La semana pasada te hablé acerca de que Dios te llama a ser santo y a santificar tu vida:
"Pablo, llamado por la voluntad de Dios a ser apóstol de Cristo Jesús, y nuestro hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser su santo pueblo, junto con todos los que en todas partes invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y de nosotros: Que Dios nuestro Padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz". (1º Corintios 1:1-3)
"Por eso, dispónganse para actuar con inteligencia; tengan dominio propio; pongan su esperanza completamente en la gracia que se les dará cuando se revele Jesucristo. Como hijos obedientes, no se amolden a los malos deseos que tenían antes, cuando vivían en la ignorancia. Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: 'Sean santos, porque yo soy santo'". (1º Pedro 1:13-16)
Hoy quiero mostrarte algunos aspectos prácticos de este llamado:
"Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes. ¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón! Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto, y su alegría en tristeza. Humíllense delante del Señor, y Él los exaltará" (Santiago 4:8-10).
Si buscas a Dios, Él se dejará ver. Si con todo tu corazón, con toda tu voluntad y con todas tus fuerzas buscas a Dios, tarde o temprano lo encontrarás. Él no juega a las escondidas contigo. Le importas y quiere tener una relación personal contigo. Quizás me digas que ya en el pasado intentaste conocerlo más, pero nada sucedió. La clave, como claramente se ve en este pasaje, es acercarte a Dios con humildad. No eres tú el que está capacitado para llegar a Dios por sí mismo, sino que es Dios quien mandó a Cristo para que sólo a través de Él puedas hacerlo, es Dios quien se acerca a ti. Ya sea que lo sepas o no, tú necesitas a Dios: toda la angustia, el vacío, el sinsentido que sientes en tu vida se debe a la ausencia de Dios. Quizás no una ausencia absoluta, pero sí una semipresencia, en donde reservas en tus prioridades un lugarcito para Él y con todo el resto haces lo que quieres.
Veamos del primer llamado: a ser santo en Cristo. "¡Pecadores, límpiense las manos!". Los pecadores son aquellos que aún no han sido lavados por la sangre de Cristo. El pecado aquí es un estado y no una circunstancia. Es decir, no son los pecados ocasionales que todos cometemos incluso luego de reconocer a Cristo como Señor, sino el estado en que se encuentra nuestra vida antes de ser llamada santa por Dios a través de Cristo. El "proceso", por así decirlo, mediante el cual "limpiamos nuestras manos" (nuestra vida), es mediante el reconocimiento de Dios como Dios, de la necesidad humana de Dios para acercarse a Dios. Es mediante el renunciamiento a seguir viviendo sujetos al pecado, como antes lo hacíamos, y mediante la determinación de vivir de ahora en más sujetos a la voluntad de Dios.
Cuando conocemos la verdad que nos da libertad, adquirimos una nueva perspectiva del mundo y, sobre todo, de nuestra vida. Es entonces cuando miramos hacia dentro de nosotros mismos y descubrimos quiénes somos, qué fue lo que hicimos con nuestro tiempo. La consecuencia obvia: "Reconocemos nuestras miserias, [e indefectiblemente] lloramos y nos lamentamos. Nuestra risa se convierte en llanto, y nuestra alegría en tristeza". Entonces, ocurre el milagro: al "humillarnos delante del Señor, Él nos exalta". Y nos dice: "Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido" (1º Pedro 2:10). ¡Gloria Dios, porque entonces somos llamados santos!
Veamos el segundo llamado: a santificar nuestra vida. "¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón!". Si Dios ocupa el lugar de Dios en nuestra vida, ya somos santos, por su gracia somos llamados así. Ahora bien, es nuestra responsabilidad hacer que nuestra vida sea coherente a este nuevo estado al que Dios nos llevó. Dejamos de ser pecadores y pasamos a ser santos por su gracia, entonces "seamos santos en todo lo que hagamos, como también es santo quien nos llamó; pues está escrito: 'Sean santos, porque yo soy santo'". Este "proceso" de santificación puede ilustrarse así: "para nosotros, el motivo de satisfacción es el testimonio de nuestra conciencia: Nos hemos comportado en el mundo, y especialmente entre ustedes, con la santidad y sinceridad que vienen de Dios. Nuestra conducta no se ha ajustado a la sabiduría humana sino a la gracia de Dios" (2º Corintios 1:12). Nuestra vida no puede ir y venir entre el compromiso con Dios y la vida pasada, "pues ya basta con el tiempo pasado que hemos desperdiciado haciendo lo que agrada a los incrédulos" (1º Pedro 4:3). Es hora de tomar en serio la determinación de seguir a Cristo, dejar la inconstancia de lado y "vivir de una manera digna del llamamiento que hemos recibido" (Efesios 4:1).
El apóstol Juan expresó estos dos "procesos" así:
"¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! Todo el que tiene esta esperanza en Cristo, se purifica a sí mismo, así como Él es puro" (1º Juan 3:1,3).
Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a dejar la inconstancia de lado y a buscarte sólo a ti, sin mirar atrás. No quiero seguir viviendo como antes de conocerte, ayúdame a hacer eso posible. En el nombre de Jesús, amén.
octubre 20, 2005
Suscribirse a:
Comment Feed (RSS)
|