"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

diciembre 27, 2007

El propósito del sacrificio

¿Por qué era necesario que Dios enviara a su hijo? ¿Por qué debía morir? ¿Por qué, siendo un Dios de amor, no podía hacerse de otra manera? ¿Qué clase de padre idea un plan que consiste en sacrificar a su hijo? Estas preguntas rondaron mi mente muchos años. De hecho, son uno de los misterios más profundos de la humanidad. ¿Por qué Dios simplemente no perdonaba el pecado?

Dice la Biblia que "la paga del pecado es la muerte" (Romanos 6:23). Pecado es todo aquello que a Dios no agrada, es decir, que se aparta de su esencia. Por ejemplo, Dios es verdad, por tanto, odia la mentira, que es su opuesto. La mentira, entonces, es pecado. Dios es el fundador de la vida, por ende, cualquier acción para destruirla constituye un pecado. Dios es amable y generoso, por lo que el egoísmo y los celos también son pecados. ¿Se entiende el concepto? No se trata de una lista de "debes y no debes", sino de hacer y ser aquello que refleja algún atributo (característica) de Dios y rechazar aquello que no lo hace.

Cuando esta ley se rompe, el pago, la sentencia, es la muerte. ¿Por qué? Porque Dios, el logos, aquel Verbo que según Juan capítulo uno creó todo lo que hay, también es el responsable de mantener todo "funcionando". La vida fluye de y es sostenida por Dios. El pecado es aquello que Dios no es. Al pecar, entonces, nos alejamos de Dios, es decir, de la fuente y sostén de la vida. Por tanto, morimos.

Ok, perfecto, pero, así y todo... ¿no era más sencillo simplemente perdonar el pecado del mundo, en vez de hacer que Cristo muriera por él? No. No podía hacerse así. ¿Por qué? Porque así como Dios es todo amor, también es todo justicia. Los atributos de Dios son infinitos. Así, Dios es amor infinito, ergo, ama infinitamente. Lo único que puede limitar un atributo de Dios es Él mismo, a través de otro de sus atributos. Entonces, lo único que puede "limitar" el amor de Dios es su justicia. La Biblia, Palabra de Dios, establece que la paga del pecado es la muerte. No cumplir esta sentencia haría a Dios mentiroso e injusto. La justicia de Dios debe prevalecer. Me lo imagino, al principio de los tiempos, pensando qué hacer entonces con el pecado del mundo: la respuesta se halla en su amor. Ante la perspectiva de que el hombre, la cumbre de toda su creación, muriese sin remedio, su corazón se conmueve, no puede permitirlo. Entonces, determina que se haga justicia y el pecado se pague, pero, para salvar al hombre, es necesario que Él mismo lo pague. Por supuesto, la muerte de Cristo no es el plan B de Dios, una decisión de último momento... no, Cristo "fue crucificado desde antes de la fundación del mundo" (Apocalipsis 13:8): éste fue siempre el plan de Dios para salvar al hombre. De esta manera, Dios evidencia su amor y su justicia, y se mantiene fiel a sí mismo.

La Biblia entera relata la voluntad divina de relacionarse con el hombre. Desde la relación directa antes de la caída, pasando por los patriarcas, jueces, reyes, profetas, hasta el silencio del período intertestamentario. El hombre, salvo contadas excepciones, nunca respondió al llamado. Entonces, Dios decide ir a su encuentro: "el Verbo se hizo hombre y habitó entre los hombres" (Juan 1:14). Dios, al enviar a Cristo, iguala el nivel de los comunicantes. Cristo, "siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!" (Filipenses 2:6-8). Cristo se rebajó por nosotros. Se hizo igual a nosotros. Tanto, que al morir se convirtió en aquello que es lo opuesto a sí mismo: "se hizo pecado" (2° Corintios 5:21). "Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados" (Isaías 53:5). Así, Cristo pagó el precio de nuestra vida alejada de Dios y nos garantizó el acceso directo al Padre, al destruir la barrera que nos separaba, constituida por el pecado.

La navidad es, en esencia, Emmanuel. Es decir, "Dios con nosotros". Es Dios buscándonos, extendiendo su mano hacia nosotros. Salvando nuestras culpas, pagando nuestros pecados. Restaurando nuestra identidad: pasamos de no-ser, a ser-en-Dios (1° Pedro 2:10). Haciéndonos agradables a Dios, santos. Todo por su amor.

