"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

agosto 30, 2005

En el momento propicio

Sinceramente, hoy no fue uno de mis mejores días. ¿Por qué te lo cuento? No porque creo que te importe; otra es la causa que motiva esta confesión: las circunstancias no son lo que importa. Seguro que hay momentos buenos y momentos malos. Siempre hay situaciones mejores que otras. Sin embargo, todo lo que tenemos es el presente. No podemos vivir del pasado, porque sencillamente ya dejó de ser. De la misma manera, tampoco podemos vivir de la expectativa del futuro, porque no sabemos qué será de él.

¿Digo con esto que no hay tener memoria o proyectos, sueños? Para nada. La memoria es imprescindible para no volver a cometer los errores pasados. El recuerdo de aquello que se adoleció (sufrió) hace que se valore lo alcanzado. Los proyectos y sueños son los que nos mantienen vivos. La esperanza, la fe en el mañana, es la que provee la fuerza para comenzar cada día.

Ahora bien, lo real, lo concreto, es el ahora. Simplemente, porque es lo único que podemos cambiar, modificar. El ejercicio de la libertad nos da esta capacidad.

¿A dónde voy? La semana pasada me llegó un mail que decía lo siguiente: "Hola, Jonathan. Es bonito lo que haces. Ojalá crezca. Yo estoy alejado de Dios, pero sé que tarde o temprano volveré a su lado. Cuando esté feliz, alguna vez, con lo que haya logrado hacer de mi existencia".

Es en respuesta a este mail (como a otros similares) que hoy escribo.

Si estás en este lugar -ya sea porque aún no has decidido seguir a Cristo, o porque no terminas de llevarlo a la práctica-, déjame decirte que el tiempo para hacerlo es hoy. No porque a mí se me ocurra o porque crea que es lo mejor; sino porque sencillamente "ahora" es todo lo que tienes con certeza. No sabes qué pasara dentro de un año, o un mes, o mañana, o en tan sólo media hora.

Cristo ya murió por ti, para pagar tu pecado. La gracia (el regalo inmerecido de salvación) ya está a tu alcance, ya te ha sido ofrecida. Es tiempo de que dejes de ser el dios de tu vida y dejes que Dios lo sea. Es tiempo de que dejes de pretender ser el dueño de tu destino y dejes que sea Dios quien transforme tu vida -y el mundo- de acuerdo a su voluntad. Ya no te tardes, es hora de rendirte ante Él. Te ruego que lo hagas, no desperdicies su gracia.

"Dios dice: 'En el momento propicio te escuché, y en el día de salvación te ayudé'. Te digo que éste es el momento propicio de Dios; ¡hoy es el día de salvación!". (2º Corintios 6:2)

Mientras vivas como a ti te parece estarás alejado de Dios. Sin embargo, "a través de Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados. Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él". Por esto es que "en el nombre de Cristo te ruego que te reconcilies con Dios hoy" (2º Corintios 5:19-21).

El momento para acercarte a Dios es ahora, no hay ni habrá uno mejor. Mientras más te tardes, más te lamentarás cuando finalmente decidas hacerlo. Dios es paciente y te esperará siempre. Ni Él quiere ni nadie puede forzarte a nada. Sin embargo, lo cierto es que el tiempo transcurrido no vuelve atrás. Los años que pierdas lejos de Dios no podrás recuperarlos. Por eso, te ruego que no te tardes. Reconcíliate hoy con Dios. Sencillamente sé sincero con Él. Háblale, dile lo que te pasa. Cuáles son tus miedos y tus sueños. Dile que lo necesitas a Él, porque solo no puedes. "Acércate a Dios, y Él se acercará a ti" (Santiago 4:8). Búscalo de corazón y Él te responderá (Jeremías 33:3).

Si no lo conoces aún, hazlo. Si te has alejado, es hora de que vuelvas. Él siempre es fiel; los inconstantes somos nosotros.

Te ruego que te reconcilies con Dios hoy.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por ser siempre fiel. Gracias porque siempre me esperas. No dejes que pierda más tiempo, no quiero tardarme más en seguirte con todo mi ser. En el nombre de Jesús, amén.

agosto 23, 2005

Aquello que Dios ve, cuando nosotros vemos otra cosa

Hace unos días, un chico me escribió un mail que decía lo siguiente:
"Hola, hermano. Mira, mi viejo murió de cáncer el 30 de abril pasado, a los 68 años de edad. Era un gran ser humano, todos lo querían y era tan tierno que le tenía lástima a todo el mundo. Él quería vivir al menos dos años más, pero el cáncer se lo llevó de la manera más sanguinaria y cruel en sólo 20 días. Era un ser humano espectacular. Yo te pregunto una cosa: ¿Por qué Dios hizo eso?".

