"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

agosto 14, 2008

No se trata de creer en Dios

Finalmente, de vuelta al ruedo. Espero poder escribir con frecuencia. Como es notorio, nuevo diseño, más minimalista, más fácil para leer. Además, hace tiempo vengo escribiendo otro blog: Incomparable luz. Es otro estilo, son más pensamientos o reflexiones que enseñanzas de tipo más expositivo, como las de aquí. En fin, vamos a lo que nos ocupa.

¿Por qué digo que no se trata de creen en Dios? Siendo cristiano, te parecerá que no tiene sentido que plantee que no se trata de creer en Él. Pero de verdad pienso que no pasa por ahí. Hoy en día, la gran mayoría del mundo hispanohablante cree en Dios: sacando las minorías ateístas (que no tienen Dios, como los budistas, taoistas o confucionistas), los ateos (que creen que no hay un Dios) y los agnósticos (que no pueden determinar si Dios existe o no), todos creen que hay un Dios por sobre el hombre. Ya sean cristianos católicos o protestantes, judíos o musulmanes, todos creen que hay un Dios. ¡Hasta los satanistas creen que hay un Dios! ¿O acaso "los demonios [no] lo creen, y tiemblan" (Santiago 2:19)?

No se trata de creer en Dios. Se trata de creerle a Dios. Creer en Dios significa pensar que existe. Creerle a Dios implica no sólo pensar que existe, sino también que todo lo que dice y hace es verdad y es bueno. Tanto, que lo quieres para tu vida.

Te doy un ejemplo bíblico: si te preguntara cuál fue el pecado de Adán y Eva y tuvieras que responderme rápido, casi con seguridad me dirías "comer del fruto prohibido". Sin embargo, si lees con atención el pasaje, te darás cuenta de que no es así:

"La serpiente era más astuta que todos los animales del campo que Dios el Señor había hecho, así que le preguntó a la mujer:
—¿Es verdad que Dios les dijo que no comieran de ningún árbol del jardín?
—Podemos comer del fruto de todos los árboles —respondió la mujer—. Pero, en cuanto al fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: `No coman de ese árbol, ni lo toquen; de lo contrario, morirán´.
Pero la serpiente le dijo a la mujer:
—¡No es cierto, no van a morir! Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal.
La mujer vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a su esposo, y también él comió"
. (Génesis 3:1-6)

Comer del fruto no fue su pecado, sino la consecuencia del mismo: "Cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte" (Santiago 1:14-15). El pecado de Adán y Eva fue dejar de creerle a Dios y empezar a creerle a la serpiente. Fue tener por mentiroso a Dios. Fue tener por ignorante a Dios. Fue creerse mejores que Dios. Entonces, comieron del fruto. Siguieron creyendo en Dios (no podían negarlo), pero dejaron de creerle a Dios; así se engendró su pecado, que al ser consumado implicó su muerte.

En este sentido, el "pecado original" no sería sólo el primero, sino el germen de los demás, su origen (no quiero entrar en una discusión acerca de la doctrina del pecado original ahora). Piénsalo en tu vida: cada vez que pecamos, no es más que una muestra de nuestra incredulidad, porque pensamos que lo que queremos es mejor que lo que Dios quiere para nosotros. Cada vez que pecamos, tenemos por mentiroso a Dios. No dejamos de creer en Él, pero sí de creerle a Él. Por eso, así como Adán y Eva se "convirtieron" al diablo, al creerle a él y dejar de creerle a Dios, nosotros debemos hacer el proceso inverso y convertirnos a Dios, que consiste en dejar de creerle al diablo y volver a creerle a Él.

¿Qué pasaría si de verdad creyésemos que absolutamente nada puede separarnos de su amor (Romanos capítulo ocho), que en Él todas las cosas son hechas verdaderamente nuevas (2° Corintios capítulo cinco), que Él estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mateo capítulo 28), que Él cuida de nosotros en medio de la ansiedad (1° Pedro capítulo cinco), que somos más que vencedores por su amor (Romanos capítulo ocho), que Él es poderoso para socorrernos cuando somos tentados (Hebreos capítulo dos), que todas las cosas nos ayudan a bien a quienes lo amamos (Romanos capítulo ocho)...?

¡Nos cuesta tanto creerle a Dios!. Porque es fácil creer en Él, casi todo el mundo lo hace. Pero creerle a Él ya implica mucho más. Se trata de vivir acorde a lo que Él nos sugiere, de creer en lo que nos dice, de hacer lo que nos manda. Si de verdad pudiéramos creerle a Él con todo nuestro ser, el pecado no tendría lugar en nuestra vida. El pecado es sólo la evidencia de nuestra incredulidad, nuestra falta de fe. Intentemos, entonces, realmente confiar en Dios. Pidámosle que nos ayude a tener más fe. Confiemos en que su manera es la mejor manera. Empecemos a creerle a Él, en vez de sólo creer en Él.

