"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

noviembre 23, 2004

Ser protestante

Estaba bañándome cuando comencé a preguntarme qué implicaba, para mí, ser protestante. Quizás parezca tonto, pero nunca me había detenido a pensar contra qué protestaba, por qué lo hacía y con qué fin.

Sé bien que mi protesta no es apacible, acallada, que sólo espera. Sé también que no es violenta, que no pretende producir un cambio a cualquier costo. Sé que no es reivindicativa, que no busca un reconocimiento. A todos esos tipos de protesta estamos acostumbrados en este país.

Mi protesta se trata de principios, de fidelidades, de éticas, de moralidades, de aquello que es correcto. Mi protesta busca traer luz. Mi protesta se basa en quitar un poco de mal interpretación, de confusión, de engaño, para traer un poco de claridad, un poco de gracia.

Protesto contra la religión como institución, que presenta desigualdades entre este y aquel, entre mí y cualquier otro. No se trata de religión, sino de relación con Dios. La iglesia existe para guiar, para aconsejar, para ayudar. Es un organismo de iguales, no una institución de poder. “El que quiera ser grande entre ustedes, deberá ser su servidor”, dijo Jesús en Marcos 10:43.

Protesto contra la hipocresía de los “perfectos hijos de Dios”. “Todos fallamos mucho” (Santiago 3:2), así que protesto contra la falsedad. Es tiempo de que “reconozcamos nuestras miserias, lloremos y nos lamentemos, de que nos humillemos delante del Señor, para que Él nos exalte” (Santiago 4:9-10). Porque sólo Él nos levanta del barro en el que estamos revueltos. “Recordemos de dónde hemos caído y arrepintámonos” (Apocalipsis 2:5). “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es, ¡las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas!” (2º Corintios 5:17).

Protesto contra el silencio de los que “con injusticia detienen la verdad” (Romanos 1:18), porque Cristo murió por todos. “Creí, y por eso hablé” (2º Corintios 4:13). “Comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace” (Santiago 4:17). Callar es mentir. Callar es tener en poco la muerte de Cristo. Él se sacrificó por todos. Esa verdad no puede callarse.

Protesto contra la repetición de liturgia sin sentido. De nada sirve realizar el mismo rito periódicamente si se pierde el sentido que tenía. “No fijándonos en las cosas que se ven, sino las que no se ven; porque las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas” (2º Corintios 4:18). Dios examina el corazón, es decir, la intención que imprimimos en cada cosa que hacemos, no en qué o cómo lo hacemos. Para Él es más importante el porqué.

Protesto contra el sacrificio físico sin sentido en nombre en Dios. Él nunca nos pidió que hagamos o que dejemos de hacer algo como fin; en todo caso, lo hizo como medio. ¿Qué quiero decir? Simple: con caminar, por ejemplo, setenta kilómetros no logramos nada; de la misma manera que por no comer por cuatro días, tampoco. ¿Por qué? Porque lo importante es si hacemos eso para Dios, o para nosotros. La relación con Dios no es un negocio del tipo “yo hago esto, y vos me das esto”. Primero, porque Él nunca nos pide nada a cambio, sino que nos da todo por gracia (regalo inmerecido), sencillamente, porque no hay nada que podamos devolverle. Segundo, porque las cosas que Él nos da, o las que nos priva de tener, son siempre para nuestro bien: “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (Romanos 8:28).

Protesto contra el engaño de quienes tergiversan la Palabra de Dios. Protesto contra la mentira que afirma que por creer en Dios todo nos irá bien, porque no es cierto. La fe en el Padre nos garantiza “una esperanza que no nos decepciona” (Romanos 5:5). Es la seguridad de que todo va a estar bien, pero no basada en que todo vaya realmente bien, sino simplemente en que Dios estará a nuestro lado. “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo,”, dijo Jesús en Mateo 28:20. La fe es “la convicción de lo que se espera y la certeza de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Esa fe, que proviene de Dios, es la que nos llena de esperanza.

Dios, traé luz sobre nosotros. Enseñanos la verdad que da libertad. Amén.

noviembre 15, 2004

Garantía por la eternidad

Mucho tiempo desde la última vez que estuve por acá...

Solemos ser desconfiados. Muchas veces somos como Tomás, que necesitó ver a Cristo resucitado para creer que era cierto lo que Él había prometido (Juan 20:24-29). Dudamos, siempre dudamos. Los golpes que recibimos a medida que vivimos, las tristezas, las nostalgias, las melancolías nos hermetizan. Sencillamente, no creemos. Necesitamos tener algo tangible que nos garantice la veracidad, la autenticidad de lo que creemos. Quizás, es porque nos fijamos más en lo que se ve, que en lo que no se ve (aunque deberíamos saber que esto último es lo que dura para siempre -2º Corintios 4:18-).
Dios nos conoce. Dios sabe esto. Por eso, es que dice lo siguiente a través del apóstol Pablo:

"Dios nos dio su Espíritu como garantía de sus promesas. Por eso, mantenemos siempre la confianza, aunque sabemos que mientras vivamos en este cuerpo estaremos alejados del Señor. Vivimos por fe, no por vista". (2º Corintios 5:5-7)

El Espíritu Santo es la prenda, la señal con la que Dios selló el pacto de redención con el hombre. Aquellos que creímos en su Palabra tenemos el privilegio de ser llamados hijos de Dios (Juan 1:12). "Bienaventurados los que no vieron, y creyeron", dice Juan 20:29.

"Dios es el que nos mantiene firmes en Cristo. Él nos ungió, nos selló como propiedad suya y puso su Espíritu en nuestro corazón como garantía de sus promesas". (2º Corintios 1:21-22)

"Cuando oímos el evangelio, y creímos lo que dice, fuimos marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido. Éste garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios". (Efesios 1:13-14)

El Espíritu Santo es quien nos asegura que lo que Cristo dijo mientras estuvo en la Tierra es cierto. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo (que es Dios mismo) es la prueba de que Dios pagó un alto precio por nosotros: la sangre de Cristo.

Jesús dijo:
"Yo rogaré al Padre, y les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: el Espíritu de verdad, al que el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni lo conoce; pero ustedes sí lo conocen, porque vive en ustedes, y estará en ustedes. Y el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les dije". (Juan 14:16-17,26)

Señor, gracias por conocerme tanto. Gracias por darme una garantía de lo que prometiste. Gracias porque la garantía que diste sos Vos mismo. Ayudame a no dudar. Manteneme firme en Cristo. Gracias por el Consolador, el Espíritu Santo. Gracias porque es cierto que me acompaña todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.

octubre 18, 2004

La vista espiritual

Llegué a 2º Corintios capítulo 4 y me encontré con el versículo que probablemente es el que más me gusta de toda la Biblia.

"No nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno". (2º Corintios 4:18)

Me encanta la literatura. Cuando leí este texto por primera vez no hice más que pensar en Antoine de Saint-Exupery: “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos (...) Los ojos están ciegos. Es necesario buscar con el corazón”.

Muchas veces nos aferramos a estructuras. Construcciones mentales sin sentido que pasan a tener más importancia que las cuestiones fundamentales que les dieron origen, que les dan sentido. Muchas veces nos importa más preservar las formas que destacar el contenido. Nos aferramos tanto a nuestros paradigmas (entendidos como la manera de ver al mundo), que no podemos ver nada más allá de ellos.

En Marcos 9:38-40 se relata parte de una conversación que Juan, el discípulo amado, tuvo con Jesús:
"-Maestro, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo impedimos porque no es de los nuestros -otras versiones traducen no nos sigue-.
-No se lo impidan -replicó Jesús. Nadie que haga un milagro en mi nombre puede hablar mal de mí. El que no está en contra de nosotros está a favor de nosotros. Les aseguro que cualquiera que les de un vaso de agua en mi nombre por ser ustedes de Cristo, no perderá su recompensa".


Los discípulos de Jesús estaban enojados porque habían encontrado una persona que hacía las mismas cosas que ellos hacían, pero no de la misma manera. Los había ofendido que esta persona no respetara sus formas, sus estructuras. Sin embargo, Cristo puede ver más allá que ellos, y les responde: "Muchachos, ¿cómo es que todavía no lo entendieron? No se trata de cómo, sino por qué se hace algo. Si alguien ayuda a otra persona en mi nombre, no importa cómo lo haga. Sencillamente, si no está en mi contra, está a favor mío".

¿Cuántas veces el "grado de espiritualidad" de una persona (si es que eso puede calcularse, cosa que dudo mucho) se mide por su asistencia a las reuniones de la iglesia, su conocimiento bíblico, su actitud frente a los líderes, su aspecto, su vestimenta, o su emoción a la hora de la alabanza? Si bien todas estas cosas pueden ser importantes (y no digo que no lo sean), no son esenciales. Me refiero a lo siguiente: todas ellas pueden aparentarse sin demasiado problema. Sin embargo, Dios nos dice: "prestá atención a lo que no se ve, porque eso es lo que perdura para siempre".

"No mires su parecer -dijo el Señor a Samuel-, ni lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Dios no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón". (1º Samuel 16:7)

Un ejemplo concreto de cómo debe mirarse:
"En Listra vivía un hombre lisiado de nacimiento, que no podía mover las piernas y nunca había caminado. Estaba sentado, escuchando a Pablo, quien al reparar en él y ver que tenía fe para ser sanado, le ordenó con voz fuerte: '¡Ponte en pie y enderézate!'. El hombre dio un salto y empezó a caminar". (Hechos 14:8-9)
¿Notaron a lo que me refería? El apóstol Pablo pudo ver la fe del paralítico. Parece loco esto. La fe es certeza y convicción (Hebreos 11:1), entonces ¿cómo es que puede verse? Supuestamente, no es más que un acto racional. La respuesta está en el mismo capítulo de 2º Corintios:

"Dios hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos su gloria, que resplandece en el rostro de Cristo". (2º Corintios 4:6)

¿Cómo podemos ver la fe, la esperanza y el amor (las tres cosas que según 1º Corintios 13:13 permanecen)? A través de la luz de Cristo, porque sólo en él se quita el velo que cubre nuestro rostro y nos impide ver (2º Corintios 3:13-16).

La verdadera vista no es a través de los ojos, sino del espíritu. Es el discernimiento espiritual la única vara para "medir la espiritualidad" (digo esto para redondear la idea que antes dejé inconclusa).

Estoy en desacuerdo con cuidar formas porque sí. Eso es liturgia. Es religiosidad. Cristo nos incita a ver más allá. Durante muchos años nuestras propias estructuras y reglas nos retuvieron de hacer aquello a lo que fuimos llamados: alcanzar a los que se pierden (Mateo 28:19-20). "Es que ellos no respetan mis normas", "es que no puedo adaptarme a su forma de pensar" (olvidando el capítulo 9 de 1º Corintios), "es que son tan distintos a mí", "es que...". ¡Cuántas excusas sin sentido!

Hay algo que debemos aprender de Cristo, Él no veía pecadores, sino personas. Es que detrás del pecador, hay alguien que necesita a Cristo. No digo que negociemos con el pecado, pero sí que lo hagamos con el pecador (1º Corintios 5:9-11 -por favor, léanlo-). Somos la luz del mundo (Mateo 5:14) para iluminar las almas que están oscurecidas por el pecado (2º Corintios 4:4).

