"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

octubre 27, 2005

Sujeción a Dios

Todos los días tomamos cientos de decisiones. Algunas las meditamos antes, otras las hacemos automáticamente: que si estudio tal o cual carrera, que si cambio de trabajo, que si esta chica es buena para mí, que si me compro una camisa celeste o blanca.
En sí, no es importante qué tipo de decisión estés tomando, ya sea una que determine cómo será tu vida en los próximos años o una que sea simplemente circunstancial. Lo importante es que cada decisión que tomes esté basada en la dependencia a Dios.
Con esto no estoy diciendo que debemos hacer ayuno y oración cada vez que, por ejemplo, vamos al supermercado, para descubrir si la voluntad de Dios es que compremos tal o cual marca de detergente. Esto es espiritualizar demasiado las cosas. Nos pasaríamos la vida orando si hiciésemos todo así.
Por supuesto, para tomar las decisiones verdaderamente importantes, sí es necesario separar un tiempo importante de oración para descubrir qué es lo que Dios quiere para nuestras vidas (el pedir consejo en estos casos también es más que recomendado).
Ahora bien, lo importante, como te decía, es que cada paso de tu vida, lo des en dependencia de Dios. Te lo ejemplifico:

"Ahora escuchen esto, ustedes que dicen: 'Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí un año, haremos negocios y ganaremos dinero'. ¡Y eso que ni siquiera saben qué sucederá mañana! ¿Qué es su vida? Ustedes son como la niebla, que aparece por un momento y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: 'Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello'. Pero ahora se jactan en sus fanfarronerías. Toda esta jactancia es mala. Así que comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace". (Santiago 4:13-17)

Estas palabras -bastante duras por cierto- del escritor de esta carta tienen un sentido bastante más profundo del que se ve a primera vista: pareciera ser que dijera "en vez de afirmar que van a hacer algo de tal modo, háganlo de tal otro". Es como si agregar el "si el Señor quiere" hiciera que el plan en sí estuviera bien. Sin embargo, no es acerca de una cuestión formal que el autor escribe, no se refiere a expresarse de una manera determinada, sino que apunta -como dice unas frases antes- a "vivir sometido a Dios" (Santiago 4:7).

Siempre que vayas a tomar una decisión, debes tener en cuenta que desde el momento en que decidiste seguir a Cristo, tu vida ya no te pertenece. Dios es tu Señor. Es por esto que "si Él quiere", harás o dejarás de hacer cualquier cosa. Esto no significa esperar una señal del Cielo cada vez que te propongas hacer algo (porque muchas veces no vendrá), sino tener una relación de intimidad con Dios para conocerlo más y entender qué es lo que quiere y espera de ti. Dios se reveló al hombre a través de la Palabra encarnada (Cristo) y la Palabra escrita (Biblia). En la medida en que conoces a ambos (la Palabra escrita es testimonio de la Palabra encarnada), conoces la voluntad de Dios. Una vez que entiendes que "eres hechura de Dios, creado en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongas en práctica" (Efesios 2:10), simplemente las realizas sin preguntarte si Dios lo quiere o no, porque ya lo sabes.

El pasaje de Santiago termina diciendo: "así que comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace" (Santiago 4:17). Si analizamos este versículo a la luz de su contexto (como debe hacerse), llegaríamos a la conclusión de que hay una relación fundamental entre someterse a Dios y hacer el bien. Es decir, mientras te encuentres sometido a Dios, realizarás inevitablemente el bien que está a tu mano, como Cristo lo hizo en la tierra, y no cometerás pecado. Ahora bien, en el momento en que dejes de someterte a lo que Dios quiere de (y para) ti, y pongas a otra cosa en su lugar, dejarás de hacer el bien, ya sea porque directamente hagas el mal o porque sencillamente no hagas nada. Abandonar la sujeción a Dios, y por ende "las buenas obras que Él dispuso de antemano" es cometer pecado (¡gracias a Dios que somos salvos por gracia!).