A cambio, lo único que Dios pide (que es fácil y casi imposible a la vez), es vivir en consecuencia. Es decir, santificar nuestra vida (vivir cada vez más parecido a la forma en que Cristo vivió). Santo significa "apartado para Dios". Dios te hace santo por gracia, pero tú te santificas al vivir para Dios cada día. No se trata de una oración determinada o una decisión efímera que se la lleva el viento. Se trata de una forma de vida que responda a la identidad que Cristo te regala.

Te dejo un video que muestra muy bien cómo Dios te ama y te busca:



¿Aceptas que Cristo te sustituya a la hora de morir por tus pecados? ¿Estás dispuesto/a a vivir en consecuencia? No puedes responder a una pregunta que sí y a la otra que no. O aceptas o rechazas ambas. Espero elijas bien y vivas coherentemente con tu elección. Dios te bendiga.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por acercarte a mí. Gracias por pagar mis deudas. Perdóname por todas las veces que no vivo en consecuencia. Enséñame a parecerme cada vez más a ti. En el nombre de Jesús, amén.

julio 23, 2007

Ese hábito que te mantiene aplastado

Muchas veces me pregunté, como lo habrás hecho tú (si es que acaso te importa), por qué es que hay vicios y malos hábitos que cuestan tanto dejar. Pecados recurrentes por los que pedimos perdón una y otra vez, para sólo volver a cometerlos...

Llega un momento en el que ya no nos da la cara para volver a pedir perdón: "es que, otra vez... y tan sólo ayer prometí no volver a hacerlo...". Entonces, dejamos de orar y pedir perdón, sólo para estar peor, y seguir haciendo lo mismo, por tanto no orar, y así...

Es apóstol Pablo hace una diferencia entre la culpa y la conciencia de pecado: "la tristeza que proviene de Dios produce arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte" (2º Corintios 7:10). La tristeza que nos lleva lamentarnos y no arrepentirnos se llama culpa, que lleva a la muerte; mientras que la tristeza que nos infunde indignación y nos exige un cambio de actitud, se llama conciencia de pecado, que lleva a la salvación.

¿Significa esto que podemos pecar tranquilos, siempre que nos arrepintamos? "De ninguna manera". Arrepentimiento, del griego metanoia, significa literalmente "cambio de mente", es decir, comenzar a pensar distinto: algo que antes nos gustaba o pensábamos que era correcto, ahora ya no es así. De modo tal que "cambiemos nuestra manera de pensar para que así cambie nuestra manera de vivir y lleguemos a conocer la voluntad de Dios" (Romanos 12:2).

Ahora bien, ¿por qué muchas veces, pese a nuestro arrepentimiento, seguimos cayendo en lo mismo?. ¿Por qué pese a querer con todo nuestro ser no hacer más lo mismo, lo seguimos haciendo?. ¿Por qué es que "no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco"? (Romanos 7:15). ¿Por qué no puedo simplemente cambiar? Principalmente, ¿por qué es que Dios no quita de una vez y para siempre esa carga que llevamos hace tanto, que muchas veces creemos haber superado sólo para volver a caer una y otra vez?

Creo haber encontrado una razón en el libro de Jueces. En todo el capítulo uno se narra cómo los israelitas conquistan la tierra prometida: qué regiones toman sin problemas, cuáles les demandarían años, y cuáles no lo harían nunca.

Dios había prometido a Moisés, entre otras cosas, darle un lugar para que los israelitas habitasen (capitúlo 34 de Éxodo). A cambio, Dios le había pedido que no se mezclaran con los pueblos que allí vivían, porque terminarían haciéndolos caer en pecado. Luego de la muerte de Moisés, Josué toma su lugar y se encarga de la conquista de la tierra, pero algo pasa luego de su muerte:

"Cuando Josué despidió al pueblo, los israelitas se fueron a tomar posesión de la tierra, cada uno a su propio territorio. El pueblo sirvió al Señor mientras vivieron Josué y los ancianos que le sobrevivieron, los cuales habían visto todas las grandes obras que el Señor había hecho por Israel.
Sin embargo, cuando Josué hijo de Nun, siervo del Señor, murió a la edad de ciento diez años, y también murió toda aquella generación, surgió otra que no conocía al Señor ni sabía lo que él había hecho por Israel. Esos israelitas hicieron lo que ofende al Señor y adoraron a los ídolos de Baal. Abandonaron al Señor, Dios de sus padres, que los había sacado de Egipto, y siguieron a otros dioses —dioses de los pueblos que los rodeaban—, y los adoraron, provocando así la ira del Señor. Abandonaron al Señor, y adoraron a Baal y a las imágenes de Astarté. Entonces el Señor se enfureció contra los israelitas y los entregó en manos de invasores que los saquearon. Los vendió a sus enemigos que tenían a su alrededor, a los que ya no pudieron hacerles frente. Cada vez que los israelitas salían a combatir, la mano del Señor estaba en contra de ellos para su mal, tal como el Señor se lo había dicho y jurado. Así llegaron a verse muy angustiados"
(Jueces 2:6-15).

