"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

septiembre 27, 2005

Una humanidad perfecta (parte II)

La semana pasada te hablé de la necesidad de un cambio en tu vida luego de conocer la verdad, de decidir ser un discípulo de Cristo. "Vivir de una manera digna del llamamiento que has recibido" (Efesios 4:1), lo llamaría el apóstol Pablo.

"Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:22-24). "Porque ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz (el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad) y comprueben lo que agrada al Señor" (Efesios 5:8-10). "Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios, sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento oportuno, porque los días son malos. Por tanto, no sean insensatos, sino entiendan cuál es la voluntad del Señor. No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu" (Efesios 5:15-18).

La semana pasada vimos algunos aspectos prácticos de este cambio de vida, basándonos en la carta de Pablo a los efesios. Hoy continuaremos con ese estudio.

"Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan" (Efesios 4:29).

En tu boca tienes la herramienta idónea para construir una comunidad de fe (iglesia) sana, fuerte y segura de sí misma en Cristo. A su vez, también puedes crear una que sea enferma, débil y temerosa. ¿Cómo es esto? "Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así" (Santiago 3:9-10). Tus palabras tienen el poder, en Cristo, de sanar enfermedades, expulsar demonios y levantar muertos, pero también tienen la potestad de destruir vidas. Puedes alentar a quienes te rodean o sólo criticarlos. Puedes hablar bien de los demás o defenestrarlos. Puedes brindar apoyo y confianza a alguien inseguro o puedes terminar de destruir su autoestima. Puedes hablar acerca de temas que sólo alimenten los deseos de pecar en quienes te escuchan, o de satisfacer la sed del conocimiento de Dios. Puedes conversar acerca del pecado, o de cómo seguir a Cristo. Tus palabras pueden hacer ambas cosas, sólo que como discípulo de Cristo estás llamado a restaurar, restituir, construir, edificar. Aprende a bendecir con tus labios, o deja de hablar. Es preferible que te quedes callado a que destruyas. Piensa en lo que dirás antes de decirlo, piensa en quién te escucha antes de hablar, en cómo le afectará lo que digas (personalmente, esto me cuesta muchísimo). Sé responsable de tus palabras: "eres para siempre esclavo de lo que dices y amo de los que callas".

"No agravien/entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención" (Efesios 4:30).

El Espíritu Santo es Dios mismo dentro tuyo, por obra de Jesús, el hijo de Dios. Según Él, el Espíritu Santo nos "guiará a la verdad" (Juan 16:13) y nos "consolará" (Juan 15:26) -no pretendo hacer un estudio acerca del Espíritu Santo hoy, será en otra oportunidad-. Él es la "garantía del cumplimiento de las promesas de Dios" (1º Corintios 5:5-7, 2º Corintios 1:21-22, Efesios 1:13-14), por ende, no seamos tontos, "no apaguemos al Espíritu" (1º Tesalonicenses 5:19). Cada vez que pecamos voluntariamente y no nos arrepentimos, dañamos nuestra comunión (relación de familiaridad) con Dios: eso es lo que entristece al Espíritu Santo, que nos alejemos de Dios. No hay una actitud más estúpida que pudiéramos tener, y sin embargo la tenemos a diario. Tratemos de vivir conscientemente lo más cerca de Dios que podamos y confiemos en su gracia para suplir nuestras faltas, sabiendo que el Espíritu de Dios se regocija de la voluntad de agradar a Dios (más allá de los fracasos ocasionales).

"Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo" (Efesios 4:31-32).

La medida para establecer la actitud frente a los demás es clara: hacer como Cristo hizo con nosotros. Amar como Él nos amó, perdonar como Él nos perdonó. Si tuviéramos esto en mente constantemente, muchas veces en vez de enojarnos con alguien, nos entristeceríamos por su actitud. Cristo no veía las acciones de los hombres sino sus fundamentos, sus intenciones. Muchas veces nos enojamos cuando alguien no hace las cosas como nosotros queremos, o porque nos hizo algo que no nos gustó o nos lastimó. Si pudiéramos desarrollar tan sólo un poco la capacidad que Dios nos dio para mirar como Cristo mira, podríamos tener hacia los demás una actitud como la que Él tuvo al ver a Jerusalén (Mateo 23:37-39): en vez de enojarse por su incredulidad, se entristeció por su pecado. La amargura, la ira y el enojo, los gritos y los insultos, sólo destruyen. La bondad, la compasión y el perdón mutuo son las cualidades que construyen una comunidad plena. Debemos aprender a anteponer el amor de Cristo a nuestras necesidades egoístas.

"Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios" (Efesios 5:1-2).

No queda mucho para aclarar aquí. ¿Cuál es la forma de "llegar a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo" (Efesios 4:13)? Imitando a Dios, que nos amó tanto, como para mandar a su Hijo a morir y pagar por nuestras faltas. El hombre perfecto es aquel que es igual a Cristo. A eso es a lo que un discípulo suyo debe aspirar, para eso debe vivir. En eso, se nos va la vida. Sin embargo, no debemos desanimarnos cuando fracasamos, sino sólo levantarnos y seguir adelante, como dijo Pablo: "No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús" (Filipenses 3:12-14). No pienses en tus fracasos pasados, no permitas que te condicionen, sino déjalos atrás y extiéndete hacia adelante, esforzándote por alcanzar aquello para lo que fuiste llamado. Dios estará contigo.

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a vivir esto que escribo, porque sólo no puedo. Ayúdame a crecer en el conocimiento de Cristo. A quienes lean esto, "te pido que les des el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que te conozcan mejor. Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza los has llamado, cuál es la riqueza de tu gloriosa herencia entre los santos, y cuán incomparable es la grandeza de tu poder a favor de los que creemos" (Efesios 1:17-19). En el nombre de Jesús, amén.

septiembre 22, 2005

Una humanidad perfecta (parte I)

Nuestra vida nunca puede ser igual luego de conocer a Cristo. Una vez que tomamos la decisión de seguirlo, de ser sus discípulos, nuestra forma de vida debe cambiar. Debemos comenzar a "vivir de una manera digna del llamamiento que hemos recibido" (Efesios 4:1). ¿Cómo? "Siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esforzándonos por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz" (Efesios 4:2-3). ¿Por qué? Porque "hay un sólo cuerpo y un sólo Espíritu, así como también fuimos llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por sobre todos y por medio de todos y en todos" (Efesios 4:4-6). ¿Para qué? Para que "lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo" (Efesios 4:13), porque "al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como Él" (Efesios 4:15).

El apóstol Pedro lo expresó de la siguiente manera:
"Baste ya el tiempo pasado para hacer lo que agrada a los incrédulos" (1º Pedro 4:3). "No se conformen a los deseos que antes tenían cuando estaban en la ignorancia; sino, como aquel que los llamó es santo, sean también ustedes santos en toda su manera de vivir" (1º Pedro 1:14-15).

Al respecto, Pablo también dice: "No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta" (Romanos 12:2).

¿Por qué te digo que tu vida debe imperiosamente cambiar? Porque "si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2º Corintios 5:17).

Si todo en tu vida es hecho nuevo, entonces, no puede ser igual. ¿Para qué destruir una casa y volver a construirla exactamente igual? ¿No sería infinitamente mejor corregir sus errores, mejorarla?

Cristo no vino al mundo sólo a ofrecerte eternidad a través de Él, también vino a cambiar tu vida. Esto es tan así, que una cosa no puede darse sin la otra.

Al respecto pueden decirse mil cosas y citarse cientos de textos de la Biblia. En esta ocasión, me limitaré a utilizar el libro de Efesios, que en una forma magistral resume toda la cuestión en una oración:

"Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad". (Efesios 4:22-24)

Wow. Ahora bien, ¿qué significa eso? Varias cosas. Veamos algunas que Pablo presenta a continuación (la semana que viene veremos otras más):

"Dejando la mentira, hable cada uno a su prójimo con la verdad, porque todos somos miembros de un mismo cuerpo" (Efesios 4:25).

¿Entiendes la razón? Imagina que tus ojos le mintieran a tu cerebro cuando cruzas la calle, diciéndole que no se acerca ningún auto, sólo para que un camión te atropelle en el mismo momento en que des un paso adelante. Ambos son parte del mismo cuerpo, no pueden engañarse entre sí, porque entonces se dañarían -se destruirían- a sí mismos. Nunca la verdad, así como tampoco la misericordia, deben apartarse de ti. "El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño" (Salmos 34:12-13).

"'Si se enojan, no pequen'. No dejen que el sol se ponga estando aún enojados" (Efesios 4:26).

