"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

marzo 16, 2006

Como el hijo menor

Pasaron casi dos meses desde la última vez que estuve por aquí. El descanso, el trabajo en la base de datos de mails y algunos cambios que se vienen en la página ocuparon mi tiempo. Espero ya si poder volver a escribir una vez por semana, como lo venía haciendo.


"Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos le dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde'. Así que el padre repartió sus bienes entre los dos. Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia.
Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada. Por fin recapacitó y se dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros'. Así que emprendió el viaje y se fue a su padre.
Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. El joven le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti y ya no soy digno de ser llamado tu hijo'. Pero el padre ordenó a sus siervos: '¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado'. Así que empezaron a hacer fiesta".
(Lucas 15:11-24)

La historia debe de ser una de las más conocidas de la Biblia. Sin embargo, creo que puede seguir enseñándonos cosas. Parte de lo siguiente lo aprendí de Daniel Bianchi, director de la Agencia Misionera Internacional (AMI), además tiene algunos agregados míos.

Si nos fijamos en la actitud del hijo menor al principio de la historia nos encontramos con la rebeldía y el orgullo que, lamentablemente, muchas veces caracteriza nuestra relación con Dios.

El hijo dice: "Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde". Él no se da cuenta, pero está pidiendo que se le haga justicia, que se le de aquello que se merece. Él decide dejar de lado el beneplácito, la bondad, la misericordia -la gracia- del padre para obtener aquello que considera se ha ganado (en realidad, tampoco lo había hecho, sino que sólo lo tenía por herencia).

Si te detienes a pensarlo, te darás cuenta de que lo único que de verdad mereces es la condenación por tus faltas y omisiones. Imagínatelo como prefieras, piensa en el infierno con los lagos de fuego descriptos por Dante Alighieri en La Divina Comedia, o en un eterno vacío sin Dios, en una muerte permanente. No viene al caso cómo lo concibas. Lo crucial es que eso es lo que merecemos, y nada más.

Sin embargo, Dios nos regala de sus "bienes" y desde el comienzo nos dice: "sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo. Yo les doy de la tierra todas las plantas que producen semilla y todos los árboles que dan fruto con semilla; todo esto les servirá de alimento" (Génesis 1:28-29). Nada de eso nos pertenecía, sino que como el hijo menor, lo recibimos por gracia, por herencia al ser creados por Dios. Y, sin embargo, al igual que él, pedimos que se nos dé lo que meremos por justicia.

¿Qué pasa entonces? "Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia.
Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada"
. Recibimos aquello que de verdad nos ganamos: Al alejarnos de Dios y desperdiciar su gracia, rápidamente nos quedamos sin nada. Entonces, sólo permanecen la angustia, la soledad y la desesperación; sólo que ya no está Dios/Padre para ayudarnos.

Nunca, jamás, le pidas a Dios justicia sobre tu vida. Sólo pídele gracia. Tiene toneladas para darte. Luego de que Adán y Eva comen del fruto prohibido y la justicia de Dios se manifiesta sobre ellos (dolores de parto, trabajar la tierra, muerte física -Génesis 3:16-19-), aparece por primera vez la gracia en forma clara en la Biblia: "Dios el Señor hizo ropa de pieles para el hombre y su mujer, y los vistió" (Génesis 3:21). Ellos se habían encontrado desnudos a la luz de su pecado. Entonces, Dios los cubre, devolviéndole su dignidad perdida.

Volvamos al hijo menor de la historia. Él se da cuenta de su error, recapacita y dice: "'¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros'". Y emprende el regreso.

¿Notaste la diferencia entre esta petición al Padre y la primera? Antes decía "Padre, dame"; ahora dice "Padre, hazme". Hazme un esclavo, un servidor tuyo. El hijo menor entiende que puede tener mucho y seguir siendo nada (sobre todo si aquello que tiene en verdad no le pertenece); pero con sólo ser algo de su Padre, por pequeño que parezca, ya tiene más de lo jamás podría soñar poseer por sí mismo. Entiende que "si busca primeramente el reino de Dios y su justicia, todas las demás cosas le serán añadidas" (Mateo 6:33).

Por supuesto, luego de este arrepentimiento (del griego metanoia, que significa cambio de mente, es decir, pensar y actuar de diferente manera ante algo) viene la respuesta del Padre: "Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó". Con sólo verlo de vuelta, el Padre ya lo había perdonado. Las palabras torpes de disculpa del hijo no tenían sentido, Él ya "había sido movido a misericordia". Por eso, no le deja terminar su discurso y ordena a sus siervos: "'¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado'". ¡Qué hermosa respuesta! Sin preguntas, sin reproches, sin cuestionamientos. Simplemente lo acepta de nuevo, lo restituye como hijo, le devuelve el honor perdido. Festeja su regreso, igual que Dios lo hace con nosotros: "Dios se alegra con sus ángeles por cada pecador que se arrepiente" (Lucas 15:10).

El Padre le devuelve al hijo menor aquello no se merecía, se lo regala, porque lo ama tanto que no quiere que viva lo que de verdad se merece. Dios hizo lo mismo al entregar a Cristo por nosotros.

Pídele a Dios de su gracia sobre tu vida, porque evidentemente, quiere dártela. Ya no le digas "dame", comienza a decirle "hazme". Ser igual a Cristo es la meta.

Señor, gracias por tu Palabra. Perdona por haberte reclamado cosas, como si me las hubiera ganado. Gracias por todas las que me diste simplemente porque me amas. Hazme a la imagen de Cristo. En el nombre de Jesús, amén.