Así y todo, Dios no dejó desamparado a su pueblo:

"Entonces el Señor hizo surgir caudillos que los libraron del poder de esos invasores. Pero tampoco escucharon a esos caudillos, sino que se prostituyeron al entregarse a otros dioses y adorarlos. Muy pronto se apartaron del camino que habían seguido sus antepasados, el camino de la obediencia a los mandamientos del Señor. Cada vez que el Señor levantaba entre ellos un caudillo, estaba con él. Mientras ese caudillo vivía, los libraba del poder de sus enemigos, porque el Señor se compadecía de ellos al oírlos gemir por causa de quienes los oprimían y afligían. Pero cuando el caudillo moría, ellos volvían a corromperse aún más que sus antepasados, pues se iban tras otros dioses, a los que servían y adoraban. De este modo se negaban a abandonar sus malvadas costumbres y su obstinada conducta.
Por eso el Señor se enfureció contra Israel y dijo: “Puesto que esta nación ha violado el pacto que yo establecí con sus antepasados y no me ha obedecido, tampoco yo echaré de su presencia a ninguna de las naciones que Josué dejó al morir. Las usaré para poner a prueba a Israel y ver si guarda mi camino y anda por él, como lo hicieron sus antepasados”. Por eso el Señor dejó en paz a esas naciones; no las echó en seguida ni las entregó en manos de Josué"
(Jueces 2:16-23).

¿Qué tiene esta historia que ver con esos pecados de los que no logramos librarnos? Mucho: debido a la desobediencia del pueblo judío, Dios decidió dejar algunos de los pueblos que habitaban en la tierra prometida antes de que ellos llegaran. ¿Para qué? Para probarlos. A través de su relación con ellos, se evidenciaba su relación con Dios. Mientras más se dejaban influir por ellos (en vez de ser ellos quienes influyeran, llevando luz), más lejos de Dios se encontraban. Es decir, su relación con ellos era un espejo invertido de su relación con Dios.

¿Por qué no te detienes un momento para pensarlo así en tu vida? Piensa el grado de cercanía en tu relación con Dios, en comparación con el grado de contaminación que ese mal hábito te provoca. ¿Te das cuenta? Mientras más cerca estás de Dios, más lejos de ese hábito, al punto que ni piensas en él, y mientras más cerca estás de ese pecado, más lejos estás de Dios, al punto que ni siquiera le hablas o te acuerdas de Él. ¿Puedes identificar momentos en tu vida en que esto se haya dado así?

¿Lo entiendes ahora? Dios no lo "quita de en medio", para probarnos. Pero no para que Él sepa cuánto lo amamos (Él ya lo sabe), sino para que nosotros nos demos cuenta de cuánto nos importa.

¿Significa esto que nunca podremos vencer este pecado? Claro que no. De hecho, así como "sólo cuando Israel se hizo fuerte pudo someter a los cananeos a trabajos forzados", nosotros al crecer en nuestra relación con Dios también podremos terminar con ese mal hábito, aunque como los isrealitas "nunca podamos expulsarlo del todo" (Jueces 1:28). Es que si no, nos olvidaríamos de lo que Dios hizo por nosotros...

Lo que sí es cierto, es que siempre estaremos luchando con algún pecado. En cuanto venzamos a nuestro gigante, y empecemos a estar orgullosos de ello, algún otro aparecerá. La vida de David es un gran ejemplo de eso.

¿Cuál es, entonces, la actitud a tomar? Arrepentirse, rechazar la culpa y tratar de cambiar de actitud, pero confiando en la gracia de Cristo que cubre nuestras faltas, por más groseras nos parezcan. Y tener siempre presente que la relación con ese pecado que parece que nunca podremos vencer, no es más que un espejo invertido de nuestra relación real con Dios.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por dejar una muestra tan evidente del estado de mi relación contigo. Perdóname por no estar mejor. Ayúdame a vencer a mis gigantes. Gracias porque en Cristo sé que tengo la victoria. En el nombre de Jesús, amén.

abril 04, 2007

"El cumpleaños del mundo"

¡Gloria a Dios porque Jesucristo vive! ¡Bendito sea Su nombre porque la muerte no lo retuvo!

