¡Gloria a Dios porque Jesucristo vive! ¡Bendito sea Su nombre porque la muerte no lo retuvo!
"Barred la levadura vieja para ser una masa nueva" (1º Corintios 5:7).
"El que vive en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo" (2º Corintios 5:17).
"Hoy es el cumpleaños del mundo.
Es la fiesta que celebra el nacimiento de un nuevo mundo.
'Este es el día en que actuó el Señor: aleluya, aleluya', repetimos en el salmo responsorial de la misa del domingo de pascua.
Sí. Este es 'el día' por excelencia.
El día que ha hecho el Señor".
Desde antes de la fundación del mundo, desde antes del día en que el Verbo separó la luz de las tinieblas, desde antes que todo fuese creado, este día ya había sido establecido. El día en el que el mundo "cumpliese años". El día en el que la historia del mundo presentara un quiebre, un indiscutible antes y después.
"Los demás días los hemos hecho nosotros. Son obra nuestra.
Los días de la traición, del abandono, de la huida, de las negaciones, del odio, de la cobardía, del pecado, los hemos inventado nosotros. Forman parte de nuestro 'viejo' calendario.
Hoy, por el contrario, es el día creado por el Señor.
Es la primera mañana del mundo.
Es un día 'nuevo'.
Es el día que inaugura un mundo nuevo.
Es el primer día de la nueva creación.
Nosotros hemos inventado las tinieblas. Él nos ofrece la luz.
Nosotros hemos acumulado suciedades. Él nos inunda de agua purificadora.
Nosotros hemos buscado la muerte. Él nos regala la vida.
Nosotros nos hemos especializado en amontonar dolores, en destruirlo todo. Él ha decidido 'rehacerlo' todo de arriba abajo, a costa suya.
Nosotros hemos fabricado el odio. Él ha respondido con el perdón.
Nosotros hemos elegido el pecado. Él ha reaccionado con la misericordia.
Nosotros le hemos condenado. Él nos ha 'indultado'".
Frente a nuestra montaña de errores, de incomprensiones, de maldades, de rebeliones, Dios decide, en un acto de incondicional amor, hacerla a un lado. Mejor dicho, poner delante una cruz que le impida verla. Olvidarse. Hacer "como si no hubiese pasado nada". El apóstol Pablo lo explica así:
"Estábamos muertos en nuestros pecados. Sin embargo, Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz". (Colosenses 2:13-14)
"Éste es el día del 'paso'.
Paso del hombre viejo al hombre nuevo.
Nos trasladamos del mundo viejo a un mundo nuevo.
"Cristo, nuestra pascua" (1º Corintios 5:7).
Pascua, literalmente, significa paso.
Ahora bien, Cristo es nuestro 'paso'.
En Él pasamos de un estado de separación a una relación de comunión. De una situación de muerte a la vida.
La piedra sepulcral es la que nos encerraba en nuestro mundo viejo, cansino, inhabitable. El mismo mundo decrépito, sofocante, en el que hemos quedado apresados.
Cristo ha arrojado lejos aquella piedra.
Y nosotros hemos salido con Él fuera de la prisión.
Él nos ha hecho pasar a un mundo nuevo.
Él es nuestro paso.
Nos ha hecho desalojar un mundo viejo, para introducirnos en la tierra prometida.
De la esclavitud a la libertad.
De nuestra miserable contabilidad al reino de la gratuidad".
Y así, a través del sacrificio de Cristo, 'pasamos' de muerte a vida. Esto es claro, con tal que así lo elijas. Es decir, "la fuerza de gravedad de tus culpas te hará precipitar en el abrazo de la misericordia. Con tal que tú quieras". Cristo vino al mundo... No, mejor dejo que sea Juan quien lo diga mejor:
"Dios amó tanto al mundo, que dio a su único Hijo, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de Él. El que cree en Él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios" (Juan 3:16-18).
En síntesis, "si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo". Así es como 'pasas' de muerte a vida.
