"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

noviembre 24, 2005

Ser cristiano

El escrito de hoy va a ser más bien explicativo. La semana pasada me llegó un mail preguntándome por qué me denominaba "cristiano". Muchas otras veces, personas que se consideran pertenecientes a la Iglesia Católica Apostólica Romana me dijeron: "yo no quiero saber nada con los cristianos, estoy muy bien con mi religión", o expresiones por el estilo. Por otro lado, el término "cristiano" tiene connotaciones negativas en muchas culturas por diversos motivos.

No es mi intención criticar ni burlarme de nadie, todo lo contrario. Sólo pretendo aclarar un poco la cuestión. "Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes" (1º Pedro 3:15).

Para un descendiente de aborígenes en América Latina, un cristiano es aquel hombre despiadado que le robó sus tierras, mató a sus antepasados y lo esclavizó. En su mente, en ningún momento va a pensar bien de un cristiano. Y, mal que nos pese, tiene razón.

Para un musulmán de medio oriente, un cristiano es un soldado estadounidense que vino a imponer su cultura y matar a sus hijos. Y, mal que nos pese, tiene razón.

En nombre de Cristo se realizaron las más grandes matanzas de la historia de la humanidad. Es culpa de la iglesia (entendida como comunidad de fe, y no como institución) la mala fama que los cristianos tienen entre los grupos sociales y étnicos que siempre fueron reprimidos por ellos.

Para un ateo, un cristiano es alguien como Ned Flanders (de Los Simpsons), una persona ingenua, torpe, poco inteligente, incapaz de adaptarse socialmente. Y, mal que nos pese, en muchos casos tiene razón.

Sin embargo, quiero rescatar el verdadero sentido del término.

Según la Biblia, comenzaron a llamar "cristianos" a los seguidores de Cristo en la ciudad de Antioquía (Hechos 11:26) -el término sólo aparece dos veces más, en Hechos 26:28 y 1º Pedro 4:16-. Es decir, la palabra originalmente se utilizaba para designar a aquellas personas que habían tomado la decisión conciente de ir en contra de su cultura (con el rechazo y las persecuciones que ello acarreaba) para seguir las enseñanzas de Jesús, el Hijo de Dios. Lo que los caracterizaba, principalmente, era su continuo esfuerzo por vivir como Él había vivido.

Con el correr del tiempo, el cristianismo se volvió la religión oficial del Imperio Romano. Esto significó que todos pasaron a ser cristianos. En este momento, no eran sólo los seguidores de Cristo los cristianos, sino todos los habitantes del Imperio, es decir, casi todo el mundo.

El tiempo siguió pasando y la palabra "cristiano" llegó incluso a reemplazar al vocablo "persona", por ejemplo, decir "el otro día en la fiesta había unos 40 cristianos", cuando se quiere decir que había cerca de 40 personas.

Hoy en día, cristiano es todo aquel que fue bautizado de bebé por la Iglesia Católica (o la Anglicana) y todo aquel que es miembro de alguna iglesia protestante. El cristiano, en este sentido, sería un estado y no una actitud de vida.

Con este escrito, pretendo recuperar el sentido original del término: al llamarme "cristiano" no pretendo decir que soy persona, que me identifico con las acciones de personas que causaron desastres en el nombre de Dios, o que simplemente asisto a una iglesia. Cuando me llamo "cristiano" quiero afirmar que desde lo más hondo de mí ser pretendo seguir a Cristo, es decir, hacer el mayor esfuerzo para vivir como Él vivió -tenerlo de ejemplo (role model)- y confiar en su gracia para suplir mis errores.

Ser cristiano es un ser activo, que incluye esfuerzo y compromiso. Es un ser que necesariamente implica hacer para poder ser.

