"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

septiembre 07, 2004

Excusas, excusas...

Éxodo nos relata cómo Dios sacó a los israelitas de Egipto y los llevó a la tierra prometida a Abraham, Isaac y Jacob.

El pueblo judío era esclavo en Egipto y estaba obligado a realizar trabajos forzosos. Dios contempla su dolor y decide librarlos de su opresión. Moisés es la persona escogida por el Señor para guiarlos. Dios se le aparece, a través de una zarza ardiente (Éxodo 3:2), y le dice:

"Ciertamente he visto la aflicción que sufre mi pueblo en Egipto. Los he escuchado quejarse de sus capataces, y conozco bien sus penurias. Así que he descendido para librarlos del poder de los egipcios y sacarlos de este país, para llevarlos a una tierra buena y espaciosa, tierra donde abundan la leche y la miel. Han llegado a mis oídos los gritos desesperados de los israelitas, y he visto también cómo los oprimen los egipcios. Así que disponte a partir. Voy a enviarte al faraón para que saques de Egipto a los israelitas" (Éxodo 3:7-10).

Hasta aquí lo que Dios dijo a Moisés. Notemos que en el mismo llamado se encuentra la promesa del cumplimiento de aquello para lo que lo estaba "reclutando". Dios nunca va a pedirnos algo sin la promesa de que eso se lleve a cabo, si permanecemos firmes en él. Dios no nos da un sueño, sino para que se cumpla. "Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad" (Filipenses 2:13).

Veamos la respuesta de Moisés:
"Pero Moisés le dijo a Dios: ¿Quién soy yo para presentarme ante el faraón y sacar de Egipto a los israelitas?" (Éxodo 3:11).

Primero que nada, Moisés duda de la veracidad de lo que Dios dijo. Él dice: "sí, sí, todo muy lindo, pero...". Nunca le creemos a Dios cuando nos dice que quiere que hagamos algo grande. Siempre tenemos "peros" que decirle. Es como si supiéramos cosas que Él desconoce y debiésemos decírselas: "Sí, Señor, está bien, pero pensá que..." ¡Qué estupidez!

Después de un tiempo, y de alguna manera, terminamos creyendo. Entonces, comienzan las excusas: "¿quién soy yo para...". Comenzamos a dudar de nosotros mismos. Nunca somos lo suficiente para que Dios nos use: o no somos lo suficientemente fuertes, o lo suficientemente inteligentes, o lo suficientemente espirituales (cuerpo, alma y espíritu). Sin embargo, "lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia" (1º Corintios 1:27-29).
La primera excusa somos nosotros mismos.

Entonces, Dios responde:
"Yo estaré contigo" (Éxodo 3:12).

A nuestra falta de confianza en nosotros mismos, Dios responde, "Yo estaré contigo"; y "si Dios está a favor nuestro, ¿quién puede estar en nuestra contra?", como dice Romanos 8:31. El Espíritu Santo está dentro nuestro (si recibimos a Cristo como nuestro señor y salvador), por ende, nosotros mismos nunca podemos ser una excusa para no creerle y obedecer a Dios.

"Pero Moisés insistió: Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: 'El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes'. ¿Qué les respondo si me preguntan: '¿Y cómo se llama?" (Éxodo 3:13).

Aquí aparece la segunda excusa: cuando dudar de nosotros mismos no tiene sentido, porque Cristo mismo nos da valor por su sangre derramada en la cruz, entonces dudamos de Dios. La pregunta de Moisés es: "¿y Vos quién sos para decirme lo que tengo que hacer?". La autoridad de Dios es lo que se pone en tela de juicio aquí. Muchas veces le cuestionamos a Dios quién es para pedirnos algo.

En ese momento, Dios -con una altura increíble- responde:
"Yo Soy El Que Soy. Y esto es lo que tienes que decirles a los israelitas: 'Yo Soy me ha enviado a ustedes'" (Éxodo 3:14).

¿Entienden la respuesta de Dios? "Yo Soy El Que Soy", significa "¿qué te importa a vos quién soy?, ¿con qué derecho vos me cuestionás a Mí?, ¿por qué debería Yo rendirte cuentas de quién soy?". Cuando nos confundamos, Dios va a ponernos en nuestro lugar. Él nos creó a nosotros, y no nosotros a Él.

Sin embargo, creo que más por misericordia que otra cosa, Dios agrega:
"Diles esto a los israelitas: 'El Señor y Dios de sus antepasados, el Dios de Abraham, Isaac y de Jacob, me ha enviado a ustedes. Éste es mi nombre eterno; éste es mi nombre por todas las generaciones'" (Éxodo 3:15).

Y es que a veces Dios se compadece de nosotros y nos explica algunas cosas. Él nos conoce, y sabe que como humanos -siempre temerosos de lo que no entendemos- necesitamos ciertas seguridades, y en su inmensa bondad nos las da. Poner en duda la autoridad e identidad de Dios jamás puede ser una excusa.

Pero Moisés no podía callarse, todavía tenía más excusas:
"Moisés volvió a preguntar: ¿y qué hago si no me creen ni me hacen caso? ¿Qué hago si me dicen: 'El Señor no se te ha aparecido'?" (Éxodo 4:1).

La tercera excusa es poner en duda el poder de Dios, es pedirle pruebas. Siempre que Dios nos pide algo, queremos pruebas. Siempre necesitamos miles de confirmaciones para movernos de donde estamos. "No, Señor, -decimos- mostrame concretamente qué querés de mí". Y le reclamamos a Dios muestras de su amor.