Por supuesto, no tuve ni tengo la respuesta a esa pregunta. No soy Dios, ni pretendo serlo. Apenas lo conozco un poco, y no entiendo la mayoría de las cosas que la Biblia dice acerca de Él. Dios es infinitamente más grande, poderoso y sabio que yo. Aunque lo intentara toda mi vida, jamás podría comprender por qué hace o permite las cosas que hace y permite. Sólo sé que Él ve desde una perspectiva incalculablemente más grande que yo. Por eso dice la Escritura: “Los pensamientos de Dios no son mis pensamientos, ni sus caminos mis caminos. Así como el cielo es más alto que la tierra, sus caminos son más altos que mis caminos, y sus pensamientos más que mis pensamientos” (Isaías 55:8-9).

Quiero hablarte de este tema hoy: La enorme diferencia que entre lo que nosotros vemos y lo que Dios ve.

Te daré un ejemplo que escuché de un gran maestro (¡gracias Vilmar!), una de las personas más sabias que conozco (no porque tenga mucho conocimiento -que de hecho lo tiene-, sino porque es la que conozco que más veces se atreve a decir "no sé"):

"En la mano derecha del que estaba sentado en el trono vi un rollo escrito por ambos lados y sellado con siete sellos. También vi a un ángel poderoso que proclamaba a gran voz: '¿Quién es digno de romper los sellos y de abrir el rollo?'. Pero ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra, hubo nadie capaz de abrirlo ni de examinar su contenido. Y lloraba yo mucho porque no se había encontrado a nadie que fuera digno de abrir el rollo ni de examinar su contenido. Uno de los ancianos me dijo: '¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos'.
Entonces vi, en medio de los cuatro seres vivientes y del trono y los ancianos, a un Cordero que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Se acercó y recibió el rollo de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios. Y entonaban este nuevo cántico: 'Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra'"
(Apocalipsis 5:1-10).

No pretendo explicar el texto en sí. El género, como su nombre bien lo indica, es apocalíptico, por ende, está plagado de simbolismos. Sin embargo, sí quiero dirigir tu atención hacia un punto:
El ángel pregunta quién tendrá el suficiente poder para romper los sellos y abrir el rollo. El apóstol Juan, quien tuvo la visión y escribió este libro, dice que no había absolutamente nadie capaz de hacerlo. Entonces, uno de los ancianos (para el caso, no importa a quiénes representan) afirma: "el León de Judá podrá abrirlo". Aquí viene la parte increíble: A Juan le hablan de un animal fuerte, feroz, del "rey de la selva", por lo que busca encontrarse con algo semejante. Sin embargo, él sólo ve un cordero sacrificado. Dudo que la imagen del animal todo ensangrentado haya sido muy agradable.

¿Qué quiero decirte? Donde el hombre sólo ve muerte, destrucción, fracaso; Dios ve vida, salvación, victoria. El hombre mira a Cristo clavado en la cruz y piensa: "pobre tipo, murió ahí sólo. Al final, después de todos esos milagros y enseñanzas, terminó fracasando". Dios, en cambio, ve a la muerte devorada por la victoria, ve a Jesús resucitando, triunfando frente a lo imposible (1º Corintios 15:54-57).

Muchas veces el hombre mira el mundo, o a su vida, y no entiende, sencillamente no entiende. Sé que a mí me pasa, y no creo ser el único. ¡Si tan sólo pudiésemos alcanzar a percibir por un momento cómo ve Dios todo lo que ocurre! , quizás... No, creo que sería aún peor, no seríamos capaces de enfrentar la realidad tan crudamente.

Quienes apedrearon a Esteban, pensaron que estaban destruyéndolo a él y a aquello que él creía. Sin embargo, en ese mismo momento Dios le estaba mostrando su gloria: "Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios: -¡Veo el cielo abierto -exclamó-, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios!" (Hechos 7:55-56). Cualquiera que lo hubiese visto caer bajo la fuerza de las piedras cubiertas de odio, habría pensado que había fracasado, que era sólo otro soñador más que moría sin sentido. Sin embargo, Dios le mostró a Esteban que en realidad su vida no se estaba acabando en ese momento, y que ya nadie podría arrebatarle la victoria.

