"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

abril 12, 2006

Ya no llegues tarde a tu cita

¡Gloria a Dios porque Jesucristo vive! ¡Bendito sea Su nombre porque la muerte no lo retuvo!

Hoy quiero decirte que tienes una gran cita. Una reunión importantísima, a la que te es imprescindible asistir.

Si llegas a tiempo, si no te distraes con nada, si logras poner todo tu empeño en estar ahí en la hora indicada, en el momento oportuno, tendrás el privilegio de conocer al Rey de reyes, al Señor de señores.

Él nunca llega tarde. Jamás tiene excusas para presentarte. En toda tu vida, ni una sola vez te ha dejado plantado. Siempre, absolutamente siempre, cumple con su Palabra. Él dijo: "Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón" (Jeremías 29:13). El autor de la epístola de Santiago escribió: "Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes" (Santiago 4:8). Recuerda que "Dios no puede mentir" (Tito 1:2), pero sobre todo, que "Dios es amor" (1º Juan 4:8), por lo que jamás te abandonaría.

Quiero que pienses en lo siguiente: Hace más de dos mil años, el Verbo (es decir, aquel que creó todas las cosas que ves, sientes, e incluso las que nunca llegarás a entender) se hizo carne y caminó entre los hombres. ¿Para qué? Para rescatar a una humanidad perdida en su autosuficiencia, incapaz de alcanzar a Dios. Desde antes de la fundación del mundo, Cristo ya había decidido entregar su vida en rescate de la tuya y la mía. Para eso es que vino a este mundo. Quienes lo vieron, lo llamaron Jesús, el Nazareno. Quienes lo reconocimos como el Hijo de Dios, lo llamamos Cristo, el Señor.

Fue este tal Jesús, el Verbo encarnado, quien vivió con el único propósito de morir por ti. El Cristo, el Mesías, sólo vino al mundo para morir. Y a ello se dedicó, obstinadamente.

Sin perder oportunidad, desafió toda autoridad despótica. Se encargó de desestabilizar todas las estructuras religiosas de la época (porque Dios es una persona, no una cosa que se puede encasillar en nuestros egoísmos y mezquindades). En todo momento, denunció la injusticia. A cada paso, se ocupó de devolver la esperanza a los hombres, trayendo sanidad, alegría y paz. Logró el milagro de convertir la utopía (que significa "no lugar", precisamente por su imposibilidad de concretarse) en algo no sólo aspirable, sino posible, a través de la acción de su Santo Espíritu. A través de su vida, demostró la viabilidad del Reino de Dios.

Sin embargo, es con su muerte con lo que lo hizo posible. Una muerte planificada aún antes de que existieran los cielos y la tierra, antes de que la luz fuese separada de las tinieblas. Una muerte imprescindible para redimir -que significa liberar de las ataduras- al hombre de su pecado (aquellos actos o pensamientos que atentan contra Dios, los demás o uno mismo). Una muerte a la que se presentó puntualmente, sin medir riesgos, sin presentar objeciones, sin pensar en sí mismo (Él entregó su vida, nadie se la quitó).

Jesús, Cristo, el Verbo, fiel a su promesa, estuvo en el lugar indicado a la hora señalada para cambiar la historia de la humanidad. Y lo hizo, porque la cruz no pudo retenerlo, sino que al tercer día, resucitó de la muerte. Y hoy vive y espera por ti.

Esto es lo que se celebra en estos días por todo el mundo.

Ahora bien, déjame decirte algo: todos estamos llamados a acudir a esa cita, cada día. Cristo murió por ti (y por mí), para que tú (y yo) vivas por Él. Tu vida y tu eternidad son diferentes gracias a su sacrificio. Cada momento que vives, se lo debes a Él. Es por Él y para Él que estás aquí. Cada vez que te levantas, Cristo te llama: "preséntate ante la cruz, quiero amarte, bendecirte, sanarte; y quiero que hagas lo mismo con quienes te rodean".

Y sin embargo, tantas veces no acudimos a la cita, tantas veces llegamos tarde, con excusas tontas que no nos convencen ni siquiera a nosotros mismos. "Cuando estás asediado por la tentación de lamentarte del camino impracticable, prueba a controlar el equipaje, haz un inventario lúcido y valeroso. Te darás cuenta de qué quintales de bagatelas, pequeñeces, preocupaciones mezquinas, ansiedades injustificadas, pretensiones de distinta índole, fruslerías, estorbos múltiples, te complican la marcha, y te hacen faltar a citas decisivas con Dios y los hermanos" (Pronzato, Alessandro. La seducción de Dios. Salamanca, Sígueme, 1973).

Ya no llegues tarde, ya no faltes más. Dios te está esperando: "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación" (2º Corintios 6:2).

No caigas en el error de pensar que sólo se trata de una decisión puntual, en vez de un estilo de vida: "Si alguien quiere ser mi discípulo -dijo Jesús-, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga" (Lucas 9:23). Cada día, todos los días tienes una cita con Cristo. ¡Ya no te la pierdas!

"Señor, por la mañana, cuando mis ojos se abren a la luz y a las novedades del día que nace, haz que se abran también a las novedades y a las sorpresas imprevisibles de tus encuentros.
Dame ojos nuevos para verte, para reconocerte en todos los rostros que se cruzan en mi camino.
Proporcióname ojos nuevos. Los ojos de antes no me sirven ya. No puedo fiarme de ellos.
Señor, tengo necesidad de ojos nuevos para reconocerte, desde el momento que Tú has optado la costumbre de viajar de incógnito y de semejar siempre... otro.
... Y no me dejes caer en la distracción.
Mas líbrame del atolondramiento" (Pronzato, Alessandro, op. cit.). En el nombre de Jesús, Cristo, el Hijo de Dios, amén.