Del mismo modo, esta "visión espiritual" debe servirnos para examinarnos a nosotros mismos. El respetar rituales no nos hace santos. El repetir maquinalmente liturgias no nos acerca a Dios. Se trata de intimidad con Cristo, de conocer al Padre, de permitir el trabajo del Espíritu Santo dentro nuestro. Esta visión es la que nos permitirá, luego de autoexaminarnos, mirar a los demás como Cristo lo hacía (Lucas 6:39-42).

Padre, te ruego que me enseñes a ver correctamente. Ayudame a no quedarme solamente con las cosas que se ven a primera vista, sino a percibir lo que hay detrás de ellas. Rompé todas las estructuras que frenen mi crecimiento espiritual. Cristo, perdoná por las veces que no levanté la vista de mi propio ombligo para ver a los demás como vos lo hacías. Enseñame a autoexaminarme para cambiar aquellas cosas que no te agradan, y a ver a mis hermanos a través de tu luz, y no de mis paradigmas. Amén.

octubre 08, 2004

Add-ons de la gracia

Primero que nada, quiero disculparme por la tardanza en publicar esta semana. Tuve un pequeño percance con la página el martes, (¡de repente decidió borrarse en su totalidad!) que recién ayer a la tarde pude solucionar.

Para aquellos que no lo hayan entendido, un add-on es un agregado. Es algo que viene adjunto, como los attachments de un mail. Algo así como la típica publicidad: "¡Llame ya, y junto que esta basura que acaba de comprar, le regalaremos otra basura más, incluso más inútil que la primera!". En resumen, es algo que viene "de yapa", de regalo. Una especie de complemento.

Junto con la gracia -es decir, el regalo inmerecido de la salvación por medio de Jesucristo-, Dios nos otorga y promete cientos de bendiciones más. Me gustaría hablar de algunas de ellas.

"Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado". (Romanos 5:5)

Tenemos el amor de Dios dentro nuestro. Tengamos esto en cuenta: tenemos dentro de nuestro corazón el amor de Aquel que fue capaz de dar a su propio hijo por todos nosotros (Juan 3:16); el amor de Jesús, aquel que dio su vida por sus amigos (Juan 15:12). Pero hay algo más importante detrás del versículo de Romanos, y es el verbo que el apóstol Pablo utilizó: derramar. Cuando uno tiene un vaso lleno de agua y vierte su contenido, derramándolo, pasa algo muy sencillo: el recipiente queda vacío. Sin embargo, esto no es lo que ocurre con nuestro Dios. Él es fuente inagotable de amor, vida, luz y verdad. Dios nos dio otra prueba de su eterno amor al enviar al Espíritu Santo como nuestro compañero y guía. Y también nos lo demuestra perdonándonos cada día. "Ámense fervorosamente, porque el amor cubrirá multitud de pecados" (1º Pedro 4:7). Él es el ejemplo viviente de ese amor, al cubrir constantemente nuestras faltas. El amor de Dios.

"Les aseguro que el que confía en mí -Jesús- hará lo mismo que yo hago. Y, como yo voy a donde está mi Padre, ustedes harán cosas todavía mayores de las que yo he hecho". (Juan 14:12)

También poseemos el poder de Jesucristo. Estamos hablando del poder de alguien que sanó enfermos, expulsó demonios y resucitó personas, entre muchas otras cosas. Ése es el poder que Jesús nos regaló antes de ser crucificado. Comprobamos su realidad a través del libro de los Hechos de los Apóstoles, donde se relata la historia de la iglesia primitiva y cómo se fue predicando el evangelio entre judíos y gentiles. También podemos ver hoy este poder reflejado en la acción de los dones espirituales a través de los cristianos. Jesús dice que incluso haremos cosas más grandes que las que Él hizo porque, además, nos prometió hacer todo lo que pidamos en su nombre (Juan 14:13-14).

"Ahora se ha manifestado la justicia de Dios. Esta justicia llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen". (Romanos 3:21)
"Si por la trasgresión de un solo hombre -Adán- reinó la muerte, con mayor razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en vida por medio de un solo hombre, Jesucristo". (Romanos 5:17)

También Dios nos regaló su justicia. Esto es: el poder ser llamados hijos de Dios a través de la fe en Jesucristo. Somos justificados y santificados por el sacrificio del Hijo de Dios. Contamos con la esperanza en la salvación por su justicia. La justicia de Dios.

"Así como el Padre me ama a mí, también yo los amo a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si obedecen todo lo que yo les he mandado, los amaré siempre, así como mi Padre me ama, porque yo lo obedezco en todo. Les digo todo esto para que tengan mi gozo y así su gozo sea completo. Y esto es lo que les mando: que se amen unos a otros, así como yo los amo a ustedes". (Juan 15:9-12)
"Padre celestial, dentro de poco ya no estaré en el mundo, pues voy donde Tú estás. Pero mis seguidores van a permanecer en el mundo. Por eso te pido que los protejas, y que uses el poder que me diste para que se mantengan unidos como tú y yo lo estamos. Ahora regreso a donde Tú estás. Pero digo esto mientras todavía estoy en el mundo, para que mis seguidores tengan mi gozo en plenitud". (Juan 17:11,13)

El gozo de Cristo es otro de los regalos que vienen con la gracia. La diferencia fundamental entre el gozo de Cristo y la alegría del mundo es que la segunda es una emoción circunstancial, totalmente dependiente de nuestro entorno y estado de ánimo. Este regalo de Jesús, en cambio, surge de obedecer al Padre, porque precisamente de ahí provenía su gozo, de hacer aquello que Dios le mandaba. Es el gozo de quien se mantuvo firme, de quien no claudicó a los deseos de su carne. Nuestro gozo está también íntimamente relacionado con la relación con nuestros hermanos, por esto es que Jesús le pide al Padre por la unidad de sus seguidores (nosotros), para que sean uno como ellos son uno. Es el gozo de la comunión, del compartir. El gozo de Cristo.

"El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad". (2º Corintios 3:17)

Tenemos, además, la libertad en el Espíritu. Ya no estamos más sujetos al yugo del pecado. Por el poder de Cristo, no hay cadena que pueda atarnos en esta tierra. Porque "aunque antes éramos esclavos del pecado, luego de habernos sometido de corazón a la Palabra de Dios, hemos sido liberados de él; por lo que ahora somos siervos de la justicia" (Romanos 6:17-18). Parece una contradicción, ¿no? ¿Ser libres para convertirnos en siervos? La diferencia es que la esclavitud al pecado produce muerte, mientras que el servir a la justicia produce santificación y vida eterna (Romanos 6:20-23). La libertad en el Espíritu.

"Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino aquel que cree que Jesús es el Hijo de Dios?". (1º Juan 5:4)
"Dios nos da la victoria sobre la muerte y el pecado por medio de nuestro Señor Jesucristo". (1º Corintios 15:56-57)
"Somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Romanos 8:37)

Somos victoriosos en Cristo Jesús. La fe en el sacrificio de Jesús en la cruz nos da la victoria sobre el mundo, sobre el pecado y hasta sobre la muerte. La victoria de Cristo.

"Les doy la paz. Pero no una paz como la que se desea en el mundo; lo que les doy es mi propia paz". (Juan 14:27)

Este es el que más me gusta: la paz de Cristo. Antes de morir, Jesús nos regaló su paz. Entendamos esto: es la paz de quien teniendo toda autoridad y poder, decidió someterse voluntariamente a su Padre, y "ser llevado como cordero al matadero" (Isaías 53:7) sin quejarse una sola vez, sin enojarse, sin emitir palabra. Fue insultado, escupido, burlado, desafiado, desnudado, golpeado, humillado. Sus extremidades fueron atravesadas con clavos, su cabeza herida por espinas, su espalda desgarrada por latigazos. En medio del dolor, Aquel que sin pecado fue tentado en todo (Hebreos 4:15), cargó con el pecado del mundo. "Se hizo pecado" (2º Corintios 5:21), al punto tal que dejó de percibir la presencia de Dios y gritó desesperado: "Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto quiere decir:'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?'" (Mateo 27:46) -el pecado es la muerte espiritual, la separación de Dios; por esto es que Jesús se sintió solo, no porque realmente fuese así, sino porque todas nuestras transgresiones le impedían sentirse unido al Padre (y no porque dudara de su presencia, porque de hecho clamaba a Él)-. En medio de todo eso, Cristo tuvo el amor y la paz suficientes para decir: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34). Es increíble, glorioso. Esa es la paz que nos regaló. La paz de Cristo.

Es inconmensurable la gracia de Dios. Junto con la salvación, nos da su amor, su poder, su justicia, su gozo, su libertad y su paz, entre muchas otras cosas. ¡Gloria por siempre a Él!

Señor Jesús, miles de gracias por tu gracia. Es incomprensible cómo me amaste, cómo me amas. Me das gratuitamente, y sin que lo merezca, tantas bendiciones. Ayudame a no olvidarme de todas estas cosas. Sé que ni las luchas espirituales, ni los conflictos emocionales, ni los problemas físicos, ni ninguna otra cosa (Romanos 8:38-39) puede separarme de tu amor. Gracias. Amén.

septiembre 28, 2004

Después del milagro, ¿qué?

En mi iglesia nos regalaron una copia del evangelio según San Juan en la traducción en Lenguaje Actual, para que lo leamos de corrido y luego podamos regalárselo a alguien que no conozca a Cristo. Para ser sincero, voy por la mitad. No tuve tiempo de leerlo entero. Sin embargo, hay una cosa que me llamó la atención en uno de los milagros que Cristo realizó en Jerusalén que no había notado antes. No es que haya descubierto América, ni nada por el estilo, pero me pareció lo suficientemente bueno como para transmitírselo a ustedes. Es breve.

San Juan 5:2-11:
"En Jerusalén, cerca de la entrada llamada 'Portón de las Ovejas', había un estanque con cinco entradas que en hebreo se llamaba Betzatá -o Betsaida-. Allí se encontraban muchos enfermos acostados en el suelo: ciegos, cojos y paralíticos. (Algunas versiones incluyen el siguiente versículo:"De cuando en cuando un ángel del Señor bajaba al estanque y agitaba en agua. El primero que entraba en el estanque después de cada agitación del agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviera"). "Entre ellos había un hombre que estaba enfermo desde hacía treinta y ocho años. Cuando Jesús lo vio allí acostado, y se enteró de cuánto tenía de estar enfermo, le preguntó: '¿Quieres que Dios te sane?' El enfermo contestó: 'Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque cuando el agua se remueve. Cada vez que trato de meterme, alguien lo hace primero'. Jesús le dijo: 'Levántate, alza tu camilla y camina'. En ese momento el hombre quedó sano, alzó su camilla y comenzó a caminar.
Esto sucedió un sábado, el día de descanso obligatorio para los judíos. Por eso, unos jefes de los judíos le dijeron al hombre que había sido sanado: 'Hoy es sábado, y está prohibido que andes cargando tu camilla. Pero él les contestó: 'El que me sanó me dijo: 'Levántate, alza tu camilla y camina''".