Dios le da esas pruebas a Moisés:
"'¿Qué tienes en la mano?', preguntó el Señor. Y Moisés respondió: Una vara. 'Déjala caer al suelo', ordenó el Señor. Moisés la dejó caer al suelo, y la vara se convirtió en una serpiente. Moisés trató de huir de ella, pero el Señor le mandó que la agarrara por la cola. En cuanto Moisés agarró a la serpiente, ésta se convirtió en una vara en sus propias manos. 'Esto es para que crean que yo, el Dios de tus padres, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, me he aparecido a ti. Y ahora -ordenó el Señor- ¡llévate la mano al pecho!. Y él se llevó la mano al pecho y, cuando la sacó, la tenía toda cubierta de lepra y blanca como la nieve. '¡Llévatela otra vez al pecho!', insistió el Señor. Moisés se llevó de nuevo la mano al pecho y, cuando la sacó, la tenía tan sana como el resto de su cuerpo. 'Si con la primera señal milagrosa no te creen ni te hacen caso -dijo el Señor-, tal vez te crean con la segunda. Y si aún no te creen después de estas dos señales, toma agua del Nilo y derrámala en el suelo. En cuanto el agua del río toque el suelo, se convertirá en sangre" (Éxodo 4:2-9).

Dios nos va a dar todas las explicaciones y pruebas que necesitemos, así que esas tampoco cuentan como excusas para hacer lo que Dios quiere de nosotros.

Todavía queda una excusa, y Moisés no va desperdiciarla:
"Señor, yo nunca me he distinguido por mi facilidad de palabra -objetó Moisés-. Y esto no es algo que haya comenzado ayer ni anteayer, ni hoy que te diriges a este servidor tuyo. Francamente, me cuesta mucho trabajo hablar" (Éxodo 4:10).

La cuarta excusa es poner en duda nuestras capacidades. Pensamos: "yo no sirvo para esto", o "yo no sé hacer tal o cual cosa". Pero Dios nos responde, "no importa lo que sepas, o no sepas hacer, sino que te baste mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad" (2º Corintios 12:9).

Y así le respondió el Señor a Moisés:
"¿Y quién le puso la boca al hombre? ¿Acaso no soy Yo quién lo hace mudo o sordo, quien le da la vista o se la quita? ¿No soy yo el Señor? Anda, ponte en marcha, que yo te ayudaré a hablar y te diré lo que debas decir" (Éxodo 4:11-12).

Dios se hace cargo de nuestras debilidades. Él va a hacer que seamos capaces de realizar aquello que nos mandó. No importa lo que sabemos o lo que no sabemos hacer, porque Él lo va a hacer por nosotros.
No sé si se dan cuenta, pero lo único que Dios le pide a Moisés es que vaya, porque de todo lo demás, Él se va a hacer cargo. Con nosotros es igual. Él sólo nos manda, para probar nuestra obediencia, pero el que luego hace todo es Él (y por su gracia, a través nuestro). Es por esto que nuestras incapacidades tampoco pueden ser excusas ante Dios.

Finalmente, Moisés hace aquello que nunca debiéramos hacer. Cuando se le acaban las excusas, simplemente se niega:
"Señor, te ruego que envíes a otra persona" (Éxodo 4:13).

Nuestra palabras nunca deben ser "que vaya otro", sino "envíame a mí", o "heme aquí, yo iré". Dios sólo quiere que nos hagamos cargo del llamado que nos hizo, porque el que se a ocupar de llevarlo a cabo es Él. Sólo tenemos que "ir", que aceptar, que movernos. Porque si nosotros no vamos, los que perdemos somos nosotros. La voluntad de Dios no va a dejar de cumplirse, sólo que va a ser otro el que Él va a utilizar, y por ende otro el que se lleve las bendiciones por hacerlo.

Como era de suponerse, la paciencia de Dios se terminó:
"Entonces el Señor ardió en ira contra Moisés y le dijo: '¿y qué hay de tu hermano Aarón, el levita? Yo sé que él es muy elocuente. Además, ya ha salido a tu encuentro, y cuanto te vea se le alegrará el corazón. Tú hablarás con él y le pondrás las palabras en la boca; Yo los ayudaré a hablar, a ti y a él, y les enseñaré lo que tienen que hacer. Él hablará por ti al pueblo, como si tú mismo le hablaras, y tú le hablarás a él por Mí, como si le hablara Yo mismo" (Éxodo 4:14-16).

Para el momento en que Moisés estaba diciendo que no, Dios ya tenía preparado a su hermano Aarón -quien "ya había salido a su encuentro"- para hacer aquello que él debía hacer. Esto es terrible: el plan de Dios se cumpliría igual, sólo que ahora el que recibiría la bendición (o buena parte de ella, al menos) sería Aarón -el hermano de Moisés- y no quien había recibido el llamado primeramente. Tanto el faraón como el pueblo reconocerían a Aarón como el enviado por Dios, y no a Moisés, quien ahora sólo sería un intermediario entre el Señor y Aarón. La mayoría de los milagros que se suponía que Moisés haría, los realizaría Aarón. Moisés había dejado pasar la bendición de Dios.

No permitamos que nos pase lo mismo. No le pongamos más excusas a Dios (aquí debo admitir que tengo una facilidad especial para hacerlo). Sigamos su llamado, sólo tenemos que "ir".

Señor, gracias por tu Palabra, que es fuente de sabiduría. Perdoname por todas las veces que puse excusas para hacer tu voluntad. Heme aquí, yo iré. Usame a mí. No quiero frenar tu bendición en mi vida. Enviame a mí. Amén.