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a creerte más, a amarte más. Perdóname por mi incredulidad, por creer que mis ideas son mejores que las tuyas. Ayúdame a confiar más en Ti. Te amo. Gracias. En el nombre de Jesús, amén.

marzo 26, 2008

Una luz en el mundo

"El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré?" (Salmo 27:1).

Alrededor del mundo se celebra por estas fechas la pascua, es decir, el aniversario de la crucifixión de un judío de poco más de treinta años, acusado de llamarse a sí mismo Hijo de Dios. Sólo una muerte más entre las miles de millones en la historia de la humanidad y, sin embargo, una capaz de trastocar la historia, cambiarla para siempre. Y no sólo para siempre mirando desde ese momento hacia atrás, sino también hacia adelante: la vida de cada hombre es hoy distinta dependiendo de cómo entienda esa muerte.

Los cristianos, es decir, aquellos que elegimos creerle a ese judío ser quien decía ser, reconocemos en ese acontecimiento el fundamento de nuestra identidad. Somos cristianos porque elegimos seguir a este Jesús que comenzamos a llamar Cristo, es decir, Salvador. Porque tomamos la determinación de vivir lo más parecido a lo que Él vivió que podamos, como una forma de gratitud por el sacrificio que ofreció en nuestro lugar como pago por las consecuencias de nuestra maldad y nuestras rebeliones. Porque nos dimos cuenta de que a partir de ese hecho, pasamos de no-ser a ser-en-Dios.

Y es éste el milagro que lo hizo posible:


"Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo". (2º Corintios 4:6)


El mismo Dios que separó la luz de las tinieblas es quien prendió una lamparita en medio de la oscuridad de nuestras vidas. Todo aquello que era confuso, borroso, sucio... toda esa sensación de sinsentido, vacío, despropósito... toda esa maraña de pensamientos inconexos, de búsquedas inconclusas, de propósitos inacabados... todo aquello que era desorden, confusión, intranquilidad... de pronto, fue iluminado por la luz de Cristo, y todo cambió.


Ése es el milagro de la pascua: Dios viniendo al mundo para traer luz. "En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio. Por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad. Esta luz resplandece en las tinieblas, y las tinieblas no han podido extinguirla. Vino un hombre llamado Juan. Dios lo envió como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que por medio de él todos creyeran. Juan no era la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz. Esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano, venía a este mundo. El que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él" (Juan 1:1-10).

Es interesante ver que la oscuridad no es algo en sí mismo, sino solamente la ausencia de luz. Es decir, no hay algo que pueda ser llamado oscuridad, por tanto, no es que en el mundo había oscuridad, sino simplemente que no había luz. Cristo vino a cambiar eso. Y lo que es extraordinario, es que sigue haciendo eso mismo en la vida de cada hombre que decide seguirlo: cuando Cristo llega a tu vida, una luz (que te permite conocer a Dios, a los demás y a ti mismo más) se enciende.

Y, entonces, llega la consecuencia inevitable:
"Porque ustedes antes vivían en la oscuridad, pero ahora viven en la luz del Señor. Vivan como hijos de luz (el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad) y comprueben lo que agrada al Señor. No tengan nada que ver con las obras infructuosas de la oscuridad, sino más bien denúncienlas, porque da vergüenza aun mencionar lo que los desobedientes hacen en secreto. Pero todo lo que la luz pone al descubierto se hace visible, porque la luz es lo que hace que todo sea visible. Por eso se dice: 'Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo'". (Efesios 5:8-14)

Recuerda, dice el Señor: "Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra" (Isaías 49:6b).


Espero que seas realmente conciente de lo que "llevar la luz de Cristo hasta lo último de la tierra" significa. La verdad es que estoy cansado de ver cómo se la menosprecia, se la oculta, se la desestima:



Dios quiera sepamos llevar con dignidad su luz, como lo hicieron tantos que han dado hasta su vida.


Dios bendiga tu vida y la llene de luz.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por haber traído la luz a este mundo y a mi vida. Enséñame a llevar esa luz hasta lo último de la tierra. En el nombre de Jesús, amén.

diciembre 27, 2007

El propósito del sacrificio

¿Por qué era necesario que Dios enviara a su hijo? ¿Por qué debía morir? ¿Por qué, siendo un Dios de amor, no podía hacerse de otra manera? ¿Qué clase de padre idea un plan que consiste en sacrificar a su hijo? Estas preguntas rondaron mi mente muchos años. De hecho, son uno de los misterios más profundos de la humanidad. ¿Por qué Dios simplemente no perdonaba el pecado?

