista y fue bautizado. En su caso, debió quedarse ciego para poder ver, para poder creer.

Sin embargo, no quiero detener el análisis en ellos, porque ellos sí pudieron ver. Me interesa analizar a aquellos que no vieron, aquellos que no pueden ver. Aquellos que, si logran creer, serán bienaventurados:

"Condujeron a Jesús al lugar llamado Gólgota (que significa: Lugar de la Calavera). Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero no lo tomó. Y lo crucificaron. Repartieron su ropa, echando suertes para ver qué le tocaría a cada uno.
Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron. Un letrero tenía escrita la causa de su condena: 'El rey de los judíos'. Con Él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban meneaban la cabeza y blasfemaban contra él.
-¡Eh! Tú que destruyes el templo y en tres días lo reconstruyes -decían-, ¡baja de la cruz y sálvate a ti mismo!
De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdotes junto con los maestros de la ley.
-Salvó a otros -decían-, ¡pero no puede salvarse a sí mismo! Que baje ahora de la cruz ese Cristo, el rey de Israel, para que veamos y creamos".
(Marcos 15:22-32)

Los sacerdotes querían ver, al igual que Tomás, al contrario que Pablo. Sin embargo, no vieron. No vieron porque Cristo no se bajó. ¡Gloria a Dios porque no se bajó de esa cruz! Si lo hubiera hecho, si les hubiera permitido ver lo que querían ver, ni ellos se hubieran salvado, ni nadie lo hubiera hecho. En vez de eso, Él les mostró lo que Él quería mostrarles, aquello que ellos no querían ver. Les mostró una oscuridad total por más de cuatro horas, les mostró un velo rajado de arriba abajo, les mostró un camino al Padre. Pero ellos querían su pequeña función privada, su dios a medida. No querían ver al resucitado, no querían escuchar al centurión decir: "¡verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios!" (Marcos 15:39). Ellos simplemente querían ver lo que querían ver. ¿Qué importa el plan de Dios, infinitamente más grande que ellos? Ellos querían ver. Ver para creer, como si eso pudiera alcanzarles.

"Señor, yo quiero verte", decimos. Parecemos los sacerdotes que crucificaron a Cristo. ¿Por qué? Porque queremos ver al dios que nos interesa, porque queremos ver lo que nos interesa de Dios. No queremos ver a Dios, no queremos ver lo que Él quiere mostrarnos. Siempre nuestros planes son mejores, más grandes, más importantes que los de Él. ¡Qué triste!

Es difícil ver cuando no se quiere. ¿Cómo dice el refrán? "No hay más ciego que aquel que no quiere ver". Es difícil ver al océano frente a nosotros si sólo prestamos atención a un pequeño caracol a un paso de nuestros pies, esperando ver que se mueva.

Los planes de Dios siempre son más grandes. Las visiones de Dios, más espectaculares. Nosotros queremos ver cómo se libra de los clavos, mientras Él quiere que veamos cómo se libra de la muerte, cómo nos libra de la muerte.

Te propongo que hoy tomes otra decisión: Sigue pidiéndole a Dios que te permita ver lo que tú quieres ver, o déjalo que te muestre lo que Él quiere que veas.

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a ver aquello que Tú me quieres mostrar. Sé que será infinitamente más grande que la mayor de mis expectativas. Sé que me sorprenderás, como siempre lo haces. En el nombre de Jesús, amén".