"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

enero 03, 2006

Un nuevo año, una nueva oportunidad

Me atrasé un poco esta semana, así que probablemente se junte con el próximo. La semana que viene estaré de vacaciones, así que no podré estar escribiendo. Te dejo los dos capítulos siguientes del libro que te mostré la semana pasada (Pronzato, Alessandro. La seducción de Dios. Salamanca, Sígueme, 1973. 225 p.):

Verdaderamente una buena nueva:

‘Esperando que daría uvas, pero le dio agrazones’ (Isaías 5:2).
‘He aquí que hago nuevas todas las cosas’ (Apocalipsis 21:5).

‘¡Vive!’

Quisiera felicitarte por el nuevo año. La felicitación puede parecer banal, pero no acierto a encontrar otra mejor: ¡vive!
Quiero decir: vive de vida. No de banalidad, de necedades.
‘Vivid, ¡caramba! Vivid para la vida. No viváis para la nada. La vida corre veloz. No despachéis la vida como un quehacer de administración ordinaria. La vida es corta. Avanzad lejos vosotros mismos. Vivid a la luz del sol. Sentid el placer de vivir’ (P. Talec).
Vive. No te dejes llevar por la vida.
Pero no basta con vivir. Hay que precisar para qué se vive.
No basta mirar el calendario, el reloj. Es necesario dar un sentido a los días, a las horas, a los minutos.
No basta -como alguien ha hecho observar agudamente- añadir años a la vida. Hay que añadir vida a los años.
Vive, por tanto, de vida.
No vivas del vacío.
Un monje antiguo decía: ‘La mayor parte de los hombres me parecen virutas de madera arrolladas en torno a su vacío central’.
Elimina urgentemente, por favor, ese vacío central. Y encuentra, en cambio, un centro para tu vida.
Es magnifico vivir. Con tal que sea verdaderamente vida. No una representación, una apariencia o una función.
No se trata de hacer pasar el tiempo. Se trata de hacer pasar el tiempo en la vida. No permitir que vida y tiempo se ignoren... Animo, vivamos.

Puedo saber qué pasará en el nuevo año…

Al empezar el año mucha gente está curiosa por saber anticipadamente qué sucederá en la vida propia y en el mundo.
Se consultan con este fin los magos más o menos famosos. Hasta los periódicos serios albergan y arriesgan previsiones para el futuro.
Pero yo no tengo el oficio de adivinarlo. No puedo satisfacer la legítima curiosidad respecto al porvenir.
Quisiera obsequiarte, sin embargo, con una evidencia de cuatro perras (sin pretensiones de cobrarlas, por supuesto...), pero discretamente comprometida.
Pues bien, ¿qué te va a suceder en el año nuevo?
Dos tipos de acontecimientos.
Algunos no dependen de ti.
Otras cosas, en cambio, las puedes ya programar desde ahora en los más mínimos detalles.
Me explico con un ejemplo muy simple. Si te dan un cargo, la cosa no dependerá normalmente de tu voluntad (al menos, eso espero).
Pero depende de ti decidir el gasto de fe-esperanza-caridad, la suma de bondad, la provisión de generosidad, el estilo de servicio, la dosis de oración, las reservas de paciencia, la cantidad de confianza, con que podrán llenarse los días del nuevo año.
Hay que contar, sin duda, con el peso de las circunstancias externas, de las vicisitudes históricas, de las decisiones de los hombres, además naturalmente, de la voluntad de Dios. Y todo esto queda envuelto en la oscuridad del misterio. Nada puedes saber.
Pero hay que contar también con el peso de tu coherencia, tu sinceridad, tu honestidad, tu fidelidad, tu adoración, tu silencio, tu sacrificio. Y todo esto, desde el momento en que depende de ti, y no nos llueve del cielo, puede ser claro, y hasta luminoso desde ahora.
Para el segundo tipo de acontecimientos puedes saber desde ahora como será el año nuevo. Si va a ser una imitación descolorida del anterior (un año como de costumbre) o si representará algo inédito, porque estás firmemente decidido a poner dentro algo nuevo.
Por tanto, voy a expresar así mi segunda felicitación: no te dejes atrapar por la marcha imprevista de los acontecimientos. ¡Juega anticipándote! La recomendación evangélica ‘vigilad’ se puede poner también en esta perspectiva: estad atentos, es decir, tened algo preparado para imprimir vuestro sello sobre los hechos y no ser zarandeados como cañas.
Preparando ciertas provisiones, no cambiaremos totalmente el curso de los acontecimientos. Pero, al menos, les impondremos nuestra impronta, nuestra presencia activa y responsable. Y lograremos dar un fuerte viraje en la dirección deseada...