Como te dije: cuando Dios mira, no ve lo mismo que nosotros vemos. Pregúntale a Job. No tenemos forma de explicar o entender todo lo que ocurre en el mundo, pero sí podemos confiar en que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien" (Romanos 8:28).

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a entender que las cosas no son siempre como yo quiero, o como creo que deberían ser. Sé que Tú ves todo el bosque, mientras que yo sólo puedo ver una pequeña gota en una hoja de un árbol. Enséñame a aceptar tu voluntad como lo mejor para mí, aunque no lo comprenda o no me parezca así. Sé que eso es lo que quieres de mí, sólo que me cuesta mucho. En el nombre de Jesús, amén.

agosto 16, 2005

El comienzo no es lo importante

Hoy sencillamente quiero decirte que "aunque tu principio haya sido pequeño, tu futuro será muy grande" (Job 8:7). Porque "Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos. También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse" (1º Corintios 1:27-29).

Alguien te dijo que no eres nadie, que no vales la pena, que nunca harás nada bien. Tristemente, le creíste. "No mereces que te quieran", te habrán dicho con desprecio. "Eres una basura, no cuentas". Internalizaste estas palabras, las hiciste propias. De alguna manera, lograste que el espejo te mostrara la imagen que otro dijo que tenía de ti. Ya no te amas a ti mismo, te consideras feo, malvado, despreciable, olvidado.

Nunca nadie te dijo que te amaba. Nunca nadie te abrazó porque sí, sin pedir nada a cambio, sin esperar nada de ti. Nunca nadie te dijo que eras imprescindible para su vida. Nunca nadie te besó como si se le fuera la vida en ello.

Hoy, después de tanto tiempo, no esperas que eso cambie. Te acostumbraste a quedar al margen, separado del resto. Piensas que te lo mereces. No importa lo que yo te diga, nunca me creerás. Soy sólo alguien que habla al viento y sus palabras se pierden, como lágrimas en la lluvia, como sombras en la noche.

Por eso, no te pido que me escuches, ni que me prestes atención. Nada de lo que diga verdaderamente importa. No soy yo quien marca la diferencia.

Sin embargo, sí te pido, entonces, que escuches a quien tiene la autoridad y la misericordia suficientes como para acercarse a ti y decirte que, pese a todo lo que los demás -y hasta tú mismo- creen de ti, te ama. Por si no te habías percatado, te estoy hablando de Dios.

Te cuento una historia:
Un importante rey sufre una rebelión a manos de nadie menos que su propio hijo, a quien amaba entrañablemente. Luego de varios días de huída, se presenta la oportunidad para terminar con la insurrección. Sus consejeros le piden que no vaya a la batalla, porque su vida vale demasiado. Él accede, pero rogándoles a sus soldados que no le quiten la vida a su hijo.
Finalmente, el enfrentamiento se lleva a cabo y el hijo del rey queda a merced de su general, quien pese a la orden que le habían dado, lo asesina sin piedad.
Entonces, el mensajero real, "Ajimaz, hijo de Sadoc, le propuso al general:
-Déjame ir corriendo para avisarle al rey que el Señor lo ha librado del poder de sus enemigos.
-No le llevarás esta noticia hoy -le respondió el general-. Podrás hacerlo en otra ocasión, pero no hoy, pues ha muerto el hijo del rey.
Entonces el general se dirigió a otro soldado y le ordenó:
-Ve tú y dile al rey lo que has visto.
Él se inclinó ante el general y salió corriendo"
(2º Samuel 18:19-21).

La tarea que el rey le había encomendado a Ajimaz era la de llevarle los mensajes importantes. Su vida giraba en torno a esa responsabilidad. En un momento, algo terrible pasa, algo que el rey quería y necesitaba saber. Su hora había llegado, era el momento de hacer aquello para lo que había nacido. Sin embargo, "no será hoy -le dicen-. Irá otro en tu lugar, no sea cosa que hagas todo mal, como siempre. Tú quédate donde estás, en tu rincón oscuro, que es lo que te mereces. Deja que los hombres importantes hagan las cosas importantes, tú sólo lo estropearías. ¡No pudiste haber creído que el rey confiaba en ti! Vete, no sirves para nada".

