"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

agosto 16, 2005

El comienzo no es lo importante

Hoy sencillamente quiero decirte que "aunque tu principio haya sido pequeño, tu futuro será muy grande" (Job 8:7). Porque "Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos. También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse" (1º Corintios 1:27-29).

Alguien te dijo que no eres nadie, que no vales la pena, que nunca harás nada bien. Tristemente, le creíste. "No mereces que te quieran", te habrán dicho con desprecio. "Eres una basura, no cuentas". Internalizaste estas palabras, las hiciste propias. De alguna manera, lograste que el espejo te mostrara la imagen que otro dijo que tenía de ti. Ya no te amas a ti mismo, te consideras feo, malvado, despreciable, olvidado.

Nunca nadie te dijo que te amaba. Nunca nadie te abrazó porque sí, sin pedir nada a cambio, sin esperar nada de ti. Nunca nadie te dijo que eras imprescindible para su vida. Nunca nadie te besó como si se le fuera la vida en ello.

Hoy, después de tanto tiempo, no esperas que eso cambie. Te acostumbraste a quedar al margen, separado del resto. Piensas que te lo mereces. No importa lo que yo te diga, nunca me creerás. Soy sólo alguien que habla al viento y sus palabras se pierden, como lágrimas en la lluvia, como sombras en la noche.

Por eso, no te pido que me escuches, ni que me prestes atención. Nada de lo que diga verdaderamente importa. No soy yo quien marca la diferencia.

Sin embargo, sí te pido, entonces, que escuches a quien tiene la autoridad y la misericordia suficientes como para acercarse a ti y decirte que, pese a todo lo que los demás -y hasta tú mismo- creen de ti, te ama. Por si no te habías percatado, te estoy hablando de Dios.

Te cuento una historia:
Un importante rey sufre una rebelión a manos de nadie menos que su propio hijo, a quien amaba entrañablemente. Luego de varios días de huída, se presenta la oportunidad para terminar con la insurrección. Sus consejeros le piden que no vaya a la batalla, porque su vida vale demasiado. Él accede, pero rogándoles a sus soldados que no le quiten la vida a su hijo.
Finalmente, el enfrentamiento se lleva a cabo y el hijo del rey queda a merced de su general, quien pese a la orden que le habían dado, lo asesina sin piedad.
Entonces, el mensajero real, "Ajimaz, hijo de Sadoc, le propuso al general:
-Déjame ir corriendo para avisarle al rey que el Señor lo ha librado del poder de sus enemigos.
-No le llevarás esta noticia hoy -le respondió el general-. Podrás hacerlo en otra ocasión, pero no hoy, pues ha muerto el hijo del rey.
Entonces el general se dirigió a otro soldado y le ordenó:
-Ve tú y dile al rey lo que has visto.
Él se inclinó ante el general y salió corriendo"
(2º Samuel 18:19-21).

La tarea que el rey le había encomendado a Ajimaz era la de llevarle los mensajes importantes. Su vida giraba en torno a esa responsabilidad. En un momento, algo terrible pasa, algo que el rey quería y necesitaba saber. Su hora había llegado, era el momento de hacer aquello para lo que había nacido. Sin embargo, "no será hoy -le dicen-. Irá otro en tu lugar, no sea cosa que hagas todo mal, como siempre. Tú quédate donde estás, en tu rincón oscuro, que es lo que te mereces. Deja que los hombres importantes hagan las cosas importantes, tú sólo lo estropearías. ¡No pudiste haber creído que el rey confiaba en ti! Vete, no sirves para nada".

En ese momento, Ajimaz tiene dos opciones: se cree lo que dicen de él, se olvida de las palabras del rey cuando le dijo que confiaba en él, que sabía que haría lo indicado en el momento preciso, y no lleva la noticia; o, pese a todas las circunstancias adversas, a las palabras de desprecio y desaliento de los demás, cree las palabras de su señor y corre hacia él con el mensaje. ¿Qué hubieras hecho tú?

"Entonces, Ajimaz, hijo de Sadoc, insistió:
-Pase lo que pase, déjame correr con el otro soldado.
-Pero muchacho -respondió el general-, ¿para qué quieres ir? ¡Ni pienses que te van a dar una recompensa por la noticia!
-Pase lo que pase, quiero ir.
-Anda, pues.
Ajimaz salió corriendo por la llanura y se adelantó al otro al soldado"
(2º Samuel 18:21-23).