Deseo de evangelio

La tercera reflexión es una invitación a un ejercicio saludable (para repetir, si es posible, pasado el uno de enero, al empezar cada día).
Toma un calendario. Coge en la mano las hojas con un sentido de... veneración.
Piensa que de cada una de estas hojas están pendientes muchas esperanzas.
La esperanza de Dios, ante todo. Cada día que llega, Dios te hace señas... Cada nuevo día es una ‘señal’ de la esperanza de Dios con respecto a ti. Cada hoja contiene, no un numero, sino una noticia: ‘te informo de que existe un Dios que espera, que aguarda algo bueno de ti...’.
Pero las hojas del calendario hay que leerlas también como ‘señal’ de las esperanzas de los hombres. Nuestra consagración, lo hemos dicho muchas veces, es ‘para utilidad pública’. Por lo que todos los hombres tienen derecho a esperar algo de un bien que también les pertenece.
De esta forma, el quehacer de la vida religiosa se reduce a un compromiso fundamental: responder a las esperas. No decepcionar las esperanzas. No echar a perder los sueños.
Pero hay un punto, en el que me parece que coinciden las esperanzas de Dios y las de los hombres: la exigencia evangélica.
Nunca como hoy ha estado llamada la vida religiosa a la «prueba» del evangelio.
El evangelio tornado en serio.
El evangelio vivido en toda su ruda exigencia.
El evangelio interpretado en clave de incomodidad.
El evangelio como ‘palabra’ que te estalla dentro, y que transmites a los demás con tu rostro, ojos, corazón y manos, ardientes por los signos y las marcas de aquel contacto... explosivo y liberador al mismo tiempo.
El evangelio como noticia exaltante que comunicas en su sentido original, no con los acostumbrados sucedáneos de formulitas piadosas o de recetas moralizantes.
Se habla mucho del ‘nuevo rostro’ de los institutos y comunidades. Y todos se esfuerzan por descubrir este ‘nuevo rostro’. Pero no hay que olvidar que, será un rostro evangélico, o será una máscara provisional.
Hay mucha gente muy interesada en buscar su propio puesto en la iglesia y en la sociedad. Y, a veces, me vienen ganas de sugerirle a alguno: ‘¿No has intentado buscar tu puesto en el evangelio? Te aseguro que allí hay espacio... por vender. Hay espacio, hay sol, hay aire libre. ¡Cuánto sitio en el evangelio, amigo mío! ¡Cuánto sitio en las pendientes de aquel montecillo en que Cristo tuvo cierto discurso...! ¿Quieres que busquemos allí tu puesto?
Entre tantos ‘vientos’ como soplan en la vida religiosa hoy, ¿es demasiado esperar que sople aire de evangelio? (En tal caso ciertas estructuras saltarían por si mismas, no resistirían ese viento impetuoso... El vino nuevo del evangelio, no hay duda, hace reventar los odres viejos... Sometámonos a esta prueba. Más que el pico, es necesario usar el evangelio. La autenticidad evangélica bastará por sí sola para hacer desaparecer todas las estructuras abusivas).
Cierto ‘responsable’ me pregunta preocupado:
-¿Cómo saldremos de esta crisis?
-Entrando por la puerta del evangelio- respondo sin titubear.
Es una puerta un poco estrecha. Pero si eliminamos ciertos impedimentos lo conseguiremos...
Los peligros que hay que denunciar — y alguna vez dramatizar— a propósito del momento actual de la vida religiosa se curan únicamente con una terapia masiva de radicalismo evangélico.
Pongamos, para comenzar, una dosis de choque...
‘Si, precisamente el evangelio. / Descubramos nuevamente: / la simplicidad de su palabra / la audacia de su ingenuidad / la fuerza de su radicalismo / la insolencia de las bienaventuranzas / la provocación de sus llamamientos / la transparencia de su luz / el gusto de su sal / la locura de su cruz / la utopía de su esperanza / el soplo de su Espíritu / el camino del amor / la verdad de la alegría / la pasión de la vida’ (P.Talec).
Por esto, formulo así la tercera felicitación: Que el próximo año estemos en condiciones de comunicar a todos (y a Dios en primer lugar, se entiende...) esta buena nueva: ¡alguien se esta tomando en serio el evangelio!