Jesús estaba volviendo a Jerusalén desde Galilea cuando se encuentra con la escena descripta en el pasaje citado. Apenas atraviesa una de las puertas de la ciudad, ve un estanque rodeado de personas enfermas esperando la posibilidad de un milagro. Sin embargo, se detiene sólo en una de ellas. ¿Por qué? Creo que es por lo siguiente: este hombre inválido había probado su fe más que ningún otro. Fíjense que Jesús se acercó a él sólo después de enterarse cuánto hacía que padecía su enfermedad. Luego de treinta y ocho años, esta persona seguía aguardando el milagro. Su "convicción en lo esperado y su certeza en aquello que no veía" (Hebreos 11:1), es decir, su fe, le impedía resignarse. Eso fue lo que Jesús vio que hizo que se acercara a él.

Una vez a su lado, le pregunta si quería que Dios lo sanase (es que debemos reconocerle a Dios que lo necesitamos para que obre en nuestras vidas). Me causa gracia la respuesta del hombre. Es como si le dijera a Jesús: "Señor, ¿me estás cargando?, estoy acostado acá hace tanto tiempo que ya ni me acuerdo desde cuándo. Cada vez que el Cielo se abre y se presenta la posibilidad del milagro, alguien se me adelanta, porque no tengo quien me ayude. Sin embargo, todavía estoy acá. Entonces, ¿te parece que no voy a querer que me sanes?". Imagino que Jesús sonrió en ese momento, alegrándose por la valentía y fe de ese hombre que nada tenía. (De cualquier forma, notemos que el enfermo reconoció a Jesús como Señor, aunque todavía no sabía quién era).

Esta vez el Cielo se abrió para él. Jesús le dijo: "Ok, vas a ser sano", y comenzó a reírse. En ese momento el tan esperado milagro ocurrió. El hombre se paró -luego de treinta y ocho años de no hacerlo- y comenzó a caminar (cuando Dios hace un milagro lo hace completo, no necesita que hagamos esfuerzo nosotros, como rehabilitación de músculos que ya no pueden sostener un cuerpo o recordarle a unas piernas cómo es que se adelanta una antes que al otra para poder caminar).

Acá viene lo que llamó mi atención. En el mismo momento de sanarlo, Jesús le pidió algo: "alza tu camilla y camina". ¿Qué significa esto? "¡Predicá, no se te ocurra quedarte para vos el milagro, compartilo!".

Si el inválido se iba como si nada para su casa, sólo quienes lo conocían profundamente iban a enterarse de lo que había sucedido, pero al alzar su camilla y cargarla por toda la ciudad, todo el que lo viera iba a recordar que era el que hacía tanto tiempo estaba esperando el milagro al lado del estanque. Ésta era su oportunidad para decir "¡hay un hombre caminando por Jerusalén que cambió mi vida!".

En Apocalipsis 2:5 el Señor le dice a la iglesia de Éfeso -que había perdido la pasión que tenía para seguir a Cristo-: "¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio". Esto mismo es lo que Jesús le dijo al enfermo: "Llevá la camilla para que no te olvides de lo que hice por vos".

Irremediablemente, con la decisión de obedecer al Señor aparecen los problemas. Los fanáticos religiosos -que nada entendían de la implicancia de creer en Dios, ya que sólo se limitaban a la observación y repetición de ritos, sin preocuparse por cuál era el significado detrás de la liturgia- van corriendo a decirle: "¿Qué pensás que estás haciendo? ¿No ves que no entendés nada? No es así como se hacen las cosas". Ellos se preocupaban más por las formas que por el fondo, el contenido.

Creo que me imagino la cara de estupefacción del hombre que había sido sanado. En su lugar, yo no podría entender la incredulidad y estupidez de esos hombres. Sin embargo, en su humildad, él les respondió: "La verdad que no comprendo qué es lo que me están preguntando. Hasta me parece ridículo. De cualquier forma, y por si lo quieren saber, estoy haciendo esto porque quien tuvo el poder y la misericordia suficientes para sanarme, me dijo que lo hiciera, y ¿cómo no iba a obedecerlo?'. El hombre había entendido.

Al final, el texto se hizo un poco más largo de lo que creí en un principio. Pasa que muchas veces nos olvidamos de dónde nos sacó el Señor y caminamos como si nada, olvidándonos de "cargar nuestra cruz y seguirlo", como dijo Jesús en Mateo 16:24.

Señor, gracias por tu Palabra. Mil veces me sorprendés con ella. Hablame, hablame. No permitas que "olvide de dónde caí". Sé que todos tenemos una camilla para cargar y decirle al mundo "es gracias a Jesús que ya no la necesito". Gracias, otra vez, por tu gracia. Amén.

septiembre 20, 2004

El aroma de Cristo

En el último tiempo me estuvo pasando algo bastante extraño, que en un principio no sabía cómo explicar, pero que hoy entiendo al menos un poco más.
En las pasadas semanas me ocurrió con frecuencia que personas que no conocen a Cristo y que prácticamente no tenían ningún tipo de amistad conmigo se me acercaran y abrieran su corazón, contándome cosas muy importantes para ellos. Una chica en particular, me decía: "me es re fácil hablar con vos". Descubrí que simplemente escuchando y compartiendo un poco las cosas que a mí me afectaron (o afectan), ellos confiaban en mí. Pero esto no me cerraba del todo, en el fondo sabía que debía haber algo más. Hasta que el Señor me mostró este pasaje:

"Por medio de nosotros, Dios esparce por todas partes la fragancia de su conocimiento. Porque para Dios nosotros somos el aroma de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden. Para estos somos olor de muerte que los lleva a la muerte; para aquellos, olor de vida que los lleva a la vida". (2º Corintios 2:14-16)

Me pareció muy loco lo que dice (¡porque el conocimiento sencillamente no puede olerse!). No lo entendí al principio. Comencé a darle vueltas en mi cabeza, a leerlo decenas de veces tratando de comprender. Finalmente, y con la ayuda de unos amigos (¡gracias Fede y Jesy!), logré tener una idea de lo que significa.

El espíritu de una persona (más allá de que esta sea consciente o no) siempre busca conectarse con el espíritu de Dios. Nosotros, como cristianos, nos damos cuenta de eso precisamente porque sentimos esa necesidad, esa sed de Dios. Quienes no conocen a Cristo intentan canalizar esa búsqueda en otras cosas, pero nunca realmente llenan el vacío que esa ausencia implica. Esto es lo que explica el pasaje de 2º Corintios.

La metáfora que Pablo utiliza es parecida a las usadas por Cristo en Mateo 5 ("la luz del mundo y la sal de la tierra"), sólo que es un poco más profunda. Este aroma a Cristo que llevamos quienes lo aceptamos como nuestro señor y salvador hace que las personas del mundo se acerquen y abran sus vidas a nosotros (o todo lo contrario), porque quizás somos lo más cercano a Dios que conocen, por tener al Espíritu Santo dentro nuestro.

Somos "olor de vida que lleva a vida", porque por medio de nosotros esas personas pueden acercarse y conocer a Cristo ("por medio de nosotros, Dios esparce la fragancia de su conocimiento"). Es importante, por esto, que cuidemos el efecto que causamos en las personas que nos rodean. Tomemos el ejemplo de Filemón: el versículo 7 de la carta que el apóstol Pablo le escribió dice (en la traducción en inglés) que él había "refrescado el corazón de los santos". Cuando alguien se acerca a nosotros, ¿se va refrescado?, ¿siente como que se sacó una mochila de encima? Para él, ¿es una especie de alivio o una carga? Teniendo la fuente de vida dentro nuestro no puede haber posibilidad de que no seamos de bendición para quienes nos rodean, porque de ser así deberíamos preocuparnos.

De la misma manera, somos "olor de muerte que lleva a muerte" para aquellos que rechazan la palabra -y por ende la gracia- de Dios. Esto es porque así como "el Espíritu Santo mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios" (Romanos 8:16), también les recuerda al suyo que están perdidos, que no tienen vida. Esta es la razón de que algunas personas simplemente nos rechacen sin fundamentos ni razones.

¿A dónde voy con todo esto? A lo siguiente: al tomar plena conciencia de que llevamos a Dios mismo dentro nuestro, comenzamos a ver las cosas con otra perspectiva. Entendemos que "llevar el evangelio hasta lo último de la tierra" (Mateo 28:19-20 e Isaías 49:6) no se trata sólo de palabras, sino de vivir la Verdad cotidianamente, predicando con el ejemplo ("sed imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo", 1º Corintios 11:1). Porque de ser así, verdaderamente seríamos como un bálsamo para los demás, como un manantial al que se acerquen en medio del desierto de este mundo.

Entendí, finalmente, que estas personas no se acercaban y exponían a mí por quien soy yo por mí mismo, sino por Cristo dentro mío. Y me maravilló, me llenó de gozo.

Gracias, Señor, por tu infinita misericordia. Gracias por usarme de maneras que no logro entender y por rebajarte a explicármelas. Seguí usándome de la manera que Vos dispongas. Quiero ser un "refresco" para quienes se me acerquen, porque aunque no crean hoy en ti, quizás en el futuro otro pueda cosechar la semilla que Vos plantaste a través mío. Gloria a tu santo nombre. Amén.

septiembre 14, 2004

El consuelo que viene de Dios

La semana pasada fue bastante difícil para mí. Como les conté en el cuadro de diálogo (en la página, a la izquierda), la amiga de un amigo mío falleció el domingo pasado, el padre de otro el lunes y la abuela de otra el jueves. De más está decir que la situación fue horrible desde donde se mire, sobre todo porque ninguno de ellos cree en Cristo.

Sin embargo, el Señor me mostró este pasaje:

“Dios nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Él hemos recibido, también nosotros podamos consolar a los que sufren” (2º Corintios 1:4).

Al leerlo, me di cuenta de lo siguiente (si bien también influyó un mensaje que escuché del pastor estadounidense Darryl DelHousaye): Cuando una persona está triste, no necesita -ni quiere- que uno intente alegrarla. Cuando la angustia oprime en el pecho, cuando el aire se hace irrespirable, cuando la saliva sabe a arena, se tienen ganas de llorar, no de reír. Muchas veces -sin mala intención-, nos acercamos a quien sufre para decir palabras de aliento, como "ya va a pasar", "todo va a estar bien" o "quedate tranquilo"; cuando lo único que en verdad podemos -y deberíamos- hacer es estar presentes, sostener, acompañar. "Llorar con los que lloran", como dice Romanos 12:15.

Dios nos dice, en Salmos 50:15: "Invóquenme en el día de la angustia; Yo los libraré y ustedes me honrarán”. Sabemos que “aunque pasemos por grandes angustias, Él nos dará vida” (Salmo 138:7).

Precisamente, lo que Pablo dice a los corintios es que este consuelo, este "refugio en tiempos de angustia" (Salmo 59:16) que Dios es para nosotros, no es para que nos lo quedemos egoístamente. En realidad, es para que nosotros mismos podamos consolar a quienes sufren alrededor nuestro. Recordemos que somos "la luz del mundo y la sal de la tierra" (Mateo 5:13-14) para modificar nuestro entorno, y no para simplemente estar.

Tomemos el ejemplo de Filemón, a quien Pablo escribe: "Siempre doy gracias a mi Dios al recordarte en mis oraciones, porque tengo noticias de tu amor y tu fidelidad hacia el Señor Jesús y hacia todos los creyentes. Hermano, tu amor me ha alegrado y animado mucho porque has reconfortado el corazón de los santos" (Filemón 1:4-5,7). ¡Qué hermoso que esto pudiera ser dicho de nosotros!