Como lo dijo J. I. Packer: "¿Qué es un cristiano? Es una persona que acepta la Palabra de Dios y vive amparado en ella. Se somete sin reserva a la Palabra de Dios que está escrita 'en el libro de la verdad' (Daniel 10:32), cree su enseñanza, confía en sus promesas, sigue sus mandamientos. Sus ojos se dirigen al Dios de la Biblia como su Padre, y hacia el Cristo de la Biblia como su Salvador. Dirá, si se le pregunta, que la Palabra de Dios no solamente lo ha convencido de pecado sino que [también] le ha asegurado el perdón. Su conciencia, como la de Lutero, está cautiva a la Palabra de Dios, y aspira, como el salmista, a que su vida toda esté en línea con ella. '¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos!', 'no me dejes desviar de tus mandamientos'. 'Enséñame tus estatutos. Hazme entender el camino de tus mandamientos' (Salmos 119:5, 10:26s, 36:80). Las promesas están delante de él cuando ora, y los preceptos están también delante de él cuando se mueve entre los hombres. Sabe que además de la palabra de Dios que le habla directamente por las Escrituras, la palabra de Dios ha salido también a crear, y a controlar y ordenar las cosas que lo rodean; pero como las Escrituras le dicen que Dios dispone todas las cosas para su bien, el pensamiento de que Dios ordena todas sus circunstancias no le trae más que gozo. Es un hombre independiente, porque usa la Palabra de Dios como piedra de toque para probar los diversos puntos de vista que se le ofrecen, y no acepta nada que no esté seguro de que reciba la sanción de la Escritura" (Hacia el conocimiento de Dios).

Dios quiera que esta tan acertada descripción nos cuadre a todos.

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a vivir coherentemente con lo que afirmo ser. Enséñame a ser un verdadero seguidor de Cristo. Gracias por ser siempre fiel. En el nombre de Jesús, amén.

noviembre 17, 2005

La esperanza jamás se pierde

Siguiendo la línea de los últimos escritos, hoy quiero añadir un concepto que aprendí de uno de mis maestros (¡gracias, Pablo!).
En ningún lado de la Biblia se nos dice que una vez que decidimos someternos a Dios y resistir la tentación va a ir todo bien en nuestra vida. Sí se nos promete que Dios estará con nosotros y que finalmente venceremos porque Cristo ya venció por nosotros en la cruz. Sin embargo, no dice que no sufriremos ("en el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo", dice Juan 16:33b), que no la pasaremos mal nunca. Al contrario, las cartas de Pedro, por ejemplo, nos hablan de persecución, de discriminación. Esto es así porque el mundo no conoce a Dios y teme a lo que desconoce, por ende lo rechaza a Él. En el medio quedamos nosotros. ¿Qué hacer? ¿Desanimarse, desfallecer, renegar de la fe, abandonar? ¡Por supuesto que no!

"Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo". (2º Corintios 4:7-10)

Somos como "vasijas de barro" que portamos la gloria de Dios a través de Jesucristo. Dios, el origen de todas las cosas, infinitamente más grande de lo que jamás podamos concebir, se manifiesta en nosotros, insignificantes bolsas de agua con razonamientos limitados. Así de inmenso es amor con que nos ama. Nos ama tanto que nos utiliza, cuando no tiene necesidad de hacerlo, sólo para que nos sintamos útiles ante Él. Aquel que todo creó y sostiene no tiene necesidad de nosotros, pero por amor nos llama y nos utiliza. Es por esto es que no debemos perder de vista que sólo somos "vasijas de barro" en las manos de alfarero.

Es por esta razón que podemos encontrarnos atribulados -apenados- en todo, pero no abatidos. "Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?" (Romanos 8:31). Podemos estar tristes, pero nunca perder la esperanza, porque Cristo venció, y nosotros con Él. No está mal llorar, ni preguntar ¿por qué? Sólo que debemos recordar que Cristo cumplirá lo que prometió y que el Espíritu Santo es la garantía de esos compromisos.

