"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

septiembre 20, 2004

El aroma de Cristo

En el último tiempo me estuvo pasando algo bastante extraño, que en un principio no sabía cómo explicar, pero que hoy entiendo al menos un poco más.
En las pasadas semanas me ocurrió con frecuencia que personas que no conocen a Cristo y que prácticamente no tenían ningún tipo de amistad conmigo se me acercaran y abrieran su corazón, contándome cosas muy importantes para ellos. Una chica en particular, me decía: "me es re fácil hablar con vos". Descubrí que simplemente escuchando y compartiendo un poco las cosas que a mí me afectaron (o afectan), ellos confiaban en mí. Pero esto no me cerraba del todo, en el fondo sabía que debía haber algo más. Hasta que el Señor me mostró este pasaje:

"Por medio de nosotros, Dios esparce por todas partes la fragancia de su conocimiento. Porque para Dios nosotros somos el aroma de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden. Para estos somos olor de muerte que los lleva a la muerte; para aquellos, olor de vida que los lleva a la vida". (2º Corintios 2:14-16)

Me pareció muy loco lo que dice (¡porque el conocimiento sencillamente no puede olerse!). No lo entendí al principio. Comencé a darle vueltas en mi cabeza, a leerlo decenas de veces tratando de comprender. Finalmente, y con la ayuda de unos amigos (¡gracias Fede y Jesy!), logré tener una idea de lo que significa.

El espíritu de una persona (más allá de que esta sea consciente o no) siempre busca conectarse con el espíritu de Dios. Nosotros, como cristianos, nos damos cuenta de eso precisamente porque sentimos esa necesidad, esa sed de Dios. Quienes no conocen a Cristo intentan canalizar esa búsqueda en otras cosas, pero nunca realmente llenan el vacío que esa ausencia implica. Esto es lo que explica el pasaje de 2º Corintios.

La metáfora que Pablo utiliza es parecida a las usadas por Cristo en Mateo 5 ("la luz del mundo y la sal de la tierra"), sólo que es un poco más profunda. Este aroma a Cristo que llevamos quienes lo aceptamos como nuestro señor y salvador hace que las personas del mundo se acerquen y abran sus vidas a nosotros (o todo lo contrario), porque quizás somos lo más cercano a Dios que conocen, por tener al Espíritu Santo dentro nuestro.

Somos "olor de vida que lleva a vida", porque por medio de nosotros esas personas pueden acercarse y conocer a Cristo ("por medio de nosotros, Dios esparce la fragancia de su conocimiento"). Es importante, por esto, que cuidemos el efecto que causamos en las personas que nos rodean. Tomemos el ejemplo de Filemón: el versículo 7 de la carta que el apóstol Pablo le escribió dice (en la traducción en inglés) que él había "refrescado el corazón de los santos". Cuando alguien se acerca a nosotros, ¿se va refrescado?, ¿siente como que se sacó una mochila de encima? Para él, ¿es una especie de alivio o una carga? Teniendo la fuente de vida dentro nuestro no puede haber posibilidad de que no seamos de bendición para quienes nos rodean, porque de ser así deberíamos preocuparnos.

De la misma manera, somos "olor de muerte que lleva a muerte" para aquellos que rechazan la palabra -y por ende la gracia- de Dios. Esto es porque así como "el Espíritu Santo mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios" (Romanos 8:16), también les recuerda al suyo que están perdidos, que no tienen vida. Esta es la razón de que algunas personas simplemente nos rechacen sin fundamentos ni razones.

¿A dónde voy con todo esto? A lo siguiente: al tomar plena conciencia de que llevamos a Dios mismo dentro nuestro, comenzamos a ver las cosas con otra perspectiva. Entendemos que "llevar el evangelio hasta lo último de la tierra" (Mateo 28:19-20 e Isaías 49:6) no se trata sólo de palabras, sino de vivir la Verdad cotidianamente, predicando con el ejemplo ("sed imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo", 1º Corintios 11:1). Porque de ser así, verdaderamente seríamos como un bálsamo para los demás, como un manantial al que se acerquen en medio del desierto de este mundo.

Entendí, finalmente, que estas personas no se acercaban y exponían a mí por quien soy yo por mí mismo, sino por Cristo dentro mío. Y me maravilló, me llenó de gozo.

Gracias, Señor, por tu infinita misericordia. Gracias por usarme de maneras que no logro entender y por rebajarte a explicármelas. Seguí usándome de la manera que Vos dispongas. Quiero ser un "refresco" para quienes se me acerquen, porque aunque no crean hoy en ti, quizás en el futuro otro pueda cosechar la semilla que Vos plantaste a través mío. Gloria a tu santo nombre. Amén.