"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

julio 07, 2006

El amor de Dios por sobre la insignificancia del hombre

Hace mucho ya que no estoy por acá. Este año, escribir me está siendo (y me será) mucho más difícil que el pasado. Intentaré hacerlo lo más frecuentemente posible, aunque lamento que ya no sea todas las semanas, como antes. Sé que la necesidad es grande (leo todos los mails, y los agradezco), pero no me alcanza el tiempo.

Hoy quiero compartirte un texto muy conocido de la Biblia, pero que a mí volvió a impactarme de una nueva forma:

"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).

Voy a darte una pequeña lección de astronomía:

El universo está compuesto por millones de galaxias. Cada galaxia posee miles de sistemas planetarios. Nosotros estamos en el Sistema Solar, ubicado cerca de uno de los extremos de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Ahora bien, para que tengas una vaga idea de dimensiones, su diámetro es de 80 mil años luz (significa que la luz tarda 80 mil años en atravesarla). Aquí se presenta otro problemita: la luz viaja a 300 mil kilómetros por segundo, el hombre no puede viajar a esa velocidad (sería como dar siete vueltas y media a la Tierra a la altura del Ecuador en un segundo). Es decir, si pudiéramos hacer algo que de hecho no podemos (viajar a la velocidad de la luz), tardaríamos 80 mil años en atravesar sólo nuestra galaxia.

¿Para qué te mareo tanto con todos estos datos? Para que más o menos te imagines lo insignificantes que somos ante la inmensidad de la Creación. En cuanto a tiempo, toda la historia de la humanidad no ocupa más que el último segundo del año estelar. Somos insignificantes y efímeros como un suspiro en el viento.

Y, sin embargo, Dios nos ama. Dios piensa en nosotros, Dios nos cuida. "¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?", se pregunta el salmista. La respuesta es casi nada.

Pero, entonces, si el hombre no es nada, ¿por qué Dios piensa en él? ¿por qué lo toma en cuenta? Porque el hombre puede no ser nada, pero Dios es todo. Desde su eternidad, desde su omnipotencia, Dios elige amar al hombre. En consecuencia, piensa en él, toma en cuenta sus necesidades, lo cuida.

¡Tantas veces perdemos esto de vista! Dios no tiene la obligación ni la necesidad de amarnos. Lo hace porque quiere hacerlo. Muchas veces damos por sentado su amor hacia nosotros, y por ende, no cuidamos ese amor.

Normalmente, nos preocupamos (y ocupamos) de cuidar, respetar, honrar y amar a quienes nos aman. Los escuchamos, los aconsejamos. Les contamos lo que nos pasa, lo que nos duele, lo que soñamos. Les dedicamos tiempo. ¿Hacemos lo mismo con Dios?

Recién te dije que muchas veces no cuidamos el amor que Dios nos tiene, como lo haríamos con otra persona. Debo aclararte, en este punto, que así como no puedes hacer nada para que Dios te ame (lo hace porque quiere, no por cuán bueno seas), tampoco puedes hacer nada para que deje de hacerlo (lo hace porque quiere, no por cuán malo seas). No importa lo que hagas, de verdad. Repito: no importa lo que hagas, cualquier cosa sea, Dios jamás dejará de amarte.

Creo que todos deberíamos pensar un poco en lo chiquititos que somos ante Dios, en lo insignificante que somos dentro de la Creación (sólo una persona en medio de miles de millones a lo largo de toda la historia). Creo que deberíamos pensar un poco en la inmensidad de Dios, capaz de diseñar toda esa inconmensurable (que no puede medirse) creación y de amarla particularmente. Tan lejano como para crearlo todo y la vez tan cercano como para venir a morir por nosotros y acompañarnos hasta el fin del mundo (trascendencia e inmanencia de Dios).

Tenemos un Dios inmenso que nos ama, que piensa en nosotros, que nos cuida, que muere por nosotros y resucita para darnos vida.

"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por amarme tanto, sin importar qué haga o deje de hacer. Perdóname por perder de vista tu incondicional amor y mi insignificancia ante tu majestad. En el nombre de Jesús, amén.

abril 12, 2006

Ya no llegues tarde a tu cita

¡Gloria a Dios porque Jesucristo vive! ¡Bendito sea Su nombre porque la muerte no lo retuvo!

Hoy quiero decirte que tienes una gran cita. Una reunión importantísima, a la que te es imprescindible asistir.

Si llegas a tiempo, si no te distraes con nada, si logras poner todo tu empeño en estar ahí en la hora indicada, en el momento oportuno, tendrás el privilegio de conocer al Rey de reyes, al Señor de señores.

Él nunca llega tarde. Jamás tiene excusas para presentarte. En toda tu vida, ni una sola vez te ha dejado plantado. Siempre, absolutamente siempre, cumple con su Palabra. Él dijo: "Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón" (Jeremías 29:13). El autor de la epístola de Santiago escribió: "Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes" (Santiago 4:8). Recuerda que "Dios no puede mentir" (Tito 1:2), pero sobre todo, que "Dios es amor" (1º Juan 4:8), por lo que jamás te abandonaría.

Quiero que pienses en lo siguiente: Hace más de dos mil años, el Verbo (es decir, aquel que creó todas las cosas que ves, sientes, e incluso las que nunca llegarás a entender) se hizo carne y caminó entre los hombres. ¿Para qué? Para rescatar a una humanidad perdida en su autosuficiencia, incapaz de alcanzar a Dios. Desde antes de la fundación del mundo, Cristo ya había decidido entregar su vida en rescate de la tuya y la mía. Para eso es que vino a este mundo. Quienes lo vieron, lo llamaron Jesús, el Nazareno. Quienes lo reconocimos como el Hijo de Dios, lo llamamos Cristo, el Señor.

Fue este tal Jesús, el Verbo encarnado, quien vivió con el único propósito de morir por ti. El Cristo, el Mesías, sólo vino al mundo para morir. Y a ello se dedicó, obstinadamente.

Sin perder oportunidad, desafió toda autoridad despótica. Se encargó de desestabilizar todas las estructuras religiosas de la época (porque Dios es una persona, no una cosa que se puede encasillar en nuestros egoísmos y mezquindades). En todo momento, denunció la injusticia. A cada paso, se ocupó de devolver la esperanza a los hombres, trayendo sanidad, alegría y paz. Logró el milagro de convertir la utopía (que significa "no lugar", precisamente por su imposibilidad de concretarse) en algo no sólo aspirable, sino posible, a través de la acción de su Santo Espíritu. A través de su vida, demostró la viabilidad del Reino de Dios.