En ese momento, Ajimaz tiene dos opciones: se cree lo que dicen de él, se olvida de las palabras del rey cuando le dijo que confiaba en él, que sabía que haría lo indicado en el momento preciso, y no lleva la noticia; o, pese a todas las circunstancias adversas, a las palabras de desprecio y desaliento de los demás, cree las palabras de su señor y corre hacia él con el mensaje. ¿Qué hubieras hecho tú?

"Entonces, Ajimaz, hijo de Sadoc, insistió:
-Pase lo que pase, déjame correr con el otro soldado.
-Pero muchacho -respondió el general-, ¿para qué quieres ir? ¡Ni pienses que te van a dar una recompensa por la noticia!
-Pase lo que pase, quiero ir.
-Anda, pues.
Ajimaz salió corriendo por la llanura y se adelantó al otro al soldado"
(2º Samuel 18:21-23).

No importa las mentiras que te digan, si el Rey te pide algo es porque confía en ti. Él sabe que tienes lo que se necesita, ¡porque Él lo puso ahí! No importa cuán tarde empieces a correr, llegarás a justo tiempo. Porque "aunque tu principio haya sido pequeño, tu futuro será muy grande".

La sociedad te dice que eres nadie. Dios te dice que eres su hijo amado.
La sociedad te dice que no vales anda. Dios te dice que vales la sangre de Cristo.
La sociedad te dice que no cuentas. Dios te dice que quiere usarte para cambiar el mundo.

"Tú, que antes ni siquiera eran alguien, ahora eres parte del pueblo de Dios; tú, que antes no habías recibido misericordia, ahora ya la has recibido. Eres parte del linaje escogido, del real sacerdocio, de la nación santa, del pueblo que pertenece a Dios. ¿Para qué? Para que proclames las obras maravillosas de aquel que te llamó de las tinieblas a su luz admirable, para que -como extranjero y peregrino en este mundo- te apartes de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida y para que mantengas entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque te acusen de hacer el mal, ellos observen tus buenas obras y glorifiquen a Dios en el día de la salvación" (1º Pedro 2:9-12).

No vuelvas a creer que no eres nadie. Eres todo para Dios. Él te ama tanto que dio a su Hijo por ti, para que si crees en Él no te pierdas, sino que tengas vida eterna (Juan 3:16).

No vuelvas a creer que otros merecen que Dios los ame, pero tú no. Nadie lo merece, Él nos ama por gracia, que precisamente significa "regalo inmerecido". Nos ama a todos por igual, porque fuimos hechos por Él para hacer el bien (Efesios 2:10).

No vuelvas a creer que a nadie le importas. ¡Tienes a Dios pendiente de lo que haces! ¡Cristo mismo está golpeando la puerta de tu corazón, para que te decidas a compartirle tu vida (Apocalipsis 3:20)!

No vuelvas a quedarte quieto con esta verdad que te da libertad. Dios te hizo parte de su pueblo por una razón: que lleves la buena nueva de salvación, ¡que Dios te sacó de la oscuridad del pecado y te llevó a la incomparable luz de su verdad! Por lo tanto, compórtate de tal manera que incluso cuando te critiquen no puedan evitar alabar a Dios al ver lo que hizo en tu vida (1º Corintios 9:16).

No vuelvas a creer que es tarde. Nunca lo es. No es cuestión de edad, pregúntale sino a Caleb (Josué 14 y 15), a Abraham (Génesis 15 y 17), o a Simeón (Lucas 2:25-35). Tampoco es cuestión de lo que hiciste en el pasado, pregúntale sino a Saulo/Pablo (Hechos 9:1-31), o a David (2º Samuel 11 y 12). Para Dios no hay imposibles. En sus manos, tu vida puede cambiar el mundo, pregúntale sino a Martin Luther King, a Martín Lutero, o la madre Teresa de Calcuta.

Ya tienes la promesa de Dios. Ahora sólo falta que le creas. El cumplimento no depende de Él, sino de ti. El día que conociste a Dios (ya sea hace muchos años u hoy mismo), Él te dijo: "Mira el pacto que hago contigo: A la vista de todo tu pueblo haré maravillas que ante ninguna nación del mundo han sido realizadas. El pueblo en medio del cual vives verá las imponentes obras que yo, el Señor, haré por ti. Por lo que a ti toca, cumple con lo que hoy te mando" (Éxodo 34:10-11). Tú sabes qué es lo que te pidió. Sino, lee la Biblia, que no te hará daño.