"A través de este 'paso' hemos salido de la celda oscura y a duras penas los ojos logran soportar la luz que encontramos a la salida.
Cristo, hoy, nos ofrece 'su' día.
Nos entrega un mundo nuevo.
Y la única recomendación es la de no volver atrás. Ni siquiera para recoger nuestros pobres harapos.
Tenemos que cortar las ataduras con lo viejo, con el odio, con las divisiones.
No echar de menos nuestro calendario.
Se trata de seguir su calendario, lleno de novedad.
Habituémonos a la luz, al amor, a la libertad.
En suma, hoy el mundo tiene un agradable olor a pintura reciente.
Y el constructor-reparador nos invita a mantenerlo siempre nuevo.
Hoy, todo recomienza desde el principio.
Y cada uno de nosotros debe abandonar las viejas costumbres, para ser 'nueva criatura'.
Hoy, cada uno de nosotros es un principiante".
Hace poco menos de dos mil años el mundo cambió. El hombre dejó de estar separado de Dios a causa de su maldad. Cristo se hizo cargo de ella. A partir de ese momento, todos podemos acercarnos a Dios: "Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes" (Santiago 4:8). Hoy se celebra el aniversario del mundo. Se recuerda ese cambio radical en la historia del hombre. Sin embargo, lo más importante, es que ese hecho ocurrido hace tanto, tanto tiempo, cambia nuestras vidas hoy. Desde el momento en que reconoces su trascendencia para tu vida, comienzas a tener un nuevo cumpleaños: el día en que tu vida cambió, en que naciste de nuevo. Entonces, "como un hijo obediente, no te conformes a los deseos que antes tenías estando en la ignorancia; sino, como aquel que te llamó es santo, se también tú santo en toda tu manera de vivir" (1º Pedro 1:14-15).
Si esta es la primera vez que te encuentras con esta novedad de vida, ten esto presente:
"Esta es una estación de partida. Hacia un camino que sólo Él conoce, hacia un territorio todavía enteramente sin explorar.
¿Quieres descubrir este mundo nuevo?
Ánimo, en marcha". (Todas las citas corresponden a: Pronzato, Alessandro. El acoso de Dios. Salamanca, Sígueme, 1974. 311 p.).
Tienes una nueva vida por vivir, libre de los errores del ayer, con la constante compañía de Cristo como tu amigo y tu guía, mostrándote el camino.
Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por tu sacrificio en la cruz, que nos libra de pecado. Ayúdanos a vivir esta nueva vida de manera digna. En el nombre de Jesús, amén.
abril 04, 2007
marzo 08, 2007
Sorbida es la muerte en victoria
Hace muchos meses que no estoy por aquí. Por eso pido mil disculpas. Sin embargo, creo que no podría haber un mejor momento que éste para volver a escribir.
Hoy mismo, hace unas ocho horas, dejaron este comentario en el cuadro de diálogo de la sección izquierda:
"Tamy: ¿qué significa la muerte para nosotros los mortales?".
Y es que Dios de verdad está en cada detalle.
Anteayer a la noche falleció uno de los cristianos más comprometidos con amar al prójimo que conocí en mi vida: Roberto del Savio. Lo conocí a través de su hijo Patricio, que tiene mi edad. Es innumerable la cantidad de recursos, tiempo y esfuerzo que invirtió en ayudar a los demás. Un ejemplo claro es la tarea que realizó en esta página, encargándose de aconsejar vía e-mail a quienes lo necesitaban desesperadamente. En la parte de colaboraciones puede encontrarse un hermoso escrito que nos dejó. Además de esas cosas, personalmente pude encontrar en él un ejemplo, alguien que decidió comprometer su vida a Dios y fue fiel a esa determinación hasta su último día: "Se fue con la bandera puesta", me dijo con una mezcla de tristeza y admiración su hija menor. Roberto fue alguien que doce años antes de morir hizo esta petición por escrito a su familia (quienes se encargaron de cumplirla):
"Cuando me vaya con el Señor Jesucristo a las moradas del Padre del cielo, quiero que canten muchos coros celestiales y suene música de Dios para la gloria del Señor.