Sin embargo, es con su muerte con lo que lo hizo posible. Una muerte planificada aún antes de que existieran los cielos y la tierra, antes de que la luz fuese separada de las tinieblas. Una muerte imprescindible para redimir -que significa liberar de las ataduras- al hombre de su pecado (aquellos actos o pensamientos que atentan contra Dios, los demás o uno mismo). Una muerte a la que se presentó puntualmente, sin medir riesgos, sin presentar objeciones, sin pensar en sí mismo (Él entregó su vida, nadie se la quitó).

Jesús, Cristo, el Verbo, fiel a su promesa, estuvo en el lugar indicado a la hora señalada para cambiar la historia de la humanidad. Y lo hizo, porque la cruz no pudo retenerlo, sino que al tercer día, resucitó de la muerte. Y hoy vive y espera por ti.

Esto es lo que se celebra en estos días por todo el mundo.

Ahora bien, déjame decirte algo: todos estamos llamados a acudir a esa cita, cada día. Cristo murió por ti (y por mí), para que tú (y yo) vivas por Él. Tu vida y tu eternidad son diferentes gracias a su sacrificio. Cada momento que vives, se lo debes a Él. Es por Él y para Él que estás aquí. Cada vez que te levantas, Cristo te llama: "preséntate ante la cruz, quiero amarte, bendecirte, sanarte; y quiero que hagas lo mismo con quienes te rodean".

Y sin embargo, tantas veces no acudimos a la cita, tantas veces llegamos tarde, con excusas tontas que no nos convencen ni siquiera a nosotros mismos. "Cuando estás asediado por la tentación de lamentarte del camino impracticable, prueba a controlar el equipaje, haz un inventario lúcido y valeroso. Te darás cuenta de qué quintales de bagatelas, pequeñeces, preocupaciones mezquinas, ansiedades injustificadas, pretensiones de distinta índole, fruslerías, estorbos múltiples, te complican la marcha, y te hacen faltar a citas decisivas con Dios y los hermanos" (Pronzato, Alessandro. La seducción de Dios. Salamanca, Sígueme, 1973).

Ya no llegues tarde, ya no faltes más. Dios te está esperando: "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación" (2º Corintios 6:2).

No caigas en el error de pensar que sólo se trata de una decisión puntual, en vez de un estilo de vida: "Si alguien quiere ser mi discípulo -dijo Jesús-, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga" (Lucas 9:23). Cada día, todos los días tienes una cita con Cristo. ¡Ya no te la pierdas!

"Señor, por la mañana, cuando mis ojos se abren a la luz y a las novedades del día que nace, haz que se abran también a las novedades y a las sorpresas imprevisibles de tus encuentros.
Dame ojos nuevos para verte, para reconocerte en todos los rostros que se cruzan en mi camino.
Proporcióname ojos nuevos. Los ojos de antes no me sirven ya. No puedo fiarme de ellos.
Señor, tengo necesidad de ojos nuevos para reconocerte, desde el momento que Tú has optado la costumbre de viajar de incógnito y de semejar siempre... otro.
... Y no me dejes caer en la distracción.
Mas líbrame del atolondramiento" (Pronzato, Alessandro, op. cit.). En el nombre de Jesús, Cristo, el Hijo de Dios, amén.

abril 02, 2006

Eligiendo lo mejor

La semana pasada te hablé acerca de la capacidad de Salomón para entender que todo aquello que Dios da al hombre es para que éste lo comparta. Esta actitud evidenciaba que Salomón conocía el corazón de Dios. Sin embargo, hoy quiero avanzar un poco más en la vida de este rey de Israel, a fin de mostrarte la importancia de elegir lo mejor.

"Ahora bien, además de casarse con la hija del faraón, el rey Salomón tuvo amoríos con muchas mujeres moabitas, amonitas, edomitas, sidonias e hititas, todas ellas mujeres extranjeras, que procedían de naciones de las cuales el Señor había dicho a los israelitas: 'No se unan a ellas, ni ellas a ustedes, porque de seguro les desviarán el corazón para que sigan a otros dioses'. Con tales mujeres se unió Salomón y tuvo amoríos. Tuvo setecientas esposas que eran princesas, y trescientas concubinas; todas estas mujeres hicieron que se pervirtiera su corazón. En efecto, cuando Salomón llegó a viejo, sus mujeres le pervirtieron el corazón de modo que él siguió a otros dioses, y no siempre fue fiel al Señor su Dios como lo había sido su padre David. Por el contrario, Salomón siguió a Astarté, diosa de los sidonios, y a Moloc, el detestable dios de los amonitas. Así que Salomón hizo lo que ofende al Señor y no permaneció fiel a Él como su padre David. Fue en esa época cuando, en una montaña al este de Jerusalén, Salomón edificó un altar pagano para Quemós, el detestable dios de Moab, y otro para Moloc, el despreciable dios de los amonitas. Lo mismo hizo en favor de sus mujeres extranjeras, para que éstas pudieran quemar incienso y ofrecer sacrificios a sus dioses". (1º Reyes 11:1-8)

Quiero hacer una pequeña aclaración porque quizás esto no se entienda del todo bien: el error de Salomón no es tener muchas mujeres, dado que eso se acostumbraba en la época, sino buscarlas de entre los pueblos paganos, cosa que estaba prohibido desde la época de Moisés (Éxodo 34:10-16), porque terminarían alejándolo de Dios (como en efecto sucede).

Si vas unos capítulos más atrás en el libro de Primera Reyes, descubrirás que Salomón fue quien construyó el primer templo del Señor. Luego de dedicarlo, en una hermosa oración (1º Reyes 8:22-61), Dios le habla diciéndole:

"En cuanto a ti, si me sigues con integridad y rectitud de corazón, como lo hizo tu padre David, y me obedeces en todo lo que yo te ordene y cumples mis decretos y leyes, yo afirmaré para siempre tu trono en el reino de Israel, como le prometí a tu padre David cuando le dije: 'Nunca te faltará un descendiente en el trono de Israel'. Pero si ustedes o sus hijos dejan de cumplir los mandamientos y decretos que les he dado, y se apartan de Mí para servir y adorar a otros dioses, yo arrancaré a Israel de la tierra que le he dado y repudiaré el templo que he consagrado en mi honor. Entonces Israel será el hazmerreír de todos los pueblos". (1º Reyes 9:4-7)

Salomón, conociendo las consecuencias, e inducido por mujeres que nunca debió tener, faltó a este pacto (incluso luego de haber sido advertido dos veces por Dios -1º Reyes 11:9-10-). No puedo dejar de preguntarme "¿por qué?".

