Sinceramente, hoy no fue uno de mis mejores días. ¿Por qué te lo cuento? No porque creo que te importe; otra es la causa que motiva esta confesión: las circunstancias no son lo que importa. Seguro que hay momentos buenos y momentos malos. Siempre hay situaciones mejores que otras. Sin embargo, todo lo que tenemos es el presente. No podemos vivir del pasado, porque sencillamente ya dejó de ser. De la misma manera, tampoco podemos vivir de la expectativa del futuro, porque no sabemos qué será de él.
¿Digo con esto que no hay tener memoria o proyectos, sueños? Para nada. La memoria es imprescindible para no volver a cometer los errores pasados. El recuerdo de aquello que se adoleció (sufrió) hace que se valore lo alcanzado. Los proyectos y sueños son los que nos mantienen vivos. La esperanza, la fe en el mañana, es la que provee la fuerza para comenzar cada día.
Ahora bien, lo real, lo concreto, es el ahora. Simplemente, porque es lo único que podemos cambiar, modificar. El ejercicio de la libertad nos da esta capacidad.
¿A dónde voy? La semana pasada me llegó un mail que decía lo siguiente: "Hola, Jonathan. Es bonito lo que haces. Ojalá crezca. Yo estoy alejado de Dios, pero sé que tarde o temprano volveré a su lado. Cuando esté feliz, alguna vez, con lo que haya logrado hacer de mi existencia".
Es en respuesta a este mail (como a otros similares) que hoy escribo.
Si estás en este lugar -ya sea porque aún no has decidido seguir a Cristo, o porque no terminas de llevarlo a la práctica-, déjame decirte que el tiempo para hacerlo es hoy. No porque a mí se me ocurra o porque crea que es lo mejor; sino porque sencillamente "ahora" es todo lo que tienes con certeza. No sabes qué pasara dentro de un año, o un mes, o mañana, o en tan sólo media hora.
Cristo ya murió por ti, para pagar tu pecado. La gracia (el regalo inmerecido de salvación) ya está a tu alcance, ya te ha sido ofrecida. Es tiempo de que dejes de ser el dios de tu vida y dejes que Dios lo sea. Es tiempo de que dejes de pretender ser el dueño de tu destino y dejes que sea Dios quien transforme tu vida -y el mundo- de acuerdo a su voluntad. Ya no te tardes, es hora de rendirte ante Él. Te ruego que lo hagas, no desperdicies su gracia.
"Dios dice: 'En el momento propicio te escuché, y en el día de salvación te ayudé'. Te digo que éste es el momento propicio de Dios; ¡hoy es el día de salvación!". (2º Corintios 6:2)
Mientras vivas como a ti te parece estarás alejado de Dios. Sin embargo, "a través de Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados. Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo hizo pecado, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él". Por esto es que "en el nombre de Cristo te ruego que te reconcilies con Dios hoy" (2º Corintios 5:19-21).
El momento para acercarte a Dios es ahora, no hay ni habrá uno mejor. Mientras más te tardes, más te lamentarás cuando finalmente decidas hacerlo. Dios es paciente y te esperará siempre. Ni Él quiere ni nadie puede forzarte a nada. Sin embargo, lo cierto es que el tiempo transcurrido no vuelve atrás. Los años que pierdas lejos de Dios no podrás recuperarlos. Por eso, te ruego que no te tardes. Reconcíliate hoy con Dios. Sencillamente sé sincero con Él. Háblale, dile lo que te pasa. Cuáles son tus miedos y tus sueños. Dile que lo necesitas a Él, porque solo no puedes. "Acércate a Dios, y Él se acercará a ti" (Santiago 4:8). Búscalo de corazón y Él te responderá (Jeremías 33:3).
Si no lo conoces aún, hazlo. Si te has alejado, es hora de que vuelvas. Él siempre es fiel; los inconstantes somos nosotros.
Te ruego que te reconcilies con Dios hoy.
Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por ser siempre fiel. Gracias porque siempre me esperas. No dejes que pierda más tiempo, no quiero tardarme más en seguirte con todo mi ser. En el nombre de Jesús, amén.
agosto 30, 2005
agosto 23, 2005
Aquello que Dios ve, cuando nosotros vemos otra cosa
Hace unos días, un chico me escribió un mail que decía lo siguiente:
"Hola, hermano. Mira, mi viejo murió de cáncer el 30 de abril pasado, a los 68 años de edad. Era un gran ser humano, todos lo querían y era tan tierno que le tenía lástima a todo el mundo. Él quería vivir al menos dos años más, pero el cáncer se lo llevó de la manera más sanguinaria y cruel en sólo 20 días. Era un ser humano espectacular. Yo te pregunto una cosa: ¿Por qué Dios hizo eso?".
Por supuesto, no tuve ni tengo la respuesta a esa pregunta. No soy Dios, ni pretendo serlo. Apenas lo conozco un poco, y no entiendo la mayoría de las cosas que la Biblia dice acerca de Él. Dios es infinitamente más grande, poderoso y sabio que yo. Aunque lo intentara toda mi vida, jamás podría comprender por qué hace o permite las cosas que hace y permite. Sólo sé que Él ve desde una perspectiva incalculablemente más grande que yo. Por eso dice la Escritura: “Los pensamientos de Dios no son mis pensamientos, ni sus caminos mis caminos. Así como el cielo es más alto que la tierra, sus caminos son más altos que mis caminos, y sus pensamientos más que mis pensamientos” (Isaías 55:8-9).
Quiero hablarte de este tema hoy: La enorme diferencia que entre lo que nosotros vemos y lo que Dios ve.
Te daré un ejemplo que escuché de un gran maestro (¡gracias Vilmar!), una de las personas más sabias que conozco (no porque tenga mucho conocimiento -que de hecho lo tiene-, sino porque es la que conozco que más veces se atreve a decir "no sé"):
"En la mano derecha del que estaba sentado en el trono vi un rollo escrito por ambos lados y sellado con siete sellos. También vi a un ángel poderoso que proclamaba a gran voz: '¿Quién es digno de romper los sellos y de abrir el rollo?'. Pero ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra, hubo nadie capaz de abrirlo ni de examinar su contenido. Y lloraba yo mucho porque no se había encontrado a nadie que fuera digno de abrir el rollo ni de examinar su contenido. Uno de los ancianos me dijo: '¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos'.
Entonces vi, en medio de los cuatro seres vivientes y del trono y los ancianos, a un Cordero que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Se acercó y recibió el rollo de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios. Y entonaban este nuevo cántico: 'Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra'" (Apocalipsis 5:1-10).
No pretendo explicar el texto en sí. El género, como su nombre bien lo indica, es apocalíptico, por ende, está plagado de simbolismos. Sin embargo, sí quiero dirigir tu atención hacia un punto:
El ángel pregunta quién tendrá el suficiente poder para romper los sellos y abrir el rollo. El apóstol Juan, quien tuvo la visión y escribió este libro, dice que no había absolutamente nadie capaz de hacerlo. Entonces, uno de los ancianos (para el caso, no importa a quiénes representan) afirma: "el León de Judá podrá abrirlo". Aquí viene la parte increíble: A Juan le hablan de un animal fuerte, feroz, del "rey de la selva", por lo que busca encontrarse con algo semejante. Sin embargo, él sólo ve un cordero sacrificado. Dudo que la imagen del animal todo ensangrentado haya sido muy agradable.
¿Qué quiero decirte? Donde el hombre sólo ve muerte, destrucción, fracaso; Dios ve vida, salvación, victoria. El hombre mira a Cristo clavado en la cruz y piensa: "pobre tipo, murió ahí sólo. Al final, después de todos esos milagros y enseñanzas, terminó fracasando". Dios, en cambio, ve a la muerte devorada por la victoria, ve a Jesús resucitando, triunfando frente a lo imposible (1º Corintios 15:54-57).