Es bien corto lo que quería transmitir, pero me parece de vital importancia entender que todo lo que Dios en su gracia nos da, es para que lo compartamos. Y Dios siempre nos sorprende. Lo hizo conmigo la semana pasada: los ínfimos gestos que tuve hacia estos tres amigos (dos mails y una pequeña charla de ánimo) significaron más para ellos que cualquier otra cosa que hubiese podido hacer o decir, y no dejaron de agradecérmelo, como si hubiese hecho algo sumamente importante para ellos (cuando en verdad Cristo lo hizo, yo sólo los acompañé un poco y oré por ellos). Como un sabio una vez dijo: "predica todo el tiempo; si es imprescindible, también utiliza palabras".

Señor, gracias por estar siempre disponible para mí. Gracias por acompañarme en momentos de angustia, por confortar mi corazón cuando siento que desfallezco. Enseñame a compartir esta gracia con quienes me rodean. Me encantaría que pudiese decirse de mí lo que Pablo dijo de Filemón. Gracias por tu gracia. Amén.

septiembre 07, 2004

Excusas, excusas...

Éxodo nos relata cómo Dios sacó a los israelitas de Egipto y los llevó a la tierra prometida a Abraham, Isaac y Jacob.

El pueblo judío era esclavo en Egipto y estaba obligado a realizar trabajos forzosos. Dios contempla su dolor y decide librarlos de su opresión. Moisés es la persona escogida por el Señor para guiarlos. Dios se le aparece, a través de una zarza ardiente (Éxodo 3:2), y le dice:

"Ciertamente he visto la aflicción que sufre mi pueblo en Egipto. Los he escuchado quejarse de sus capataces, y conozco bien sus penurias. Así que he descendido para librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de este país, para llevarlos a una tierra buena y espaciosa, tierra donde abundan la leche y la miel. Han llegado a mis oídos los gritos desesperados de los israelitas, y he visto también cómo los oprimen los egipcios. Así que disponte a partir. Voy a enviarte al faraón para que saques de Egipto a los israelitas" (Éxodo 3:7-10).

Hasta aquí lo que Dios dijo a Moisés. Notemos que en el mismo llamado se encuentra la promesa del cumplimiento de aquello para lo que lo estaba "reclutando". Dios nunca va a pedirnos algo sin la promesa de que eso se lleve a cabo, si permanecemos firmes en él. Dios no nos da un sueño, sino para que se cumpla. "Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Filipenses 2:13).

Veamos la respuesta de Moisés:
"Pero Moisés le dijo a Dios: ¿Quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?" (Éxodo 3:11).

Primero que nada, Moisés duda de la veracidad de lo que Dios dijo. Él dice: "sí, sí, todo muy lindo, pero...". Nunca le creemos a Dios cuando nos dice que quiere que hagamos algo grande. Siempre tenemos "peros" que decirle. Es como si supiéramos cosas que Él desconoce y debiésemos decírselas: "Sí, Señor, está bien, pero pensá que..." ¡Qué estupidez!

Después de un tiempo, y de alguna manera, terminamos creyendo. Entonces, comienzan las excusas: "¿quién soy yo para...". Comenzamos a dudar de nosotros mismos. Nunca somos lo suficiente para que Dios nos use: o no somos lo suficientemente fuertes, o lo suficientemente inteligentes, o lo suficientemente espirituales (cuerpo, alma y espíritu). Sin embargo, "lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia" (1º Corintios 1:27-29).
La primera excusa somos nosotros mismos.

Entonces, Dios responde:
"Yo estaré contigo" (Éxodo 3:12).

A nuestra falta de confianza en nosotros mismos, Dios responde, "Yo estaré contigo"; y "si Dios está a favor nuestro, ¿quién puede estar en nuestra contra?", como dice Romanos 8:31. El Espíritu Santo está dentro nuestro (si recibimos a Cristo como nuestro señor y salvador), por ende, nosotros mismos nunca podemos ser una excusa para no creerle y obedecer a Dios.

"Pero Moisés insistió: Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: 'El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes'. ¿Qué les respondo si me preguntan: '¿Y cómo se llama?" (Éxodo 3:13).

Aquí aparece la segunda excusa: cuando dudar de nosotros mismos no tiene sentido, porque Cristo mismo nos da valor por su sangre derramada en la cruz, entonces dudamos de Dios. La pregunta de Moisés es: "¿y Vos quién sos para decirme lo que tengo que hacer?". La autoridad de Dios es lo que se pone en tela de juicio aquí. Muchas veces le cuestionamos a Dios quién es para pedirnos algo.

En ese momento, Dios -con una altura increíble- responde:
"Yo Soy El Que Soy. Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: 'Yo Soy me ha enviado a ustedes'" (Éxodo 3:14).

¿Entienden la respuesta de Dios? "Yo Soy El Que Soy", significa "¿qué te importa a vos quién soy?, ¿con qué derecho vos me cuestionás a Mí?, ¿por qué debería Yo rendirte cuentas de quién soy?". Cuando nos confundamos, Dios va a ponernos en nuestro lugar. Él nos creó a nosotros, y no nosotros a Él.

Sin embargo, creo que más por misericordia que otra cosa, Dios agrega:
"Diles esto a los israelitas: 'El Señor y Dios de sus antepasados, el Dios de Abraham, Isaac y de Jacob, me ha enviado a ustedes. Éste es mi nombre eterno; éste es mi nombre por todas las generaciones'" (Éxodo 3:15).

Y es que a veces Dios se compadece de nosotros y nos explica algunas cosas. Él nos conoce, y sabe que como humanos -siempre temerosos de lo que no entendemos- necesitamos ciertas seguridades, y en su inmensa bondad nos las da. Poner en duda la autoridad e identidad de Dios jamás puede ser una excusa.

Pero Moisés no podía callarse, todavía tenía más excusas:
"Moisés volvió a preguntar: ¿y qué hago si no me creen ni me hacen caso? ¿Qué hago si me dicen: 'El Señor no se te ha aparecido'?" (Éxodo 4:1).

La tercera excusa es poner en duda el poder de Dios, es pedirle pruebas. Siempre que Dios nos pide algo, queremos pruebas. Siempre necesitamos miles de confirmaciones para movernos de donde estamos. "No, Señor, -decimos- mostrame concretamente qué querés de mí". Y le reclamamos a Dios muestras de su amor.

Dios le da esas pruebas a Moisés:
"'¿Qué tienes en la mano?', preguntó el Señor. Y Moisés respondió: Una vara. 'Déjala caer al suelo', ordenó el Señor. Moisés la dejó caer al suelo, y la vara se convirtió en una serpiente. Moisés trató de huir de ella, pero el Señor le mandó que la agarrara por la cola. En cuanto Moisés agarró a la serpiente, ésta se convirtió en una vara en sus propias manos. 'Esto es para que crean que yo, el Dios de tus padres, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me he aparecido a ti. Y ahora -ordenó el Señor- ¡llévate la mano al pecho!. Y él se llevó la mano al pecho y, cuando la sacó, la tenía toda cubierta de lepra y blanca como la nieve. '¡Llévatela otra vez al pecho!', insistió el Señor. Moisés se llevó de nuevo la mano al pecho y, cuando la sacó, la tenía tan sana como el resto de su cuerpo. 'Si con la primera señal milagrosa no te creen ni te hacen caso -dijo el Señor-, tal vez te crean con la segunda. Y si aún no te creen después de estas dos señales, toma agua del Nilo y derrámala en el suelo. En cuanto el agua del río toque el suelo, se convertirá en sangre" (Éxodo 4:2-9).

Dios nos va a dar todas las explicaciones y pruebas que necesitemos, así que esas tampoco cuentan como excusas para hacer lo que Dios quiere de nosotros.

Todavía queda una excusa, y Moisés no va desperdiciarla:
"Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra -objetó Moisés-. Y esto no es algo que haya comenzado ayer ni anteayer, ni hoy que te diriges a este servidor tuyo. Francamente, me cuesta mucho trabajo hablar" (Éxodo 4:10).

La cuarta excusa es poner en duda nuestras capacidades. Pensamos: "yo no sirvo para esto", o "yo no sé hacer tal o cual cosa". Pero Dios nos responde, "no importa lo que sepas, o no sepas hacer, sino que te baste mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad" (2º Corintios 12:9).

Y así le respondió el Señor a Moisés:
"¿Y quién le puso la boca al hombre? ¿Acaso no soy Yo quién lo hace mudo o sordo, quien le da la vista o se la quita? ¿No soy yo el Señor? Anda, ponte en marcha, que yo te ayudaré a hablar y te diré lo que debas decir" (Éxodo 4:11-12).

Dios se hace cargo de nuestras debilidades. Él va a hacer que seamos capaces de realizar aquello que nos mandó. No importa lo que sabemos o lo que no sabemos hacer, porque Él lo va a hacer por nosotros.
No sé si se dan cuenta, pero lo único que Dios le pide a Moisés es que vaya, porque de todo lo demás, Él se va a hacer cargo. Con nosotros es igual. Él sólo nos manda, para probar nuestra obediencia, pero el que luego hace todo es Él (y por su gracia, a través nuestro). Es por esto que nuestras incapacidades tampoco pueden ser excusas ante Dios.

Finalmente, Moisés hace aquello que nunca debiéramos hacer. Cuando se le acaban las excusas, simplemente se niega:
"Señor, te ruego que envíes a otra persona" (Éxodo 4:13).

Nuestra palabras nunca deben ser "que vaya otro", sino "envíame a mí", o "heme aquí, yo iré". Dios sólo quiere que nos hagamos cargo del llamado que nos hizo, porque el que se a ocupar de llevarlo a cabo es Él. Sólo tenemos que "ir", que aceptar, que movernos. Porque si nosotros no vamos, los que perdemos somos nosotros. La voluntad de Dios no va a dejar de cumplirse, sólo que va a ser otro el que Él va a utilizar, y por ende otro el que se lleve las bendiciones por hacerlo.

Como era de suponerse, la paciencia de Dios se terminó:
"Entonces el Señor ardió en ira contra Moisés y le dijo: '¿y qué hay de tu hermano Aarón, el levita? Yo sé que él es muy elocuente. Además, ya ha salido a tu encuentro, y cuanto te vea se le alegrará el corazón. Tú hablarás con él y le pondrás las palabras en la boca; Yo los ayudaré a hablar, a ti y a él, y les enseñaré lo que tienen que hacer. Él hablará por ti al pueblo, como si tú mismo le hablaras, y tú le hablarás a él por Mí, como si le hablara Yo mismo" (Éxodo 4:14-16).

Para el momento en que Moisés estaba diciendo que no, Dios ya tenía preparado a su hermano Aarón -quien "ya había salido a su encuentro"- para hacer aquello que él debía hacer. Esto es terrible: el plan de Dios se cumpliría igual, sólo que ahora el que recibiría la bendición (o buena parte de ella, al menos) sería Aarón -el hermano de Moisés- y no quien había recibido el llamado primeramente. Tanto el faraón como el pueblo reconocerían a Aarón como el enviado por Dios, y no a Moisés, quien ahora sólo sería un intermediario entre el Señor y Aarón. La mayoría de los milagros que se suponía que Moisés haría, los realizaría Aarón. Moisés había dejado pasar la bendición de Dios.