La Biblia dice que Salomón tenía "un corazón sabio y prudente, como nadie antes de él lo había tenido ni lo tendrá después" (1º Reyes 3:12), que "tenía sabiduría de Dios para administrar justicia" (1º Reyes 3:28). Incluso, que "Dios le dio a Salomón sabiduría e inteligencia extraordinarias; sus conocimientos eran tan vastos como la arena que está a la orilla del mar. Sobrepasó en sabiduría a todos los sabios del Oriente y de Egipto. En efecto, fue más sabio que nadie, por eso la fama de Salomón se difundió por todas las naciones vecinas. Compuso tres mil proverbios y mil cinco canciones. Disertó acerca de las plantas, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que crece en los muros. También enseñó acerca de las bestias y las aves, los reptiles y los peces. Los reyes de todas las naciones del mundo que se enteraron de la sabiduría de Salomón enviaron a sus representantes para que lo escucharan" (1º Reyes 4:29-34).

Me pregunto, entonces, ¿cómo puede ser que siendo tan sabio pueda equivocarse tanto?. ¿No sabía las consecuencias de sus acciones? Por supuesto que sí. ¿No sabía, entonces, que lo mejor para él era obedecer a Dios? Por supuesto que sí (además, lo había visto reflejado en la vida de su padre, David). ¿Por qué lo hace, entonces?

Creo que lo hace, sencillamente, porque aún sabiendo perfectamente qué es lo mejor para él, no lo elige. Muchas veces queremos algo, aún sabiendo que no es lo más conveniente, y lo hacemos. El deseo parece ser más importante que lo correcto en esos casos.

Pienso en Cristo, orando en Getsemaní, diciendo: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como Tú" (Mateo 26:39). ¡Menos mal que Él entendió que lo correcto es más importante que lo que Él quería!

Nos encontramos, entonces, con dos ejemplos: Salomón y Cristo. El primero, aún sabiendo qué es lo mejor, elige lo que quiere, sin importarle las consecuencias. El segundo, dejando de lado lo que quiere, elige lo correcto, sin importarle las consecuencias. ¿Cuál es la diferencia? La justicia y misericordia de Dios: Por el pecado de Salomón el reino de Israel es dividido, y su descendencia pierde el reinado (1º Reyes 11:9-13); por la obediencia de Cristo, la humanidad recibió el camino, la verdad y la vida.

Tengamos presentes estas dos opciones. Sabemos bien qué es lo correcto, qué es lo mejor para nosotros. Sabemos cómo escogerlo también. No dejemos de hacerlo simplemente por seguir lo que queremos, no sea cosa que terminemos como Salomón.

Dios nos bendiga.

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a elegir siempre lo mejor. Perdóname por las veces que puse mi voluntad sobre la tuya. En el nombre de Jesús, amén.

marzo 24, 2006

"Pídeme lo que quieras"

La semana pasada te hablé acerca de la actitud con la que muchas veces nos acercamos a Dios para pedirle algo. Hoy quiero decirte algunas cosas en cuanto al contenido de estas peticiones; pero sobre todo, el propósito que las fundamenta.

"Se le apareció el Señor a Salomón en un sueño, y le dijo:
-Pídeme lo que quieras.
Salomón respondió:
-Tú trataste con mucho amor a tu siervo David, mi padre, pues se condujo delante de ti con lealtad y justicia, y con un corazón recto. Y, como hoy se puede ver, has reafirmado tu gran amor al concederle que un hijo suyo lo suceda en el trono.
Ahora, Señor mi Dios, me has hecho rey en lugar de mi padre David. No soy más que un muchacho, y apenas sé cómo comportarme. Sin embargo, aquí me tienes, un siervo tuyo en medio del pueblo que has escogido, un pueblo tan numeroso que es imposible contarlo. Yo te ruego que le des a tu siervo discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo tuyo?
Al Señor le agradó que Salomón hubiera hecho esa petición, de modo que le dijo:
-Como has pedido esto, y no larga vida ni riquezas para ti, ni has pedido la muerte de tus enemigos sino discernimiento para administrar justicia, voy a concederte lo que has pedido. Te daré un corazón sabio y prudente, como nadie antes de ti lo ha tenido ni lo tendrá después. Además, aunque no me lo has pedido, te daré tantas riquezas y esplendor que en toda tu vida ningún rey podrá compararse contigo. Si andas por mis sendas y obedeces mis decretos y mandamientos, como lo hizo tu padre David, te daré una larga vida"
. (1º Reyes 3:5-14)

Me encanta esta historia. Dios ama tanto a Salomón, que le da la posibilidad de pedirle cualquier cosa que quiera, garantizándole su cumplimiento. Me sorprende muchísimo, entonces, la respuesta del joven rey, quien en vez de pedir algo para sí mismo, pide algo para los demás.

No es que a Dios le haya gustado el contenido de la petición (sabiduría); a Dios le encantó el propósito de la misma (administrar justicia).

Salomón entiende que todo aquello que Dios le da es para compartirlo con los demás ("de gracia recibisteis, dad de gracia", dice Mateo 10:8). Entonces, piensa qué es aquello que más provecho traería para sus prójimos, y lo pide. Se entiende que -como rey- tener sabiduría para administrar justicia es fundamental.

Tomemos el ejemplo de los dones espirituales (aquellas capacidades sobrenaturales que el Espíritu Santo nos da). Respecto a ellos, el apóstol Pablo nos dice: "A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás" (1º Corintios 12:7).

Te repito: Nada que Dios te de es para que te lo quedes para ti, sino para que lo compartas. Nada que Dios te de es para que te lo quedes para ti, sino para que lo compartas.