No importa las mentiras que te digan, si el Rey te pide algo es porque confía en ti. Él sabe que tienes lo que se necesita, ¡porque Él lo puso ahí! No importa cuán tarde empieces a correr, llegarás a justo tiempo. Porque "aunque tu principio haya sido pequeño, tu futuro será muy grande".

La sociedad te dice que eres nadie. Dios te dice que eres su hijo amado.
La sociedad te dice que no vales anda. Dios te dice que vales la sangre de Cristo.
La sociedad te dice que no cuentas. Dios te dice que quiere usarte para cambiar el mundo.

"Tú, que antes ni siquiera eran alguien, ahora eres parte del pueblo de Dios; tú, que antes no habías recibido misericordia, ahora ya la has recibido. Eres parte del linaje escogido, del real sacerdocio, de la nación santa, del pueblo que pertenece a Dios. ¿Para qué? Para que proclames las obras maravillosas de aquel que te llamó de las tinieblas a su luz admirable, para que -como extranjero y peregrino en este mundo- te apartes de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida y para que mantengas entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque te acusen de hacer el mal, ellos observen tus buenas obras y glorifiquen a Dios en el día de la salvación" (1º Pedro 2:9-12).

No vuelvas a creer que no eres nadie. Eres todo para Dios. Él te ama tanto que dio a su Hijo por ti, para que si crees en Él no te pierdas, sino que tengas vida eterna (Juan 3:16).

No vuelvas a creer que otros merecen que Dios los ame, pero tú no. Nadie lo merece, Él nos ama por gracia, que precisamente significa "regalo inmerecido". Nos ama a todos por igual, porque fuimos hechos por Él para hacer el bien (Efesios 2:10).

No vuelvas a creer que a nadie le importas. ¡Tienes a Dios pendiente de lo que haces! ¡Cristo mismo está golpeando la puerta de tu corazón, para que te decidas a compartirle tu vida (Apocalipsis 3:20)!

No vuelvas a quedarte quieto con esta verdad que te da libertad. Dios te hizo parte de su pueblo por una razón: que lleves la buena nueva de salvación, ¡que Dios te sacó de la oscuridad del pecado y te llevó a la incomparable luz de su verdad! Por lo tanto, compórtate de tal manera que incluso cuando te critiquen no puedan evitar alabar a Dios al ver lo que hizo en tu vida (1º Corintios 9:16).

No vuelvas a creer que es tarde. Nunca lo es. No es cuestión de edad, pregúntale sino a Caleb (Josué 14 y 15), a Abraham (Génesis 15 y 17), o a Simeón (Lucas 2:25-35). Tampoco es cuestión de lo que hiciste en el pasado, pregúntale sino a Saulo/Pablo (Hechos 9:1-31), o a David (2º Samuel 11 y 12). Para Dios no hay imposibles. En sus manos, tu vida puede cambiar el mundo, pregúntale sino a Martin Luther King, a Martín Lutero, o la madre Teresa de Calcuta.

Ya tienes la promesa de Dios. Ahora sólo falta que le creas. El cumplimento no depende de Él, sino de ti. El día que conociste a Dios (ya sea hace muchos años u hoy mismo), Él te dijo: "Mira el pacto que hago contigo: A la vista de todo tu pueblo haré maravillas que ante ninguna nación del mundo han sido realizadas. El pueblo en medio del cual vives verá las imponentes obras que yo, el Señor, haré por ti. Por lo que a ti toca, cumple con lo que hoy te mando" (Éxodo 34:10-11). Tú sabes qué es lo que te pidió. Sino, lee la Biblia, que no te hará daño.

Dios te bendiga.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque no importa lo que la sociedad diga de mí, Tú me amas de cualquier forma. Gracias por amarme pese a mí mismo. Gracias porque nunca es tarde para seguirte. En el nombre de Jesús, amén".

agosto 09, 2005

Tiende tu cama

El texto de hoy será breve, pero trataré de que sea consistente también.