Sin embargo, no te olvides de la buena noticia: "Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes" (Santiago 4:7). Si vives sujetado a la voluntad de Dios, haciendo aquello para lo que Él te llamó, el diablo no podrá tocarte, porque recuerda que "ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarte del amor que Dios te ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor" (Romanos 8:38-39).

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a vivir sometido a ti. Perdóname por mis rebeliones. Enséñame a depender de ti. En el nombre de Jesús, amén.

octubre 20, 2005

Llamado a santidad (parte II)

La semana pasada te hablé acerca de que Dios te llama a ser santo y a santificar tu vida:

"Pablo, llamado por la voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús, y nuestro hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo, junto con todos los que en todas partes invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y de nosotros: Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz". (1º Corintios 1:1-3)

"Por eso, dispónganse para actuar con inteligencia; tengan dominio propio; pongan su esperanza completamente en la gracia que se les dará cuando se revele Jesucristo. Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: 'Sean santos, porque yo soy santo'". (1º Pedro 1:13-16)

Hoy quiero mostrarte algunos aspectos prácticos de este llamado:

"Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes. ¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón! Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto, y su alegría en tristeza. Humíllense delante del Señor, y Él los exaltará" (Santiago 4:8-10).

Si buscas a Dios, Él se dejará ver. Si con todo tu corazón, con toda tu voluntad y con todas tus fuerzas buscas a Dios, tarde o temprano lo encontrarás. Él no juega a las escondidas contigo. Le importas y quiere tener una relación personal contigo. Quizás me digas que ya en el pasado intentaste conocerlo más, pero nada sucedió. La clave, como claramente se ve en este pasaje, es acercarte a Dios con humildad. No eres tú el que está capacitado para llegar a Dios por sí mismo, sino que es Dios quien mandó a Cristo para que sólo a través de Él puedas hacerlo, es Dios quien se acerca a ti. Ya sea que lo sepas o no, tú necesitas a Dios: toda la angustia, el vacío, el sinsentido que sientes en tu vida se debe a la ausencia de Dios. Quizás no una ausencia absoluta, pero sí una semipresencia, en donde reservas en tus prioridades un lugarcito para Él y con todo el resto haces lo que quieres.

Veamos del primer llamado: a ser santo en Cristo. "¡Pecadores, límpiense las manos!". Los pecadores son aquellos que aún no han sido lavados por la sangre de Cristo. El pecado aquí es un estado y no una circunstancia. Es decir, no son los pecados ocasionales que todos cometemos incluso luego de reconocer a Cristo como Señor, sino el estado en que se encuentra nuestra vida antes de ser llamada santa por Dios a través de Cristo. El "proceso", por así decirlo, mediante el cual "limpiamos nuestras manos" (nuestra vida), es mediante el reconocimiento de Dios como Dios, de la necesidad humana de Dios para acercarse a Dios. Es mediante el renunciamiento a seguir viviendo sujetos al pecado, como antes lo hacíamos, y mediante la determinación de vivir de ahora en más sujetos a la voluntad de Dios.
Cuando conocemos la verdad que nos da libertad, adquirimos una nueva perspectiva del mundo y, sobre todo, de nuestra vida. Es entonces cuando miramos hacia dentro de nosotros mismos y descubrimos quiénes somos, qué fue lo que hicimos con nuestro tiempo. La consecuencia obvia: "Reconocemos nuestras miserias, [e indefectiblemente] lloramos y nos lamentamos. Nuestra risa se convierte en llanto, y nuestra alegría en tristeza". Entonces, ocurre el milagro: al "humillarnos delante del Señor, Él nos exalta". Y nos dice: "Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido" (1º Pedro 2:10). ¡Gloria Dios, porque entonces somos llamados santos!