Salomón lo entiende, y entonces pide algo para los demás. ¿Cuál es la consecuencia de esta decisión? No sólo obtiene aquello que pidió para el beneficio ajeno, sino también aquellas cosas que no pidió porque sólo lo eran de provecho para él: "Como has pedido esto -respondió Dios-, y no larga vida ni riquezas para ti, ni has pedido la muerte de tus enemigos sino discernimiento para administrar justicia, voy a concederte lo que has pedido. Te daré un corazón sabio y prudente, como nadie antes de ti lo ha tenido ni lo tendrá después. Además, aunque no me lo has pedido, te daré tantas riquezas y esplendor que en toda tu vida ningún rey podrá compararse contigo". Por si fuera poco, Dios le ofrece algo más, sólo que lo condiciona a su futura obediencia: "Si andas por mis sendas y obedeces mis decretos y mandamientos, como lo hizo tu padre David, te daré una larga vida".

¿Cuántas veces nosotros actuamos distinto, siempre pensando en nosotros primero? No nos damos cuenta de que Dios nos manda a mostrar su amor a través de nuestra vida. Dando, no exigiendo.

Te recomiendo que aproveches esta oportunidad para detenerte a pensar un poco acerca del contenido de tus oraciones. Principalmente, del propósito de las mismas. ¿Para qué acudes a Dios? ¿Qué cosas le pides? ¿Con qué objeto?

Dios te bendiga.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por enfrentarme cada vez que me acerco a ella. Ayúdame a pensar en las necesidades de los demás antes que en las mías. En el nombre de Jesús, amén.

marzo 16, 2006

Como el hijo menor

Pasaron casi dos meses desde la última vez que estuve por aquí. El descanso, el trabajo en la base de datos de mails y algunos cambios que se vienen en la página ocuparon mi tiempo. Espero ya si poder volver a escribir una vez por semana, como lo venía haciendo.


"Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos le dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde'. Así que el padre repartió sus bienes entre los dos. Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia.
Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada. Por fin recapacitó y se dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros'. Así que emprendió el viaje y se fue a su padre.
Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. El joven le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti y ya no soy digno de ser llamado tu hijo'. Pero el padre ordenó a sus siervos: '¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado'. Así que empezaron a hacer fiesta".
(Lucas 15:11-24)

La historia debe de ser una de las más conocidas de la Biblia. Sin embargo, creo que puede seguir enseñándonos cosas. Parte de lo siguiente lo aprendí de Daniel Bianchi, director de la Agencia Misionera Internacional (AMI), además tiene algunos agregados míos.

Si nos fijamos en la actitud del hijo menor al principio de la historia nos encontramos con la rebeldía y el orgullo que, lamentablemente, muchas veces caracteriza nuestra relación con Dios.

El hijo dice: "Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde". Él no se da cuenta, pero está pidiendo que se le haga justicia, que se le de aquello que se merece. Él decide dejar de lado el beneplácito, la bondad, la misericordia -la gracia- del padre para obtener aquello que considera se ha ganado (en realidad, tampoco lo había hecho, sino que sólo lo tenía por herencia).

Si te detienes a pensarlo, te darás cuenta de que lo único que de verdad mereces es la condenación por tus faltas y omisiones. Imagínatelo como prefieras, piensa en el infierno con los lagos de fuego descriptos por Dante Alighieri en La Divina Comedia, o en un eterno vacío sin Dios, en una muerte permanente. No viene al caso cómo lo concibas. Lo crucial es que eso es lo que merecemos, y nada más.

Sin embargo, Dios nos regala de sus "bienes" y desde el comienzo nos dice: "sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo. Yo les doy de la tierra todas las plantas que producen semilla y todos los árboles que dan fruto con semilla; todo esto les servirá de alimento" (Génesis 1:28-29). Nada de eso nos pertenecía, sino que como el hijo menor, lo recibimos por gracia, por herencia al ser creados por Dios. Y, sin embargo, al igual que él, pedimos que se nos dé lo que meremos por justicia.

¿Qué pasa entonces? "Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia.
Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada"
. Recibimos aquello que de verdad nos ganamos: Al alejarnos de Dios y desperdiciar su gracia, rápidamente nos quedamos sin nada. Entonces, sólo permanecen la angustia, la soledad y la desesperación; sólo que ya no está Dios/Padre para ayudarnos.

Nunca, jamás, le pidas a Dios justicia sobre tu vida. Sólo pídele gracia. Tiene toneladas para darte. Luego de que Adán y Eva comen del fruto prohibido y la justicia de Dios se manifiesta sobre ellos (dolores de parto, trabajar la tierra, muerte física -Génesis 3:16-19-), aparece por primera vez la gracia en forma clara en la Biblia: "Dios el Señor hizo ropa de pieles para el hombre y su mujer, y los vistió" (Génesis 3:21). Ellos se habían encontrado desnudos a la luz de su pecado. Entonces, Dios los cubre, devolviéndole su dignidad perdida.

Volvamos al hijo menor de la historia. Él se da cuenta de su error, recapacita y dice: "'¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros'". Y emprende el regreso.

¿Notaste la diferencia entre esta petición al Padre y la primera? Antes decía "Padre, dame"; ahora dice "Padre, hazme". Hazme un esclavo, un servidor tuyo. El hijo menor entiende que puede tener mucho y seguir siendo nada (sobre todo si aquello que tiene en verdad no le pertenece); pero con sólo ser algo de su Padre, por pequeño que parezca, ya tiene más de lo jamás podría soñar poseer por sí mismo. Entiende que "si busca primeramente el reino de Dios y su justicia, todas las demás cosas le serán añadidas" (Mateo 6:33).

Por supuesto, luego de este arrepentimiento (del griego metanoia, que significa cambio de mente, es decir, pensar y actuar de diferente manera ante algo) viene la respuesta del Padre: "Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó". Con sólo verlo de vuelta, el Padre ya lo había perdonado. Las palabras torpes de disculpa del hijo no tenían sentido, Él ya "había sido movido a misericordia". Por eso, no le deja terminar su discurso y ordena a sus siervos: "'¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado'". ¡Qué hermosa respuesta! Sin preguntas, sin reproches, sin cuestionamientos. Simplemente lo acepta de nuevo, lo restituye como hijo, le devuelve el honor perdido. Festeja su regreso, igual que Dios lo hace con nosotros: "Dios se alegra con sus ángeles por cada pecador que se arrepiente" (Lucas 15:10).