Amén.
Quiero que se escriba en un papel bien visible, tipo cartel, y luego se coloque sobre el cajón (todo esto si es posible y además si no queda mal, ustedes decidirán) lo siguiente:
"Sorbida/devorada es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?". (1º Corintios 15:54-55)
Gracias a Dios que nos da la victoria por la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Por lo cual todos seremos transformados.
Amén".
Tamy preguntó "¿qué significa la muerte para nosotros los mortales?". Esa es una buena pregunta. Las buenas preguntas son aquellas que exigen una buena respuesta.
Examinemos algunos intentos de explicación:
“La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede librarse con la muerte, que sería, así, una especie de despertar” (Ernesto Sábato).
“Mi abuelo murió cuando yo era niño. Era escultor. Era además un hombre muy bondadoso, dispuesto a querer a todo el mundo. Ayudaba a limpiar la casa de vecindad, hacía juguetes para los niños, y un millón de cosas. Tenía siempre las manos ocupadas. Y cuando murió, comprendí que yo no lloraba por él, sino por todas las cosas que hacía. Lloraba porque nunca volvería a hacerlas. Nunca volvería a labrar otro trozo de madera, ni nos ayudaría a criar palomas y pichones en el patio, ni tocaría el violín de aquel modo, ni nos contaría aquellos chistes. Era parte de nosotros, y, cuando murió, todos los actos se detuvieron, y nadie podía reemplazarlo. Era un individuo. Era un hombre importante. Nunca pensé en su muerte. Sí en cambio en todos los objetos labrados que nunca nacieron a causa de esa muerte. Cuántas bromas faltan ahora en el mundo. Hacía cosas en el mundo. Con su muerte el mundo perdió diez millones de actos hermosos (...) Todos deben dejar algo al morir, decía mi abuelo. Un niño o un libro o un cuadro o una casa o una pared o un par de zapatos. O un jardín. Algo que las manos de uno hayan tocado de algún modo. El alma tendrá entonces a donde ir el día de la muerte, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, allí estará uno. No importa lo que se haga, decía, mientras uno cambie las cosas. Así, después de tocarlas, quedará en ellas algo de uno. La diferencia entre un hombre que sólo corta el césped y un jardinero depende del uso de las manos, decía mi abuelo. La cortadora de césped pudo no haber estado allí; el jardinero se quedará en el jardín toda una vida (...) El abuelo murió hace muchos años, pero si usted mira dentro de mi cabeza, por Dios, en las circunvoluciones del cerebro verá las huellas digitales del pulgar de mi abuelo. El abuelo me tocó una vez. Como dije antes era escultor" (Ray Bradbury).
Para el frívolo personaje de Sábato, en su hermosa novela El túnel, la muerte es el acto final que libera al hombre de la pesadilla de vivir. Para Bradbury, la muerte es el acontecimiento que detiene una cadena de acciones, de cambios en el mundo... la muerte para él es el dejar de ser. Para el apóstol Pablo, la muerte ha perdido su poder, su aguijón, ha sido devorada por el sacrificio de Cristo: "mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1º Corintios 15:57).
Eso es lo que Roberto entendió doce años antes de morir. Eso es lo que le pidió a su familia que celebre. Con su muerte, Roberto evidenciaba una vez más el poder de Dios que operó en la cruz de Cristo, "resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en los lugares celestiales, sobre todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y sobre cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero" (Efesios 1:20-21).
"¿Qué significa la muerte para nosotros los mortales?"... Para Roberto, como para cualquier otro cristiano, la muerte sólo recuerda la victoria de Cristo, la promesa de una eternidad en la presencia de Dios.
Espero que como él, puedas entender a la muerte de esa manera. Precisamente porque de eso se trata la gracia, el regalo de parte de Dios que no merecíamos: la muerte ya no puede retener a aquellos que aman a Dios y siguen a Cristo porque él mismo pagó el precio de su pecado, que los condenaba a morir. Los libró de la muerte espiritual, otorgándoles su victoria.
