"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

diciembre 27, 2007

El propósito del sacrificio

¿Por qué era necesario que Dios enviara a su hijo? ¿Por qué debía morir? ¿Por qué, siendo un Dios de amor, no podía hacerse de otra manera? ¿Qué clase de padre idea un plan que consiste en sacrificar a su hijo? Estas preguntas rondaron mi mente muchos años. De hecho, son uno de los misterios más profundos de la humanidad. ¿Por qué Dios simplemente no perdonaba el pecado?

Dice la Biblia que "la paga del pecado es la muerte" (Romanos 6:23). Pecado es todo aquello que a Dios no agrada, es decir, que se aparta de su esencia. Por ejemplo, Dios es verdad, por tanto, odia la mentira, que es su opuesto. La mentira, entonces, es pecado. Dios es el fundador de la vida, por ende, cualquier acción para destruirla constituye un pecado. Dios es amable y generoso, por lo que el egoísmo y los celos también son pecados. ¿Se entiende el concepto? No se trata de una lista de "debes y no debes", sino de hacer y ser aquello que refleja algún atributo (característica) de Dios y rechazar aquello que no lo hace.

Cuando esta ley se rompe, el pago, la sentencia, es la muerte. ¿Por qué? Porque Dios, el logos, aquel Verbo que según Juan capítulo uno creó todo lo que hay, también es el responsable de mantener todo "funcionando". La vida fluye de y es sostenida por Dios. El pecado es aquello que Dios no es. Al pecar, entonces, nos alejamos de Dios, es decir, de la fuente y sostén de la vida. Por tanto, morimos.

Ok, perfecto, pero, así y todo... ¿no era más sencillo simplemente perdonar el pecado del mundo, en vez de hacer que Cristo muriera por él? No. No podía hacerse así. ¿Por qué? Porque así como Dios es todo amor, también es todo justicia. Los atributos de Dios son infinitos. Así, Dios es amor infinito, ergo, ama infinitamente. Lo único que puede limitar un atributo de Dios es Él mismo, a través de otro de sus atributos. Entonces, lo único que puede "limitar" el amor de Dios es su justicia. La Biblia, Palabra de Dios, establece que la paga del pecado es la muerte. No cumplir esta sentencia haría a Dios mentiroso e injusto. La justicia de Dios debe prevalecer. Me lo imagino, al principio de los tiempos, pensando qué hacer entonces con el pecado del mundo: la respuesta se halla en su amor. Ante la perspectiva de que el hombre, la cumbre de toda su creación, muriese sin remedio, su corazón se conmueve, no puede permitirlo. Entonces, determina que se haga justicia y el pecado se pague, pero, para salvar al hombre, es necesario que Él mismo lo pague. Por supuesto, la muerte de Cristo no es el plan B de Dios, una decisión de último momento... no, Cristo "fue crucificado desde antes de la fundación del mundo" (Apocalipsis 13:8): éste fue siempre el plan de Dios para salvar al hombre. De esta manera, Dios evidencia su amor y su justicia, y se mantiene fiel a sí mismo.

La Biblia entera relata la voluntad divina de relacionarse con el hombre. Desde la relación directa antes de la caída, pasando por los patriarcas, jueces, reyes, profetas, hasta el silencio del período intertestamentario. El hombre, salvo contadas excepciones, nunca respondió al llamado. Entonces, Dios decide ir a su encuentro: "el Verbo se hizo hombre y habitó entre los hombres" (Juan 1:14). Dios, al enviar a Cristo, iguala el nivel de los comunicantes. Cristo, "siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!" (Filipenses 2:6-8). Cristo se rebajó por nosotros. Se hizo igual a nosotros. Tanto, que al morir se convirtió en aquello que es lo opuesto a sí mismo: "se hizo pecado" (2° Corintios 5:21). "Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados" (Isaías 53:5). Así, Cristo pagó el precio de nuestra vida alejada de Dios y nos garantizó el acceso directo al Padre, al destruir la barrera que nos separaba, constituida por el pecado.

La navidad es, en esencia, Emmanuel. Es decir, "Dios con nosotros". Es Dios buscándonos, extendiendo su mano hacia nosotros. Salvando nuestras culpas, pagando nuestros pecados. Restaurando nuestra identidad: pasamos de no-ser, a ser-en-Dios (1° Pedro 2:10). Haciéndonos agradables a Dios, santos. Todo por su amor.

A cambio, lo único que Dios pide (que es fácil y casi imposible a la vez), es vivir en consecuencia. Es decir, santificar nuestra vida (vivir cada vez más parecido a la forma en que Cristo vivió). Santo significa "apartado para Dios". Dios te hace santo por gracia, pero tú te santificas al vivir para Dios cada día. No se trata de una oración determinada o una decisión efímera que se la lleva el viento. Se trata de una forma de vida que responda a la identidad que Cristo te regala.

Te dejo un video que muestra muy bien cómo Dios te ama y te busca:



¿Aceptas que Cristo te sustituya a la hora de morir por tus pecados? ¿Estás dispuesto/a a vivir en consecuencia? No puedes responder a una pregunta que sí y a la otra que no. O aceptas o rechazas ambas. Espero elijas bien y vivas coherentemente con tu elección. Dios te bendiga.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por acercarte a mí. Gracias por pagar mis deudas. Perdóname por todas las veces que no vivo en consecuencia. Enséñame a parecerme cada vez más a ti. En el nombre de Jesús, amén.