El Padre le devuelve al hijo menor aquello no se merecía, se lo regala, porque lo ama tanto que no quiere que viva lo que de verdad se merece. Dios hizo lo mismo al entregar a Cristo por nosotros.

Pídele a Dios de su gracia sobre tu vida, porque evidentemente, quiere dártela. Ya no le digas "dame", comienza a decirle "hazme". Ser igual a Cristo es la meta.

Señor, gracias por tu Palabra. Perdona por haberte reclamado cosas, como si me las hubiera ganado. Gracias por todas las que me diste simplemente porque me amas. Hazme a la imagen de Cristo. En el nombre de Jesús, amén.

enero 19, 2006

"Unos a otros, como Cristo..."

Volví de mis vacaciones. Estuve haciendo una capacitación en misiones con AMI (Agencia Misionera Internacional). Muy bueno. Dios nos estuvo hablando mucho allí. Además, pude hacerme de unos buenos amigos (¡saludos!).

Hoy quiero hablarte acerca del sentido de comunidad, algo perdido en nuestras iglesias. Si te pones a buscar en la Biblia al respecto, descubrirás que Dios no vino a rescatar individuos (aunque de hecho lo hace), sino un pueblo.

"Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido". (1º Pedro 2:9-10)

Una y otra vez encontrarás alusiones a un conjunto unificado de personas "de un mismo sentir" (2º Corintios 13:11), o al menos así debiera ser.

Metáforas que afirman que somos "como piedras vivas, con las cuales se está edificando una casa espiritual" (1º Pedro 2:5 y Efesios 2:17-22), o que somos el "cuerpo de Cristo" (Efesios 4:11-16).

Pedro nos exhorta a que "Resistamos [al diablo], manteniéndonos firmes en la fe, sabiendo que nuestros hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos (1º Pedro 5:9). Esto nos da también una idea de comunidad, de que no estamos solos.

Sin embargo, me pregunto cuál es la actitud que muchas veces tenemos hacia nuestros "hermanos".
Me tomé el trabajo de buscar en el Nuevo Testamento todas las referencias que señalen una actitud que debemos tener "unos para con otros", y me sorprendió todas las que no cumplía. Te mostraré:

"Ahora que se han purificado obedeciendo a la verdad y tienen un amor sincero por sus hermanos, ámense de todo corazón los unos a los otros" (1º Pedro 1:22). "Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como Yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros (Juan 13:34-35). "Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente" (Romanos 12:10). Este es probablemente el más básico y, a la vez, más difícil de cumplir de todos. Amarnos los unos a los otros. Sin preguntas, sin prejuicios, sin cuestionamientos, sin resentimientos. Es el más importante de los vínculos entre "hermanos", el que los engloba a todos.

"Por tanto, acéptense mutuamente, así como Cristo los aceptó a ustedes para gloria de Dios" (Romanos 15:7). Aceptarse implica no forzar un cambio en el otro. Es amarlo como es. Por supuesto, esto incluye ayudarlo a ser un mejor discípulo de Cristo, pero sin dejar de amarlo en el camino. Dios nos acepta como somos, sin que debamos hacer nada para ello. Esa es la actitud a la que Pablo se refiere.

"Pues si Yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes" (Juan 13:14-15). La actitud aquí es de servicio de unos para con otros. Implica "no hacer nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad considerar a los demás como superiores a nosotros mismos. [Donde] cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás (Filipenses 2:3-4). Eso es servicio.

"Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz" (Efesios 4:1-3). No hay mucho para explicar aquí.

"Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo" (Efesios 4:32). Perdonar como Cristo nos perdonó. Qué difícil.

"Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo" (Efesios 5:21). Implica aprender que uno no siempre tiene razón (a mí me cuesta mucho esto).

"Por mi parte, hermanos míos, estoy seguro de que ustedes mismos rebosan de bondad, abundan en conocimiento y están capacitados para instruirse unos a otros" (Romanos 15:14). "Por eso, anímense y edifíquense unos a otros, tal como lo vienen haciendo" (1º Tesalonicenses 5:11). Animar, instruir, edificar. Todos podemos y debemos hacer eso con nuestros hermanos. Todo lo que Dios nos da es para que lo compartamos, y nada de lo que Él nos da, por pequeño que nos parezca, es poca cosa.

"Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras" (Hebreos 10:24-25). "Anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado" (Hebreos 3:13). Es nuestra obligación el animarnos/estimularnos a hacer el bien, para dejar de hacer el mal. Hay veces que necesitamos la palabra de otra persona para guiarnos de vuelta cuando perdimos el rumbo.

"Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz" (Santiago 5:16). Muy pocas veces hacemos esto, pero es importante hablar de nuestras debilidades con otros, para que nos sostengan en oración.

"Así que, hermanos míos, cuando se reúnan para comer, espérense unos a otros" (1º Corintios 11:33). Más allá del contexto de este versículo, que tiene que ver con una situación particular que experimentaba la iglesia en Corinto, lo importante a rescatar aquí es el tener consideración unos por otros. Tratar a los demás como me gustaría que me trataran a mí.

"Por tanto, dejemos de juzgarnos unos a otros. Más bien, propónganse no poner tropiezos ni obstáculos al hermano" (Romanos 14:13). Este es más bien uno de los "no hacer".

"Les hablo así, hermanos, porque ustedes han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones. Más bien sírvanse unos a otros con amor. En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: 'Ama a tu prójimo como a ti mismo'. Pero si siguen mordiéndose y devorándose, tengan cuidado, no sea que acaben por destruirse unos a otros. (...) Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. No dejemos que la vanidad nos lleve a irritarnos y a envidiarnos unos a otros" (Gálatas 5:13-15, 25-26). Baste claro, ¿no?

"Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, vístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto. Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo. Y sean agradecidos. Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón. Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de Él" (Colosenses 3:12-17). Lee varias veces el pasaje, tiene mucho para decirte.

"Ya se acerca el fin de todas las cosas. Así que, para orar bien, manténganse sobrios y con la mente despejada. Sobre todo, ámense los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados. Practiquen la hospitalidad entre ustedes sin quejarse. Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas" (1º Pedro 4:7-10). El amor va a salvar todas nuestras diferencias, todos nuestros errores. El don que Dios nos dio es para que lo pongamos al servicio de nuestros hermanos, no para que lo disfrutemos egoístamente.