Veamos el segundo llamado: a santificar nuestra vida. "¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón!". Si Dios ocupa el lugar de Dios en nuestra vida, ya somos santos, por su gracia somos llamados así. Ahora bien, es nuestra responsabilidad hacer que nuestra vida sea coherente a este nuevo estado al que Dios nos llevó. Dejamos de ser pecadores y pasamos a ser santos por su gracia, entonces "seamos santos en todo lo que hagamos, como también es santo quien nos llamó; pues está escrito: 'Sean santos, porque yo soy santo'". Este "proceso" de santificación puede ilustrarse así: "para nosotros, el motivo de satisfacción es el testimonio de nuestra conciencia: Nos hemos comportado en el mundo, y especialmente entre ustedes, con la santidad y sinceridad que vienen de Dios. Nuestra conducta no se ha ajustado a la sabiduría humana sino a la gracia de Dios" (2º Corintios 1:12). Nuestra vida no puede ir y venir entre el compromiso con Dios y la vida pasada, "pues ya basta con el tiempo pasado que hemos desperdiciado haciendo lo que agrada a los incrédulos" (1º Pedro 4:3). Es hora de tomar en serio la determinación de seguir a Cristo, dejar la inconstancia de lado y "vivir de una manera digna del llamamiento que hemos recibido" (Efesios 4:1).

El apóstol Juan expresó estos dos "procesos" así:

"¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! Todo el que tiene esta esperanza en Cristo, se purifica a sí mismo, así como Él es puro" (1º Juan 3:1,3).

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a dejar la inconstancia de lado y a buscarte sólo a ti, sin mirar atrás. No quiero seguir viviendo como antes de conocerte, ayúdame a hacer eso posible. En el nombre de Jesús, amén.

octubre 13, 2005

Llamado a santidad (parte I)

(Primero que nada, te pido disculpas porque la semana pasada no puede escribir, estuve enfermo y se hizo imposible hacerlo.)

Como seguidor de Cristo, estás llamado primera y básicamente a dos cosas, que el apóstol Pedro resumió muy bien:

"A proclamar las obras maravillosas de aquel te llamó de las tinieblas [del pecado] a su luz admirable". (1º Pedro 2:9)

"A mantener entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque te acusen de hacer el mal, ellos observen tus buenas obras y glorifiquen a Dios en el día de la salvación". (1º Pedro 2:12)

Desde el momento en que decidiste poner a Dios en el lugar de Dios en tu vida, fuiste llamado a cumplir estas dos tareas. No existe absolutamente nada que te excuse de hacerlo. No importan tus defectos, tus capacidades, tu conocimiento o la falta del mismo. Tampoco importa tu experiencia o tu vida pasada. Como cristiano, es tu obligación "vivir de una manera digna del llamamiento que has recibido" (Efesios 4:1). ¿Cómo lo haces? Cumpliendo esas dos tareas.

Ahora bien, si nos detuviéramos a analizar ambos llamados, caeríamos en la cuenta de que cada uno de ellos corresponde a un tipo de santidad a la que Dios nos exhorta. La razón de esto podríamos encontrarla en la definición misma de la palabra "santo", del griego hagios: "apartado para Dios". Alguien apartado para Dios es aquel que fue llamado a consagrarse a Dios, a vivir para Dios. Quizás esto te suene demasiado fuerte, como que te gustó la idea de que Cristo murió por ti, te limpió de pecado y te regaló la vida eterna. Sin embargo, la realidad es que esa es su parte del pacto, pero falta la tuya. El precio por tu pecado era tu propia muerte, y por razones obvias no podías pagarlo. Cristo paga tu deuda, y por cuanto la paga, te compra, pasa a ser tu dueño. La realidad es que en el instante que Dios llenó tu vida te convertiste en su esclavo: "has sido crucificado con Cristo, y ya no vives tú sino que Cristo vive en ti" (Gálatas 2:20). Sin embargo, esto no es una mala noticia: antes vivías esclavo del pecado y no tenías forma de cambiarlo, pero al conocer esta verdad, Cristo te dio la libertad de optar a qué amo servir, si a Él o al pecado. La diferencia: el amo pecado busca tu destrucción y el amo Cristo tu glorificación. Esto es tan así, que por el amor de Dios pasas de esclavo a colaborador y hasta hermano de Cristo (y coheredero). Ahora bien, si pudiste seguirme, entenderás que si al ejercer la libertad que Cristo te dio optaste por seguirlo, hoy eres de su propiedad. Él es quien te santificó, es decir, te apartó para Él. ¿Para qué te apartó? Para que anuncies hasta lo último de la tierra lo que Él hizo en tu vida, cómo te sacó de la oscuridad del pecado y te llevó hasta su incomparable luz; y para que vivas entre quienes no creen en Él de una manera tan ejemplar que aunque te critiquen terminen glorificándolo por lo que ven que Él hace en tu vida.