No está mal que te enojes. Jesús se enojó muchas veces ante la incredulidad y la religiosidad. Sin embargo, no puedes aprovecharte de tu temperamento como una oportunidad para justificar el pecado. Las cosas que haces y dices enojado, por más que no sean tu intención, producen consecuencias en ti y en los demás. Si no quieres lastimar a las personas que amas, ni a ti mismo, cuando te enojes, no peques. Tampoco permanezcas en tu enojo mucho tiempo, sólo te volverás amargado e irritable. Aprende a perdonar, a dejar ir. Por más que tengas razón, por más que el otro no lo merezca, ni lo pida, debes perdonar. El enojo y la falta de perdón sólo te perjudican a ti. En la medida en que el perdón comience a formar una parte cotidiana de tu vida, te volverás más alegre, serás menos rencoroso y podrás confiar más en las personas, incluso en aquellas que te lastimaron. Piensa que Dios no nos perdonó porque lo mereciéramos (nadie lo merece), sino sólo porque nos amó. A eso precisamente estás llamado como discípulo de Cristo, a "amar a los demás como Él te amó a ti" (Juan 14:34), hasta dar su vida por ti.

"No des cabida al diablo" (Efesios 4:27).

El diablo es inteligente. Desde el principio, supo cómo engañar al hombre. Logró que Eva le creyera a él, tomando a Dios por mentiroso, y que lo convenciera a Adán (Génesis 3). En cuanto le das lugar al diablo, él hace aquello que sabe: "robar, matar y destruir" (Juan 10:10). Por eso, no le des cabida, no escuches sus mentiras. Más bien, utiliza tu fe como un escudo contra sus ataques (Efesios 6:16). Sé humilde: "sométete a Dios, resiste al diablo, y él huirá de ti" (Santiago 4:7). Cada centímetro que le das al diablo en tu vida, se lo quitas a Dios. No hagas eso, sólo te hará mal. Recuerda que el nombre de Cristo es sobre todo nombre. Acude a Él cuando sientas que no puedes más. "Por cuanto Él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados" (Hebreos 2:18). Tan sólo busca a Dios.

"El que robaba, que no robe más, sino que trabaje honradamente con las manos para tener qué compartir con los necesitados" (Efesios 4:28).

Es importante que entiendas el valor que tiene el trabajo, porque otorga dignidad y confianza. Debes ganarte el dinero que te sustenta, pero debes hacerlo honradamente. No está bien que tomes coercitivamente (por la fuerza) lo que otro ganó con su esfuerzo. Pablo le dijo a los efesios: "Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros. Con mi ejemplo les he mostrado que es preciso trabajar duro para ayudar a los necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: 'Hay más dicha en dar que en recibir'" (Hechos 20:34-35). Es importante señalar el objetivo del trabajo según el apóstol: no es para satisfacer las propias necesidades o gustos (como se hace hoy en día), sino para ayudar a los necesitados. Debes trabajar, no sólo para mantenerte a ti mismo, sino también para tener con qué ayudar a aquellos que no pueden hacerlo.

Dejémoslo aquí por ahora, la semana que viene veremos algunos más. Lo complicado de estudiar la Palabra de Dios, es que una vez que ya sabes, no tienes excusa, y es tan difícil llevar a la práctica aquello que se aprende (para los judíos de la época de Jesús, conocer y llevar a la práctica eran el mismo concepto, es decir, todavía no se sabe aquello que no se ha llevado a la práctica).

Señor, gracias por tu Palabra. Confío en tu gracia para ayudarme a aplicar a mi vida cada una de estas enseñanzas de Pablo. Sé que es difícil y me cuesta mucho, pero sé que en Ti todo lo puedo. Ayúdame a crecer en este camino, hasta "llegar a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo". En el nombre de Jesús, amén.

septiembre 15, 2005

¿Por qué crees lo que crees?

Esta semana ha sido un tanto complicada, por eso el retraso y la brevedad de este escrito.

Hace unos dos meses, un amigo me preguntó por qué creo en Dios, cuál es el fundamento, el objetivo de mi fe. En su momento, le respondí: "la salvación, la vida eterna, es lo que me motiva". Para ello me basé en 1º Pedro capítulo 1, versículo 9: "la meta de su fe es su salvación".

Sin embargo, luego me di cuenta de que no es por ese motivo que creo. Aunque Dios no hubiera prometido una vida eterna junto a Él, sino solamente la posibilidad de acercarse a Él en esta vida, igual creería. No es que no quiera la salvación, sería estúpido no hacerlo (además de mentira). Lo que digo es que no eso lo que motiva mi fe. El impulso que me lleva a creer es simplemente que es cierto, que es verdad. Una verdad que hace libre. No puedo más que aceptar la verdad, abrazarla, difundirla, luchar por ella. Dios me ama, Jesús murió por mí, yo puedo así llegar a Él. Es verdad y no puedo negar la verdad, no puedo ocultarla, no puedo no creerla. Dios me creó y no soy nada sin Él. Esto es lo que fundamenta mi fe.