"Barred la levadura vieja para ser una masa nueva" (1º Corintios 5:7).
"El que vive en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo" (2º Corintios 5:17).

"Hoy es el cumpleaños del mundo.
Es la fiesta que celebra el nacimiento de un nuevo mundo.
'Este es el día en que actuó el Señor: aleluya, aleluya', repetimos en el salmo responsorial de la misa del domingo de pascua.
Sí. Este es 'el día' por excelencia.
El día que ha hecho el Señor".


Desde antes de la fundación del mundo, desde antes del día en que el Verbo separó la luz de las tinieblas, desde antes que todo fuese creado, este día ya había sido establecido. El día en el que el mundo "cumpliese años". El día en el que la historia del mundo presentara un quiebre, un indiscutible antes y después.

"Los demás días los hemos hecho nosotros. Son obra nuestra.
Los días de la traición, del abandono, de la huida, de las negaciones, del odio, de la cobardía, del pecado, los hemos inventado nosotros. Forman parte de nuestro 'viejo' calendario.
Hoy, por el contrario, es el día creado por el Señor.
Es la primera mañana del mundo.
Es un día 'nuevo'.
Es el día que inaugura un mundo nuevo.
Es el primer día de la nueva creación.
Nosotros hemos inventado las tinieblas. Él nos ofrece la luz.
Nosotros hemos acumulado suciedades. Él nos inunda de agua purificadora.
Nosotros hemos buscado la muerte. Él nos regala la vida.
Nosotros nos hemos especializado en amontonar dolores, en destruirlo todo. Él ha decidido 'rehacerlo' todo de arriba abajo, a costa suya.
Nosotros hemos fabricado el odio. Él ha respondido con el perdón.
Nosotros hemos elegido el pecado. Él ha reaccionado con la misericordia.
Nosotros le hemos condenado. Él nos ha 'indultado'".


Frente a nuestra montaña de errores, de incomprensiones, de maldades, de rebeliones, Dios decide, en un acto de incondicional amor, hacerla a un lado. Mejor dicho, poner delante una cruz que le impida verla. Olvidarse. Hacer "como si no hubiese pasado nada". El apóstol Pablo lo explica así:

"Estábamos muertos en nuestros pecados. Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz". (Colosenses 2:13-14)

"Éste es el día del 'paso'.
Paso del hombre viejo al hombre nuevo.
Nos trasladamos del mundo viejo a un mundo nuevo.
"Cristo, nuestra pascua" (1º Corintios 5:7).
Pascua, literalmente, significa paso.
Ahora bien, Cristo es nuestro 'paso'.
En Él pasamos de un estado de separación a una relación de comunión. De una situación de muerte a la vida.
La piedra sepulcral es la que nos encerraba en nuestro mundo viejo, cansino, inhabitable. El mismo mundo decrépito, sofocante, en el que hemos quedado apresados.
Cristo ha arrojado lejos aquella piedra.
Y nosotros hemos salido con Él fuera de la prisión.
Él nos ha hecho pasar a un mundo nuevo.
Él es nuestro paso.
Nos ha hecho desalojar un mundo viejo, para introducirnos en la tierra prometida.
De la esclavitud a la libertad.
De nuestra miserable contabilidad al reino de la gratuidad".


Y así, a través del sacrificio de Cristo, 'pasamos' de muerte a vida. Esto es claro, con tal que así lo elijas. Es decir, "la fuerza de gravedad de tus culpas te hará precipitar en el abrazo de la misericordia. Con tal que tú quieras". Cristo vino al mundo... No, mejor dejo que sea Juan quien lo diga mejor:

"Dios amó tanto al mundo, que dio a su único Hijo, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de Él. El que cree en Él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios" (Juan 3:16-18).

En síntesis, "si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo". Así es como 'pasas' de muerte a vida.