Muchas veces el hombre mira el mundo, o a su vida, y no entiende, sencillamente no entiende. Sé que a mí me pasa, y no creo ser el único. ¡Si tan sólo pudiésemos alcanzar a percibir por un momento cómo ve Dios todo lo que ocurre! , quizás... No, creo que sería aún peor, no seríamos capaces de enfrentar la realidad tan crudamente.
Quienes apedrearon a Esteban, pensaron que estaban destruyéndolo a él y a aquello que él creía. Sin embargo, en ese mismo momento Dios le estaba mostrando su gloria: "Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios: -¡Veo el cielo abierto -exclamó-, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios!" (Hechos 7:55-56). Cualquiera que lo hubiese visto caer bajo la fuerza de las piedras cubiertas de odio, habría pensado que había fracasado, que era sólo otro soñador más que moría sin sentido. Sin embargo, Dios le mostró a Esteban que en realidad su vida no se estaba acabando en ese momento, y que ya nadie podría arrebatarle la victoria.
Como te dije: cuando Dios mira, no ve lo mismo que nosotros vemos. Pregúntale a Job. No tenemos forma de explicar o entender todo lo que ocurre en el mundo, pero sí podemos confiar en que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien" (Romanos 8:28).
Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a entender que las cosas no son siempre como yo quiero, o como creo que deberían ser. Sé que Tú ves todo el bosque, mientras que yo sólo puedo ver una pequeña gota en una hoja de un árbol. Enséñame a aceptar tu voluntad como lo mejor para mí, aunque no lo comprenda o no me parezca así. Sé que eso es lo que quieres de mí, sólo que me cuesta mucho. En el nombre de Jesús, amén.
"Hola, hermano. Mira, mi viejo murió de cáncer el 30 de abril pasado, a los 68 años de edad. Era un gran ser humano, todos lo querían y era tan tierno que le tenía lástima a todo el mundo. Él quería vivir al menos dos años más, pero el cáncer se lo llevó de la manera más sanguinaria y cruel en sólo 20 días. Era un ser humano espectacular. Yo te pregunto una cosa: ¿Por qué Dios hizo eso?".
Por supuesto, no tuve ni tengo la respuesta a esa pregunta. No soy Dios, ni pretendo serlo. Apenas lo conozco un poco, y no entiendo la mayoría de las cosas que la Biblia dice acerca de Él. Dios es infinitamente más grande, poderoso y sabio que yo. Aunque lo intentara toda mi vida, jamás podría comprender por qué hace o permite las cosas que hace y permite. Sólo sé que Él ve desde una perspectiva incalculablemente más grande que yo. Por eso dice la Escritura: “Los pensamientos de Dios no son mis pensamientos, ni sus caminos mis caminos. Así como el cielo es más alto que la tierra, sus caminos son más altos que mis caminos, y sus pensamientos más que mis pensamientos” (Isaías 55:8-9).
Quiero hablarte de este tema hoy: La enorme diferencia que entre lo que nosotros vemos y lo que Dios ve.
Te daré un ejemplo que escuché de un gran maestro (¡gracias Vilmar!), una de las personas más sabias que conozco (no porque tenga mucho conocimiento -que de hecho lo tiene-, sino porque es la que conozco que más veces se atreve a decir "no sé"):
"En la mano derecha del que estaba sentado en el trono vi un rollo escrito por ambos lados y sellado con siete sellos. También vi a un ángel poderoso que proclamaba a gran voz: '¿Quién es digno de romper los sellos y de abrir el rollo?'. Pero ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra, hubo nadie capaz de abrirlo ni de examinar su contenido. Y lloraba yo mucho porque no se había encontrado a nadie que fuera digno de abrir el rollo ni de examinar su contenido. Uno de los ancianos me dijo: '¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos'.