Qué difícil parece todo esto. Si prestaste atención, notarás que la mayoría incluye una cláusula que dice "como Cristo lo hizo con ustedes". Esto, por un lado, nos exhortar a comprometernos, entregarnos, sacrificarnos como Él lo hizo; y por el otro, nos da la confianza de que Él ya lo hizo antes, por lo que no estamos solos en el camino.

Te animo a que conmigo, tú también lo intentes, confiando en que la gracia de Dios cubrirá nuestras faltas. Recuerda: "Mantén entre quienes no creen una conducta tan ejemplar que, aunque te acusen de hacer el mal, ellos observen tus buenas obras y glorifiquen a Dios en el día de la salvación" (1º Pedro 2:12). Ese es el mejor testimonio que puedes dar.

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a enfrentar todos estos desafíos tomado de tu mano. Gracias por cubrir mis faltas con tu sangre. Amén.

enero 03, 2006

Un nuevo año, una nueva oportunidad

Me atrasé un poco esta semana, así que probablemente se junte con el próximo. La semana que viene estaré de vacaciones, así que no podré estar escribiendo. Te dejo los dos capítulos siguientes del libro que te mostré la semana pasada (Pronzato, Alessandro. La seducción de Dios. Salamanca, Sígueme, 1973. 225 p.):

Verdaderamente una buena nueva:

‘Esperando que daría uvas, pero le dio agrazones’ (Isaías 5:2).
‘He aquí que hago nuevas todas las cosas’ (Apocalipsis 21:5).

‘¡Vive!’

Quisiera felicitarte por el nuevo año. La felicitación puede parecer banal, pero no acierto a encontrar otra mejor: ¡vive!
Quiero decir: vive de vida. No de banalidad, de necedades.
‘Vivid, ¡caramba! Vivid para la vida. No viváis para la nada. La vida corre veloz. No despachéis la vida como un quehacer de administración ordinaria. La vida es corta. Avanzad lejos vosotros mismos. Vivid a la luz del sol. Sentid el placer de vivir’ (P. Talec).
Vive. No te dejes llevar por la vida.
Pero no basta con vivir. Hay que precisar para qué se vive.
No basta mirar el calendario, el reloj. Es necesario dar un sentido a los días, a las horas, a los minutos.
No basta -como alguien ha hecho observar agudamente- añadir años a la vida. Hay que añadir vida a los años.
Vive, por tanto, de vida.
No vivas del vacío.
Un monje antiguo decía: ‘La mayor parte de los hombres me parecen virutas de madera arrolladas en torno a su vacío central’.
Elimina urgentemente, por favor, ese vacío central. Y encuentra, en cambio, un centro para tu vida.
Es magnifico vivir. Con tal que sea verdaderamente vida. No una representación, una apariencia o una función.
No se trata de hacer pasar el tiempo. Se trata de hacer pasar el tiempo en la vida. No permitir que vida y tiempo se ignoren... Animo, vivamos.

Puedo saber qué pasará en el nuevo año…

Al empezar el año mucha gente está curiosa por saber anticipadamente qué sucederá en la vida propia y en el mundo.
Se consultan con este fin los magos más o menos famosos. Hasta los periódicos serios albergan y arriesgan previsiones para el futuro.
Pero yo no tengo el oficio de adivinarlo. No puedo satisfacer la legítima curiosidad respecto al porvenir.
Quisiera obsequiarte, sin embargo, con una evidencia de cuatro perras (sin pretensiones de cobrarlas, por supuesto...), pero discretamente comprometida.
Pues bien, ¿qué te va a suceder en el año nuevo?
Dos tipos de acontecimientos.
Algunos no dependen de ti.
Otras cosas, en cambio, las puedes ya programar desde ahora en los más mínimos detalles.
Me explico con un ejemplo muy simple. Si te dan un cargo, la cosa no dependerá normalmente de tu voluntad (al menos, eso espero).
Pero depende de ti decidir el gasto de fe-esperanza-caridad, la suma de bondad, la provisión de generosidad, el estilo de servicio, la dosis de oración, las reservas de paciencia, la cantidad de confianza, con que podrán llenarse los días del nuevo año.
Hay que contar, sin duda, con el peso de las circunstancias externas, de las vicisitudes históricas, de las decisiones de los hombres, además naturalmente, de la voluntad de Dios. Y todo esto queda envuelto en la oscuridad del misterio. Nada puedes saber.
Pero hay que contar también con el peso de tu coherencia, tu sinceridad, tu honestidad, tu fidelidad, tu adoración, tu silencio, tu sacrificio. Y todo esto, desde el momento en que depende de ti, y no nos llueve del cielo, puede ser claro, y hasta luminoso desde ahora.
Para el segundo tipo de acontecimientos puedes saber desde ahora como será el año nuevo. Si va a ser una imitación descolorida del anterior (un año como de costumbre) o si representará algo inédito, porque estás firmemente decidido a poner dentro algo nuevo.
Por tanto, voy a expresar así mi segunda felicitación: no te dejes atrapar por la marcha imprevista de los acontecimientos. ¡Juega anticipándote! La recomendación evangélica ‘vigilad’ se puede poner también en esta perspectiva: estad atentos, es decir, tened algo preparado para imprimir vuestro sello sobre los hechos y no ser zarandeados como cañas.
Preparando ciertas provisiones, no cambiaremos totalmente el curso de los acontecimientos. Pero, al menos, les impondremos nuestra impronta, nuestra presencia activa y responsable. Y lograremos dar un fuerte viraje en la dirección deseada...

