"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

noviembre 17, 2005

La esperanza jamás se pierde

Siguiendo la línea de los últimos escritos, hoy quiero añadir un concepto que aprendí de uno de mis maestros (¡gracias, Pablo!).
En ningún lado de la Biblia se nos dice que una vez que decidimos someternos a Dios y resistir la tentación va a ir todo bien en nuestra vida. Sí se nos promete que Dios estará con nosotros y que finalmente venceremos porque Cristo ya venció por nosotros en la cruz. Sin embargo, no dice que no sufriremos ("en el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo", dice Juan 16:33b), que no la pasaremos mal nunca. Al contrario, las cartas de Pedro, por ejemplo, nos hablan de persecución, de discriminación. Esto es así porque el mundo no conoce a Dios y teme a lo que desconoce, por ende lo rechaza a Él. En el medio quedamos nosotros. ¿Qué hacer? ¿Desanimarse, desfallecer, renegar de la fe, abandonar? ¡Por supuesto que no!

"Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros. Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo". (2º Corintios 4:7-10)

Somos como "vasijas de barro" que portamos la gloria de Dios a través de Jesucristo. Dios, el origen de todas las cosas, infinitamente más grande de lo que jamás podamos concebir, se manifiesta en nosotros, insignificantes bolsas de agua con razonamientos limitados. Así de inmenso es amor con que nos ama. Nos ama tanto que nos utiliza, cuando no tiene necesidad de hacerlo, sólo para que nos sintamos útiles ante Él. Aquel que todo creó y sostiene no tiene necesidad de nosotros, pero por amor nos llama y nos utiliza. Es por esto es que no debemos perder de vista que sólo somos "vasijas de barro" en las manos de alfarero.

Es por esta razón que podemos encontrarnos atribulados -apenados- en todo, pero no abatidos. "Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?" (Romanos 8:31). Podemos estar tristes, pero nunca perder la esperanza, porque Cristo venció, y nosotros con Él. No está mal llorar, ni preguntar ¿por qué? Sólo que debemos recordar que Cristo cumplirá lo que prometió y que el Espíritu Santo es la garantía de esos compromisos.

Podemos vernos perplejos -sorprendidos-, pero no desesperados. Muchas veces suceden cosas inesperadas que no entendemos. Circunstancias que nos parten el alma al medio y no nos dejan respirar. Momentos en los que parece que el aire se solidifica y no pasa por la garganta. Pero, cuidado, no debemos desesperarnos. De alguna manera, debemos creer y aceptar que "a los que amamos a Dios, todas las cosas nos ayudan a bien" (Romanos 8:28). Esto incluye esas situaciones que parecen no tener sentido. La fe y la esperanza es lo único que nos mantiene vivos en esos tiempos, no debemos perderlas.

Podemos encontrarnos perseguidos -discriminados-, pero nunca abandonados. Cristo nos prometió su compañía "todos los días, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20). Dios nos ama tanto que jamás se olvidará de nosotros. Nunca nos dejará de lado. Por eso mismo, aparte del Espíritu Santo, puso a tantas personas al lado nuestro que nos aman y acompañan. Es muchas veces la comunidad quien nos sostiene en tiempos difíciles.

Podemos ser derribados, pero no destruidos. Todos caímos alguna vez, y seguramente lo volveremos a hacer. Sin embargo, Cristo nos levanta. Podemos perder mil veces la lucha contra el pecado, pero Cristo nos santifica (siempre que sea una lucha y no un abandono). Podemos ser derrotados muchas veces, pero en Cristo Jesús la victoria es nuestra.

La clave de todo esto es el versículo final: "Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo". Podemos estar atribulados, perplejos, perseguidos o derribados, pero en Cristo, jamás estaremos abatidos, desesperados, abandonados o destruidos. Como hombres, seguramente padeceremos alguna vez las cuatro primeras, pero gracias a Cristo estamos libres de las cuatro segundas.

"Por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno". (2º Corintios 4:16-18)

Hagamos lo mismo que el apóstol Pablo: no nos desanimemos. No importa qué parezca por fuera, somos "más que vencedores por medio de Aquel que nos amó" (Romanos 8:37). No nos fijemos en lo que pasajeramente aparenta ser, sino en lo que en verdad es por toda la eternidad.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque no importa lo que suceda, hay esperanza en Cristo. Ayúdame a verla y aferrarme a ella. En el nombre de Jesús, amén.