‘Dichosos los que se dejan
importunar...’:


‘Corrió a Él uno, que arrodillándose le pregunto: Maestro bueno, ¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?
Jesús le dijo:
¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos. No matarás, no adulterarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no harás daño a nadie, honra a tu padre y a tu madre.
El le dijo:
Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud.
Jesús, poniendo en él los ojos, le am6 y le dijo:
Una sola cosa te falta: vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme.
Ante estas palabras se anubló su semblante, y fuese triste porque tenía mucha hacienda’
(Marcos 10:17-22).

No le habían informado sobre el gran perturbador

No era culpa suya. Probablemente le habían dado informaciones equivocadas. Él, ¡pobrecillo!, había terminado por convencerse de que Jesús era un distribuidor de diplomas y condecoraciones. Y seguro de sus títulos (‘todo esto lo he guardado desde mi juventud’), se había presentado con la certeza de obtener un más que merecido certificado de buena conducta.
En cambio, se encontró frente al gran perturbador... Es decir, uno que no hace inventario de lo que presentas, sino de lo que ‘te falta’.
Y pretende precisamente eso, sin felicitarte por lo mucho que has hecho.
La definición de gran perturbador es del patriarca Atenágoras (Dieu est la grand derangeur). Se podría también decir: el gran desviador.
San Juan ha dicho: ‘Dios es amor’ (Juan 4:8).
Atenágoras: ‘Dios es el gran perturbador’.
Esta segunda definición completa la anterior. Precisamente porque es amor, Dios asume el puesto de perturbador. Desde el momento en que nos ama, el Señor se siente autorizado a perturbarnos. El amor, de hecho, es exigente por naturaleza. No se conforma con poco. Pretende mucho. Pretende todo. (Debemos desconfiar de las personas que nos piden poco. Que nos proponen ideales recortados, una vida religiosa con descuento, un compromiso con limitaciones, un producto a precios de liquidación... Quiere decir que no nos estiman, nos imaginan sustancialmente incapaces de cosas grandes).
‘Jesús, poniendo en él los ojos, le amó...’.
He aquí el Dios que es amor.
Pero al instante entra en acción el Dios gran perturbador: ‘Una sola cosa te falta...’.
En lugar del diploma, en lugar de la aprobación, hay una demanda ulterior, una propuesta desconcertante.

Su modo de felicitar

El Señor no te felicita nunca. Mejor, su modo de felicitar es una invitación a ir más allá, a una meta nueva, hasta disparatada, puesta instantáneamente ante los ojos.
El Señor no dice nunca ‘¡así esta bien!»’ Mejor, su modo de decir ‘¡así esta bien!’, es la presentación de una exigencia ulterior, todavía más ruda y comprometida que la precedente.
Es el estilo del gran perturbador, y peor para el que no logra entrar en este dinamismo de vértigo.
‘Ante estas palabras se anublo su semblante, y fuese triste...’.
Sí. Estaba preparado para hacer las cuentas al detalle con un Dios contable, que después de haber comprobado todas las cifras, entrega certificados de buena conducta.
En cambio, se ha encontrado con un Dios que es amor. Con un Dios que es un obstinado inquietador.
Y, ante este descubrimiento, le ha faltado literalmente la respiración. No ha sabido lanzarse adelante en la dirección indicada. ‘Y fuese triste...’.
Era natural. La alegría estaba... más allá. En la dirección imposible que le indicaba el gran desviador.

Los que han aceptado…

Por cada uno que se echa atrás, hay muchísimos que aceptan. La Biblia está llena de personajes que consienten en dejarse perturbar.
La sagrada Escritura, en efecto, nos documenta sobre la actividad de este terco perturbador del orden público y privado.
Ahí está Abraham, desalojado de su tierra, de sus parientes, de la casa de su padre, y enviado a una tierra desconocida (Génesis 12:1).
Ahí está Moisés, separado del rebaño del suegro y mandado ante el faraón, a cumplir una misión ciertamente nada agradable (Éxodo 3:10).
Ahí esta el pobre Amós, de profesión labrador, sacado de sus propias tierras, en Tecoa, y enviado, con los zuecos aún llenos de barro, al palacio real de Samaria, a decir cosas, que, a ciertos oídos delicados, podían sonar más bien... inconvenientes.
Y así mismo Jonás ha visto deshecho su propio programa por el gran perturbador, que le ha destinado a perturbar el sueño a los habitantes de Nínive.
Y ahí están también Simón, Andrés, Santiago y Juan, de profesión pescadores, que han sido bonitamente arrancados de su barca.
Y Leví, el cobrador de impuestos, un día no ha podido siquiera terminar de contar las entradas de caja.
Zaqueo, más tarde, no logró estar tranquilo, ni siquiera en el sicomoro, donde se había instalado para gozar del espectáculo al paso de un personaje importante.
Todos ellos han visto cambiar de improviso el rumbo de su existencia. Y no han tenido el coraje de pedirle informaciones, aclaraciones acerca del nuevo itinerario. Habrían escuchado la respuesta acostumbrada: ‘Venid y veréis’ (Juan 1:39).