Deseo de evangelio

La tercera reflexión es una invitación a un ejercicio saludable (para repetir, si es posible, pasado el uno de enero, al empezar cada día).
Toma un calendario. Coge en la mano las hojas con un sentido de... veneración.
Piensa que de cada una de estas hojas están pendientes muchas esperanzas.
La esperanza de Dios, ante todo. Cada día que llega, Dios te hace señas... Cada nuevo día es una ‘señal’ de la esperanza de Dios con respecto a ti. Cada hoja contiene, no un numero, sino una noticia: ‘te informo de que existe un Dios que espera, que aguarda algo bueno de ti...’.
Pero las hojas del calendario hay que leerlas también como ‘señal’ de las esperanzas de los hombres. Nuestra consagración, lo hemos dicho muchas veces, es ‘para utilidad pública’. Por lo que todos los hombres tienen derecho a esperar algo de un bien que también les pertenece.
De esta forma, el quehacer de la vida religiosa se reduce a un compromiso fundamental: responder a las esperas. No decepcionar las esperanzas. No echar a perder los sueños.
Pero hay un punto, en el que me parece que coinciden las esperanzas de Dios y las de los hombres: la exigencia evangélica.
Nunca como hoy ha estado llamada la vida religiosa a la «prueba» del evangelio.
El evangelio tornado en serio.
El evangelio vivido en toda su ruda exigencia.
El evangelio interpretado en clave de incomodidad.
El evangelio como ‘palabra’ que te estalla dentro, y que transmites a los demás con tu rostro, ojos, corazón y manos, ardientes por los signos y las marcas de aquel contacto... explosivo y liberador al mismo tiempo.
El evangelio como noticia exaltante que comunicas en su sentido original, no con los acostumbrados sucedáneos de formulitas piadosas o de recetas moralizantes.
Se habla mucho del ‘nuevo rostro’ de los institutos y comunidades. Y todos se esfuerzan por descubrir este ‘nuevo rostro’. Pero no hay que olvidar que, será un rostro evangélico, o será una máscara provisional.
Hay mucha gente muy interesada en buscar su propio puesto en la iglesia y en la sociedad. Y, a veces, me vienen ganas de sugerirle a alguno: ‘¿No has intentado buscar tu puesto en el evangelio? Te aseguro que allí hay espacio... por vender. Hay espacio, hay sol, hay aire libre. ¡Cuánto sitio en el evangelio, amigo mío! ¡Cuánto sitio en las pendientes de aquel montecillo en que Cristo tuvo cierto discurso...! ¿Quieres que busquemos allí tu puesto?
Entre tantos ‘vientos’ como soplan en la vida religiosa hoy, ¿es demasiado esperar que sople aire de evangelio? (En tal caso ciertas estructuras saltarían por si mismas, no resistirían ese viento impetuoso... El vino nuevo del evangelio, no hay duda, hace reventar los odres viejos... Sometámonos a esta prueba. Más que el pico, es necesario usar el evangelio. La autenticidad evangélica bastará por sí sola para hacer desaparecer todas las estructuras abusivas).
Cierto ‘responsable’ me pregunta preocupado:
-¿Cómo saldremos de esta crisis?
-Entrando por la puerta del evangelio- respondo sin titubear.
Es una puerta un poco estrecha. Pero si eliminamos ciertos impedimentos lo conseguiremos...
Los peligros que hay que denunciar — y alguna vez dramatizar— a propósito del momento actual de la vida religiosa se curan únicamente con una terapia masiva de radicalismo evangélico.
Pongamos, para comenzar, una dosis de choque...
‘Si, precisamente el evangelio. / Descubramos nuevamente: / la simplicidad de su palabra / la audacia de su ingenuidad / la fuerza de su radicalismo / la insolencia de las bienaventuranzas / la provocación de sus llamamientos / la transparencia de su luz / el gusto de su sal / la locura de su cruz / la utopía de su esperanza / el soplo de su Espíritu / el camino del amor / la verdad de la alegría / la pasión de la vida’ (P.Talec).
Por esto, formulo así la tercera felicitación: Que el próximo año estemos en condiciones de comunicar a todos (y a Dios en primer lugar, se entiende...) esta buena nueva: ¡alguien se esta tomando en serio el evangelio!


‘Dichosos los que se dejan
importunar...’:


‘Corrió a Él uno, que arrodillándose le pregunto: Maestro bueno, ¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?
Jesús le dijo:
¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos. No matarás, no adulterarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no harás daño a nadie, honra a tu padre y a tu madre.
El le dijo:
Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud.
Jesús, poniendo en él los ojos, le am6 y le dijo:
Una sola cosa te falta: vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme.
Ante estas palabras se anubló su semblante, y fuese triste porque tenía mucha hacienda’
(Marcos 10:17-22).

No le habían informado sobre el gran perturbador

No era culpa suya. Probablemente le habían dado informaciones equivocadas. Él, ¡pobrecillo!, había terminado por convencerse de que Jesús era un distribuidor de diplomas y condecoraciones. Y seguro de sus títulos (‘todo esto lo he guardado desde mi juventud’), se había presentado con la certeza de obtener un más que merecido certificado de buena conducta.
En cambio, se encontró frente al gran perturbador... Es decir, uno que no hace inventario de lo que presentas, sino de lo que ‘te falta’.
Y pretende precisamente eso, sin felicitarte por lo mucho que has hecho.
La definición de gran perturbador es del patriarca Atenágoras (Dieu est la grand derangeur). Se podría también decir: el gran desviador.
San Juan ha dicho: ‘Dios es amor’ (Juan 4:8).
Atenágoras: ‘Dios es el gran perturbador’.
Esta segunda definición completa la anterior. Precisamente porque es amor, Dios asume el puesto de perturbador. Desde el momento en que nos ama, el Señor se siente autorizado a perturbarnos. El amor, de hecho, es exigente por naturaleza. No se conforma con poco. Pretende mucho. Pretende todo. (Debemos desconfiar de las personas que nos piden poco. Que nos proponen ideales recortados, una vida religiosa con descuento, un compromiso con limitaciones, un producto a precios de liquidación... Quiere decir que no nos estiman, nos imaginan sustancialmente incapaces de cosas grandes).
‘Jesús, poniendo en él los ojos, le amó...’.
He aquí el Dios que es amor.
Pero al instante entra en acción el Dios gran perturbador: ‘Una sola cosa te falta...’.
En lugar del diploma, en lugar de la aprobación, hay una demanda ulterior, una propuesta desconcertante.