Como lo dijo Dietrich Bonhoëfer, un alemán antinazista cristiano que fue ejecutado en 1945: "No se trata de hacer y arriesgarse por cualquier cosa, sino por aquello que es correcto. No se trata de flotar en el ámbito de lo posible, sino de asumir lo real con valor, la libertad no es fugarse hacia las ideas, sólo existe en la acción.
Sal de tus titubeos miedosos a la tormenta del acontecimiento, únicamente sostenido por el mandamiento de Dios y tu fe, y la libertad habrá de recibir tu espíritu dando gritos de júbilo".

Debes encontrar dentro de ti algo que responda esta pregunta: ¿por qué crees en Dios?

"Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto, manteniendo la conciencia limpia" (1º Pedro 3:15-16)

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por el regalo de la salvación en Cristo. Ayúdame a entender que el acto de seguirte debe estar fundamentado en una decisión racional que pueda dar razones de sí misma. Ayúdame a encontrar en Ti esas razones. En el nombre de Jesús, amén.

septiembre 07, 2005

El alimento de cada día

Hace unos años, en una conferencia, tuve la oportunidad de conversar con un peruano que había salido de misionero (esto es, a hablar de Jesús a personas que nunca habían oído acerca de Él) a India. En un momento de la charla, le pregunté: "¿Cómo haces para estar cerca de Dios siempre? Muchas veces, oro y no pasa nada; leo la Biblia, y no pasa nada. ¿Cómo haces?". Me miró y con toda la tranquilidad del mundo me dijo: "la clave es la constancia". Y no dijo nada más.

Quiero ilustrarte esta respuesta: El pueblo judío -guiado por Moisés y Aarón- acababa de salir de Egipto, donde era esclavo, y estaba cruzando el desierto, para llegar a la tierra prometida por Dios. Entonces, pasó lo siguiente:

"Toda la comunidad israelita partió de Elim y llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y el Sinaí. Esto ocurrió a los quince días del mes segundo, contados a partir de su salida de Egipto. Allí, en el desierto, toda la comunidad murmuró contra Moisés y Aarón:
-¡Cómo quisiéramos que el Señor nos hubiera quitado la vida en Egipto! -les decían los israelitas-. Allá nos sentábamos en torno a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. ¡Ustedes han traído nuestra comunidad a este desierto para matarnos de hambre a todos!
Entonces el Señor le dijo a Moisés: 'Voy a hacer que les llueva pan del cielo. El pueblo deberá salir todos los días a recoger su ración diaria. Voy a ponerlos a prueba, para ver si cumplen o no mis instrucciones'.
A la mañana siguiente, una capa de rocío rodeaba el campamento. Al desaparecer el rocío, sobre el desierto quedaron unos copos muy finos, semejantes a la escarcha que cae sobre la tierra. Como los israelitas no sabían lo que era, al verlo se preguntaban unos a otros: '¿Y esto qué es?' Moisés les respondió:
-Es el pan que el Señor les da para comer. Y éstas son las órdenes que el Señor me ha dado: Recoja cada uno de ustedes la cantidad que necesite para toda la familia, calculando dos litros por persona.
Así lo hicieron los israelitas. Algunos recogieron mucho; otros recogieron poco. Pero cuando lo midieron por litros, ni al que recogió mucho le sobraba, ni al que recogió poco le faltaba: cada uno recogió la cantidad necesaria. Entonces Moisés les dijo:
-Nadie debe guardar nada para el día siguiente.
Hubo algunos que no le hicieron caso a Moisés y guardaron algo para el día siguiente, pero lo guardado se llenó de gusanos y comenzó a apestar. Entonces Moisés se enojó contra ellos.
Todas las mañanas cada uno recogía la cantidad que necesitaba, porque se derretía en cuanto calentaba el sol.
Y llamaron al pan 'maná' (en hebreo, significa "¿qué es?"). Era blanco como la semilla de cilantro, y dulce como las tortas con miel".
(Éxodo 16:1-4,13-21,31)

El pueblo judío era esclavo en Egipto. Allí pasaron una tremenda opresión (Éxodo 1 y 5). Dios escucha su clamor y lo libera a través de Moisés y su hermano Aarón. Están caminando en el desierto, hacia la tierra que Dios les había prometido, luego de haber visto muchos milagros que Dios había hecho por ellos (Éxodo del 7 al 14). Sin embargo, comienzan a quejarse. Se olvidan de quién es Dios, no recuerdan lo que acaba de hacer por ellos. Tampoco lo que estaba haciendo por ellos en ese momento (todos los días una columna de nube iba delante de ellos indicándoles el camino y protegiéndoles del sol, y todas las noches una columna de fuego les hacía las veces de guía y les daba calor -Éxodo 13:21-22-). Sin embargo, se quejaron. Igual que yo hago, igual que tú haces, ellos también se quejaron.