Dice la Biblia que "la paga del pecado es la muerte" (Romanos 6:23). Pecado es todo aquello que a Dios no agrada, es decir, que se aparta de su esencia. Por ejemplo, Dios es verdad, por tanto, odia la mentira, que es su opuesto. La mentira, entonces, es pecado. Dios es el fundador de la vida, por ende, cualquier acción para destruirla constituye un pecado. Dios es amable y generoso, por lo que el egoísmo y los celos también son pecados. ¿Se entiende el concepto? No se trata de una lista de "debes y no debes", sino de hacer y ser aquello que refleja algún atributo (característica) de Dios y rechazar aquello que no lo hace.

Cuando esta ley se rompe, el pago, la sentencia, es la muerte. ¿Por qué? Porque Dios, el logos, aquel Verbo que según Juan capítulo uno creó todo lo que hay, también es el responsable de mantener todo "funcionando". La vida fluye de y es sostenida por Dios. El pecado es aquello que Dios no es. Al pecar, entonces, nos alejamos de Dios, es decir, de la fuente y sostén de la vida. Por tanto, morimos.

Ok, perfecto, pero, así y todo... ¿no era más sencillo simplemente perdonar el pecado del mundo, en vez de hacer que Cristo muriera por él? No. No podía hacerse así. ¿Por qué? Porque así como Dios es todo amor, también es todo justicia. Los atributos de Dios son infinitos. Así, Dios es amor infinito, ergo, ama infinitamente. Lo único que puede limitar un atributo de Dios es Él mismo, a través de otro de sus atributos. Entonces, lo único que puede "limitar" el amor de Dios es su justicia. La Biblia, Palabra de Dios, establece que la paga del pecado es la muerte. No cumplir esta sentencia haría a Dios mentiroso e injusto. La justicia de Dios debe prevalecer. Me lo imagino, al principio de los tiempos, pensando qué hacer entonces con el pecado del mundo: la respuesta se halla en su amor. Ante la perspectiva de que el hombre, la cumbre de toda su creación, muriese sin remedio, su corazón se conmueve, no puede permitirlo. Entonces, determina que se haga justicia y el pecado se pague, pero, para salvar al hombre, es necesario que Él mismo lo pague. Por supuesto, la muerte de Cristo no es el plan B de Dios, una decisión de último momento... no, Cristo "fue crucificado desde antes de la fundación del mundo" (Apocalipsis 13:8): éste fue siempre el plan de Dios para salvar al hombre. De esta manera, Dios evidencia su amor y su justicia, y se mantiene fiel a sí mismo.

La Biblia entera relata la voluntad divina de relacionarse con el hombre. Desde la relación directa antes de la caída, pasando por los patriarcas, jueces, reyes, profetas, hasta el silencio del período intertestamentario. El hombre, salvo contadas excepciones, nunca respondió al llamado. Entonces, Dios decide ir a su encuentro: "el Verbo se hizo hombre y habitó entre los hombres" (Juan 1:14). Dios, al enviar a Cristo, iguala el nivel de los comunicantes. Cristo, "siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!" (Filipenses 2:6-8). Cristo se rebajó por nosotros. Se hizo igual a nosotros. Tanto, que al morir se convirtió en aquello que es lo opuesto a sí mismo: "se hizo pecado" (2° Corintios 5:21). "Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados" (Isaías 53:5). Así, Cristo pagó el precio de nuestra vida alejada de Dios y nos garantizó el acceso directo al Padre, al destruir la barrera que nos separaba, constituida por el pecado.

La navidad es, en esencia, Emmanuel. Es decir, "Dios con nosotros". Es Dios buscándonos, extendiendo su mano hacia nosotros. Salvando nuestras culpas, pagando nuestros pecados. Restaurando nuestra identidad: pasamos de no-ser, a ser-en-Dios (1° Pedro 2:10). Haciéndonos agradables a Dios, santos. Todo por su amor.

A cambio, lo único que Dios pide (que es fácil y casi imposible a la vez), es vivir en consecuencia. Es decir, santificar nuestra vida (vivir cada vez más parecido a la forma en que Cristo vivió). Santo significa "apartado para Dios". Dios te hace santo por gracia, pero tú te santificas al vivir para Dios cada día. No se trata de una oración determinada o una decisión efímera que se la lleva el viento. Se trata de una forma de vida que responda a la identidad que Cristo te regala.

Te dejo un video que muestra muy bien cómo Dios te ama y te busca:



¿Aceptas que Cristo te sustituya a la hora de morir por tus pecados? ¿Estás dispuesto/a a vivir en consecuencia? No puedes responder a una pregunta que sí y a la otra que no. O aceptas o rechazas ambas. Espero elijas bien y vivas coherentemente con tu elección. Dios te bendiga.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por acercarte a mí. Gracias por pagar mis deudas. Perdóname por todas las veces que no vivo en consecuencia. Enséñame a parecerme cada vez más a ti. En el nombre de Jesús, amén.