Su modo de felicitar

El Señor no te felicita nunca. Mejor, su modo de felicitar es una invitación a ir más allá, a una meta nueva, hasta disparatada, puesta instantáneamente ante los ojos.
El Señor no dice nunca ‘¡así esta bien!»’ Mejor, su modo de decir ‘¡así esta bien!’, es la presentación de una exigencia ulterior, todavía más ruda y comprometida que la precedente.
Es el estilo del gran perturbador, y peor para el que no logra entrar en este dinamismo de vértigo.
‘Ante estas palabras se anublo su semblante, y fuese triste...’.
Sí. Estaba preparado para hacer las cuentas al detalle con un Dios contable, que después de haber comprobado todas las cifras, entrega certificados de buena conducta.
En cambio, se ha encontrado con un Dios que es amor. Con un Dios que es un obstinado inquietador.
Y, ante este descubrimiento, le ha faltado literalmente la respiración. No ha sabido lanzarse adelante en la dirección indicada. ‘Y fuese triste...’.
Era natural. La alegría estaba... más allá. En la dirección imposible que le indicaba el gran desviador.

Los que han aceptado…

Por cada uno que se echa atrás, hay muchísimos que aceptan. La Biblia está llena de personajes que consienten en dejarse perturbar.
La sagrada Escritura, en efecto, nos documenta sobre la actividad de este terco perturbador del orden público y privado.
Ahí está Abraham, desalojado de su tierra, de sus parientes, de la casa de su padre, y enviado a una tierra desconocida (Génesis 12:1).
Ahí está Moisés, separado del rebaño del suegro y mandado ante el faraón, a cumplir una misión ciertamente nada agradable (Éxodo 3:10).
Ahí esta el pobre Amós, de profesión labrador, sacado de sus propias tierras, en Tecoa, y enviado, con los zuecos aún llenos de barro, al palacio real de Samaria, a decir cosas, que, a ciertos oídos delicados, podían sonar más bien... inconvenientes.
Y así mismo Jonás ha visto deshecho su propio programa por el gran perturbador, que le ha destinado a perturbar el sueño a los habitantes de Nínive.
Y ahí están también Simón, Andrés, Santiago y Juan, de profesión pescadores, que han sido bonitamente arrancados de su barca.
Y Leví, el cobrador de impuestos, un día no ha podido siquiera terminar de contar las entradas de caja.
Zaqueo, más tarde, no logró estar tranquilo, ni siquiera en el sicomoro, donde se había instalado para gozar del espectáculo al paso de un personaje importante.
Todos ellos han visto cambiar de improviso el rumbo de su existencia. Y no han tenido el coraje de pedirle informaciones, aclaraciones acerca del nuevo itinerario. Habrían escuchado la respuesta acostumbrada: ‘Venid y veréis’ (Juan 1:39).

Está en juego la libertad y... una bienaventuranza

Ahí está. La vocación es esencialmente eso: la entrada en acción, en la vida de una persona, de un Dios perturbador, o por decirlo con otra expresión, gran desviador.
Él viene a trastornar nuestros proyectos. A suspender nuestros programas. A descomponer nuestros planes. A tirar por tierra nuestros arreglos. A cambiar nuestros rumbos cansinos.
La vocación, que es misterio, se ‘juega’ entre un Dios que entra en combate para inquietar y una persona, que simplemente acepta dejarse inquietar.
‘E1 que no odia a su padre, a su madre, sus posesiones, a si mismo, no puede ser mi discípulo’ (Lucas 14:26). No se trata de odiar en el sentido vulgar de la palabra. ‘Odio, en este caso, no es desprecio, sino la decisión de seguir adelante’ (G. Vannucci).
El gran inquietador invita, precisamente, a no contentarse, a no acomodarse, a preferir algo distinto, algo más, algo mejor. En suma, a ir más allá. Más allá de nuestros planes, de nuestros horizontes, nuestros sueños, nuestras convicciones, nuestra pusilanimidad, nuestras aspiraciones, nuestras exigencias, y nuestros miedos.
Me parece que el misterio de la vocación se puede resumir en estos términos. El personaje principal asume la iniciativa y se presenta así: ‘Yo soy el señor, tu perturbador’. Por eso lanza en seguida la bienaventuranza fundamental: ‘Dichosos aquellos que se dejan perturbar’.
En el misterio de la vocación esta en juego la libertad.
Y está en juego una bienaventuranza.

Cuando se pierde la vocación

He aquí una frase, más bien incisiva, que se oye repetir con frecuencia: ‘Cada día se nos da una vocación’.
Ahora bien, si tenemos presente que en nuestra vocación hay un personaje principal que asume la iniciativa, que llama (la vocación es esencialmente una llamada de Dios) y un personaje secundario que responde, podemos precisar:
-Dios llama todos los días. Diariamente nos inquieta. Todos los días, Dios tiene algo nuevo, inédito, inaudito, que proponernos. Una loca exigencia que nos estimula a ‘ir más allá’.
-Todos los días debemos responder a la vocación de Dios. Tomar conciencia de la nueva demanda. Aceptar ser inquietados todavía.
Por lo cual:
-El día en que Dios no pidiese algo mas, algo mejor, algo difícil, nos faltaría la ‘vocación de Dios’. Ya no seriamos ‘llamados’.
-El día en que, conscientemente, no aceptáramos la ‘demanda’ ulterior de parte de Dios, rehusáramos la enésima molestia, aquel día -aunque sea después de 50 anos de vida religiosa ‘ejemplar’- habríamos perdido la vocación (en este sentido, ¡cuántas pérdidas de vocación deberíamos anotar, aún entre personas religiosas de observancia intachable y escrupulosa regularidad! La estabilidad, no obstante las apariencias, no es fidelidad. Porque la fidelidad implica siempre un dinamismo de respuesta a exigencias siempre nuevas. Rehusar ‘ir más allá’ es, aunque resulte difícil admitirlo, ‘pérdida de la vocación’).
En otras palabras. Responder a la vocación significa aceptar el dejarse inquietar por Dios. Pero Dios no nos inquieta de una vez para siempre, al principio.
Todos los días se presenta como gran perturbador. Por lo cual, yo conservo la vocación, soy perseverante en la medida en que cada día acepto dejarme inquietar por Dios.
Y esto, hasta el último instante de mi vida.
En efecto, incluso a los sesenta u ochenta años, incluso un instante antes de morir, el Señor se me acercará, fijará en mí una ‘mirada llena de amor’ y me dirá... ¡lo que todavía me falta!”.

Señor, gracias por tu Palabra. Enséñame a dejarme inquietar por ti, a andar en el camino del evangelio. Que este nuevo año sea uno en el que pueda acercarme más a ti, conocerte más. En el nombre de Jesús, amén.