"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

agosto 06, 2004

La paradoja del crecimiento

Vengo evitando este capítulo hace varios días ya. Pero, de cualquier forma, acá estoy tratando de escribir algo lo mejor posible. Que la presencia del Señor descienda sobre ustedes donde estén.

1º Corintios 14:20 dice:
"Hermanos, basta de pensar como niños. Sean niños en la malicia, pero adultos en el modo de pensar".

La diferencia fundamental en la estructura de pensamiento de un niño y un adulto -según un tal Jean Piaget, un francés doctor en psicología y filosofía que estudió mejor que nadie la psiquis de los infantes- es que los nenes tienen pensamiento concreto y lo adultos abstracto. ¿Qué implica esto? Que los chicos necesitan percibir para que algo exista, sea. Aquello que no ven o no tocan, no es real. No pueden saber cuánto es dos mas dos, si no tienen cuatro manzanas frente a ellos. Los adultos (¡o algunos, al menos!), a diferencia de ellos, no precisan de sus sentidos para creer. Así debemos ser nosotros. La fe es "certeza y convicción" (Hebreos 11:1), dos actos racionales que no precisan una comprobación empírica (en la práctica). Cristo vive, y no necesita demostrárnoslo. Sin embargo, por misericordia hacia nosotros, de vez en cuando nos permite sentirlo; pero nuestra fe no debe basarse en experiencias emocionales, sino en "certeza y convicción" intelectuales.

Voy a mostrarles un ejemplo de un adulto que necesitó percibir para comprender:

"Tomás, uno de los doce discípulos, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús volvió de la muerte. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Vimos al Señor. Él entonces les respondió: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto mi dedo en el lugar de los clavos, y mi mano en su costado, no creeré.
Ocho días después, estaban otra vez los discípulos reunidos, y Tomás estaba con ellos. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les dijo: Paz a ustedes. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron".
(Juan 20:24-29)

Tomás se comportó como un niño, porque necesitó ver y tocar para creer. ¿Saben a quién se refiere Jesús en el último versículo ("bienaventurados los que no vieron, y creyeron")? A nosotros.

Debemos ser adultos en la manera en que pensamos. Los niños necesitan que se los guíe, que se les diga qué tienen que hacer, cómo y cuándo. Dónde deben ir, por qué y para qué. Una persona madura espiritualmente cuenta con la gracia de Dios y la libertad para hacer lo que quiera con ella. No necesita de la dirección constante, porque aprendió a entender lo que el Espíritu de Dios quiere de ella sin necesidad de que otra persona se lo diga.

1º Corintios 3:1-3 dice:
"Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes como a espirituales sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Les di leche porque no podían asimilar alimento sólido, ni pueden todavía, pues aún son inmaduros. Mientras haya entre ustedes celos y contiendas, ¿no serán inmaduros? ¿acaso no se están comportando según criterios meramente humanos?"

Pablo repite esta idea en Hebreos 5:11-14:
"Tenemos mucho que decirles, pero es difícil de explicarlo, porque a ustedes lo que les entra por un oído les sale por el otro. En realidad, a estas alturas ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido. El que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los adultos, para los que tienen la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, pues han ejercido su facultad de percepción espiritual".

Muchas veces nos pasa eso. Necesitamos que se nos explique una y otra vez la gracia, el perdón, la salvación. Es porque somos "como niños de pecho". Una persona madura espiritualmente tiene esto en claro, y va por más. Necesita seguir creciendo en el camino del Señor, porque la gracia (si bien imprescindible) es sólo el comienzo. Tomemos el ejemplo de Cristo:

"Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu". (Lucas 1:80)

"Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él". (Lucas 2:40)

"Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres". (Lucas 2:52)

Debemos crecer, "para que ya no seamos niños fluctuantes, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas. Más bien, al vivir la verdad con amor, crezcamos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo" (Efesios 4:14-15).

Ojalá pudiéramos decir esto con autoridad espiritual:
"Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño". (1º Corintios 13:11)

Sin embargo, el versículo de 1º Corintios 14:20 también dice que seamos "niños en la malicia". "Quiero que sean sabios en lo bueno, e ingenuos en lo malo", dice Romanos 16:19b.

Jesús dijo a sus discípulos: "les aseguro que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán en el reino de los cielos" (Mateo 18:3). En Juan 3:3 le dijo a Nicodemo, "de veras te aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios".

Debemos volvernos como niños en la inocencia, porque "el reino de los cielos es de los niños", como dijo Cristo en Mateo 19:14. Esto es, quizás, porque en su ingenuidad saben cosas que nosotros olvidamos cuando crecemos y nos golpeamos con el mundo. Ellos creen y dependen de Dios sin dudarlo. Nosotros tenemos tanto miedo a sufrir y a decepcionarnos que ponemos tantas trabas, tantas excusas para no rendirnos.

Miren qué linda oración que Cristo hizo: "te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños" (Mateo 11:25).

"Adultos en el modo de pensar, y niños en la malicia". Qué hermosa paradoja.

Señor, quiero dejar de ser un niño espiritual. Enseñame a crecer en el conocimiento de tu Palabra, pero sin olvidarme de correr hacia Vos como lo hicieron los niños que bendijiste en Judea. A Vos sea la gloria. Amén