Entonces vi, en medio de los cuatro seres vivientes y del trono y los ancianos, a un Cordero que estaba de pie y parecía haber sido sacrificado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. Se acercó y recibió el rollo de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Cada uno tenía un arpa y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones del pueblo de Dios. Y entonaban este nuevo cántico: 'Digno eres de recibir el rollo escrito y de romper sus sellos, porque fuiste sacrificado, y con tu sangre compraste para Dios gente de toda raza, lengua, pueblo y nación. De ellos hiciste un reino; los hiciste sacerdotes al servicio de nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra'" (Apocalipsis 5:1-10).
No pretendo explicar el texto en sí. El género, como su nombre bien lo indica, es apocalíptico, por ende, está plagado de simbolismos. Sin embargo, sí quiero dirigir tu atención hacia un punto:
El ángel pregunta quién tendrá el suficiente poder para romper los sellos y abrir el rollo. El apóstol Juan, quien tuvo la visión y escribió este libro, dice que no había absolutamente nadie capaz de hacerlo. Entonces, uno de los ancianos (para el caso, no importa a quiénes representan) afirma: "el León de Judá podrá abrirlo". Aquí viene la parte increíble: A Juan le hablan de un animal fuerte, feroz, del "rey de la selva", por lo que busca encontrarse con algo semejante. Sin embargo, él sólo ve un cordero sacrificado. Dudo que la imagen del animal todo ensangrentado haya sido muy agradable.
¿Qué quiero decirte? Donde el hombre sólo ve muerte, destrucción, fracaso; Dios ve vida, salvación, victoria. El hombre mira a Cristo clavado en la cruz y piensa: "pobre tipo, murió ahí sólo. Al final, después de todos esos milagros y enseñanzas, terminó fracasando". Dios, en cambio, ve a la muerte devorada por la victoria, ve a Jesús resucitando, triunfando frente a lo imposible (1º Corintios 15:54-57).
Muchas veces el hombre mira el mundo, o a su vida, y no entiende, sencillamente no entiende. Sé que a mí me pasa, y no creo ser el único. ¡Si tan sólo pudiésemos alcanzar a percibir por un momento cómo ve Dios todo lo que ocurre! , quizás... No, creo que sería aún peor, no seríamos capaces de enfrentar la realidad tan crudamente.
Quienes apedrearon a Esteban, pensaron que estaban destruyéndolo a él y a aquello que él creía. Sin embargo, en ese mismo momento Dios le estaba mostrando su gloria: "Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios: -¡Veo el cielo abierto -exclamó-, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios!" (Hechos 7:55-56). Cualquiera que lo hubiese visto caer bajo la fuerza de las piedras cubiertas de odio, habría pensado que había fracasado, que era sólo otro soñador más que moría sin sentido. Sin embargo, Dios le mostró a Esteban que en realidad su vida no se estaba acabando en ese momento, y que ya nadie podría arrebatarle la victoria.
Como te dije: cuando Dios mira, no ve lo mismo que nosotros vemos. Pregúntale a Job. No tenemos forma de explicar o entender todo lo que ocurre en el mundo, pero sí podemos confiar en que "a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien" (Romanos 8:28).
Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a entender que las cosas no son siempre como yo quiero, o como creo que deberían ser. Sé que Tú ves todo el bosque, mientras que yo sólo puedo ver una pequeña gota en una hoja de un árbol. Enséñame a aceptar tu voluntad como lo mejor para mí, aunque no lo comprenda o no me parezca así. Sé que eso es lo que quieres de mí, sólo que me cuesta mucho. En el nombre de Jesús, amén.
agosto 16, 2005
El comienzo no es lo importante
Hoy sencillamente quiero decirte que "aunque tu principio haya sido pequeño, tu futuro será muy grande" (Job 8:7). Porque "Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos. También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse" (1º Corintios 1:27-29).
Alguien te dijo que no eres nadie, que no vales la pena, que nunca harás nada bien. Tristemente, le creíste. "No mereces que te quieran", te habrán dicho con desprecio. "Eres una basura, no cuentas". Internalizaste estas palabras, las hiciste propias. De alguna manera, lograste que el espejo te mostrara la imagen que otro dijo que tenía de ti. Ya no te amas a ti mismo, te consideras feo, malvado, despreciable, olvidado.