"A través de este 'paso' hemos salido de la celda oscura y a duras penas los ojos logran soportar la luz que encontramos a la salida.
Cristo, hoy, nos ofrece 'su' día.
Nos entrega un mundo nuevo.
Y la única recomendación es la de no volver atrás. Ni siquiera para recoger nuestros pobres harapos.
Tenemos que cortar las ataduras con lo viejo, con el odio, con las divisiones.
No echar de menos nuestro calendario.
Se trata de seguir su calendario, lleno de novedad.
Habituémonos a la luz, al amor, a la libertad.
En suma, hoy el mundo tiene un agradable olor a pintura reciente.
Y el constructor-reparador nos invita a mantenerlo siempre nuevo.
Hoy, todo recomienza desde el principio.
Y cada uno de nosotros debe abandonar las viejas costumbres, para ser 'nueva criatura'.
Hoy, cada uno de nosotros es un principiante".


Hace poco menos de dos mil años el mundo cambió. El hombre dejó de estar separado de Dios a causa de su maldad. Cristo se hizo cargo de ella. A partir de ese momento, todos podemos acercarnos a Dios: "Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes" (Santiago 4:8). Hoy se celebra el aniversario del mundo. Se recuerda ese cambio radical en la historia del hombre. Sin embargo, lo más importante, es que ese hecho ocurrido hace tanto, tanto tiempo, cambia nuestras vidas hoy. Desde el momento en que reconoces su trascendencia para tu vida, comienzas a tener un nuevo cumpleaños: el día en que tu vida cambió, en que naciste de nuevo. Entonces, "como un hijo obediente, no te conformes a los deseos que antes tenías estando en la ignorancia; sino, como aquel que te llamó es santo, se también tú santo en toda tu manera de vivir" (1º Pedro 1:14-15).

Si esta es la primera vez que te encuentras con esta novedad de vida, ten esto presente:

"Esta es una estación de partida. Hacia un camino que sólo Él conoce, hacia un territorio todavía enteramente sin explorar.
¿Quieres descubrir este mundo nuevo?
Ánimo, en marcha".
(Todas las citas corresponden a: Pronzato, Alessandro. El acoso de Dios. Salamanca, Sígueme, 1974. 311 p.).

Tienes una nueva vida por vivir, libre de los errores del ayer, con la constante compañía de Cristo como tu amigo y tu guía, mostrándote el camino.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por tu sacrificio en la cruz, que nos libra de pecado. Ayúdanos a vivir esta nueva vida de manera digna. En el nombre de Jesús, amén.

marzo 08, 2007

Sorbida es la muerte en victoria

Hace muchos meses que no estoy por aquí. Por eso pido mil disculpas. Sin embargo, creo que no podría haber un mejor momento que éste para volver a escribir.

Hoy mismo, hace unas ocho horas, dejaron este comentario en el cuadro de diálogo de la sección izquierda:

"Tamy: ¿qué significa la muerte para nosotros los mortales?".

Y es que Dios de verdad está en cada detalle.


Anteayer a la noche falleció uno de los cristianos más comprometidos con amar al prójimo que conocí en mi vida: Roberto del Savio. Lo conocí a través de su hijo Patricio, que tiene mi edad. Es innumerable la cantidad de recursos, tiempo y esfuerzo que invirtió en ayudar a los demás. Un ejemplo claro es la tarea que realizó en esta página, encargándose de aconsejar vía e-mail a quienes lo necesitaban desesperadamente. En la parte de colaboraciones puede encontrarse un hermoso escrito que nos dejó. Además de esas cosas, personalmente pude encontrar en él un ejemplo, alguien que decidió comprometer su vida a Dios y fue fiel a esa determinación hasta su último día: "Se fue con la bandera puesta", me dijo con una mezcla de tristeza y admiración su hija menor. Roberto fue alguien que doce años antes de morir hizo esta petición por escrito a su familia (quienes se encargaron de cumplirla):

"Cuando me vaya con el Señor Jesucristo a las moradas del Padre del cielo, quiero que canten muchos coros celestiales y suene música de Dios para la gloria del Señor.

Amén.

Quiero que se escriba en un papel bien visible, tipo cartel, y luego se coloque sobre el cajón (todo esto si es posible y además si no queda mal, ustedes decidirán) lo siguiente:

"Sorbida/devorada es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?". (1º Corintios 15:54-55)

Gracias a Dios que nos da la victoria por la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

Amén.

Por lo cual todos seremos transformados.

Amén"
.


Tamy preguntó "¿qué significa la muerte para nosotros los mortales?". Esa es una buena pregunta. Las buenas preguntas son aquellas que exigen una buena respuesta.

Examinemos algunos intentos de explicación:

“La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede librarse con la muerte, que sería, así, una especie de despertar” (Ernesto Sábato).

