"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

julio 23, 2007

Ese hábito que te mantiene aplastado

Muchas veces me pregunté, como lo habrás hecho tú (si es que acaso te importa), por qué es que hay vicios y malos hábitos que cuestan tanto dejar. Pecados recurrentes por los que pedimos perdón una y otra vez, para sólo volver a cometerlos...

Llega un momento en el que ya no nos da la cara para volver a pedir perdón: "es que, otra vez... y tan sólo ayer prometí no volver a hacerlo...". Entonces, dejamos de orar y pedir perdón, sólo para estar peor, y seguir haciendo lo mismo, por tanto no orar, y así...

Es apóstol Pablo hace una diferencia entre la culpa y la conciencia de pecado: "la tristeza que proviene de Dios produce arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte" (2º Corintios 7:10). La tristeza que nos lleva lamentarnos y no arrepentirnos se llama culpa, que lleva a la muerte; mientras que la tristeza que nos infunde indignación y nos exige un cambio de actitud, se llama conciencia de pecado, que lleva a la salvación.

¿Significa esto que podemos pecar tranquilos, siempre que nos arrepintamos? "De ninguna manera". Arrepentimiento, del griego metanoia, significa literalmente "cambio de mente", es decir, comenzar a pensar distinto: algo que antes nos gustaba o pensábamos que era correcto, ahora ya no es así. De modo tal que "cambiemos nuestra manera de pensar para que así cambie nuestra manera de vivir y lleguemos a conocer la voluntad de Dios" (Romanos 12:2).

Ahora bien, ¿por qué muchas veces, pese a nuestro arrepentimiento, seguimos cayendo en lo mismo?. ¿Por qué pese a querer con todo nuestro ser no hacer más lo mismo, lo seguimos haciendo?. ¿Por qué es que "no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco"? (Romanos 7:15). ¿Por qué no puedo simplemente cambiar? Principalmente, ¿por qué es que Dios no quita de una vez y para siempre esa carga que llevamos hace tanto, que muchas veces creemos haber superado sólo para volver a caer una y otra vez?

Creo haber encontrado una razón en el libro de Jueces. En todo el capítulo uno se narra cómo los israelitas conquistan la tierra prometida: qué regiones toman sin problemas, cuáles les demandarían años, y cuáles no lo harían nunca.

Dios había prometido a Moisés, entre otras cosas, darle un lugar para que los israelitas habitasen (capitúlo 34 de Éxodo). A cambio, Dios le había pedido que no se mezclaran con los pueblos que allí vivían, porque terminarían haciéndolos caer en pecado. Luego de la muerte de Moisés, Josué toma su lugar y se encarga de la conquista de la tierra, pero algo pasa luego de su muerte:

"Cuando Josué despidió al pueblo, los israelitas se fueron a tomar posesión de la tierra, cada uno a su propio territorio. El pueblo sirvió al Señor mientras vivieron Josué y los ancianos que le sobrevivieron, los cuales habían visto todas las grandes obras que el Señor había hecho por Israel.
Sin embargo, cuando Josué hijo de Nun, siervo del Señor, murió a la edad de ciento diez años, y también murió toda aquella generación, surgió otra que no conocía al Señor ni sabía lo que él había hecho por Israel. Esos israelitas hicieron lo que ofende al Señor y adoraron a los ídolos de Baal. Abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que los había sacado de Egipto, y siguieron a otros dioses —dioses de los pueblos que los rodeaban—, y los adoraron, provocando así la ira del Señor. Abandonaron al Señor, y adoraron a Baal y a las imágenes de Astarté. Entonces el Señor se enfureció contra los israelitas y los entregó en manos de invasores que los saquearon. Los vendió a sus enemigos que tenían a su alrededor, a los que ya no pudieron hacerles frente. Cada vez que los israelitas salían a combatir, la mano del Señor estaba en contra de ellos para su mal, tal como el Señor se lo había dicho y jurado. Así llegaron a verse muy angustiados"
(Jueces 2:6-15).

