"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

junio 21, 2004

Fin de la liturgia

Hay dos momentos por excelencia en los que el cristiano más miente: cuando canta, y cuando participa de la Santa Cena (que en realidad, en muchas iglesias debería llamarse Santo Desayuno, ya que se desarrolla a la mañana).

Según 1º Corintios 11:23-30, en esto consiste la Santa Cena:
"En la noche en que el Señor Jesús fue traicionado, tomó pan, y después de dar gracias dijo: 'Este pan es mi cuerpo, que por ustedes entrego; hagan esto en memoria de mí'. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa y dijo: 'Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; hagan esto, cada vez que beban de ella, en memoria de mí'.
Porque cada vez que comen este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor hasta que Él venga.
Por lo tanto, cualquiera que coma el pan o beba de la copa del Señor de manera indigna, será culpable de pecar contra el cuerpo y la sangre del Señor. Así que cada uno debe examinarse a sí mismo antes de comer el pan y beber de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condena".


La realidad, desgraciadamente, es que muchas veces participamos de la Cena por costumbre. Es que se convirtió en una institución, un rito, una liturgia. Comemos el pan y bebemos de la copa, sin olvidarnos -por supuesto- de orar, siempre y cuando en esa oración se repitan exactamente las mismas palabras que cada domingo decimos en exacta, religiosa, progresión.

"Cada vez que comemos ese pan y bebemos de esa copa, proclamamos la muerte del Señor hasta que Él venga".

En cada ocasión que participamos de la Santa Cena, no hacemos otra cosa que decir: "Cristo se hizo hombre, vino a la tierra y vivió sin pecado. Murió santo para pagar mis ofensas y abrirme el camino al Padre. Gloria a Dios". Estas palabras no deben abandonar nuestro corazón nunca.

Si se convierte en hábito pierde sentido. No sólo porque bebamos juicio, como dice la Palabra, sino porque no valoramos el sacrificio de Cristo.

Examinemos nuestra vida antes de participar. Terminemos con el pecado, el doble ánimo, la apariencia, la hipocresía, la mentira, el rencor, la falta de perdón. Santifiquémonos y recordemos a Cristo en libertad.

Jesús, gracias por abrirme el camino al Padre. Santificá mi vida y mi oración. Perdoná mis ofensas y mis omisiones. Enseñame a ser digno de llamarme hijo tuyo. Amén.