La muerte para los cristianos, entonces, es la puerta de acceso a una eternidad en la presencia de Dios. El apóstol Pablo decía en una de sus cartas:
"Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Ahora bien, si seguir viviendo en este mundo representa para mí un trabajo fructífero, ¿qué escogeré? ¡No lo sé! Me siento presionado por dos posibilidades: deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor, pero por el bien de ustedes es preferible que yo permanezca en este mundo. Convencido de esto, sé que permaneceré y continuaré con todos ustedes para contribuir a su jubiloso avance en la fe" (Filipenses 1:21-25).
Y eso es lo que Roberto hizo: vivió hasta el último de sus días para ayudar a su prójimo a crecer en la fe. Y hoy está "con Cristo, que es muchísimo mejor". Dios quiera que yo pueda vivir y morir de la misma forma.
Señor, gracias por tu Palabra. Abundante y precisa en los tiempos más difíciles. Roberto es una gran pérdida para todos nosotros, pero confiamos en que él está mejor ahora. Ayúdanos a llenar el vacío que su ausencia nos causa. Por sobre todo, lleva consuelo a su familia en este tiempo. Enséñanos a entender la vida y la muerte tan bien como él lo hacía. Gracias por su ejemplo hasta el final. En el nombre del Jesús, amén.
Hoy mismo, hace unas ocho horas, dejaron este comentario en el cuadro de diálogo de la sección izquierda:
"Tamy: ¿qué significa la muerte para nosotros los mortales?".
Y es que Dios de verdad está en cada detalle.
Anteayer a la noche falleció uno de los cristianos más comprometidos con amar al prójimo que conocí en mi vida: Roberto del Savio. Lo conocí a través de su hijo Patricio, que tiene mi edad. Es innumerable la cantidad de recursos, tiempo y esfuerzo que invirtió en ayudar a los demás. Un ejemplo claro es la tarea que realizó en esta página, encargándose de aconsejar vía e-mail a quienes lo necesitaban desesperadamente. En la parte de colaboraciones puede encontrarse un hermoso escrito que nos dejó. Además de esas cosas, personalmente pude encontrar en él un ejemplo, alguien que decidió comprometer su vida a Dios y fue fiel a esa determinación hasta su último día: "Se fue con la bandera puesta", me dijo con una mezcla de tristeza y admiración su hija menor. Roberto fue alguien que doce años antes de morir hizo esta petición por escrito a su familia (quienes se encargaron de cumplirla):
"Cuando me vaya con el Señor Jesucristo a las moradas del Padre del cielo, quiero que canten muchos coros celestiales y suene música de Dios para la gloria del Señor.
Amén.
Quiero que se escriba en un papel bien visible, tipo cartel, y luego se coloque sobre el cajón (todo esto si es posible y además si no queda mal, ustedes decidirán) lo siguiente:
"Sorbida/devorada es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?". (1º Corintios 15:54-55)
Gracias a Dios que nos da la victoria por la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Por lo cual todos seremos transformados.
Amén".
Tamy preguntó "¿qué significa la muerte para nosotros los mortales?". Esa es una buena pregunta. Las buenas preguntas son aquellas que exigen una buena respuesta.
Examinemos algunos intentos de explicación:
“La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede librarse con la muerte, que sería, así, una especie de despertar” (Ernesto Sábato).