Podemos vernos perplejos -sorprendidos-, pero no desesperados. Muchas veces suceden cosas inesperadas que no entendemos. Circunstancias que nos parten el alma al medio y no nos dejan respirar. Momentos en los que parece que el aire se solidifica y no pasa por la garganta. Pero, cuidado, no debemos desesperarnos. De alguna manera, debemos creer y aceptar que "a los que amamos a Dios, todas las cosas nos ayudan a bien" (Romanos 8:28). Esto incluye esas situaciones que parecen no tener sentido. La fe y la esperanza es lo único que nos mantiene vivos en esos tiempos, no debemos perderlas.

Podemos encontrarnos perseguidos -discriminados-, pero nunca abandonados. Cristo nos prometió su compañía "todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20). Dios nos ama tanto que jamás se olvidará de nosotros. Nunca nos dejará de lado. Por eso mismo, aparte del Espíritu Santo, puso a tantas personas al lado nuestro que nos aman y acompañan. Es muchas veces la comunidad quien nos sostiene en tiempos difíciles.

Podemos ser derribados, pero no destruidos. Todos caímos alguna vez, y seguramente lo volveremos a hacer. Sin embargo, Cristo nos levanta. Podemos perder mil veces la lucha contra el pecado, pero Cristo nos santifica (siempre que sea una lucha y no un abandono). Podemos ser derrotados muchas veces, pero en Cristo Jesús la victoria es nuestra.

La clave de todo esto es el versículo final: "Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo". Podemos estar atribulados, perplejos, perseguidos o derribados, pero en Cristo, jamás estaremos abatidos, desesperados, abandonados o destruidos. Como hombres, seguramente padeceremos alguna vez las cuatro primeras, pero gracias a Cristo estamos libres de las cuatro segundas.

"Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno". (2º Corintios 4:16-18)

Hagamos lo mismo que el apóstol Pablo: no nos desanimemos. No importa qué parezca por fuera, somos "más que vencedores por medio de Aquel que nos amó" (Romanos 8:37). No nos fijemos en lo que pasajeramente aparenta ser, sino en lo que en verdad es por toda la eternidad.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque no importa lo que suceda, hay esperanza en Cristo. Ayúdame a verla y aferrarme a ella. En el nombre de Jesús, amén.

noviembre 10, 2005

Resistir la tentación

Estuve pensando en el versículo de Santiago que dice:

"Dichoso el que resiste la tentación porque, al salir aprobado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometido a quienes lo aman". (Santiago 1:12)

Me quedé reflexionando acerca de cómo es que el hombre puede "resistir la tentación", hasta que me acordé de cómo lo hizo Cristo:

"Luego el Espíritu llevó a Jesús al desierto para que el diablo lo sometiera a tentación. Después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. El tentador se le acercó y le propuso:
-Si eres el Hijo de Dios, ordena a estas piedras que se conviertan en pan.
Jesús le respondió:
-Escrito está: 'No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios'.
Luego el diablo lo llevó a la ciudad santa e hizo que se pusiera de pie sobre la parte más alta del templo, y le dijo:
-Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo. Porque escrito está: 'Ordenará a sus ángeles que te sostengan en sus manos, para que no tropieces con ninguna piedra'.
-También está escrito: 'No pongas a prueba al Señor tu Dios' -le contestó Jesús.
De nuevo lo tentó el diablo, llevándolo a una montaña muy alta, y le mostró todos los reinos del mundo y su esplendor.
-Todo esto te daré si te postras y me adoras.
-¡Vete, Satanás! -le dijo Jesús-. Porque escrito está: 'Adorarás al Señor tu Dios, y a él sólo servirás'.
Entonces el diablo lo dejó, y unos ángeles acudieron a servirle"
. (Mateo 4:1-11)

Jesús, "quien fue tentado en todo de la misma manera que nosotros, pero sin pecado" (Hebreos 4:15), fue puesto a prueba por satanás en el desierto, como se ve en el pasaje citado.