Nunca nadie te dijo que te amaba. Nunca nadie te abrazó porque sí, sin pedir nada a cambio, sin esperar nada de ti. Nunca nadie te dijo que eras imprescindible para su vida. Nunca nadie te besó como si se le fuera la vida en ello.
Hoy, después de tanto tiempo, no esperas que eso cambie. Te acostumbraste a quedar al margen, separado del resto. Piensas que te lo mereces. No importa lo que yo te diga, nunca me creerás. Soy sólo alguien que habla al viento y sus palabras se pierden, como lágrimas en la lluvia, como sombras en la noche.
Por eso, no te pido que me escuches, ni que me prestes atención. Nada de lo que diga verdaderamente importa. No soy yo quien marca la diferencia.
Sin embargo, sí te pido, entonces, que escuches a quien tiene la autoridad y la misericordia suficientes como para acercarse a ti y decirte que, pese a todo lo que los demás -y hasta tú mismo- creen de ti, te ama. Por si no te habías percatado, te estoy hablando de Dios.
Te cuento una historia:
Un importante rey sufre una rebelión a manos de nadie menos que su propio hijo, a quien amaba entrañablemente. Luego de varios días de huída, se presenta la oportunidad para terminar con la insurrección. Sus consejeros le piden que no vaya a la batalla, porque su vida vale demasiado. Él accede, pero rogándoles a sus soldados que no le quiten la vida a su hijo.
Finalmente, el enfrentamiento se lleva a cabo y el hijo del rey queda a merced de su general, quien pese a la orden que le habían dado, lo asesina sin piedad.
Entonces, el mensajero real, "Ajimaz, hijo de Sadoc, le propuso al general:
-Déjame ir corriendo para avisarle al rey que el Señor lo ha librado del poder de sus enemigos.
-No le llevarás esta noticia hoy -le respondió el general-. Podrás hacerlo en otra ocasión, pero no hoy, pues ha muerto el hijo del rey.
Entonces el general se dirigió a otro soldado y le ordenó:
-Ve tú y dile al rey lo que has visto.
Él se inclinó ante el general y salió corriendo" (2º Samuel 18:19-21).
La tarea que el rey le había encomendado a Ajimaz era la de llevarle los mensajes importantes. Su vida giraba en torno a esa responsabilidad. En un momento, algo terrible pasa, algo que el rey quería y necesitaba saber. Su hora había llegado, era el momento de hacer aquello para lo que había nacido. Sin embargo, "no será hoy -le dicen-. Irá otro en tu lugar, no sea cosa que hagas todo mal, como siempre. Tú quédate donde estás, en tu rincón oscuro, que es lo que te mereces. Deja que los hombres importantes hagan las cosas importantes, tú sólo lo estropearías. ¡No pudiste haber creído que el rey confiaba en ti! Vete, no sirves para nada".
En ese momento, Ajimaz tiene dos opciones: se cree lo que dicen de él, se olvida de las palabras del rey cuando le dijo que confiaba en él, que sabía que haría lo indicado en el momento preciso, y no lleva la noticia; o, pese a todas las circunstancias adversas, a las palabras de desprecio y desaliento de los demás, cree las palabras de su señor y corre hacia él con el mensaje. ¿Qué hubieras hecho tú?
"Entonces, Ajimaz, hijo de Sadoc, insistió:
-Pase lo que pase, déjame correr con el otro soldado.
-Pero muchacho -respondió el general-, ¿para qué quieres ir? ¡Ni pienses que te van a dar una recompensa por la noticia!
-Pase lo que pase, quiero ir.
-Anda, pues.
Ajimaz salió corriendo por la llanura y se adelantó al otro al soldado" (2º Samuel 18:21-23).