“Mi abuelo murió cuando yo era niño. Era escultor. Era además un hombre muy bondadoso, dispuesto a querer a todo el mundo. Ayudaba a limpiar la casa de vecindad, hacía juguetes para los niños, y un millón de cosas. Tenía siempre las manos ocupadas. Y cuando murió, comprendí que yo no lloraba por él, sino por todas las cosas que hacía. Lloraba porque nunca volvería a hacerlas. Nunca volvería a labrar otro trozo de madera, ni nos ayudaría a criar palomas y pichones en el patio, ni tocaría el violín de aquel modo, ni nos contaría aquellos chistes. Era parte de nosotros, y, cuando murió, todos los actos se detuvieron, y nadie podía reemplazarlo. Era un individuo. Era un hombre importante. Nunca pensé en su muerte. Sí en cambio en todos los objetos labrados que nunca nacieron a causa de esa muerte. Cuántas bromas faltan ahora en el mundo. Hacía cosas en el mundo. Con su muerte el mundo perdió diez millones de actos hermosos (...) Todos deben dejar algo al morir, decía mi abuelo. Un niño o un libro o un cuadro o una casa o una pared o un par de zapatos. O un jardín. Algo que las manos de uno hayan tocado de algún modo. El alma tendrá entonces a donde ir el día de la muerte, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, allí estará uno. No importa lo que se haga, decía, mientras uno cambie las cosas. Así, después de tocarlas, quedará en ellas algo de uno. La diferencia entre un hombre que sólo corta el césped y un jardinero depende del uso de las manos, decía mi abuelo. La cortadora de césped pudo no haber estado allí; el jardinero se quedará en el jardín toda una vida (...) El abuelo murió hace muchos años, pero si usted mira dentro de mi cabeza, por Dios, en las circunvoluciones del cerebro verá las huellas digitales del pulgar de mi abuelo. El abuelo me tocó una vez. Como dije antes era escultor" (Ray Bradbury).
Para el frívolo personaje de Sábato, en su hermosa novela El túnel, la muerte es el acto final que libera al hombre de la pesadilla de vivir. Para Bradbury, la muerte es el acontecimiento que detiene una cadena de acciones, de cambios en el mundo... la muerte para él es el dejar de ser. Para el apóstol Pablo, la muerte ha perdido su poder, su aguijón, ha sido devorada por el sacrificio de Cristo: "mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1º Corintios 15:57).
Eso es lo que Roberto entendió doce años antes de morir. Eso es lo que le pidió a su familia que celebre. Con su muerte, Roberto evidenciaba una vez más el poder de Dios que operó en la cruz de Cristo, "resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en los lugares celestiales, sobre todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y sobre cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero" (Efesios 1:20-21).
"¿Qué significa la muerte para nosotros los mortales?"... Para Roberto, como para cualquier otro cristiano, la muerte sólo recuerda la victoria de Cristo, la promesa de una eternidad en la presencia de Dios.
Espero que como él, puedas entender a la muerte de esa manera. Precisamente porque de eso se trata la gracia, el regalo de parte de Dios que no merecíamos: la muerte ya no puede retener a aquellos que aman a Dios y siguen a Cristo porque él mismo pagó el precio de su pecado, que los condenaba a morir. Los libró de la muerte espiritual, otorgándoles su victoria.
La muerte para los cristianos, entonces, es la puerta de acceso a una eternidad en la presencia de Dios. El apóstol Pablo decía en una de sus cartas:
"Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Ahora bien, si seguir viviendo en este mundo representa para mí un trabajo fructífero, ¿qué escogeré? ¡No lo sé! Me siento presionado por dos posibilidades: deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor, pero por el bien de ustedes es preferible que yo permanezca en este mundo. Convencido de esto, sé que permaneceré y continuaré con todos ustedes para contribuir a su jubiloso avance en la fe" (Filipenses 1:21-25).
Y eso es lo que Roberto hizo: vivió hasta el último de sus días para ayudar a su prójimo a crecer en la fe. Y hoy está "con Cristo, que es muchísimo mejor". Dios quiera que yo pueda vivir y morir de la misma forma.