El libro de Hechos de los Apóstoles, capítulo 9, versículos del 32 al 35, dice:
"Pedro, que estaba recorriendo toda la región, fue también a visitar a los santos que vivían en Lida. Allí encontró a un paralítico llamado Eneas, que llevaba ocho años en cama. 'Eneas -le dijo Pedro-, Jesucristo te sana. Levántate y tiende tu cama'. Y al instante se levantó. Todos los que vivían en Lida y en Sarón lo vieron, y se convirtieron al Señor".

Me llaman la atención las palabras de Pedro al sanar a Eneas. "Tiende tu cama", le dice. ¿Qué significa esto? ¿para qué iba a tender una cama que ya no necesitaría?

Se me ocurren un par de cosas, quizás a ti se te ocurran algunas más inteligentes (te invito a compartirlas en los comentarios): Si Eneas se levantara y comenzara a caminar por la ciudad, probablemente algunos lo reconocerían, pero seguramente no todos, sino que simplemente creerían que es un extranjero de paso; no asociarían a esa persona con la que estaba hace ocho años en cama. Sin embargo, si lo vieran tendiendo su cama, ¿quién lo dudaría? ¿Te imaginas a Eneas en la puerta de su casa, sacudiendo las sábanas, llendo a buscar agua al pozo para lavarlas (sé que las mujeres y los esclavos eran quienes hacían estas cosas, pero la realidad concreta no quita la verdad espiritual detrás de ella)? ¿Puedes ver la cara de asombro de sus vecinos? Dice la Palabra: "Todos los que vivían en Lida y en Sarón lo vieron, y se convirtieron al Señor". Todos.

Otra idea que se me ocurre es que arreglar su cama puede simbolizar su testimonio. Con ese acto Eneas estaba diciendo: "Gracias a Cristo, ya no necesito que nadie haga esto por mí, Él me dio la libertad para hacerlo por mí mismo, es gracias a Él que ya no ocupo ese lugar". Con ese acto, él estaba otorgándole a Dios precisamente el lugar que le corresponde: el de Dios y Señor, el de aquel que tiene el poder para transformar vidas.

Ese es precisamente el sentido más profundo que le encuentro al pasaje: Cuando Dios entra a tu vida, la revoluciona. Él no pretende que todo siga igual. Él sencillamente no ocupará un lugar confortable y dejará lo demás librado al azar. El Dios que creó el universo es un Dios infinito, no uno que puede ubicarse en la mesita de luz y manejarse a discreción. "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2º Corintios 5:17). Dios busca transformar tu vida (a través de la acción del Espíritu) cada vez más a su semejanza (2º Corintios 3:18). No puedes recibir al Espíritu Santo y seguir viviendo como cuando no lo tenías. Su sola presencia te instará a cambiar, a mejorarte, superarte, a entregarte más a Dios.

"Tiende tu cama", en este sentido, significa "ordena tu vida". Tu pasado no puede y no debe condicionar tu presente o futuro. Si estás dispuesto, Dios marcará un quiebre en tu vida, un punto desde el cual nada será igual. El proceso es difícil, largo y dura toda la vida. Hay momentos complicados y hay otros placenteros. Lo importante es fijar los ojos en Cristo y seguir hacia la meta, como decía el apóstol Pablo (Filipenses 3:12-14). Tienes la promesa de que no estarás solo en el camino, sino que Él siempre estará a tu lado, a tu alrededor, dentro tuyo (Mateo 28:20).

No vivas tu vida como si Él no existiera. Cristo pagó caro por ella.

No seas esclavo de tu vida pasada. Cristo te libró de ella.

No vivas en Él una vida sin Él. Sólo encontrarás frustración y desgano.

No vivas para ti, sino para Él, y Cristo se hará una realidad tangible en tu vida.

Vive, entonces, de tal forma que tu vida sea un factor de cambio en la vida de los que te rodean, de tal forma que el accionar de Cristo se evidencie en tu vivir.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque siempre me hablas. No necesitas mucho, apenas unas palabras, y puedes transformar vidas. Gracias por transformar la mía. En nombre de tu hijo Jesús, amén.

agosto 02, 2005

¿Tienes algo de comer?

Dios quiere pasar tiempo contigo. A lo largo de la Biblia encontrarás decenas de expresiones como esta: "estaré contigo dondequiera que vayas" (Josué 1:9b).