“Mi abuelo murió cuando yo era niño. Era escultor. Era además un hombre muy bondadoso, dispuesto a querer a todo el mundo. Ayudaba a limpiar la casa de vecindad, hacía juguetes para los niños, y un millón de cosas. Tenía siempre las manos ocupadas. Y cuando murió, comprendí que yo no lloraba por él, sino por todas las cosas que hacía. Lloraba porque nunca volvería a hacerlas. Nunca volvería a labrar otro trozo de madera, ni nos ayudaría a criar palomas y pichones en el patio, ni tocaría el violín de aquel modo, ni nos contaría aquellos chistes. Era parte de nosotros, y, cuando murió, todos los actos se detuvieron, y nadie podía reemplazarlo. Era un individuo. Era un hombre importante. Nunca pensé en su muerte. Sí en cambio en todos los objetos labrados que nunca nacieron a causa de esa muerte. Cuántas bromas faltan ahora en el mundo. Hacía cosas en el mundo. Con su muerte el mundo perdió diez millones de actos hermosos (...) Todos deben dejar algo al morir, decía mi abuelo. Un niño o un libro o un cuadro o una casa o una pared o un par de zapatos. O un jardín. Algo que las manos de uno hayan tocado de algún modo. El alma tendrá entonces a donde ir el día de la muerte, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, allí estará uno. No importa lo que se haga, decía, mientras uno cambie las cosas. Así, después de tocarlas, quedará en ellas algo de uno. La diferencia entre un hombre que sólo corta el césped y un jardinero depende del uso de las manos, decía mi abuelo. La cortadora de césped pudo no haber estado allí; el jardinero se quedará en el jardín toda una vida (...) El abuelo murió hace muchos años, pero si usted mira dentro de mi cabeza, por Dios, en las circunvoluciones del cerebro verá las huellas digitales del pulgar de mi abuelo. El abuelo me tocó una vez. Como dije antes era escultor" (Ray Bradbury).


Para el frívolo personaje de Sábato, en su hermosa novela El túnel, la muerte es el acto final que libera al hombre de la pesadilla de vivir. Para Bradbury, la muerte es el acontecimiento que detiene una cadena de acciones, de cambios en el mundo... la muerte para él es el dejar de ser. Para el apóstol Pablo, la muerte ha perdido su poder, su aguijón, ha sido devorada por el sacrificio de Cristo: "mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1º Corintios 15:57).

Eso es lo que Roberto entendió doce años antes de morir. Eso es lo que le pidió a su familia que celebre. Con su muerte, Roberto evidenciaba una vez más el poder de Dios que operó en la cruz de Cristo, "resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en los lugares celestiales, sobre todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y sobre cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero" (Efesios 1:20-21).

"¿Qué significa la muerte para nosotros los mortales?"... Para Roberto, como para cualquier otro cristiano, la muerte sólo recuerda la victoria de Cristo, la promesa de una eternidad en la presencia de Dios.

Espero que como él, puedas entender a la muerte de esa manera. Precisamente porque de eso se trata la gracia, el regalo de parte de Dios que no merecíamos: la muerte ya no puede retener a aquellos que aman a Dios y siguen a Cristo porque él mismo pagó el precio de su pecado, que los condenaba a morir. Los libró de la muerte espiritual, otorgándoles su victoria.

La muerte para los cristianos, entonces, es la puerta de acceso a una eternidad en la presencia de Dios. El apóstol Pablo decía en una de sus cartas:

"Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Ahora bien, si seguir viviendo en este mundo representa para mí un trabajo fructífero, ¿qué escogeré? ¡No lo sé! Me siento presionado por dos posibilidades: deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor, pero por el bien de ustedes es preferible que yo permanezca en este mundo. Convencido de esto, sé que permaneceré y continuaré con todos ustedes para contribuir a su jubiloso avance en la fe" (Filipenses 1:21-25).

Y eso es lo que Roberto hizo: vivió hasta el último de sus días para ayudar a su prójimo a crecer en la fe. Y hoy está "con Cristo, que es muchísimo mejor". Dios quiera que yo pueda vivir y morir de la misma forma.

Señor, gracias por tu Palabra. Abundante y precisa en los tiempos más difíciles. Roberto es una gran pérdida para todos nosotros, pero confiamos en que él está mejor ahora. Ayúdanos a llenar el vacío que su ausencia nos causa. Por sobre todo, lleva consuelo a su familia en este tiempo. Enséñanos a entender la vida y la muerte tan bien como él lo hacía. Gracias por su ejemplo hasta el final. En el nombre del Jesús, amén.