"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

julio 07, 2006

El amor de Dios por sobre la insignificancia del hombre

Hace mucho ya que no estoy por acá. Este año, escribir me está siendo (y me será) mucho más difícil que el pasado. Intentaré hacerlo lo más frecuentemente posible, aunque lamento que ya no sea todas las semanas, como antes. Sé que la necesidad es grande (leo todos los mails, y los agradezco), pero no me alcanza el tiempo.

Hoy quiero compartirte un texto muy conocido de la Biblia, pero que a mí volvió a impactarme de una nueva forma:

"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).

Voy a darte una pequeña lección de astronomía:

El universo está compuesto por millones de galaxias. Cada galaxia posee miles de sistemas planetarios. Nosotros estamos en el Sistema Solar, ubicado cerca de uno de los extremos de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Ahora bien, para que tengas una vaga idea de dimensiones, su diámetro es de 80 mil años luz (significa que la luz tarda 80 mil años en atravesarla). Aquí se presenta otro problemita: la luz viaja a 300 mil kilómetros por segundo, el hombre no puede viajar a esa velocidad (sería como dar siete vueltas y media a la Tierra a la altura del Ecuador en un segundo). Es decir, si pudiéramos hacer algo que de hecho no podemos (viajar a la velocidad de la luz), tardaríamos 80 mil años en atravesar sólo nuestra galaxia.

¿Para qué te mareo tanto con todos estos datos? Para que más o menos te imagines lo insignificantes que somos ante la inmensidad de la Creación. En cuanto a tiempo, toda la historia de la humanidad no ocupa más que el último segundo del año estelar. Somos insignificantes y efímeros como un suspiro en el viento.

Y, sin embargo, Dios nos ama. Dios piensa en nosotros, Dios nos cuida. "¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?", se pregunta el salmista. La respuesta es casi nada.

Pero, entonces, si el hombre no es nada, ¿por qué Dios piensa en él? ¿por qué lo toma en cuenta? Porque el hombre puede no ser nada, pero Dios es todo. Desde su eternidad, desde su omnipotencia, Dios elige amar al hombre. En consecuencia, piensa en él, toma en cuenta sus necesidades, lo cuida.

¡Tantas veces perdemos esto de vista! Dios no tiene la obligación ni la necesidad de amarnos. Lo hace porque quiere hacerlo. Muchas veces damos por sentado su amor hacia nosotros, y por ende, no cuidamos ese amor.

Normalmente, nos preocupamos (y ocupamos) de cuidar, respetar, honrar y amar a quienes nos aman. Los escuchamos, los aconsejamos. Les contamos lo que nos pasa, lo que nos duele, lo que soñamos. Les dedicamos tiempo. ¿Hacemos lo mismo con Dios?

Recién te dije que muchas veces no cuidamos el amor que Dios nos tiene, como lo haríamos con otra persona. Debo aclararte, en este punto, que así como no puedes hacer nada para que Dios te ame (lo hace porque quiere, no por cuán bueno seas), tampoco puedes hacer nada para que deje de hacerlo (lo hace porque quiere, no por cuán malo seas). No importa lo que hagas, de verdad. Repito: no importa lo que hagas, cualquier cosa sea, Dios jamás dejará de amarte.

Creo que todos deberíamos pensar un poco en lo chiquititos que somos ante Dios, en lo insignificante que somos dentro de la Creación (sólo una persona en medio de miles de millones a lo largo de toda la historia). Creo que deberíamos pensar un poco en la inmensidad de Dios, capaz de diseñar toda esa inconmensurable (que no puede medirse) creación y de amarla particularmente. Tan lejano como para crearlo todo y la vez tan cercano como para venir a morir por nosotros y acompañarnos hasta el fin del mundo (trascendencia e inmanencia de Dios).

Tenemos un Dios inmenso que nos ama, que piensa en nosotros, que nos cuida, que muere por nosotros y resucita para darnos vida.

"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por amarme tanto, sin importar qué haga o deje de hacer. Perdóname por perder de vista tu incondicional amor y mi insignificancia ante tu majestad. En el nombre de Jesús, amén.