No importa las mentiras que te digan, si el Rey te pide algo es porque confía en ti. Él sabe que tienes lo que se necesita, ¡porque Él lo puso ahí! No importa cuán tarde empieces a correr, llegarás a justo tiempo. Porque "aunque tu principio haya sido pequeño, tu futuro será muy grande".
La sociedad te dice que eres nadie. Dios te dice que eres su hijo amado.
La sociedad te dice que no vales anda. Dios te dice que vales la sangre de Cristo.
La sociedad te dice que no cuentas. Dios te dice que quiere usarte para cambiar el mundo.
"Tú, que antes ni siquiera eran alguien, ahora eres parte del pueblo de Dios; tú, que antes no habías recibido misericordia, ahora ya la has recibido. Eres parte del linaje escogido, del real sacerdocio, de la nación santa, del pueblo que pertenece a Dios. ¿Para qué? Para que proclames las obras maravillosas de aquel que te llamó de las tinieblas a su luz admirable, para que -como extranjero y peregrino en este mundo- te apartes de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida y para que mantengas entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque te acusen de hacer el mal, ellos observen tus buenas obras y glorifiquen a Dios en el día de la salvación" (1º Pedro 2:9-12).
No vuelvas a creer que no eres nadie. Eres todo para Dios. Él te ama tanto que dio a su Hijo por ti, para que si crees en Él no te pierdas, sino que tengas vida eterna (Juan 3:16).
No vuelvas a creer que otros merecen que Dios los ame, pero tú no. Nadie lo merece, Él nos ama por gracia, que precisamente significa "regalo inmerecido". Nos ama a todos por igual, porque fuimos hechos por Él para hacer el bien (Efesios 2:10).
No vuelvas a creer que a nadie le importas. ¡Tienes a Dios pendiente de lo que haces! ¡Cristo mismo está golpeando la puerta de tu corazón, para que te decidas a compartirle tu vida (Apocalipsis 3:20)!
No vuelvas a quedarte quieto con esta verdad que te da libertad. Dios te hizo parte de su pueblo por una razón: que lleves la buena nueva de salvación, ¡que Dios te sacó de la oscuridad del pecado y te llevó a la incomparable luz de su verdad! Por lo tanto, compórtate de tal manera que incluso cuando te critiquen no puedan evitar alabar a Dios al ver lo que hizo en tu vida (1º Corintios 9:16).
No vuelvas a creer que es tarde. Nunca lo es. No es cuestión de edad, pregúntale sino a Caleb (Josué 14 y 15), a Abraham (Génesis 15 y 17), o a Simeón (Lucas 2:25-35). Tampoco es cuestión de lo que hiciste en el pasado, pregúntale sino a Saulo/Pablo (Hechos 9:1-31), o a David (2º Samuel 11 y 12). Para Dios no hay imposibles. En sus manos, tu vida puede cambiar el mundo, pregúntale sino a Martin Luther King, a Martín Lutero, o la madre Teresa de Calcuta.
Ya tienes la promesa de Dios. Ahora sólo falta que le creas. El cumplimento no depende de Él, sino de ti. El día que conociste a Dios (ya sea hace muchos años u hoy mismo), Él te dijo: "Mira el pacto que hago contigo: A la vista de todo tu pueblo haré maravillas que ante ninguna nación del mundo han sido realizadas. El pueblo en medio del cual vives verá las imponentes obras que yo, el Señor, haré por ti. Por lo que a ti toca, cumple con lo que hoy te mando" (Éxodo 34:10-11). Tú sabes qué es lo que te pidió. Sino, lee la Biblia, que no te hará daño.
Dios te bendiga.
Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque no importa lo que la sociedad diga de mí, Tú me amas de cualquier forma. Gracias por amarme pese a mí mismo. Gracias porque nunca es tarde para seguirte. En el nombre de Jesús, amén".