No permitamos que nos pase lo mismo. No le pongamos más excusas a Dios (aquí debo admitir que tengo una facilidad especial para hacerlo). Sigamos su llamado, sólo tenemos que "ir".

Señor, gracias por tu Palabra, que es fuente de sabiduría. Perdoname por todas las veces que puse excusas para hacer tu voluntad. Heme aquí, yo iré. Usame a mí. No quiero frenar tu bendición en mi vida. Enviame a mí. Amén.

agosto 31, 2004

Abre mis ojos, Señor

Ayer empecé a leer el Antiguo Testamento de corrido, algo que hace un tiempo tenía ganas de hacer, pero que nunca me disponía a hacerlo.
Si bien en muchas cosas no es muy claro, y hasta parece que faltasen partes para poder comprender cabalmente lo que realmente sucedió, encontré varias cosas que llamaron poderosamente mi atención. Aquí voy a compartirles sólo una de ellas.

En Génesis capítulo 21 se relata cómo Abraham debió echar a Agar e Ismael de su campamento. Si volvemos a los capítulos 12 y 15 de este mismo libro, descubriremos que Dios había prometido a Abraham (Abram en ese momento) que él iba a ser padre de una gran nación. El problema era que él ya era anciano, y que su esposa, Saray (luego llamada Sara), ya había perdido la menstruación, por lo que era fisiológicamente imposible que esto sucediera. Entonces, como da cuenta el capítulo 16, Sara le propone a su esposo que tenga relaciones con una de sus criadas, llamada Agar, para que así pueda tener un hijo. Él lo hace, y de esa unión luego nacería Ismael (padre del pueblo musulmán). Se empiezan a dar fricciones entre Sara y Agar, debido a envidia de la primera y burlas de la segunda, por lo que la esclava escapa del campamento. Dios se le aparece a Agar y le pide que vuelva, prometiéndole que iba a tener a ese hijo (Génesis 16:11-12). Ella lo hace. Cinco capítulos después, en el 21, se da cuenta del nacimiento del hijo de la promesa, Isaac, que surge de la unión de Abraham y Sara (Dios nunca se tarda, es sólo que a veces no sabemos esperar). Ahora el problema empieza entre Isaac e Ismael, por lo que Abraham -presionado por Sara- se ve obligado a echarlo a él y a su madre del campamento. Y esto es lo que ocurre:

"Agar partió y anduvo errante por el desierto de Beerseba. Cuando se acabó el agua que llevaba, puso al niño debajo de un arbusto y fue a sentarse sola a cierta distancia, pues pensaba: 'No quiero ver morir al niño'. En cuando ella se sentó, el niño comenzó a llorar desconsoladamente. Cuando Dios oyó al niño sollozar, el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo y le dijo: '¿Qué te pasa, Agar? No temas, pues Dios ha escuchado los sollozos del niño. Levántate y tómalo de la mano, que yo haré de él una gran nación'. En ese momento Dios le abrió a Agar los ojos, y ella vio un pozo de agua. En seguida fue a llenar el odre y le dio de beber al niño. Dios acompañó al niño, y éste fue creciendo; vivió en el desierto y se convirtió en un experto arquero, habitó en el desierto de Parán y su madre lo casó con una egipcia". (Génesis 21:14-21)

¿Qué es lo más llamativo de esto? ¿Qué enseñanza puede dejarnos? Además de que nos demuestra que Dios nunca nos desampara, lo que más me llama la atención es lo siguiente: En el momento más crítico que Agar estaba viviendo, Dios ya le tenía preparada una salida, sólo que ella no la veía. Dios ve su dolor, y el del niño; ve el sufrimiento de sus corazones, la agonía de sus almas; y se compadece. Entonces, Dios "abre sus ojos" para que pueda ver algo que siempre había tenido delante de ella, pero no había podido percibir.

Lo mismo le sucede a Abraham cuando Dios le pide que sacrifique al hijo de la promesa, es decir, a Isaac (capítulo 22). Habían pasado tres días desde esa horrible petición, cuando el patriarca llega con el muchacho al monte, construye el altar, ata a su hijo y toma el cuchillo, presto al sacrificio. En ese momento, un ángel de Dios aparece y le dice lo siguiente: "No pongas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque ni siquiera te has negado a darme tu único hijo". Entonces, "Abraham alzó la vista y, en un matorral, vio a un carnero enredado por los cuernos. Fue entonces, tomó al carnero y lo ofreció como holocausto, en lugar de su hijo" (Génesis 22:12-13).

Lo mismo me sorprende: ¿cómo es que Abraham no vio antes al carnero, si lo tenía enfrente? ¿cómo es que no escuchó el ruido que hacía al querer safarse del matorral donde estaba enredado? ¿cómo no oyó sus balidos? Sin embargo, Dios, en su misericordia, abrió sus ojos.

¿Qué es lo que esto me indica? Muchas veces sentimos que las circunstancias nos sobrepasan. Muchas veces creemos que no hay salida del problema en el que estamos inmersos. Sin embargo, Dios ya tiene preparada una solución para nosotros. Sólo espera que no podamos más, para que reconozcamos que lo necesitamos, y entonces "abra nuestros ojos".

Señor, gracias por hacer esto por nosotros. Gracias por abrir nuestros ojos. Perdón por las veces que nos desesperamos, olvidando que vos estás por sobre todas las circunstancias, velando por nosotros. Gloria tu nombre. Amén.

agosto 26, 2004

Consejos para alcanzar la presencia

Finalmente llegamos al último capítulo de la primera epístola a los Corintios. En medio de su despedida, Pablo les da cuatro concejos: que "hagan todo con amor" (de lo que ya hablamos cuando tocamos el capítulo 13), que se "mantengan alerta, que permanezcan firmes en la fe y que sean valientes y fuertes" (versículo 13).

La versión Reina Valera traduce "velad" en vez de "manténganse alerta". Esto marca la necesidad de reconocer el tiempo en el que vivimos. En Romanos 13:11-14 Pablo exhorta a los hermanos diciéndoles lo siguiente: "ámense siendo conscientes del tiempo en que vivimos. Ya es hora de que despierten del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca que cuando inicialmente creímos. La noche está muy avanzada y ya se acerca el día. Por eso, dejemos a un lado las obras de la oscuridad y pongámonos la armadura de la luz. Vivamos decentemente, como a la luz del día, no en orgías y borracheras, ni en inmoralidad sexual y libertinaje, ni en disensiones y envidias. Mas bien, revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa". Muchas veces nos olvidamos que se acerca la mañana, y perdemos ese sentimiento de urgencia que la iglesia primitiva tenía.

1º Pedro 4:7 dice: "el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración", porque de hacer esto -según las palabras de Jesús- "no caeremos en tentación" (Marcos 14:38). Pedro repite la misma idea un capítulo después, en los versículos 8 y 9: "sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe", porque así él "huirá de vosotros" (Santiago 4:6).

Dios le dijo a Josué en el libro que lleva su nombre, capítulo 1, versículo 9: "mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas". Y luego podemos ver que cumplió esa promesa a Gedeón: "Jehová está contigo, varón esforzado y valiente" (Jueces 6:12). De la misma manera, Dios también lo hará con nosotros.

Si somos conscientes del tiempo en que vivimos, y nos comportamos de acuerdo a eso; si permanecemos firmes en la fe (y "no somos como niños fluctuantes, llevados por doquiera por todo viento de doctrina -Efesios 4:14-); y si nos comportamos con valentía y fortaleza de espíritu; Dios nos promete que va acompañarnos hasta el fin del mundo, que nunca va a abandonarnos, que nunca va a desampararnos.

Señor, dame noción del tiempo en que vivo. Dame el sentimiento de urgencia que la iglesia primitiva tenía. Te pido el discernimiento y la sabiduría necesarios para tomar conciencia (sin importar el costo que estos dones implican). Ayudame a permanecer firme en Vos, en tu palabra. No quiero alejarme nunca de tu camino. Otorgame la fuerza y la valentía necesarias para enfrentar "los dardos de fuego del maligno" (Efesios 6:16) a través del escudo de la fe y la espada del Espíritu. Porque quiero que tu presencia me acompañe siempre. Gloria a tu santo nombre. Amén.

agosto 18, 2004

El provecho de la gracia

La verdad es que me fue complicado escribir algo sobre este capítulo, el número 15 de 1º Corintios. Me gustaría realmente que aquellos que les interese, y puedan, me escribieran lo que piensan al respecto.

El apóstol Pablo les dice a los corintios en el versículo diez de este capítulo:
"Por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos los demás apóstoles; pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo".

Me choca leer esta declaración porque me obliga a confrontarme. ¿Cuántos de nosotros podríamos decir que podemos justificar con nuestros hechos la gracia de Dios para con nosotros?. Esto no implica que lleguemos a merecerla, porque nunca lo podríamos hacerlo (de ser así, no sería gracia), sino que apunta a qué es lo que estamos haciendo con ella. Por ejemplo: "a cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás" (1º Corintios 12:7), ¿qué es lo que hacemos con ese don de Dios? Porque muchas veces lo usamos para nuestra propia bendición, cuando debiera ser para el beneficio de otros. "Por eso ustedes, ya que tanto ambicionan los dones espirituales, procuren que estos abunden para edificación de la iglesia" (1º Corintios 14:12). Dios va a preguntarnos qué es lo que hicimos con el aceite (unción) que nos dio. "Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1º Pedro 4:10).

Santiago 2:14-18 y 26, dice:
"Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y uno de ustedes les dice: 'Que les vaya bien, abríguense y coman hasta saciarse', pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué servirá eso? Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta. Sin embargo, alguien dirá: 'Tú tienes fe, y yo tengo obras'. Pues bien, muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Porque como el cuerpo sin el espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta".

La gracia de Dios es para con nosotros para que la compartamos, no para que nos la quedemos para nosotros mismos. Nuestra fe en Jesús, nuestra esperanza en la salvación, nuestro amor por el Padre (que es nuestro vínculo, nuestra comunión con Él), son para que los llevemos donde vayamos. "Te he puesto como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra" (Isaías 49:6).

Tomemos el ejemplo de los tesalonicenses: "Los recordamos constantemente delante de nuestro Dios y Padre a causa de la obra realizada por su fe, el trabajo motivado por su amor, y la constancia sostenida por su esperanza en nuestro Señor Jesucristo" (1º Tesalonicenses 1:3).

"Por nuestros frutos nos conocerán" (Mateo 7:16). Que la gracia de Dios no sea en vano para con nosotros. "¡Recordemos, entonces, de dónde hemos caído!" (Apocalipsis 2:5), y hagamos algo por los Mefiboset que siguen tirados, tullidos en el alma, en Lo Debar (el lugar de no comunicación), de donde nosotros venimos. Levantémoslos del pozo donde están y traigámoslos ante la cruz.

Solamente recordemos que no somos nosotros, sino "la gracia de Dios que está con nosotros".

Jesús, enseñame a ser un buen administrador de tu gracia, para que no sea en vano para conmigo. Que nunca olvide que no soy yo, sino tu gracia a través mío. Amén.

agosto 06, 2004

La paradoja del crecimiento

Vengo evitando este capítulo hace varios días ya. Pero, de cualquier forma, acá estoy tratando de escribir algo lo mejor posible. Que la presencia del Señor descienda sobre ustedes donde estén.

