"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

marzo 24, 2006

"Pídeme lo que quieras"

La semana pasada te hablé acerca de la actitud con la que muchas veces nos acercamos a Dios para pedirle algo. Hoy quiero decirte algunas cosas en cuanto al contenido de estas peticiones; pero sobre todo, el propósito que las fundamenta.

"Se le apareció el Señor a Salomón en un sueño, y le dijo:
-Pídeme lo que quieras.
Salomón respondió:
-Tú trataste con mucho amor a tu siervo David, mi padre, pues se condujo delante de ti con lealtad y justicia, y con un corazón recto. Y, como hoy se puede ver, has reafirmado tu gran amor al concederle que un hijo suyo lo suceda en el trono.
Ahora, Señor mi Dios, me has hecho rey en lugar de mi padre David. No soy más que un muchacho, y apenas sé cómo comportarme. Sin embargo, aquí me tienes, un siervo tuyo en medio del pueblo que has escogido, un pueblo tan numeroso que es imposible contarlo. Yo te ruego que le des a tu siervo discernimiento para gobernar a tu pueblo y para distinguir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién podrá gobernar a este gran pueblo tuyo?
Al Señor le agradó que Salomón hubiera hecho esa petición, de modo que le dijo:
-Como has pedido esto, y no larga vida ni riquezas para ti, ni has pedido la muerte de tus enemigos sino discernimiento para administrar justicia, voy a concederte lo que has pedido. Te daré un corazón sabio y prudente, como nadie antes de ti lo ha tenido ni lo tendrá después. Además, aunque no me lo has pedido, te daré tantas riquezas y esplendor que en toda tu vida ningún rey podrá compararse contigo. Si andas por mis sendas y obedeces mis decretos y mandamientos, como lo hizo tu padre David, te daré una larga vida"
. (1º Reyes 3:5-14)

Me encanta esta historia. Dios ama tanto a Salomón, que le da la posibilidad de pedirle cualquier cosa que quiera, garantizándole su cumplimiento. Me sorprende muchísimo, entonces, la respuesta del joven rey, quien en vez de pedir algo para sí mismo, pide algo para los demás.

No es que a Dios le haya gustado el contenido de la petición (sabiduría); a Dios le encantó el propósito de la misma (administrar justicia).

Salomón entiende que todo aquello que Dios le da es para compartirlo con los demás ("de gracia recibisteis, dad de gracia", dice Mateo 10:8). Entonces, piensa qué es aquello que más provecho traería para sus prójimos, y lo pide. Se entiende que -como rey- tener sabiduría para administrar justicia es fundamental.

Tomemos el ejemplo de los dones espirituales (aquellas capacidades sobrenaturales que el Espíritu Santo nos da). Respecto a ellos, el apóstol Pablo nos dice: "A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás" (1º Corintios 12:7).

Te repito: Nada que Dios te de es para que te lo quedes para ti, sino para que lo compartas. Nada que Dios te de es para que te lo quedes para ti, sino para que lo compartas.

Salomón lo entiende, y entonces pide algo para los demás. ¿Cuál es la consecuencia de esta decisión? No sólo obtiene aquello que pidió para el beneficio ajeno, sino también aquellas cosas que no pidió porque sólo lo eran de provecho para él: "Como has pedido esto -respondió Dios-, y no larga vida ni riquezas para ti, ni has pedido la muerte de tus enemigos sino discernimiento para administrar justicia, voy a concederte lo que has pedido. Te daré un corazón sabio y prudente, como nadie antes de ti lo ha tenido ni lo tendrá después. Además, aunque no me lo has pedido, te daré tantas riquezas y esplendor que en toda tu vida ningún rey podrá compararse contigo". Por si fuera poco, Dios le ofrece algo más, sólo que lo condiciona a su futura obediencia: "Si andas por mis sendas y obedeces mis decretos y mandamientos, como lo hizo tu padre David, te daré una larga vida".

¿Cuántas veces nosotros actuamos distinto, siempre pensando en nosotros primero? No nos damos cuenta de que Dios nos manda a mostrar su amor a través de nuestra vida. Dando, no exigiendo.