Dios te bendiga.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque no importa lo que la sociedad diga de mí, Tú me amas de cualquier forma. Gracias por amarme pese a mí mismo. Gracias porque nunca es tarde para seguirte. En el nombre de Jesús, amén".

agosto 09, 2005

Tiende tu cama

El texto de hoy será breve, pero trataré de que sea consistente también.

El libro de Hechos de los Apóstoles, capítulo 9, versículos del 32 al 35, dice:
"Pedro, que estaba recorriendo toda la región, fue también a visitar a los santos que vivían en Lida. Allí encontró a un paralítico llamado Eneas, que llevaba ocho años en cama. 'Eneas -le dijo Pedro-, Jesucristo te sana. Levántate y tiende tu cama'. Y al instante se levantó. Todos los que vivían en Lida y en Sarón lo vieron, y se convirtieron al Señor".

Me llaman la atención las palabras de Pedro al sanar a Eneas. "Tiende tu cama", le dice. ¿Qué significa esto? ¿para qué iba a tender una cama que ya no necesitaría?

Se me ocurren un par de cosas, quizás a ti se te ocurran algunas más inteligentes (te invito a compartirlas en los comentarios): Si Eneas se levantara y comenzara a caminar por la ciudad, probablemente algunos lo reconocerían, pero seguramente no todos, sino que simplemente creerían que es un extranjero de paso; no asociarían a esa persona con la que estaba hace ocho años en cama. Sin embargo, si lo vieran tendiendo su cama, ¿quién lo dudaría? ¿Te imaginas a Eneas en la puerta de su casa, sacudiendo las sábanas, llendo a buscar agua al pozo para lavarlas (sé que las mujeres y los esclavos eran quienes hacían estas cosas, pero la realidad concreta no quita la verdad espiritual detrás de ella)? ¿Puedes ver la cara de asombro de sus vecinos? Dice la Palabra: "Todos los que vivían en Lida y en Sarón lo vieron, y se convirtieron al Señor". Todos.

Otra idea que se me ocurre es que arreglar su cama puede simbolizar su testimonio. Con ese acto Eneas estaba diciendo: "Gracias a Cristo, ya no necesito que nadie haga esto por mí, Él me dio la libertad para hacerlo por mí mismo, es gracias a Él que ya no ocupo ese lugar". Con ese acto, él estaba otorgándole a Dios precisamente el lugar que le corresponde: el de Dios y Señor, el de aquel que tiene el poder para transformar vidas.

Ese es precisamente el sentido más profundo que le encuentro al pasaje: Cuando Dios entra a tu vida, la revoluciona. Él no pretende que todo siga igual. Él sencillamente no ocupará un lugar confortable y dejará lo demás librado al azar. El Dios que creó el universo es un Dios infinito, no uno que puede ubicarse en la mesita de luz y manejarse a discreción. "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2º Corintios 5:17). Dios busca transformar tu vida (a través de la acción del Espíritu) cada vez más a su semejanza (2º Corintios 3:18). No puedes recibir al Espíritu Santo y seguir viviendo como cuando no lo tenías. Su sola presencia te instará a cambiar, a mejorarte, superarte, a entregarte más a Dios.

"Tiende tu cama", en este sentido, significa "ordena tu vida". Tu pasado no puede y no debe condicionar tu presente o futuro. Si estás dispuesto, Dios marcará un quiebre en tu vida, un punto desde el cual nada será igual. El proceso es difícil, largo y dura toda la vida. Hay momentos complicados y hay otros placenteros. Lo importante es fijar los ojos en Cristo y seguir hacia la meta, como decía el apóstol Pablo (Filipenses 3:12-14). Tienes la promesa de que no estarás solo en el camino, sino que Él siempre estará a tu lado, a tu alrededor, dentro tuyo (Mateo 28:20).

No vivas tu vida como si Él no existiera. Cristo pagó caro por ella.

No seas esclavo de tu vida pasada. Cristo te libró de ella.

No vivas en Él una vida sin Él. Sólo encontrarás frustración y desgano.

No vivas para ti, sino para Él, y Cristo se hará una realidad tangible en tu vida.

Vive, entonces, de tal forma que tu vida sea un factor de cambio en la vida de los que te rodean, de tal forma que el accionar de Cristo se evidencie en tu vivir.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque siempre me hablas. No necesitas mucho, apenas unas palabras, y puedes transformar vidas. Gracias por transformar la mía. En nombre de tu hijo Jesús, amén.

agosto 02, 2005

¿Tienes algo de comer?