1º Corintios 14:20 dice:
"Hermanos, basta de pensar como niños. Sean niños en la malicia, pero adultos en el modo de pensar".

La diferencia fundamental en la estructura de pensamiento de un niño y un adulto -según un tal Jean Piaget, un francés doctor en psicología y filosofía que estudió mejor que nadie la psiquis de los infantes- es que los nenes tienen pensamiento concreto y lo adultos abstracto. ¿Qué implica esto? Que los chicos necesitan percibir para que algo exista, sea. Aquello que no ven o no tocan, no es real. No pueden saber cuánto es dos mas dos, si no tienen cuatro manzanas frente a ellos. Los adultos (¡o algunos, al menos!), a diferencia de ellos, no precisan de sus sentidos para creer. Así debemos ser nosotros. La fe es "certeza y convicción" (Hebreos 11:1), dos actos racionales que no precisan una comprobación empírica (en la práctica). Cristo vive, y no necesita demostrárnoslo. Sin embargo, por misericordia hacia nosotros, de vez en cuando nos permite sentirlo; pero nuestra fe no debe basarse en experiencias emocionales, sino en "certeza y convicción" intelectuales.

Voy a mostrarles un ejemplo de un adulto que necesitó percibir para comprender:

"Tomás, uno de los doce discípulos, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús volvió de la muerte. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Vimos al Señor. Él entonces les respondió: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y mi mano en su costado, no creeré.
Ocho días después, estaban otra vez los discípulos reunidos, y Tomás estaba con ellos. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a ustedes. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron".
(Juan 20:24-29)

Tomás se comportó como un niño, porque necesitó ver y tocar para creer. ¿Saben a quién se refiere Jesús en el último versículo ("bienaventurados los que no vieron, y creyeron")? A nosotros.

Debemos ser adultos en la manera en que pensamos. Los niños necesitan que se los guíe, que se les diga qué tienen que hacer, cómo y cuándo. Dónde deben ir, por qué y para qué. Una persona madura espiritualmente cuenta con la gracia de Dios y la libertad para hacer lo que quiera con ella. No necesita de la dirección constante, porque aprendió a entender lo que el Espíritu de Dios quiere de ella sin necesidad de que otra persona se lo diga.

1º Corintios 3:1-3 dice:
"Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a espirituales sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Les di leche porque no podían asimilar alimento sólido, ni pueden todavía, pues aún son inmaduros. Mientras haya entre ustedes celos y contiendas, ¿no serán inmaduros? ¿acaso no se están comportando según criterios meramente humanos?"

Pablo repite esta idea en Hebreos 5:11-14:
"Tenemos mucho que decirles, pero es difícil de explicarlo, porque a ustedes lo que les entra por un oído les sale por el otro. En realidad, a estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido. El que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercido su facultad de percepción espiritual".

Muchas veces nos pasa eso. Necesitamos que se nos explique una y otra vez la gracia, el perdón, la salvación. Es porque somos "como niños de pecho". Una persona madura espiritualmente tiene esto en claro, y va por más. Necesita seguir creciendo en el camino del Señor, porque la gracia (si bien imprescindible) es sólo el comienzo. Tomemos el ejemplo de Cristo:

"Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu". (Lucas 1:80)

"Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él". (Lucas 2:40)

"Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres". (Lucas 2:52)

Debemos crecer, "para que ya no seamos niños fluctuantes, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas. Más bien, al vivir la verdad con amor, crezcamos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo" (Efesios 4:14-15).

Ojalá pudiéramos decir esto con autoridad espiritual:
"Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño". (1º Corintios 13:11)

Sin embargo, el versículo de 1º Corintios 14:20 también dice que seamos "niños en la malicia". "Quiero que sean sabios en lo bueno, e ingenuos en lo malo", dice Romanos 16:19b.

Jesús dijo a sus discípulos: "les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos" (Mateo 18:3). En Juan 3:3 le dijo a Nicodemo, "de veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios".

Debemos volvernos como niños en la inocencia, porque "el reino de los cielos es de los niños", como dijo Cristo en Mateo 19:14. Esto es, quizás, porque en su ingenuidad saben cosas que nosotros olvidamos cuando crecemos y nos golpeamos con el mundo. Ellos creen y dependen de Dios sin dudarlo. Nosotros tenemos tanto miedo a sufrir y a decepcionarnos que ponemos tantas trabas, tantas excusas para no rendirnos.

Miren qué linda oración que Cristo hizo: "te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños" (Mateo 11:25).

"Adultos en el modo de pensar, y niños en la malicia". Qué hermosa paradoja.

Señor, quiero dejar de ser un niño espiritual. Enseñame a crecer en el conocimiento de tu Palabra, pero sin olvidarme de correr hacia Vos como lo hicieron los niños que bendijiste en Judea. A Vos sea la gloria. Amén

julio 23, 2004

La preeminencia del amor

Llegó el día, finalmente. Primera epístola a los Corintios, capítulo 13.

Vamos por partes, como decía un tal Jack (¡qué triste!).

1º Corintios 13, versículos 1 y 2, dicen:
"Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena, o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no soy nada".

Primero que nada, "Dios es amor" (1º Juan 4:8b). Por ende, si no tengo a Dios, entonces no tengo amor; como consecuencia, "no soy nada". Para amar verdaderamente debemos estar llenos de Dios. "Vestíos de amor, que es el vínculo perfecto", dice Colosenses 3:14.

Lo más importante que podemos tener es amor (Dios). No importa el éxito, ni el dinero, ni la fama. Ni siquiera la sabiduría ("el conocimiento envanece, pero el amor edifica", dice 1º Corintios 8:1). Porque, "el que no ama, no conoce a Dios" (1º Juan 4:8a).

"Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso". (versículo 3)

Si bien el amor es dar, no por dar mucho se ama aunque sea un poco. Cantares 8:7 dice: "si alguien ofreciera todas sus riquezas a cambio del amor, sólo conseguiría el desprecio". El acto de dar es consecuencia del de amar, y no al revés: "porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su hijo unigénito, para que todo aquel que en Él crea, no se pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3:16). Primero amó, luego dio.

"El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta". (versículos 4 al 7)

Parece inalcanzable este sentimiento, y es porque es la esencia misma de Dios. "Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos" (Juan 15:13), como Cristo lo hizo por nosotros. ¿Cuál es el espíritu de todos esos versículos? El acto de amar pone el énfasis en otra persona, y luego en quien ama. Esto es porque el amor no es sólo un sentimiento, sino también una decisión racional, casi una actitud. Es dejar de lado la propia necesidad y poner el propio ser en servicio de otro, sin importar lo que se obtenga con ello.

Dios nos manda que amemos. Sus dos mandamientos más importantes son: "ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente" (Mateo 22:37) y "ama a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22:39) -al que puede añadírsele: "ama a tus enemigos" (Lucas 6:27)-. Es imprescindible que tengamos amor, y que sea un "amor sin fingimiento", como dice Romanos 12:9, uno verdadero. Porque "todas nuestras cosas deben ser hechas con amor" (1 Corintios 16:14).

"El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el don de lenguas será silenciado y el conocimiento desaparecerá. Porque conocemos y profetizamos de manera imperfecta; pero cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto desaparecerá. Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; cuando llegué a ser adulto, dejé atrás las cosas de niño. Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido". (versículos 8 al 12)

Estos versículos afirman que el amor es eterno e inalterable. Cuando Cristo vuelva ("cuando llegue lo perfecto"), no habrá necesidad de profecía porque Él mismo dirá lo que quiera, sin necesidad de intermediarios. Tampoco se precisará el don de lenguas, porque podremos hablar directamente con Él. De la misma manera, todas las verdades que no comprendemos de su Palabra o de la creación quedarán expuestas. Sin embargo, el amor continuará, porque en esto consiste: "no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero, enviando a su hijo en propiciación de nuestros pecados" (1º Juan 4:10/19). El amor surge de Dios y continúa en nosotros.

"Ahora, pues, permanecen estas tres virtudes: la fe, la esperanza y el amor. Pero la más excelente de ellas es el amor". (versículo 13)

La fe es la "certeza y convicción" (Hebreos 11:1) en la existencia de Dios. La esperanza, "que no nos decepciona" (Romanos 5:5), es la promesa de la vida eterna a su lado. El amor es aquello que nos une a Él. Por esto es que es la virtud más excelente, porque es la que establece un vínculo estable y real con el Creador.

"Seguid el amor" (1º Corintios 14:1).

"El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor", dice Romanos 13:10. Esto es así porque, como Jesús dijo en Juan 14:10, "si guardan sus mandamientos, permanecerán en su amor", porque "el amor de Dios se perfecciona en los que guardan su palabra" (1º Juan 2:5). "En eso mismo se verá si somos sus discípulos, en que tengamos amor los unos por los otros", como afirma Juan 13:35. Por lo tanto, "el amor fraternal debe permanecer" (Hebreos 13:1), ya que "Dios nos dio un espíritu de amor" (2º Timoteo 1:7).

Debemos amar principalmente por esto: "ámense fervorosamente; porque el amor cubrirá multitud de pecados" (1º Pedro 4:7). Sólo con amor se puede perdonar. Sólo el amor "pasa por alto las faltas" (Proverbios 10:12).

Para finalizar, refleccionemos sobre lo escrito por el apóstol Juan en su primer epístola universal, capítulo 4, versículos 7 al 21:
"Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios. Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él. En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor. Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano".

Señor, perfeccioná mi capacidad de amar. Llená mi corazón de pasión por las almas, de urgencia por bendecir a quienes me rodean. Necesito de tu amor en mi vida más que cualquier otra cosa. Gracias por amarme como soy. Enseñame a aceptar al otro y amarlo como Vos lo hacés conmigo. Amén.

julio 14, 2004

¿Por qué y para qué, los dones espirituales?

Ya pasó bastante tiempo desde la última vez que anduve por acá. Pido disculpas por eso.

Hace varios días que vengo tratando de buscar una definición lo más exacta posible de los dones espirituales. Creo que ellos conforman la parte más cercana a lo divino que una persona -si aceptó a Cristo- puede tener. O, como dice el diccionario bíblico de Certeza, "el efecto visible de la gracia en palabras o en hechos".

Bíblicamente, son una "manifestación del Espíritu" (1º Corintios 12:7), conforme a la "multiforme gracia de Dios" (1º Pedro 4:10).

En el Nuevo Testamento figuran tres listas de dones espirituales, ubicadas en 1º Corintios 12:4-11 y del 28-30, Romanos 12:6-8 y Efesios 4:7-12.

Pueden separarse en dos grandes ramas: aquellos que apuntan a ministerios relacionados con la Palabra, y aquellos cuyo objetivo es un servicio más práctico.

Dentro de los dones de la Palabra -o de expresión-, se encuentran el apostolado, la profecía, la sabiduría, la ciencia, el discernimiento de espíritus, la enseñanza, el hablar en lenguas angelicales y la interpretación de esas lenguas.