Señor, gracias por tu Palabra. Abundante y precisa en los tiempos más difíciles. Roberto es una gran pérdida para todos nosotros, pero confiamos en que él está mejor ahora. Ayúdanos a llenar el vacío que su ausencia nos causa. Por sobre todo, lleva consuelo a su familia en este tiempo. Enséñanos a entender la vida y la muerte tan bien como él lo hacía. Gracias por su ejemplo hasta el final. En el nombre del Jesús, amén.
julio 07, 2006
El amor de Dios por sobre la insignificancia del hombre
Hace mucho ya que no estoy por acá. Este año, escribir me está siendo (y me será) mucho más difícil que el pasado. Intentaré hacerlo lo más frecuentemente posible, aunque lamento que ya no sea todas las semanas, como antes. Sé que la necesidad es grande (leo todos los mails, y los agradezco), pero no me alcanza el tiempo.
Hoy quiero compartirte un texto muy conocido de la Biblia, pero que a mí volvió a impactarme de una nueva forma:
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).
Voy a darte una pequeña lección de astronomía:
El universo está compuesto por millones de galaxias. Cada galaxia posee miles de sistemas planetarios. Nosotros estamos en el Sistema Solar, ubicado cerca de uno de los extremos de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Ahora bien, para que tengas una vaga idea de dimensiones, su diámetro es de 80 mil años luz (significa que la luz tarda 80 mil años en atravesarla). Aquí se presenta otro problemita: la luz viaja a 300 mil kilómetros por segundo, el hombre no puede viajar a esa velocidad (sería como dar siete vueltas y media a la Tierra a la altura del Ecuador en un segundo). Es decir, si pudiéramos hacer algo que de hecho no podemos (viajar a la velocidad de la luz), tardaríamos 80 mil años en atravesar sólo nuestra galaxia.
¿Para qué te mareo tanto con todos estos datos? Para que más o menos te imagines lo insignificantes que somos ante la inmensidad de la Creación. En cuanto a tiempo, toda la historia de la humanidad no ocupa más que el último segundo del año estelar. Somos insignificantes y efímeros como un suspiro en el viento.
Y, sin embargo, Dios nos ama. Dios piensa en nosotros, Dios nos cuida. "¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?", se pregunta el salmista. La respuesta es casi nada.
Pero, entonces, si el hombre no es nada, ¿por qué Dios piensa en él? ¿por qué lo toma en cuenta? Porque el hombre puede no ser nada, pero Dios es todo. Desde su eternidad, desde su omnipotencia, Dios elige amar al hombre. En consecuencia, piensa en él, toma en cuenta sus necesidades, lo cuida.
¡Tantas veces perdemos esto de vista! Dios no tiene la obligación ni la necesidad de amarnos. Lo hace porque quiere hacerlo. Muchas veces damos por sentado su amor hacia nosotros, y por ende, no cuidamos ese amor.
Normalmente, nos preocupamos (y ocupamos) de cuidar, respetar, honrar y amar a quienes nos aman. Los escuchamos, los aconsejamos. Les contamos lo que nos pasa, lo que nos duele, lo que soñamos. Les dedicamos tiempo. ¿Hacemos lo mismo con Dios?
Recién te dije que muchas veces no cuidamos el amor que Dios nos tiene, como lo haríamos con otra persona. Debo aclararte, en este punto, que así como no puedes hacer nada para que Dios te ame (lo hace porque quiere, no por cuán bueno seas), tampoco puedes hacer nada para que deje de hacerlo (lo hace porque quiere, no por cuán malo seas). No importa lo que hagas, de verdad. Repito: no importa lo que hagas, cualquier cosa sea, Dios jamás dejará de amarte.
Creo que todos deberíamos pensar un poco en lo chiquititos que somos ante Dios, en lo insignificante que somos dentro de la Creación (sólo una persona en medio de miles de millones a lo largo de toda la historia). Creo que deberíamos pensar un poco en la inmensidad de Dios, capaz de diseñar toda esa inconmensurable (que no puede medirse) creación y de amarla particularmente. Tan lejano como para crearlo todo y la vez tan cercano como para venir a morir por nosotros y acompañarnos hasta el fin del mundo (trascendencia e inmanencia de Dios).