Te recomiendo que aproveches esta oportunidad para detenerte a pensar un poco acerca del contenido de tus oraciones. Principalmente, del propósito de las mismas. ¿Para qué acudes a Dios? ¿Qué cosas le pides? ¿Con qué objeto?

Dios te bendiga.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por enfrentarme cada vez que me acerco a ella. Ayúdame a pensar en las necesidades de los demás antes que en las mías. En el nombre de Jesús, amén.

marzo 16, 2006

Como el hijo menor

Pasaron casi dos meses desde la última vez que estuve por aquí. El descanso, el trabajo en la base de datos de mails y algunos cambios que se vienen en la página ocuparon mi tiempo. Espero ya si poder volver a escribir una vez por semana, como lo venía haciendo.


"Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos le dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde'. Así que el padre repartió sus bienes entre los dos. Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia.
Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada. Por fin recapacitó y se dijo: '¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros'. Así que emprendió el viaje y se fue a su padre.
Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. El joven le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti y ya no soy digno de ser llamado tu hijo'. Pero el padre ordenó a sus siervos: '¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado'. Así que empezaron a hacer fiesta".
(Lucas 15:11-24)

La historia debe de ser una de las más conocidas de la Biblia. Sin embargo, creo que puede seguir enseñándonos cosas. Parte de lo siguiente lo aprendí de Daniel Bianchi, director de la Agencia Misionera Internacional (AMI), además tiene algunos agregados míos.

Si nos fijamos en la actitud del hijo menor al principio de la historia nos encontramos con la rebeldía y el orgullo que, lamentablemente, muchas veces caracteriza nuestra relación con Dios.

El hijo dice: "Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde". Él no se da cuenta, pero está pidiendo que se le haga justicia, que se le de aquello que se merece. Él decide dejar de lado el beneplácito, la bondad, la misericordia -la gracia- del padre para obtener aquello que considera se ha ganado (en realidad, tampoco lo había hecho, sino que sólo lo tenía por herencia).

Si te detienes a pensarlo, te darás cuenta de que lo único que de verdad mereces es la condenación por tus faltas y omisiones. Imagínatelo como prefieras, piensa en el infierno con los lagos de fuego descriptos por Dante Alighieri en La Divina Comedia, o en un eterno vacío sin Dios, en una muerte permanente. No viene al caso cómo lo concibas. Lo crucial es que eso es lo que merecemos, y nada más.

Sin embargo, Dios nos regala de sus "bienes" y desde el comienzo nos dice: "sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo. Yo les doy de la tierra todas las plantas que producen semilla y todos los árboles que dan fruto con semilla; todo esto les servirá de alimento" (Génesis 1:28-29). Nada de eso nos pertenecía, sino que como el hijo menor, lo recibimos por gracia, por herencia al ser creados por Dios. Y, sin embargo, al igual que él, pedimos que se nos dé lo que meremos por justicia.

¿Qué pasa entonces? "Poco después el hijo menor juntó todo lo que tenía y se fue a un país lejano; allí vivió desenfrenadamente y derrochó su herencia.
Cuando ya lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en la región, y él comenzó a pasar necesidad. Así que fue y consiguió empleo con un ciudadano de aquel país, quien lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tanta hambre tenía que hubiera querido llenarse el estómago con la comida que daban a los cerdos, pero aun así nadie le daba nada"
. Recibimos aquello que de verdad nos ganamos: Al alejarnos de Dios y desperdiciar su gracia, rápidamente nos quedamos sin nada. Entonces, sólo permanecen la angustia, la soledad y la desesperación; sólo que ya no está Dios/Padre para ayudarnos.

Nunca, jamás, le pidas a Dios justicia sobre tu vida. Sólo pídele gracia. Tiene toneladas para darte. Luego de que Adán y Eva comen del fruto prohibido y la justicia de Dios se manifiesta sobre ellos (dolores de parto, trabajar la tierra, muerte física -Génesis 3:16-19-), aparece por primera vez la gracia en forma clara en la Biblia: "Dios el Señor hizo ropa de pieles para el hombre y su mujer, y los vistió" (Génesis 3:21). Ellos se habían encontrado desnudos a la luz de su pecado. Entonces, Dios los cubre, devolviéndole su dignidad perdida.