"Apóstol" significa "enviado". Originariamente los doce discípulos de Cristo recibieron este título. Luego Pablo lo utilizó para definirse, y finalmente en la Biblia se refiere a otras personas como tales, como es el caso de Bernabé, Andrónico y Junías, entre otros. Un apóstol es un mensajero enviado a proclamar el evangelio entre los incrédulos. Los apóstoles que figuran en la Biblia eran personas que tenían una relación realmente cercana con Dios. Casi todos ellos poseían, además, dones de sanidad, profecía, milagros y lenguas. Los apóstoles fueron quienes formaron el basamento de la doctrina cristiana. Fueron quienes, utilizando los dones de ciencia y sabiduría, explicaron la Palabra a quienes nunca habían oído de Cristo.
Hay quienes creen que hoy en día ya no hay apóstoles, y hay quienes creen que sí. Pablo defendía su apostolado mediante el poder que Cristo le había otorgado, según él, "el reino de Dios no se trata de palabras, sino de poder" (1º Corintios 4:20). Quien hoy se llame a sí mismo apóstol, deberá demostrarlo con poder, y no con palabras.

La profecía es uno de los dones espirituales más importantes, porque implica transmitir el mensaje de Dios. La profecía es una revelación que el Espíritu da a una persona. Su fin puede ser la edificación, la exhortación, la consolación, o la dirección sobre la voluntad de Dios. No siempre la profecía es acerca de eventos futuros. La función principal de los profetas en el Nuevo Testamento es la de "comunicar revelaciones divinas de significación temporaria, que indicaban a la iglesia qué saber y hacer en determinadas circunstancias", según afirma el diccionario bíblico de Certeza.

La sabiduría es probablemente el más importante de los dones. Este don implica la capacidad de encontrar la voluntad de Dios en la vida diaria. Una persona con este don es aquella que en base a la Palabra de Dios puede aconsejar a otra sobre cuestiones espirituales.

La ciencia es la capacidad de extraer conocimiento de la Palabra. Es el don de que permite realizar expresiones inspiradas que contienen o incorporan conocimiento.

El discernimiento de espíritus es el don que posibilita a una persona para determinar cuando una persona habla de parte de Dios, de cuando no es de parte de Él. Sirve para diferenciar a los falsos profetas de los verdaderos. Es la capacidad de ver más allá, "no mirando lo que se ve, sino lo que no se ve, porque lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno" (2º Corintios 4:18).

La enseñanza es la capacidad de exponer y aplicar la doctrina cristiana ya establecida. Esa es la diferencia puntual con la profecía, que da a conocer revelaciones nuevas. El ministerio de enseñanza casi siempre se desarrolla en una iglesia local.

El hablar en lenguas angelicales implica poder comunicarse con el Espíritu en una forma más directa, que trasciende a nuestro entendimiento.

La interpretación de lenguas es la capacidad de traducir a idiomas humanos las lenguas angelicales.

Dentro de los dones para el servicio práctico, se encuentran la fe, la sanidad, el hacer milagros, la ayuda, la dádiva a los necesitados, la misericordia, el diaconado, la administración y la dirección.

La fe no es simplemente la que se necesita para ser salvo, sino aquella que se requiere para realizar hazañas maravillosas ("si tienen una fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrán decirle a una montaña: 'trasládate de aquí para allá', y se trasladará. Para ustedes nada será imposible").

La sanidad es la capacidad de restaurar la salud de una persona por medio de la intercesión en oración.

El hacer milagros se relaciona directamente con la habilidad de realizar obras que demuestran poder, como el resucitar muertos o liberar endemoniados.

La ayuda es la acción práctica de cuidado hacia los más débiles, los enfermos y los necesitados.

La dádiva a los necesitados está emparentada con la ayuda, y es el dar limosnas con liberalidad.

La misericordia es la capacidad de sentir empatía, es decir, sentir lo que el otro siente. Es el amor en la miseria.

El diaconado es el servicio a los miembros del cuerpo de Cristo.

La administración es la capacidad de gobernar y dirigir una iglesia local.

La dirección es prácticamente lo mismo que la administración, salvo que está más emparentada con la misericordia, con prestar auxilio.

1º Corintios 12:11 dice:
"Todos estos dones los produce un mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según él lo determina."
Esto es lo que más en claro debe quedarnos. Nosotros no poseemos dones. Uno no tiene el don de sanidad, o de enseñanza, sino que "a cada uno se le da una manifestación del Espíritu para el bien de los demás" (versículo 7). Por ende, no tenemos de qué gloriarnos en lo que a dones respecta, porque simplemente son parte de la gracia de Dios. No son nuestros.

Sin embargo, tenemos una seguridad en Cristo, "porque irrevocables son los dones de Dios" (Romanos 11:29), por lo que tenemos la certeza de que nadie puede quitarnos aquello que Él nos dio. Nuestra labor consiste sencillamente en desarrollar nuestros dones, esto es, ejercitándolos.

Todos los dones apuntan específicamente a bendecir al prójimo, es por esto que siempre que roguemos a Dios que nos dé determinado don para servir a un hermano, Él nos lo dará. "Todo lo que pidieren en oración, creyendo, lo recibirán" (Mateo 21:22).

"Ustedes, por su parte, ambicionen los mejores dones", dice 1º Corintios 12:31a. ¿Cuál es la forma más sencilla de saber, entonces, cuáles son "los mejores dones"?. No es tan complicado: son aquellos que más bendición traen sobre las personas que nos rodean. A mí entender: sabiduría, profecía, fe y ciencia.

Sin embargo, no olvidemos que "hay un camino aún más excelente" (versículo 31b). El camino del amor.

Señor, que el Espíritu Santo se manifieste a través mío de la manera que crea conveniente y a tu tiempo. Por mi parte, te pido sabiduría y ciencia, para poder bendecir a quienes me rodean con tu verdad. Llename de amor para entender que estas dádivas no son para mí, sino para los demás, y de humildad, para que nunca olvide que sos Vos a través mío, y simplemente yo. Amén.

junio 21, 2004

Fin de la liturgia

Hay dos momentos por excelencia en los que el cristiano más miente: cuando canta, y cuando participa de la Santa Cena (que en realidad, en muchas iglesias debería llamarse Santo Desayuno, ya que se desarrolla a la mañana).

Según 1º Corintios 11:23-30, en esto consiste la Santa Cena:
"En la noche en que el Señor Jesús fue traicionado, tomó pan, y después de dar gracias dijo: 'Este pan es mi cuerpo, que por ustedes entrego; hagan esto en memoria de mí'. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: 'Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; hagan esto, cada vez que beban de ella, en memoria de mí'.
Porque cada vez que comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga.
Por lo tanto, cualquiera que coma el pan o beba de la copa del Señor de manera indigna, será culpable de pecar contra el cuerpo y la sangre del Señor. Así que cada uno debe examinarse a sí mismo antes de comer el pan y beber de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condena".


La realidad, desgraciadamente, es que muchas veces participamos de la Cena por costumbre. Es que se convirtió en una institución, un rito, una liturgia. Comemos el pan y bebemos de la copa, sin olvidarnos -por supuesto- de orar, siempre y cuando en esa oración se repitan exactamente las mismas palabras que cada domingo decimos en exacta, religiosa, progresión.

"Cada vez que comemos ese pan y bebemos de esa copa, proclamamos la muerte del Señor hasta que Él venga".

En cada ocasión que participamos de la Santa Cena, no hacemos otra cosa que decir: "Cristo se hizo hombre, vino a la tierra y vivió sin pecado. Murió santo para pagar mis ofensas y abrirme el camino al Padre. Gloria a Dios". Estas palabras no deben abandonar nuestro corazón nunca.

Si se convierte en hábito pierde sentido. No sólo porque bebamos juicio, como dice la Palabra, sino porque no valoramos el sacrificio de Cristo.

Examinemos nuestra vida antes de participar. Terminemos con el pecado, el doble ánimo, la apariencia, la hipocresía, la mentira, el rencor, la falta de perdón. Santifiquémonos y recordemos a Cristo en libertad.

Jesús, gracias por abrirme el camino al Padre. Santificá mi vida y mi oración. Perdoná mis ofensas y mis omisiones. Enseñame a ser digno de llamarme hijo tuyo. Amén.

junio 18, 2004

Sólo una cuestión de actitud

Como cristianos, el diablo continuamente nos tienta para que caigamos en pecado. Ante esto, solemos tener dos actitudes: creer que ya estamos más allá de toda debilidad, que ya crecimos espiritualmente lo suficiente como para ceder ante los trucos del maligno; o pensar que los problemas, las circunstancias, las tentaciones que vivimos, son demasiado para nosotros, y por ende no podemos soportarlas. En ambos casos, sin excepción, caemos; y el príncipe de este mundo lo sabe.

Es por esto que Pablo les da este consejo a los cristianos de la iglesia de Corinto:

"Si alguno piensa que está firme, tenga cuidado de no caer. Ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano. Pero Dios es fiel, y no permitirá que sean tentados más allá de lo que puedan soportar. Mas bien, cuando llegue la tentación, Él les dará también una salida a fin de que puedan resistir". (Capítulo 10, versículos 12 y 13)

Dios nos manda, en 1º Josué 1:9, que "nos esforcemos y seamos valientes, que no temamos ni desmayemos, porque Él estará con nosotros dondequiera que vayamos".

También dice en Hebreos 2:18 que "en cuanto Cristo mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados".

No debemos creer que estamos de vuelta, porque la vanidad va a matarnos, pero tampoco debemos creer que las pruebas pueden sobrepasarnos, porque nuestro Dios es más grande que cualquier problema, tentación o vicio. Tenemos la seguridad de que Aquel que fue tan poderoso como para vencer a la muerte, será igual de fuerte para sostenernos cuando lo necesitemos (creer lo contrario es tener en poco la muerte de Cristo).

Aferrémonos, entonces, al poder de Dios, sometámonos a Él. Resistamos al diablo, quien -como dice Santiago 4:7- "huirá de nosotros".

Señor, sos mi roca en la tempestad. Enseñame a asirme a Vos cuando sienta que no pueda más. No permitas que me considere nunca demasiado firme como para no cuidarme, no someterme a Vos. Dame la fuerza y la valentía para enfrentar la vida con Vos a mi lado. Amén.

junio 17, 2004

Adaptación al entorno

En todas sus cartas, Pablo nos muestra que, si bien el mensaje es el mismo, no debe presentarse de la misma forma.

Por ejemplo, cuando escribe a los Romanos, les habla de la importancia de abrir sus mentes, de no estar tan apegados a la ley, sino al conocimiento de Dios. En su epístola a los Corintios pone el énfasis en que el comportamiento de alguien que tiene a Cristo debe ser distinto del que alguien que no tiene, y por ende los exhorta a tener un cambio, un crecimiento espiritual.

¿Qué significa esto? Que no hay formas correctas de predicar el evangelio. Que no hay "métodos" tontos, ni tampoco demasiado ambiciosos.

El espíritu de Dios guía las palabras de quien predica, por ende no es importante la forma, sino el fondo, el contenido.

1º Corintios 9:19-22 dice:
"Siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos".

Esto cobra relevante importancia hoy, cuando estamos llamados a predicar el evangelio hasta lo último de la tierra. No se puede adaptar las personas al mensaje, sino el mensaje a las personas. Por ende, no es lo mismo hablarle de Dios a un preso, a un político o a un aborigen.