No pretendo hacer un análisis exhaustivo de cada tentación, pero a simple vista, nos encontramos con que no hubiera sido fácil para ninguno de nosotros resistirlas.
En la primera, Jesús es desafiado a utilizar su poder para convertir naturaleza muerta en comida. Tengamos en cuenta que no había comido en 40 días (según los expertos, eso es lo máximo que una persona puede resistir antes de morirse). La primera tentación apuntaba a satisfacer sus justificadas necesidades por sí mismo, en vez de depender de Dios. En la segunda, la identidad de Cristo y el poder de Dios son cuestionadas. Esta tentación apuntaba a defender su ministerio, a justificar su existencia. En la tercera, el diablo ofrece a Jesús alcanzar algo que ya era suyo en justicia, pero de la manera incorrecta. Ninguna de las tres tentaciones fue sencilla.

Santiago 1:14-15 nos dice que "cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte". Ahora bien, la concupiscencia es la magnificación o exaltación de necesidades legítimas. Es decir, es agrandar aquello deseado al punto en que la búsqueda de su satisfacción es más importante que la búsqueda de Dios mismo. Cuando el hombre cae en este error, peca; y la "paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23). Es es, más o menos, lo que dice el versículo.

Ahora bien, Cristo fue tentado con cosas que eran legítimamente suyas, con necesidades reales: Él tenía hambre, el es el Hijo de Dios, el reina sobre toda la creación. Sin embargo, Cristo puso a Dios antes que a la satisfacción de sus propias necesidades.

Y he aquí lo interesante: ¿cómo lo hizo? Acudiendo a la Biblia. Él sabía lo que su Padre esperaba de Él porque conocía su revelación. Cristo no responde al diablo desde su inteligencia o su capacidad intelectual (infinitamente mayor a las nuestras), sino con lo único que da un testimonio real e incuestionable de la voluntad de Dios.

Aquí es interesante notar también que Cristo conocía el mensaje divino en su conjunto. Por eso, no se deja engañar por el diablo, quien también cita la Biblia, pero sacando partes de su contexto a fin de que parezcan tener un sentido distinto del que en verdad tienen. Jesús, por conocer el espíritu de la Escritura, "no es como un niño zarandeado por las olas y llevado de aquí para allá por todo viento de doctrina y por la astucia y los artificios de quienes para engañar emplean con astucia las artimañas del error" (Efesios 4:14).

Está a nuestra mano la posibilidad de poder hacer lo mismo que Cristo. Es nuestra responsabilidad "escudriñar/estudiar con diligencia las Escrituras" (Juan 5:39). En ellas encontramos la respuesta a lo que Dios espera de nosotros. En ellas encontramos la salida a cualquier tentación, por lo que es imprescindible que las conozcamos.

El mejor método para conocer a Dios es conocer lo que Él dice acerca de sí mismo, porque la Biblia al fin y al cabo no es más que el testimonio (finito) de lo que Dios es y hace. Como cristianos, es la Biblia la única norma divina en materia de fe y vida por la que debemos regirnos.

Por otro lado, tampoco podemos olvidar que frente a la tentación, Cristo "por haber sufrido Él mismo la tentación, es poderoso para socorrer a los que también somos tentados" (Hebreos 2:18). Ni que no estamos solos en la tierra, sino que "nuestros hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos que nosotros" (1º Pedro 5:9). Es por este motivo que Dios levanto un pueblo de hermanos, y no una multitud de individualidades. El sentido de comunidad debe ser esencial para el cristiano.

Finalmente, tampoco podemos dejar de lado que "somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó" (Romanos 8:37). Es decir, la victoria ya es nuestra, porque "Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz" (Colosenses 2:13-14). Ya tenemos la victoria, la santidad, asegurada por Cristo. Ya somos victoriosos, ya somos santos en Cristo. Sólo nos resta vivir en consecuencia a eso, es decir, "de una manera digna del llamamiento que hemos recibido" (Efesios 4:1). Te aliento, y me aliento a mí mismo, a hacerlo.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por hablarme siempre. Ayúdame a resistir la tentación asido a tu Palabra, porque es confiando en ti la única manera de hacerlo. Gracias porque me regalas la victoria. En el nombre de Jesús, amén.

noviembre 03, 2005

Más que vencedores

Hace dos semanas, en la iglesia a la que asisto, un amigo estuvo hablando acerca del éxito. Hoy quiero escribirte de ese tema. En el camino, seguramente usaré alguna de sus ideas (¡gracias, Ale!).