Está en juego la libertad y... una bienaventuranza

Ahí está. La vocación es esencialmente eso: la entrada en acción, en la vida de una persona, de un Dios perturbador, o por decirlo con otra expresión, gran desviador.
Él viene a trastornar nuestros proyectos. A suspender nuestros programas. A descomponer nuestros planes. A tirar por tierra nuestros arreglos. A cambiar nuestros rumbos cansinos.
La vocación, que es misterio, se ‘juega’ entre un Dios que entra en combate para inquietar y una persona, que simplemente acepta dejarse inquietar.
‘E1 que no odia a su padre, a su madre, sus posesiones, a si mismo, no puede ser mi discípulo’ (Lucas 14:26). No se trata de odiar en el sentido vulgar de la palabra. ‘Odio, en este caso, no es desprecio, sino la decisión de seguir adelante’ (G. Vannucci).
El gran inquietador invita, precisamente, a no contentarse, a no acomodarse, a preferir algo distinto, algo más, algo mejor. En suma, a ir más allá. Más allá de nuestros planes, de nuestros horizontes, nuestros sueños, nuestras convicciones, nuestra pusilanimidad, nuestras aspiraciones, nuestras exigencias, y nuestros miedos.
Me parece que el misterio de la vocación se puede resumir en estos términos. El personaje principal asume la iniciativa y se presenta así: ‘Yo soy el señor, tu perturbador’. Por eso lanza en seguida la bienaventuranza fundamental: ‘Dichosos aquellos que se dejan perturbar’.
En el misterio de la vocación esta en juego la libertad.
Y está en juego una bienaventuranza.

Cuando se pierde la vocación

He aquí una frase, más bien incisiva, que se oye repetir con frecuencia: ‘Cada día se nos da una vocación’.
Ahora bien, si tenemos presente que en nuestra vocación hay un personaje principal que asume la iniciativa, que llama (la vocación es esencialmente una llamada de Dios) y un personaje secundario que responde, podemos precisar:
-Dios llama todos los días. Diariamente nos inquieta. Todos los días, Dios tiene algo nuevo, inédito, inaudito, que proponernos. Una loca exigencia que nos estimula a ‘ir más allá’.
-Todos los días debemos responder a la vocación de Dios. Tomar conciencia de la nueva demanda. Aceptar ser inquietados todavía.
Por lo cual:
-El día en que Dios no pidiese algo mas, algo mejor, algo difícil, nos faltaría la ‘vocación de Dios’. Ya no seriamos ‘llamados’.
-El día en que, conscientemente, no aceptáramos la ‘demanda’ ulterior de parte de Dios, rehusáramos la enésima molestia, aquel día -aunque sea después de 50 anos de vida religiosa ‘ejemplar’- habríamos perdido la vocación (en este sentido, ¡cuántas pérdidas de vocación deberíamos anotar, aún entre personas religiosas de observancia intachable y escrupulosa regularidad! La estabilidad, no obstante las apariencias, no es fidelidad. Porque la fidelidad implica siempre un dinamismo de respuesta a exigencias siempre nuevas. Rehusar ‘ir más allá’ es, aunque resulte difícil admitirlo, ‘pérdida de la vocación’).
En otras palabras. Responder a la vocación significa aceptar el dejarse inquietar por Dios. Pero Dios no nos inquieta de una vez para siempre, al principio.
Todos los días se presenta como gran perturbador. Por lo cual, yo conservo la vocación, soy perseverante en la medida en que cada día acepto dejarme inquietar por Dios.
Y esto, hasta el último instante de mi vida.
En efecto, incluso a los sesenta u ochenta años, incluso un instante antes de morir, el Señor se me acercará, fijará en mí una ‘mirada llena de amor’ y me dirá... ¡lo que todavía me falta!”.

Señor, gracias por tu Palabra. Enséñame a dejarme inquietar por ti, a andar en el camino del evangelio. Que este nuevo año sea uno en el que pueda acercarme más a ti, conocerte más. En el nombre de Jesús, amén.