Debemos hacer lo que sea necesario para llegar a todas las personas que podamos. Si se necesita producir grandes eventos para llegar a las clases medias y altas, adelante. Si se precisa hacer pequeños actos humildes para llegar a los marginados, adelante. Si se requiere traducir la Palabra de Dios a cada idioma o lengua que se habla en la tierra (cerca de 6800), entonces adelante.

Seamos a cada persona como cada persona. Sean ricos o pobres, trabajadores o desempleados, niños o adultos, nativos o extranjeros. Amemos a las almas, no al mensaje.

El amor de Dios se encargará de encontrar las formas, nosotros -simplemente- no lo limitemos.

Señor, enseñame a dejarme utilizar por Vos en la forma que Vos quieras, siendo y haciendo lo que Vos quieras para la salvación de muchos. Amén.

junio 16, 2004

Amar para conocer

Luego de las vacaciones ejísticas, ejeísticas, o ejecísticas, he vuelto.

Me di cuenta de que muchísimas veces le pedí a Dios sabiduría, sin entender que para ser sabio se necesita amar.

Recuerdo una persona que conocí en un campamento en Córdoba. Dios lo había sacado de las drogas, y él se lo agradecía con cada acto de su vida. Me acuerdo que me contó que todos los días pedía a Dios que le dé sabiduría, pero que sólo lo haga en la medida de su humildad, porque no quería caer en vanidad. Recuerdo que cuando escuché esto me impresionó muchísimo.

1º Corintios 8:1b dice:
"El conocimiento envanece, mientras que el amor edifica".

Cuando leí esto recordé las palabras de esa persona.

El pasaje sigue:
"En cuanto a comer lo sacrificado a los ídolos, sabemos que un ídolo no es absolutamente nada, y que hay un sólo Dios (...) Y lo que comemos no nos acerca a Dios; no somos mejores por comer, ni peores por no comer. Sin embargo, tengan cuidado de que su libertad no se convierta en motivo de tropiezo para los débiles. Porque si alguien de conciencia débil te ve a ti, que tienes este conocimiento, comer en el templo de un ídolo, ¿no se sentirá animado a comer lo que ha sido sacrificado a los ídolos? Entonces ese hermano débil, por quien Cristo murió, se perderá a causa de tu conocimiento. Al pecar así contra los hermanos, pecan ustedes contra Cristo. Por lo tanto, si mi comida ocasiona la caída de mi hermano, no comeré carne jamás, para no hacerlo caer en pecado". (versículos 4 y del 8 al 13)

Al leer esto comprendí que el conocimiento debe venir acompañado del amor, porque de no ser así, de nada sirve. Muchas veces utilicé mal el conocimiento que Dios me dio, porque por causa de él hice dudar a otras personas.

Al entender esto cambió mi oración. Debo amar para poder entender, porque el amor construye mientras que el conocimiento por sí mismo aísla.

Dios, llename de amor, para que pueda entender, conocer, como vos lo hacés. Amén.

junio 08, 2004

Libertad de elección

1º Corintios 6:12:
"Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar por ninguna".

Podemos hacer lo que queramos, es claro. Sin embargo, no todo lo que queremos hacer es bueno para nosotros. No todo lo que deseamos "conviene". Como cristianos, tomamos una elección diaria, continuamente, casi sin darnos cuenta.

En el antiguo testamento figura el primer pacto, aquel que Dios hizo con el pueblo judío -en el que le prometía un lugar propio donde vivir, luego de muchos años de esclavitud en tierras extranjeras-. Este es un fragmento del pacto que Moisés, por orden del Señor, hizo con los israelitas en Moab:

"Hoy te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre el bien y el mal. Hoy te ordeno que ames al Señor tu Dios, que andes en sus caminos, y que cumplas sus mandamientos, preceptos y leyes. Así vivirás y te multiplicarás, y el Señor tu Dios te bendecirá en la tierra de la vas a tomar posesión.
Pero si tu corazón se rebela y no obedeces, sino que te desvías para adorar y servir a otros dioses, te advierto hoy que serás destruido sin remedio. No vivirás mucho tiempo en el territorio que vas a poseer luego de cruzar el río Jordán.
Hoy pongo el cielo y la tierra de testigos contra ti, de que te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición. Elige, pues, la vida, para que vivan tú y tus descendientes. Ama al Señor tu Dios, obedécelo y sé fiel a Él, porque de Él depende tu vida, y por Él vivirás mucho tiempo en el territorio que juró dar a tus antepasados Abraham, Isaac y Jacob".
(Deuteronomio 30:15-20)

Todo el tiempo optamos entre "la vida y la muerte, entre la bendición y la maldición". Si bien hay un día en el que decidimos seguir a Cristo o rechazarlo, después de esa elección (si optamos por Cristo) vivimos un continuo tira y afloje con el pecado.

"Todo nos es lícito", pero sólo los caminos del Señor traen bendición para nosotros y los que nos rodean. Sólo Cristo nos "conviene".

Por otro lado, incluso las cosas lícitas -y buenas- pueden ser malas si dejamos que "nos dominen". Nada puede ocupar el lugar de Dios. Ni el sentir hacia una persona, ni el estudio, ni el trabajo, ni un hobbie, ni ninguna otra cosa, pueden pasar a regir nuestra vida (mucho menos si es el pecado el que se enseñorea de nosotros). Nuestra vida no puede basarse en satisfacer esos sentimientos o actividades, porque sólo puede servirse a un dios, y debe ser al único Dios.

Podemos hacer lo que queramos, pero no todo es bueno para nosotros. Podemos hacer lo que queramos, pero ninguna de esas cosas puede pasar a tomar el primer lugar en nuestra vida, porque ese sitio pertenece exclusivamente a Dios.

junio 07, 2004

Un poco de levadura

Debemos desterrar la hipocresía de en medio de nosotros. Porque por esta falsedad que los que son del mundo ven en nosotros es que rechazan a Cristo.

Pablo dice, en 1º Corintios 5:6:
"¿No se dan cuenta de que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?".

Si entre nosotros hay caretas, máscaras o dobles mensajes, nosotros mismos somos los perjudicados. Dios no tolera el pecado, y por ende no va a bendecirnos si éste habita en medio nuestro.

En Josué capítulos seis y siete narra la siguiente historia: Luego de que Dios les entregase a los judíos la ciudad de Jericó, en la tierra prometida, les ordenó que "no tomasen nada de lo que había en la ciudad, ya que había sido destinado al exterminio, para que ni ellos ni el campamento de Israel se pongan en peligro de extermino y de desgracia" (Josué 6:18). Pero una persona -una sola persona- no cumplió esta orden: "Este hombre provocó la ira del Señor contra los israelitas" (Josué 7:1). Como consecuencia de eso, cuendo el pueblo judío volvió a entrar en batalla -una mucho más sencilla que la de Jericó-, fue arrasado. Entonces, Josué se postra ante el Señor y le pregunta qué ocurrió. Esta fue la respuesta que recibió: "Los israelitas han pecado y violado la alianza que concerté con ellos. Se han apropiado del botín de guerra que debía ser destruido y lo han escondido entre sus posesiones. Por eso, los israelitas no podrán hacerles frente a sus enemigos, sino que tendrán que huir de sus adversarios. Ellos mismo se acarrearon su destrucción. Y si no destruyen ese botín que está en medio de ustedes, yo no seguiré a su lado. No podrás resistir a tus enemigos hasta que hayas quitado el oprobio que está en el pueblo" (Josué 7:11-13). Luego de oír esto, Josué buscó hasta encontrar al culpable de que la ira de Dios se volviese contra ellos, que se llamaba Acán. Esto ocurrió cuando fue descubierto: "Josué y todos los israelitas tomaron a Acán y lo llevaron al valle de Acro, junto con lo que había tomado del botín; también llevaron a sus hijos, sus hijas, el ganado, su carpa y todas sus posesiones. Entonces, todos los israelitas apedrearon a Acán y a los suyos, y los quemaron" (Josué 24-25).

Más allá de lo trágico de la historia y del castigo que Acán y su familia recibió, lo importante es el hecho de que Dios se apartó de Israel porque una persona -sólo una persona- no lo obedeció. "¿No se dan cuenta de que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?".

Pablo aconseja a corintios: "No se relaciones con personas inmorales. Por supuesto, no me refiero a la gente inmoral de este mundo, ni a los avaros, estafadores o idólatras. En tal caso, tendrían ustedes que salirse de este mundo. Pero quiero aclararles que no deben relacionarse con nadie que, llamándose hermano, sea inmoral o avaro, idólatra, calumniador, borracho o estafador. Con tal persona ni siquiera deben juntarse para comer". (1º Corintios 5:9-11)

No puede haber entre nosotros -no podemos tolerarlo- hipocresía o dobles mensajes. No podemos predicar lo que no vivimos ("el reino de Dios no se trata de palabras, sino de poder" -1º Corintios 4:20-), sobre todo porque le da una mala imagen a Cristo, sencillamente porque no podemos predicar otro Jesús que el que vivimos.

No consintamos que "un poco de levadura haga fermentar toda la masa" en nuestra iglesia.

junio 06, 2004

Se trata de poder

1º Corintios 4:20 dice:
"El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder".

Muchas veces hablamos de cómo seguir a cristo. Muchas veces queremos dar clases sobre cómo vivir la vida cristiana, y criticamos las faltas de los demás y pensamos cómo nosotros lo haríamos mejor.

La Biblia es clara en lo siguiente: "No se trata de palabras, sino de poder". No se trata de explicar con frases sino con hechos, con el ejemplo.

Se trata de poder, de autoridad, de victoria. Si vivimos en pecado y hablamos de santidad, no vivimos en poder; y el reino de Dios se trata de poder.

Santifiquemos, entonces, nuestra vida en el poder de Dios antes de hablar.

junio 05, 2004

El ladrillo santo

Debemos ser un cascote santo, o al menos, eso es lo que la Biblia dice.

1 Pedro 2:4-5
"A medida que se acercan a Él, la Piedra viva -rechazada por los seres humanos pero escogida por Dios y preciosa para Él-, ustedes también, como piedras vivas, están siendo edificados para convertirse en una casa espiritual".

Debemos ser piedras vivas con las cuales se construya el lugar donde Dios viva por medio de su Espíritu. Efesios 2:18-22 dice:

"Por medio de Cristo tenemos acceso al Padre por un mismo Espíritu.
Consecuentemente, ustedes ya no son extraños ni extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, con el propio Jesucristo como la piedra angular. En Él todo el edificio es unido y se levanta para convertirse en un templo santo en el Señor. Y en Él ustedes también están siendo edificados conjuntamente para convertirse en un lugar donde Dios viva por medio de su Espíritu".


1 Corintios 3:9 dice:
"Ustedes son el campo de cultivo de Dios, el edificio de Dios".
Quien nos predicó a Cristo crucificado echó lo cimientos, y quien nos discipuló en el camino del Señor comenzó a edificar en nosotros. Sin embargo, es responsabilidad de cada uno, como continúa diciendo el versículo 10, "tener cuidado de cómo sobreedificamos".

Teniendo a Cristo como fundamento, debemos construir nuestra vida en torno al conocimiento del Padre, para poder ser un sacerdocio santo que pueda "ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo", como dice 1 Pedro 2:5.