El concepto del éxito que normalmente tenemos pasa por los aspectos externos de una persona. Es decir, alguien es exitoso en tanto y en cuanto tenga mucho dinero, sea famoso, poderoso o atractivo. Es exitoso aquel que le va bien en todo lo que hace.
El éxito, según el hombre, es entonces la consecución de una meta propuesta; por ende, siempre que no se consigan los objetivos planteados, se fracasa.

Ahora bien, si enfrentas esta concepción con lo que la Biblia afirma, te sorprenderás. No te olvides que "los pensamientos de Dios no son tus pensamientos, ni sus caminos tus caminos. Así como el cielo es más alto que la tierra, sus caminos son más altos que tus caminos, y sus pensamientos más que tus pensamientos" (Isaías 55:8-9).

Mientras que el hombre determina el éxito examinando qué cosas es capaz de conseguir en el mundo, el apóstol Pablo te dice que como cristianos "no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno.

"No mires su parecer -dijo el Señor a Samuel-, ni lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Dios no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón". (1º Samuel 16:7)

Entonces, ¿qué es el éxito según lo que dice la Biblia? Creo que pasa por aquí:

"No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús" (Filipenses 3:12-14).

Para Pablo, el éxito no estaba en la consecución del objetivo, sino en la búsqueda misma. Él sabía que no era perfecto y que distaba mucho de serlo (¡y era el apóstol Pablo!). Sin embargo, entendía que el llamado de Cristo pasaba por su intención (por su conciencia ante Dios) y por la confianza en que Él supliría sus faltas. La consecuencia de este razonamiento es dejar de mirar atrás y fijar los ojos en Cristo, para seguir corriendo, para seguir buscando, seguir intentando.

Pablo estaba tranquilo porque sabía que el éxito ya estaba garantizado por Cristo, cuando murió en la cruz, y que nada ni nadie podría arrebatárselo. Él sólo se ocupaba de seguirlo.

"Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas? ¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?
Así está escrito: 'Por tu causa nos vemos amenazados de muerte todo el día; nos tratan como a ovejas destinadas al matadero'. Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor"
. (Romanos 8:31-39)

Somos "más que vencedores por Aquel que nos amó". Cristo nos hace vencedores, Él nos da el éxito.

Por supuesto, no puede cambiarse tu cosmovisión (manera de ver el mundo) de un día para el otro, sino que es un proceso. Sin embargo, en la medida en que "no te amoldes al mundo actual, sino que seas transformado mediante la renovación de tu mente, podrás comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta" (Romanos 12:2). Ten en cuenta que "con respecto a la vida que antes llevabas, se te enseñó que debías quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovado en la actitud de tu mente; y ponerte el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:22-24).

Por un lado, Dios te dice que eres "más que vencedor por Aquel que te amó", y por el otro, "te dio al Espíritu Santo como garantía de sus promesas" (2º Corintios 5:5). Por ende, ¿qué tienes que temer? "Dios está contigo" (Mateo 28:20, Josué 1:9). Si lograr vislumbrar esta vida desde una perspectiva de eternidad, tu concepción del éxito cambiará, dejarás de mirar a los demás con desprecio o con envidia y comenzarás a encontrar a Cristo crucificado en ellos. De esta manera, tus prioridades cambiarán, y si se lo permites a Dios, tus sueños y anhelos también.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque soy "más que vencedor en Cristo", y nada puede quitarme eso. Enséñame a mirar el mundo a través de tus ojos, "no mirando lo que se ve, sino lo que no se ve". En el nombre de Jesús, amén.