"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

octubre 08, 2004

Add-ons de la gracia

Primero que nada, quiero disculparme por la tardanza en publicar esta semana. Tuve un pequeño percance con la página el martes, (¡de repente decidió borrarse en su totalidad!) que recién ayer a la tarde pude solucionar.

Para aquellos que no lo hayan entendido, un add-on es un agregado. Es algo que viene adjunto, como los attachments de un mail. Algo así como la típica publicidad: "¡Llame ya, y junto que esta basura que acaba de comprar, le regalaremos otra basura más, incluso más inútil que la primera!". En resumen, es algo que viene "de yapa", de regalo. Una especie de complemento.

Junto con la gracia -es decir, el regalo inmerecido de la salvación por medio de Jesucristo-, Dios nos otorga y promete cientos de bendiciones más. Me gustaría hablar de algunas de ellas.

"Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado". (Romanos 5:5)

Tenemos el amor de Dios dentro nuestro. Tengamos esto en cuenta: tenemos dentro de nuestro corazón el amor de Aquel que fue capaz de dar a su propio hijo por todos nosotros (Juan 3:16); el amor de Jesús, aquel que dio su vida por sus amigos (Juan 15:12). Pero hay algo más importante detrás del versículo de Romanos, y es el verbo que el apóstol Pablo utilizó: derramar. Cuando uno tiene un vaso lleno de agua y vierte su contenido, derramándolo, pasa algo muy sencillo: el recipiente queda vacío. Sin embargo, esto no es lo que ocurre con nuestro Dios. Él es fuente inagotable de amor, vida, luz y verdad. Dios nos dio otra prueba de su eterno amor al enviar al Espíritu Santo como nuestro compañero y guía. Y también nos lo demuestra perdonándonos cada día. "Ámense fervorosamente, porque el amor cubrirá multitud de pecados" (1º Pedro 4:7). Él es el ejemplo viviente de ese amor, al cubrir constantemente nuestras faltas. El amor de Dios.

"Les aseguro que el que confía en mí -Jesús- hará lo mismo que yo hago. Y, como yo voy a donde está mi Padre, ustedes harán cosas todavía mayores de las que yo he hecho". (Juan 14:12)

También poseemos el poder de Jesucristo. Estamos hablando del poder de alguien que sanó enfermos, expulsó demonios y resucitó personas, entre muchas otras cosas. Ése es el poder que Jesús nos regaló antes de ser crucificado. Comprobamos su realidad a través del libro de los Hechos de los Apóstoles, donde se relata la historia de la iglesia primitiva y cómo se fue predicando el evangelio entre judíos y gentiles. También podemos ver hoy este poder reflejado en la acción de los dones espirituales a través de los cristianos. Jesús dice que incluso haremos cosas más grandes que las que Él hizo porque, además, nos prometió hacer todo lo que pidamos en su nombre (Juan 14:13-14).

"Ahora se ha manifestado la justicia de Dios. Esta justicia llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen". (Romanos 3:21)
"Si por la trasgresión de un solo hombre -Adán- reinó la muerte, con mayor razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en vida por medio de un solo hombre, Jesucristo". (Romanos 5:17)

También Dios nos regaló su justicia. Esto es: el poder ser llamados hijos de Dios a través de la fe en Jesucristo. Somos justificados y santificados por el sacrificio del Hijo de Dios. Contamos con la esperanza en la salvación por su justicia. La justicia de Dios.

"Así como el Padre me ama a mí, también yo los amo a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si obedecen todo lo que yo les he mandado, los amaré siempre, así como mi Padre me ama, porque yo lo obedezco en todo. Les digo todo esto para que tengan mi gozo y así su gozo sea completo. Y esto es lo que les mando: que se amen unos a otros, así como yo los amo a ustedes". (Juan 15:9-12)
"Padre celestial, dentro de poco ya no estaré en el mundo, pues voy donde Tú estás. Pero mis seguidores van a permanecer en el mundo. Por eso te pido que los protejas, y que uses el poder que me diste para que se mantengan unidos como tú y yo lo estamos. Ahora regreso a donde Tú estás. Pero digo esto mientras todavía estoy en el mundo, para que mis seguidores tengan mi gozo en plenitud". (Juan 17:11,13)

