"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

septiembre 07, 2008

Las promesas de Dios: ¿le creemos, o no?

El Señor había prometido a Moisés (y luego a Josué) que los israelitas conquistarían sin problemas toda la tierra que les había dado por herencia. Si te dispones a leer los primeros capítulos del libro de Josué, verás que mediante la obediencia a Dios, los judíos vencieron en Jericó y cómo, por causa de su desobediencia, fueron derrotados por la tribu de Hai. Es decir, el cumplimiento de la promesa estaba supeditado a su fe y obediencia (al fin y al cabo, la desobediencia es una muestra de incredulidad -la idea del hombre es mejor que la de Dios-).

Lo que es claro es que el pueblo judío conocía la promesa hecha a Moisés. Veamos, sin embargo, qué pasó con dos de las tribus (Judá y Manasés –la de José se había dividido en dos, Manasés y Efraín-), cuando Josué sorteó los territorios que le tocarían a cada una:

1º. Josué 14:6-14:
“Los descendientes de Judá se acercaron a Josué en Guilgal. El quenizita Caleb hijo de Jefone le pidió a Josué: «Acuérdate de lo que el SEÑOR le dijo a Moisés, hombre de Dios, respecto a ti y a mí en Cades Barnea. Yo tenía cuarenta años cuando Moisés, siervo del SEÑOR, me envió desde Cades Barnea para explorar el país, y con toda franqueza le informé de lo que vi. Mis compañeros de viaje, por el contrario, desanimaron a la gente y le infundieron temor. Pero yo me mantuve fiel al SEÑOR mi Dios. Ese mismo día Moisés me hizo este juramento: "La tierra que toquen tus pies será herencia tuya y de tus descendientes para siempre, porque fuiste fiel al SEÑOR mi Dios".
»Ya han pasado cuarenta y cinco años desde que el SEÑOR hizo la promesa por medio de Moisés, mientras Israel peregrinaba por el desierto; aquí estoy este día con mis ochenta y cinco años: ¡el SEÑOR me ha mantenido con vida! Y todavía mantengo la misma fortaleza que tenía el día en que Moisés me envió. Para la batalla tengo las mismas energías que tenía entonces. Dame, pues, la región montañosa que el SEÑOR me prometió en esa ocasión. Desde ese día, tú bien sabes que los anaquitas habitan allí, y que sus ciudades son enormes y fortificadas. Sin embargo, con la ayuda del SEÑOR los expulsaré de ese territorio, tal como él ha prometido».
Entonces Josué bendijo a Caleb y le dio por herencia el territorio de Hebrón. A partir de ese día Hebrón ha pertenecido al quenizita Caleb hijo de Jefone, porque fue fiel al SEÑOR, Dios de Israel”.


2º. Josué 17:14-18:
“Las tribus de José le reprocharon a Josué:
-¿Por qué nos has dado sólo una parte del territorio? Nosotros somos numerosos, y el SEÑOR nos ha bendecido ricamente.
Entonces Josué les respondió:
-Ya que son tan numerosos y encuentran que la región montañosa de Efraín es demasiado pequeña para ustedes, vayan a la zona de los bosques que están en territorio ferezeo y refaíta, y desmonten tierra para que habiten allá.
Los descendientes de José replicaron:
-La región montañosa nos queda muy pequeña, y los cananeos que viven en el llano poseen carros de hierro, tanto los de Betsán y sus poblaciones como los del valle de Jezrel.
Pero Josué animó a las tribus de Efraín y Manasés, descendientes de José:
-Ustedes son numerosos y tienen mucho poder. No se quedarán con un solo territorio, sino que poseerán la región de los bosques. Desmóntenla y ocúpenla hasta sus límites más lejanos. Y a pesar de que los cananeos tengan carros de hierro y sean muy fuertes, ustedes los podrán expulsar”.