Me fui bastante de tema, pero creo que debía hacer esa aclaración, ya que no siempre se entiende lo que significa "aceptar a Jesús en el corazón", una expresión que en realidad no dice nada en sí misma, jamás aparece en la Biblia y, como si fuera poco, nadie que no haya asistido a una iglesia entiende lo que representa (aunque haberlo hecho tampoco garantiza nada). En otra ocasión profundizaré un poco más el tema.

Estaba hablándote de los dos tipos de santidad (ya sé que te suena raro, ya paso a explicarlo) y los llamados que se derivan de cada uno de ellos.

Veamos el primero:

"Pablo, llamado por la voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús, y nuestro hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo, junto con todos los que en todas partes invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y de nosotros: Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz". (1º Corintios 1:1-3)

Todos somos llamados a esta santidad, pero ninguno puede alcanzarla por sí mismo, porque se adquiere por gracia. Por lo tanto no hay nada que pueda hacerse para ser más o menos santo. Tu vida de rectitud no te hace más santo (en este sentido) ante Dios, del mismo modo que tus pecados tampoco te hacen menos santo. Esto es así porque eres santo a través de Cristo, por gracia, no porque lo merezcas: "Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo" (2º Timoteo 1:9); "pero cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo, el cual fue derramado abundantemente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Así lo hizo para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos que abrigan la esperanza de recibir la vida eterna" (Tito 3:4-7).Por ende, no pasa por lo que hagas. Esta santidad es un estado, no un proceso. La decisión de creerle a Dios y dejarlo ser el rey en tu vida te hace santo para siempre, "porque las dádivas de Dios son irrevocables, como lo es también su llamamiento" (Romanos 11:29).

Esta "acción", el pasaje de ser pecador a ser santo, es un instante. Comienza y termina en el acto de reconocer a Dios como Dios y tomar la decisión de vivir para Él: "En otro tiempo ustedes, por su actitud y sus malas acciones, estaban alejados de Dios y eran sus enemigos. Pero ahora Dios, a fin de presentarlos santos, intachables e irreprochables delante de él, los ha reconciliado en el cuerpo mortal de Cristo mediante su muerte, con tal de que se mantengan firmes en la fe, bien cimentados y estables, sin abandonar la esperanza que ofrece el evangelio" (Colosenses 1:21-23).

"¿No saben que los malvados no heredarán el reino de Dios? ¡No se dejen engañar! Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas, ni los pervertidos sexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los estafadores heredarán el reino de Dios. Y eso eran algunos de ustedes. Pero ya han sido lavados, ya han sido santificados, ya han sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1º Corintios 6:9-11). Si ya tomaste esa decisión, "ya has sido lavado, ya has sido santificado". Este hecho te iguala con cualquier otro seguidor de Cristo a lo largo del mundo y la historia, desde el apóstol Pablo hasta la madre Teresa de Calcuta, pasando por Martin Luther King, Martín Lutero y Agustín de Hipona. Jesucristo te santifica sin importar quién eres o qué has hecho, ya sea para bien o para mal. En Él todos somos iguales, "los santos en Cristo Jesús" (Filipenses 4:21).