Alguien te dijo que no eres nadie, que no vales la pena, que nunca harás nada bien. Tristemente, le creíste. "No mereces que te quieran", te habrán dicho con desprecio. "Eres una basura, no cuentas". Internalizaste estas palabras, las hiciste propias. De alguna manera, lograste que el espejo te mostrara la imagen que otro dijo que tenía de ti. Ya no te amas a ti mismo, te consideras feo, malvado, despreciable, olvidado.
Nunca nadie te dijo que te amaba. Nunca nadie te abrazó porque sí, sin pedir nada a cambio, sin esperar nada de ti. Nunca nadie te dijo que eras imprescindible para su vida. Nunca nadie te besó como si se le fuera la vida en ello.
Hoy, después de tanto tiempo, no esperas que eso cambie. Te acostumbraste a quedar al margen, separado del resto. Piensas que te lo mereces. No importa lo que yo te diga, nunca me creerás. Soy sólo alguien que habla al viento y sus palabras se pierden, como lágrimas en la lluvia, como sombras en la noche.
Por eso, no te pido que me escuches, ni que me prestes atención. Nada de lo que diga verdaderamente importa. No soy yo quien marca la diferencia.
Sin embargo, sí te pido, entonces, que escuches a quien tiene la autoridad y la misericordia suficientes como para acercarse a ti y decirte que, pese a todo lo que los demás -y hasta tú mismo- creen de ti, te ama. Por si no te habías percatado, te estoy hablando de Dios.
Te cuento una historia:
Un importante rey sufre una rebelión a manos de nadie menos que su propio hijo, a quien amaba entrañablemente. Luego de varios días de huída, se presenta la oportunidad para terminar con la insurrección. Sus consejeros le piden que no vaya a la batalla, porque su vida vale demasiado. Él accede, pero rogándoles a sus soldados que no le quiten la vida a su hijo.
Finalmente, el enfrentamiento se lleva a cabo y el hijo del rey queda a merced de su general, quien pese a la orden que le habían dado, lo asesina sin piedad.
Entonces, el mensajero real, "Ajimaz, hijo de Sadoc, le propuso al general:
-Déjame ir corriendo para avisarle al rey que el Señor lo ha librado del poder de sus enemigos.
-No le llevarás esta noticia hoy -le respondió el general-. Podrás hacerlo en otra ocasión, pero no hoy, pues ha muerto el hijo del rey.
Entonces el general se dirigió a otro soldado y le ordenó:
-Ve tú y dile al rey lo que has visto.
Él se inclinó ante el general y salió corriendo" (2º Samuel 18:19-21).
La tarea que el rey le había encomendado a Ajimaz era la de llevarle los mensajes importantes. Su vida giraba en torno a esa responsabilidad. En un momento, algo terrible pasa, algo que el rey quería y necesitaba saber. Su hora había llegado, era el momento de hacer aquello para lo que había nacido. Sin embargo, "no será hoy -le dicen-. Irá otro en tu lugar, no sea cosa que hagas todo mal, como siempre. Tú quédate donde estás, en tu rincón oscuro, que es lo que te mereces. Deja que los hombres importantes hagan las cosas importantes, tú sólo lo estropearías. ¡No pudiste haber creído que el rey confiaba en ti! Vete, no sirves para nada".
En ese momento, Ajimaz tiene dos opciones: se cree lo que dicen de él, se olvida de las palabras del rey cuando le dijo que confiaba en él, que sabía que haría lo indicado en el momento preciso, y no lleva la noticia; o, pese a todas las circunstancias adversas, a las palabras de desprecio y desaliento de los demás, cree las palabras de su señor y corre hacia él con el mensaje. ¿Qué hubieras hecho tú?
"Entonces, Ajimaz, hijo de Sadoc, insistió:
-Pase lo que pase, déjame correr con el otro soldado.
-Pero muchacho -respondió el general-, ¿para qué quieres ir? ¡Ni pienses que te van a dar una recompensa por la noticia!
-Pase lo que pase, quiero ir.
-Anda, pues.
Ajimaz salió corriendo por la llanura y se adelantó al otro al soldado" (2º Samuel 18:21-23).