Veamos las diferencias fundamentales:
Caleb tiene muy presente la promesa que Dios le había hecho, pese a que ya habían pasado cuarenta y cinco años. Sigue esperándola “con la misma fortaleza” y “energía”. Está tan convencido de que Dios cumplirá lo que le prometió que no le preocupan los habitantes que aún no habían sido expulsados, ni sus “ciudades enormes y fortificadas”. Está seguro de que “con la ayuda del Señor” podrá expulsarlos sin problemas.
La media tribu de Manasés (primogénito de José), en cambio, no tiene presente la promesa, sino que simplemente va a Josué a “reprocharle” lo que le tocó en suerte. Josué, que sí la tenía clara, simplemente les dice que no se preocupen, que tienen mucho territorio más para conquistar aún. Pero Manasés (que literalmente significa “olvidadizo” o “que hace olvidar”), sólo se queja porque “los cananeos que viven en el llano poseen carros de hierro”. Se olvidan de que Dios estaba con ellos y les había prometido la victoria. Tienen miedo. Josué se los recuerda y los anima.

De hecho, si analizas las palabras del último discurso de Josué antes de morir, verás que apuntan precisamente a confiar en Dios y sus promesas, ya que “ninguna ha dejado de cumplirse al pié de la letra”:
“Mucho tiempo después de que el SEÑOR le diera a Israel paz con sus enemigos cananeos, Josué, anciano y cansado, convocó a toda la nación, incluyendo a sus líderes, jefes, jueces y oficiales, y les dijo: «Yo ya estoy muy viejo, y los años me pesan. Ustedes han visto todo lo que el SEÑOR su Dios ha hecho con todas aquellas naciones a favor de ustedes, pues él peleó las batallas por ustedes. Yo repartí por sorteo, como herencia de sus tribus, tanto las tierras de las naciones que aún quedan como las de aquellas que ya han sido conquistadas, entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. El SEÑOR su Dios expulsará a esas naciones de estas tierras, y ustedes tomarán posesión de ellas, tal como Él lo ha prometido.
»Por lo tanto, esfuércense por cumplir todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés. No se aparten de esa ley para nada. No se mezclen con las naciones que aún quedan entre ustedes. No rindan culto a sus dioses ni juren por ellos. Permanezcan fieles a Dios, como lo han hecho hasta ahora. El SEÑOR ha expulsado a esas grandes naciones que se han enfrentado con ustedes, y hasta ahora ninguna de ellas ha podido resistirlos. Uno solo de ustedes hace huir a mil enemigos, porque el SEÑOR pelea por ustedes, tal como lo ha prometido.
»Por mi parte, yo estoy a punto de ir por el camino que todo mortal transita. Ustedes bien saben que ninguna de las buenas promesas del SEÑOR su Dios ha dejado de cumplirse al pie de la letra. Todas se han hecho realidad, pues Él no ha faltado a ninguna de ellas»”
(Josué 23:1-10,14).

Aquí debajo te dejo unas cuántas promesas que Dios nos hizo a nosotros directamente. Te animo a pedirle a Dios que cumpla esas promesas en tu vida.

(Nota: si en vez de ver unas imáganes girando con versículos escritos en ellas ves un cartel que dice "¡Entre tu correo electrónico para conseguir nueva notificación de fotos!", sólo haz click en la equis del margen superior derecho para cerrar la publicidad y volver a las imágenes).



Finalmente, aquí tienes cuatro versículos que hablan acerca del Espíritu Santo como garantía de esas promesas que acabas de leer y, espero, tomaste para tu vida.

“Dios nos dio su Espíritu como garantía de sus promesas. Por eso, mantenemos siempre la confianza, aunque sabemos que mientras vivamos en este cuerpo estaremos alejados del Señor. Vivimos por fe, no por vista” (2º Corintios 5:5-7).
“Dios es el que nos mantiene firmes en Cristo. Él nos ungió, nos selló como propiedad suya y puso su Espíritu en nuestro corazón como garantía de sus promesas” (2º Corintios 1:21-22).
“Cuando oímos el evangelio, y creímos lo que dice, fuimos marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido. Éste garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios” (Efesios 1:13-14).
“Yo rogaré al Padre, y les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: el Espíritu de verdad, al que el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni lo conoce; pero ustedes sí lo conocen, porque vive en ustedes, y estará en ustedes. Y el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les dije” (Juan 14:16-17,26).

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por espontáneamente regalarme todas esas promesas. Gracias por darte a ti mismo como garantía inquebrantable de su cumplimiento. Ayúdame a creerte más, a confiar más en el advenimiento de esas realidades. En el nombre de Jesús, amén.