Quiero mostrarte una que llamó mucho mi atención. Jesús ya había resucitado. Se había aparecido a las mujeres y a dos de sus seguidores, pero los discípulos todavía no lo creían:
"Todavía estaban ellos hablando acerca de esto, cuando Jesús mismo se puso en medio de ellos y les dijo:
-Paz a ustedes.
Aterrorizados, creyeron que veían a un espíritu.
-¿Por qué se asustan tanto? -les preguntó-. ¿Por qué les vienen dudas? Miren mis manos y mis pies. ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acababan de creerlo a causa de la alegría y del asombro, les preguntó:
-¿Tienen aquí algo de comer?
Le dieron un pedazo de pescado asado, así que lo tomó y se lo comió delante de ellos. Luego les dijo:
-Cuando todavía estaba yo con ustedes, les decía que tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras.
-Esto es lo que está escrito -les explicó-: que el Cristo padecerá y resucitará al tercer día, y en su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas. Ahora voy a enviarles lo que ha prometido mi Padre
(el Espíritu Santo); pero ustedes quédense en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto.
Después los llevó Jesús hasta Betania; allí alzó las manos y los bendijo. Sucedió que, mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, entonces, lo adoraron y luego regresaron a Jerusalén con gran alegría. Y estaban continuamente en el templo, alabando a Dios".
(Lucas 24:36-53)

Me encanta un detalle en medio del relato, casi pasa desapercibido por la magnificencia del hecho: Jesús come con ellos. ¿Qué necesidad tenía? ¿Acaso tenía hambre? No lo creo. Entonces, ¿por qué lo hace? Porque la mesa común crea entre los comensales una comunidad de existencia. Quien come contigo (sobre todo en la cultura judía del siglo I) es alguien que se iguala a ti. Es una muestra de respeto, de fraternidad y de perdón. Compartir la mesa es compartir la vida. Cristo, ya resucitado, a punto de ser glorificado y de sentarse a la derecha del Padre, ¡se detiene para comer contigo! Es el rey que se sienta a la mesa del campesino y crea con él una unidad. Cristo, con esta acción, hace carne sus últimas palabras, relatadas en el evangelio de Mateo: "Les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20b).

No importa quién seas, o qué hayas hecho, Jesús siempre quiere comer contigo.

Te daré un ejemplo. Un recaudador de impuestos era la persona más odiada por el pueblo judío, estaba al nivel de un ladrón o un asesino. Sin embargo, mira lo que ocurrió:
"Estaba Jesús caminando cuando se fijó en un recaudador de impuestos llamado Leví, sentado a la mesa donde cobraba.
-Sígueme -le dijo Jesús.
Y Leví se levantó, lo dejó todo y lo siguió.
Luego, Leví le ofreció a Jesús un gran banquete en su casa, y había allí un grupo numeroso de recaudadores de impuestos y otras personas que estaban comiendo con ellos
. (Lucas 5:27-29)

A Jesús no le importa lo que la gente piense de ti, porque "no son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos" (Lucas 5:31). Para que te des una idea: este Leví de quien habla el relato es Mateo, el escritor del evangelio. Porque "Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos. También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse" (1º Corintios 1:27-29).

Dice Jesús en Apocalipsis, capítulo 3, versículo 20:
"Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo".

Si escuchas su llamado, ábrele la puerta, para que entre y cene contigo. Quizás no estés dispuesto a darle un banquete con tu vida, como lo hizo Leví, pero al menos permítele que entre a comer.

No te olvides jamás de que Él está a tu lado. Nunca estará tan ocupado o apurado para dejarte de lado. Siempre tendrá tiempo para detenerse y acompañarte. No te sientas solo, porque nunca lo estarás.

“Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. "Las últimas palabras de Jesús en el evangelio de Mateo me habían traído a la memoria el misterio de ese libro. En él estaba Jesús presente, hasta el fin del mundo, hecho tinta y papel, letra muerta y espíritu vivo" (José Luis Sicre, El Cuadrante, Ed. Verbo Divino).

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque tengo la seguridad de que estarás conmigo siempre. Ayúdame a no olvidarlo. Quiero cenar otra vez -mil veces más- contigo. En el nombre de Jesús, amén.