Así y todo, Dios no dejó desamparado a su pueblo:

"Entonces el Señor hizo surgir caudillos que los libraron del poder de esos invasores. Pero tampoco escucharon a esos caudillos, sino que se prostituyeron al entregarse a otros dioses y adorarlos. Muy pronto se apartaron del camino que habían seguido sus antepasados, el camino de la obediencia a los mandamientos del Señor. Cada vez que el Señor levantaba entre ellos un caudillo, estaba con él. Mientras ese caudillo vivía, los libraba del poder de sus enemigos, porque el Señor se compadecía de ellos al oírlos gemir por causa de quienes los oprimían y afligían. Pero cuando el caudillo moría, ellos volvían a corromperse aún más que sus antepasados, pues se iban tras otros dioses, a los que servían y adoraban. De este modo se negaban a abandonar sus malvadas costumbres y su obstinada conducta.
Por eso el Señor se enfureció contra Israel y dijo: “Puesto que esta nación ha violado el pacto que yo establecí con sus antepasados y no me ha obedecido, tampoco yo echaré de su presencia a ninguna de las naciones que Josué dejó al morir. Las usaré para poner a prueba a Israel y ver si guarda mi camino y anda por él, como lo hicieron sus antepasados”. Por eso el Señor dejó en paz a esas naciones; no las echó en seguida ni las entregó en manos de Josué"
(Jueces 2:16-23).

¿Qué tiene esta historia que ver con esos pecados de los que no logramos librarnos? Mucho: debido a la desobediencia del pueblo judío, Dios decidió dejar algunos de los pueblos que habitaban en la tierra prometida antes de que ellos llegaran. ¿Para qué? Para probarlos. A través de su relación con ellos, se evidenciaba su relación con Dios. Mientras más se dejaban influir por ellos (en vez de ser ellos quienes influyeran, llevando luz), más lejos de Dios se encontraban. Es decir, su relación con ellos era un espejo invertido de su relación con Dios.

¿Por qué no te detienes un momento para pensarlo así en tu vida? Piensa el grado de cercanía en tu relación con Dios, en comparación con el grado de contaminación que ese mal hábito te provoca. ¿Te das cuenta? Mientras más cerca estás de Dios, más lejos de ese hábito, al punto que ni piensas en él, y mientras más cerca estás de ese pecado, más lejos estás de Dios, al punto que ni siquiera le hablas o te acuerdas de Él. ¿Puedes identificar momentos en tu vida en que esto se haya dado así?

¿Lo entiendes ahora? Dios no lo "quita de en medio", para probarnos. Pero no para que Él sepa cuánto lo amamos (Él ya lo sabe), sino para que nosotros nos demos cuenta de cuánto nos importa.

¿Significa esto que nunca podremos vencer este pecado? Claro que no. De hecho, así como "sólo cuando Israel se hizo fuerte pudo someter a los cananeos a trabajos forzados", nosotros al crecer en nuestra relación con Dios también podremos terminar con ese mal hábito, aunque como los isrealitas "nunca podamos expulsarlo del todo" (Jueces 1:28). Es que si no, nos olvidaríamos de lo que Dios hizo por nosotros...

Lo que sí es cierto, es que siempre estaremos luchando con algún pecado. En cuanto venzamos a nuestro gigante, y empecemos a estar orgullosos de ello, algún otro aparecerá. La vida de David es un gran ejemplo de eso.

¿Cuál es, entonces, la actitud a tomar? Arrepentirse, rechazar la culpa y tratar de cambiar de actitud, pero confiando en la gracia de Cristo que cubre nuestras faltas, por más groseras nos parezcan. Y tener siempre presente que la relación con ese pecado que parece que nunca podremos vencer, no es más que un espejo invertido de nuestra relación real con Dios.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por dejar una muestra tan evidente del estado de mi relación contigo. Perdóname por no estar mejor. Ayúdame a vencer a mis gigantes. Gracias porque en Cristo sé que tengo la victoria. En el nombre de Jesús, amén.