Dios, en su misericordia e infinita paciencia, les da lo que piden: "Les lloverá pan del cielo". Ellos no tenían que hacer nada. No tenían que buscar a Dios, Él se acercaba a ellos. Nada que hicieran podía impedir que este regalo llegara, tampoco podían hacer algo para mejorarlo, sencillamente porque no lo merecían, era por pura gracia (regalo inmerecido).

Quiero destacar un par de aspectos que quizás pasan de la largo en la lectura apresurada:

-El maná llovía del cielo todos los días y en sólo 24 horas se pudría. Esto obligaba a los israelitas a depender de Dios. No podían guardar nada, sino que debían confiar en que cada día Dios se apiadara de ellos.

-No importa qué volumen juntara cada uno, siempre era la misma cantidad. Tanto el más fuerte como el más débil, o el más rico como el más pobre, recibían la misma porción. Esto los obligaba a verse iguales.

-El maná debía ser recogido temprano; de no hacerse así, se derretía. Esto les recordaba que Dios debía ser lo primero en sus vidas, si lo postergaban por algo, sencillamente no comían.

-Cada uno debía recoger su propia ración, no podían mandar a alguien que recogiera por los demás. Esto indicaba que la relación con Dios debía ser personal.

-Todo lo que hacían fuera de lo que Dios había mandado (ya sea recoger de más o guardarlo para el día siguiente) era en vano. Esto les señalaba siempre cuál era el mejor camino en sus vidas, y por qué debían seguirlo.

Pasemos, ahora, a aplicarlo a nuestra vida:

-Debes buscar a Dios cada día. No puedes hacerlo cada tanto, una vez al mes, o sólo los domingos en la iglesia. Tu relación con Dios tiene que ser constante, de eso se trata. La Biblia es el maná que nos llovió del cielo. Está ahí, a tu disposición, para que te alimentes de Dios cada día ("No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" -Mateo 4:4-).

-No se trata de cantidad. No es cuestión de que leas doscientas páginas de la Biblia por día o de que ores siete horas. Lo importante está en la actitud de buscar a Dios de corazón y de la mejor manera que puedas. Es una relación constante, porque debes tener presente que cuando haces cualquier cosa, también la haces para Dios ("Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres" -Colosenses 3:23-).

-Dios debe ser la prioridad en tu vida. Si Él no está primero, todo está mal. Cuando lo busques a Él y a sus cosas primero, las demás -esas que quieres y necesitas- sencillamente te serán dadas sin que hagas algo por obtenerlas ("Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas les serán añadidas" -Mateo 6:33-).

-Tu relación con Dios depende de ti, y de nadie más. No puedes pretender que tu sacerdote (ya sea pastor, obispo, cura, presbítero, etc.) lo haga por ti. Tampoco puedes depender de lo que otros (como yo) digan acerca de Dios. Debes buscarlo tú mismo. En la intimidad de tu casa o al aire libre en un parque, donde prefieras; pero debes hacerlo. Dios puede -y por sobre todo quiere- hablarte personalmente. Él no necesita intermediaros. Te prometo que si lo buscas, se te manifestará ("Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes" -Santiago 4:8-).

-No busques hacer otra cosa en vez de buscar a Dios, de seguir a Cristo. Sólo te esforzarás en vano. Puedes perseguir riquezas, un amor, reconocimiento, lo que sea, pero nunca lograrás nada. Aunque lo hagas, sólo será efímero y desaparecerá como hierba en el fuego. Encontrar a Dios es para siempre ("El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" -1º Juan 2:17-).

Por supuesto que todo esto es difícil. A mí me cuesta muchísimo. Soy inconstante y desordenado. Muchas veces sencillamente no tengo ganas de buscar a Dios, pero sé que es lo mejor. El ser humano nunca está completo hasta que conoce a Cristo y logra llenarse del Espíritu Santo. Requiere constancia, esfuerzo y voluntad, pero vale la pena. Por Dios, que vale la pena.

"Dijo Jesús: Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado". (Juan 17:3)

"Gracias, Señor, por tu Palabra. Gracias porque está llena de sabiduría. Ayúdame a serte fiel y a buscarte siempre. Sabes que me cuesta, pero quiero hacerlo. Gracias porque Tú eres "quien produce en mí tanto el querer como el hacer para que se cumpla tu buena voluntad" (Filipenses 2:13). En el nombre de Jesús, amén.