Dios quiere pasar tiempo contigo. A lo largo de la Biblia encontrarás decenas de expresiones como esta: "estaré contigo dondequiera que vayas" (Josué 1:9b).

Quiero mostrarte una que llamó mucho mi atención. Jesús ya había resucitado. Se había aparecido a las mujeres y a dos de sus seguidores, pero los discípulos todavía no lo creían:
"Todavía estaban ellos hablando acerca de esto, cuando Jesús mismo se puso en medio de ellos y les dijo:
-Paz a ustedes.
Aterrorizados, creyeron que veían a un espíritu.
-¿Por qué se asustan tanto? -les preguntó-. ¿Por qué les vienen dudas? Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acababan de creerlo a causa de la alegría y del asombro, les preguntó:
-¿Tienen aquí algo de comer?
Le dieron un pedazo de pescado asado, así que lo tomó y se lo comió delante de ellos. Luego les dijo:
-Cuando todavía estaba yo con ustedes, les decía que tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras.
-Esto es lo que está escrito -les explicó-: que el Cristo padecerá y resucitará al tercer día, y en su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas. Ahora voy a enviarles lo que ha prometido mi Padre
(el Espíritu Santo); pero ustedes quédense en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto.
Después los llevó Jesús hasta Betania; allí alzó las manos y los bendijo. Sucedió que, mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, entonces, lo adoraron y luego regresaron a Jerusalén con gran alegría. Y estaban continuamente en el templo, alabando a Dios".
(Lucas 24:36-53)

Me encanta un detalle en medio del relato, casi pasa desapercibido por la magnificencia del hecho: Jesús come con ellos. ¿Qué necesidad tenía? ¿Acaso tenía hambre? No lo creo. Entonces, ¿por qué lo hace? Porque la mesa común crea entre los comensales una comunidad de existencia. Quien come contigo (sobre todo en la cultura judía del siglo I) es alguien que se iguala a ti. Es una muestra de respeto, de fraternidad y de perdón. Compartir la mesa es compartir la vida. Cristo, ya resucitado, a punto de ser glorificado y de sentarse a la derecha del Padre, ¡se detiene para comer contigo! Es el rey que se sienta a la mesa del campesino y crea con él una unidad. Cristo, con esta acción, hace carne sus últimas palabras, relatadas en el evangelio de Mateo: "Les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20b).

No importa quién seas, o qué hayas hecho, Jesús siempre quiere comer contigo.

Te daré un ejemplo. Un recaudador de impuestos era la persona más odiada por el pueblo judío, estaba al nivel de un ladrón o un asesino. Sin embargo, mira lo que ocurrió:
"Estaba Jesús caminando cuando se fijó en un recaudador de impuestos llamado Leví, sentado a la mesa donde cobraba.
-Sígueme -le dijo Jesús.
Y Leví se levantó, lo dejó todo y lo siguió.
Luego, Leví le ofreció a Jesús un gran banquete en su casa, y había allí un grupo numeroso de recaudadores de impuestos y otras personas que estaban comiendo con ellos
. (Lucas 5:27-29)

A Jesús no le importa lo que la gente piense de ti, porque "no son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos" (Lucas 5:31). Para que te des una idea: este Leví de quien habla el relato es Mateo, el escritor del evangelio. Porque "Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos. También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse" (1º Corintios 1:27-29).

Dice Jesús en Apocalipsis, capítulo 3, versículo 20:
"Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo".

Si escuchas su llamado, ábrele la puerta, para que entre y cene contigo. Quizás no estés dispuesto a darle un banquete con tu vida, como lo hizo Leví, pero al menos permítele que entre a comer.

No te olvides jamás de que Él está a tu lado. Nunca estará tan ocupado o apurado para dejarte de lado. Siempre tendrá tiempo para detenerse y acompañarte. No te sientas solo, porque nunca lo estarás.

“Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. "Las últimas palabras de Jesús en el evangelio de Mateo me habían traído a la memoria el misterio de ese libro. En él estaba Jesús presente, hasta el fin del mundo, hecho tinta y papel, letra muerta y espíritu vivo" (José Luis Sicre, El Cuadrante, Ed. Verbo Divino).

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque tengo la seguridad de que estarás conmigo siempre. Ayúdame a no olvidarlo. Quiero cenar otra vez -mil veces más- contigo. En el nombre de Jesús, amén.