Tenemos un Dios inmenso que nos ama, que piensa en nosotros, que nos cuida, que muere por nosotros y resucita para darnos vida.
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).
Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por amarme tanto, sin importar qué haga o deje de hacer. Perdóname por perder de vista tu incondicional amor y mi insignificancia ante tu majestad. En el nombre de Jesús, amén.
Hoy quiero compartirte un texto muy conocido de la Biblia, pero que a mí volvió a impactarme de una nueva forma:
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).
Voy a darte una pequeña lección de astronomía:
El universo está compuesto por millones de galaxias. Cada galaxia posee miles de sistemas planetarios. Nosotros estamos en el Sistema Solar, ubicado cerca de uno de los extremos de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Ahora bien, para que tengas una vaga idea de dimensiones, su diámetro es de 80 mil años luz (significa que la luz tarda 80 mil años en atravesarla). Aquí se presenta otro problemita: la luz viaja a 300 mil kilómetros por segundo, el hombre no puede viajar a esa velocidad (sería como dar siete vueltas y media a la Tierra a la altura del Ecuador en un segundo). Es decir, si pudiéramos hacer algo que de hecho no podemos (viajar a la velocidad de la luz), tardaríamos 80 mil años en atravesar sólo nuestra galaxia.
¿Para qué te mareo tanto con todos estos datos? Para que más o menos te imagines lo insignificantes que somos ante la inmensidad de la Creación. En cuanto a tiempo, toda la historia de la humanidad no ocupa más que el último segundo del año estelar. Somos insignificantes y efímeros como un suspiro en el viento.
Y, sin embargo, Dios nos ama. Dios piensa en nosotros, Dios nos cuida. "¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?", se pregunta el salmista. La respuesta es casi nada.
Pero, entonces, si el hombre no es nada, ¿por qué Dios piensa en él? ¿por qué lo toma en cuenta? Porque el hombre puede no ser nada, pero Dios es todo. Desde su eternidad, desde su omnipotencia, Dios elige amar al hombre. En consecuencia, piensa en él, toma en cuenta sus necesidades, lo cuida.
¡Tantas veces perdemos esto de vista! Dios no tiene la obligación ni la necesidad de amarnos. Lo hace porque quiere hacerlo. Muchas veces damos por sentado su amor hacia nosotros, y por ende, no cuidamos ese amor.
Normalmente, nos preocupamos (y ocupamos) de cuidar, respetar, honrar y amar a quienes nos aman. Los escuchamos, los aconsejamos. Les contamos lo que nos pasa, lo que nos duele, lo que soñamos. Les dedicamos tiempo. ¿Hacemos lo mismo con Dios?
Recién te dije que muchas veces no cuidamos el amor que Dios nos tiene, como lo haríamos con otra persona. Debo aclararte, en este punto, que así como no puedes hacer nada para que Dios te ame (lo hace porque quiere, no por cuán bueno seas), tampoco puedes hacer nada para que deje de hacerlo (lo hace porque quiere, no por cuán malo seas). No importa lo que hagas, de verdad. Repito: no importa lo que hagas, cualquier cosa sea, Dios jamás dejará de amarte.
Creo que todos deberíamos pensar un poco en lo chiquititos que somos ante Dios, en lo insignificante que somos dentro de la Creación (sólo una persona en medio de miles de millones a lo largo de toda la historia). Creo que deberíamos pensar un poco en la inmensidad de Dios, capaz de diseñar toda esa inconmensurable (que no puede medirse) creación y de amarla particularmente. Tan lejano como para crearlo todo y la vez tan cercano como para venir a morir por nosotros y acompañarnos hasta el fin del mundo (trascendencia e inmanencia de Dios).
Tenemos un Dios inmenso que nos ama, que piensa en nosotros, que nos cuida, que muere por nosotros y resucita para darnos vida.
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).
Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por amarme tanto, sin importar qué haga o deje de hacer. Perdóname por perder de vista tu incondicional amor y mi insignificancia ante tu majestad. En el nombre de Jesús, amén.
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