El gozo de Cristo es otro de los regalos que vienen con la gracia. La diferencia fundamental entre el gozo de Cristo y la alegría del mundo es que la segunda es una emoción circunstancial, totalmente dependiente de nuestro entorno y estado de ánimo. Este regalo de Jesús, en cambio, surge de obedecer al Padre, porque precisamente de ahí provenía su gozo, de hacer aquello que Dios le mandaba. Es el gozo de quien se mantuvo firme, de quien no claudicó a los deseos de su carne. Nuestro gozo está también íntimamente relacionado con la relación con nuestros hermanos, por esto es que Jesús le pide al Padre por la unidad de sus seguidores (nosotros), para que sean uno como ellos son uno. Es el gozo de la comunión, del compartir. El gozo de Cristo.

"El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad". (2º Corintios 3:17)

Tenemos, además, la libertad en el Espíritu. Ya no estamos más sujetos al yugo del pecado. Por el poder de Cristo, no hay cadena que pueda atarnos en esta tierra. Porque "aunque antes éramos esclavos del pecado, luego de habernos sometido de corazón a la Palabra de Dios, hemos sido liberados de él; por lo que ahora somos siervos de la justicia" (Romanos 6:17-18). Parece una contradicción, ¿no? ¿Ser libres para convertirnos en siervos? La diferencia es que la esclavitud al pecado produce muerte, mientras que el servir a la justicia produce santificación y vida eterna (Romanos 6:20-23). La libertad en el Espíritu.

"Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino aquel que cree que Jesús es el Hijo de Dios?". (1º Juan 5:4)
"Dios nos da la victoria sobre la muerte y el pecado por medio de nuestro Señor Jesucristo". (1º Corintios 15:56-57)
"Somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Romanos 8:37)

Somos victoriosos en Cristo Jesús. La fe en el sacrificio de Jesús en la cruz nos da la victoria sobre el mundo, sobre el pecado y hasta sobre la muerte. La victoria de Cristo.

"Les doy la paz. Pero no una paz como la que se desea en el mundo; lo que les doy es mi propia paz". (Juan 14:27)

Este es el que más me gusta: la paz de Cristo. Antes de morir, Jesús nos regaló su paz. Entendamos esto: es la paz de quien teniendo toda autoridad y poder, decidió someterse voluntariamente a su Padre, y "ser llevado como cordero al matadero" (Isaías 53:7) sin quejarse una sola vez, sin enojarse, sin emitir palabra. Fue insultado, escupido, burlado, desafiado, desnudado, golpeado, humillado. Sus extremidades fueron atravesadas con clavos, su cabeza herida por espinas, su espalda desgarrada por latigazos. En medio del dolor, Aquel que sin pecado fue tentado en todo (Hebreos 4:15), cargó con el pecado del mundo. "Se hizo pecado" (2º Corintios 5:21), al punto tal que dejó de percibir la presencia de Dios y gritó desesperado: "Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto quiere decir:'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?'" (Mateo 27:46) -el pecado es la muerte espiritual, la separación de Dios; por esto es que Jesús se sintió solo, no porque realmente fuese así, sino porque todas nuestras transgresiones le impedían sentirse unido al Padre (y no porque dudara de su presencia, porque de hecho clamaba a Él)-. En medio de todo eso, Cristo tuvo el amor y la paz suficientes para decir: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34). Es increíble, glorioso. Esa es la paz que nos regaló. La paz de Cristo.

Es inconmensurable la gracia de Dios. Junto con la salvación, nos da su amor, su poder, su justicia, su gozo, su libertad y su paz, entre muchas otras cosas. ¡Gloria por siempre a Él!

Señor Jesús, miles de gracias por tu gracia. Es incomprensible cómo me amaste, cómo me amas. Me das gratuitamente, y sin que lo merezca, tantas bendiciones. Ayudame a no olvidarme de todas estas cosas. Sé que ni las luchas espirituales, ni los conflictos emocionales, ni los problemas físicos, ni ninguna otra cosa (Romanos 8:38-39) puede separarme de tu amor. Gracias. Amén.