Al comienzo te dije que ser santo significa ser separado/apartado para Dios. ¿Apartado para qué?, te preguntarás. En este caso, el estado de santidad, la santidad adquirida, te exhorta a esto: "ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1º Pedro 2:9). Eres santo en Cristo Jesús para proclamar el nombre de Dios hasta lo último de la tierra.

Veamos el segundo:

"Por eso, dispónganse para actuar con inteligencia; tengan dominio propio; pongan su esperanza completamente en la gracia que se les dará cuando se revele Jesucristo. Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: 'Sean santos, porque yo soy santo'". (1º Pedro 1:13-16)

A esta segundad santidad estamos llamados todos los seguidores de Cristo. Esta santidad no se adquiere, sino que se construye. Esta santidad -que pasaremos a llamarla santificación sólo para diferenciar más claramente este concepto del anterior (en la Biblia no existe esta distinción)- sí depende de lo que hagas o dejes de hacer. Cristo te hace santo desde el momento en que decides someterte a Él. Sin embargo, también te llama a "limpiarte de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios" (2º Corintios 7:1). No es que puedas mejorar en tu vida la obra de Cristo en la cruz, porque de hecho no puedes, sino que debes hacer que tu forma de vida sea coherente con santidad que Cristo te regala. Es en este sentido en el que perfeccionas el estado de santidad: al santificar tu vida.

Ahora bien, ¿cómo haces esto, cómo santificas tu vida? "Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:22-24). Todo eso significa que "como un hijo obediente, no te conformes a los malos deseos que tenías antes, cuando vivías en la ignorancia" (1º Pedro 1:14), sino que cambies tu manera de pensar y comiences a hacer las cosas que le agradan a Dios.

Por supuesto, esta santificación de tu manera de vivir es un proceso que te lleva toda la vida. Nunca dejarás de cometer errores mientras vivas, nunca dejarás de pecar, sino que deberás confiar en la gracia de Dios que cubre tu pecado y no hacer caso a la culpa que busca destruirte. Esta santificación pasa más por levantarse cuando te caes que por no caer jamás, sencillamente porque es lo único que puedes hacer. Ahora bien, ¿esto implica que entonces no debes preocuparte por tus transgresiones? De ninguna manera, sino que se trata de hacer de la mano de Cristo lo mejor que puedes: "para nosotros, el motivo de satisfacción es el testimonio de nuestra conciencia: Nos hemos comportado en el mundo, y especialmente entre ustedes, con la santidad y sinceridad que vienen de Dios. Nuestra conducta no se ha ajustado a la sabiduría humana sino a la gracia de Dios" (2º Corintios 1:12). Se trata de tener una buena conciencia delante de Dios (1º Pedro 3:21): "dichoso aquel a quien su conciencia no lo acusa por lo que hace" (Romanos 14:22).

Dado que esta santificación se construye, se trata de una vida de lucha continua contra el pecado, hasta llegar a la meta, que es la plenitud de la estatura de Cristo (ver los dos escritos anteriores): "no es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí" (Filipenses 3:12).

Resumiendo: "Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios" (Efesios 5:1-2).

Ahora bien, esta santificación construida también es para algo. En este caso, eres apartado para Dios para "mantener entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque te acusen de hacer el mal, ellos observen tus buenas obras y glorifiquen a Dios en el día de la salvación" (1º Pedro 2:12).

Estás llamado por Dios a santidad y a santificación, para que proclames su nombre por todo el mundo y para que vivas de tal manera que se vea a Cristo reflejado en ti. Estás llamado a adquirir tu santidad y a construir tu santificación. "Tú antes no eras nadie, pero ahora eres parte del pueblo de Dios; antes no habías recibido misericordia, pero ahora ya la has recibido" (1º Pedro 2:10), vive entonces, como te dije al principio, "de una manera digna del llamamiento que has recibido" (Efesios 4:1).

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por hacerme santo. Ayúdame a santificar mi vida, confío en tu gracia para hacerlo. Ayúdame también a cumplir los propósitos por los cuales me apartaste para ti. En el nombre de Jesús, amén.