No importa las mentiras que te digan, si el Rey te pide algo es porque confía en ti. Él sabe que tienes lo que se necesita, ¡porque Él lo puso ahí! No importa cuán tarde empieces a correr, llegarás a justo tiempo. Porque "aunque tu principio haya sido pequeño, tu futuro será muy grande".
La sociedad te dice que eres nadie. Dios te dice que eres su hijo amado.
La sociedad te dice que no vales anda. Dios te dice que vales la sangre de Cristo.
La sociedad te dice que no cuentas. Dios te dice que quiere usarte para cambiar el mundo.
"Tú, que antes ni siquiera eran alguien, ahora eres parte del pueblo de Dios; tú, que antes no habías recibido misericordia, ahora ya la has recibido. Eres parte del linaje escogido, del real sacerdocio, de la nación santa, del pueblo que pertenece a Dios. ¿Para qué? Para que proclames las obras maravillosas de aquel que te llamó de las tinieblas a su luz admirable, para que -como extranjero y peregrino en este mundo- te apartes de los deseos pecaminosos que combaten contra la vida y para que mantengas entre los incrédulos una conducta tan ejemplar que, aunque te acusen de hacer el mal, ellos observen tus buenas obras y glorifiquen a Dios en el día de la salvación" (1º Pedro 2:9-12).
No vuelvas a creer que no eres nadie. Eres todo para Dios. Él te ama tanto que dio a su Hijo por ti, para que si crees en Él no te pierdas, sino que tengas vida eterna (Juan 3:16).
No vuelvas a creer que otros merecen que Dios los ame, pero tú no. Nadie lo merece, Él nos ama por gracia, que precisamente significa "regalo inmerecido". Nos ama a todos por igual, porque fuimos hechos por Él para hacer el bien (Efesios 2:10).
No vuelvas a creer que a nadie le importas. ¡Tienes a Dios pendiente de lo que haces! ¡Cristo mismo está golpeando la puerta de tu corazón, para que te decidas a compartirle tu vida (Apocalipsis 3:20)!
No vuelvas a quedarte quieto con esta verdad que te da libertad. Dios te hizo parte de su pueblo por una razón: que lleves la buena nueva de salvación, ¡que Dios te sacó de la oscuridad del pecado y te llevó a la incomparable luz de su verdad! Por lo tanto, compórtate de tal manera que incluso cuando te critiquen no puedan evitar alabar a Dios al ver lo que hizo en tu vida (1º Corintios 9:16).
No vuelvas a creer que es tarde. Nunca lo es. No es cuestión de edad, pregúntale sino a Caleb (Josué 14 y 15), a Abraham (Génesis 15 y 17), o a Simeón (Lucas 2:25-35). Tampoco es cuestión de lo que hiciste en el pasado, pregúntale sino a Saulo/Pablo (Hechos 9:1-31), o a David (2º Samuel 11 y 12). Para Dios no hay imposibles. En sus manos, tu vida puede cambiar el mundo, pregúntale sino a Martin Luther King, a Martín Lutero, o la madre Teresa de Calcuta.
Ya tienes la promesa de Dios. Ahora sólo falta que le creas. El cumplimento no depende de Él, sino de ti. El día que conociste a Dios (ya sea hace muchos años u hoy mismo), Él te dijo: "Mira el pacto que hago contigo: A la vista de todo tu pueblo haré maravillas que ante ninguna nación del mundo han sido realizadas. El pueblo en medio del cual vives verá las imponentes obras que yo, el Señor, haré por ti. Por lo que a ti toca, cumple con lo que hoy te mando" (Éxodo 34:10-11). Tú sabes qué es lo que te pidió. Sino, lee la Biblia, que no te hará daño.
Dios te bendiga.
Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque no importa lo que la sociedad diga de mí, Tú me amas de cualquier forma. Gracias por amarme pese a mí mismo. Gracias porque nunca es tarde para seguirte. En el nombre de Jesús, amén".
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