Volvamos al hijo menor de la historia. Él se da cuenta de su error, recapacita y dice: "'¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen comida de sobra, y yo aquí me muero de hambre! Tengo que volver a mi padre y decirle: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros'". Y emprende el regreso.

¿Notaste la diferencia entre esta petición al Padre y la primera? Antes decía "Padre, dame"; ahora dice "Padre, hazme". Hazme un esclavo, un servidor tuyo. El hijo menor entiende que puede tener mucho y seguir siendo nada (sobre todo si aquello que tiene en verdad no le pertenece); pero con sólo ser algo de su Padre, por pequeño que parezca, ya tiene más de lo jamás podría soñar poseer por sí mismo. Entiende que "si busca primeramente el reino de Dios y su justicia, todas las demás cosas le serán añadidas" (Mateo 6:33).

Por supuesto, luego de este arrepentimiento (del griego metanoia, que significa cambio de mente, es decir, pensar y actuar de diferente manera ante algo) viene la respuesta del Padre: "Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó". Con sólo verlo de vuelta, el Padre ya lo había perdonado. Las palabras torpes de disculpa del hijo no tenían sentido, Él ya "había sido movido a misericordia". Por eso, no le deja terminar su discurso y ordena a sus siervos: "'¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero más gordo y mátenlo para celebrar un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; se había perdido, pero ya lo hemos encontrado'". ¡Qué hermosa respuesta! Sin preguntas, sin reproches, sin cuestionamientos. Simplemente lo acepta de nuevo, lo restituye como hijo, le devuelve el honor perdido. Festeja su regreso, igual que Dios lo hace con nosotros: "Dios se alegra con sus ángeles por cada pecador que se arrepiente" (Lucas 15:10).

El Padre le devuelve al hijo menor aquello no se merecía, se lo regala, porque lo ama tanto que no quiere que viva lo que de verdad se merece. Dios hizo lo mismo al entregar a Cristo por nosotros.

Pídele a Dios de su gracia sobre tu vida, porque evidentemente, quiere dártela. Ya no le digas "dame", comienza a decirle "hazme". Ser igual a Cristo es la meta.

Señor, gracias por tu Palabra. Perdona por haberte reclamado cosas, como si me las hubiera ganado. Gracias por todas las que me diste simplemente porque me amas. Hazme a la imagen de Cristo. En el nombre de Jesús, amén.

enero 19, 2006

"Unos a otros, como Cristo..."

Volví de mis vacaciones. Estuve haciendo una capacitación en misiones con AMI (Agencia Misionera Internacional). Muy bueno. Dios nos estuvo hablando mucho allí. Además, pude hacerme de unos buenos amigos (¡saludos!).

Hoy quiero hablarte acerca del sentido de comunidad, algo perdido en nuestras iglesias. Si te pones a buscar en la Biblia al respecto, descubrirás que Dios no vino a rescatar individuos (aunque de hecho lo hace), sino un pueblo.

"Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido". (1º Pedro 2:9-10)

Una y otra vez encontrarás alusiones a un conjunto unificado de personas "de un mismo sentir" (2º Corintios 13:11), o al menos así debiera ser.

Metáforas que afirman que somos "como piedras vivas, con las cuales se está edificando una casa espiritual" (1º Pedro 2:5 y Efesios 2:17-22), o que somos el "cuerpo de Cristo" (Efesios 4:11-16).

Pedro nos exhorta a que "Resistamos [al diablo], manteniéndonos firmes en la fe, sabiendo que nuestros hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos (1º Pedro 5:9). Esto nos da también una idea de comunidad, de que no estamos solos.

Sin embargo, me pregunto cuál es la actitud que muchas veces tenemos hacia nuestros "hermanos".
Me tomé el trabajo de buscar en el Nuevo Testamento todas las referencias que señalen una actitud que debemos tener "unos para con otros", y me sorprendió todas las que no cumplía. Te mostraré:

"Ahora que se han purificado obedeciendo a la verdad y tienen un amor sincero por sus hermanos, ámense de todo corazón los unos a los otros" (1º Pedro 1:22). "Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como Yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros (Juan 13:34-35). "Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente" (Romanos 12:10). Este es probablemente el más básico y, a la vez, más difícil de cumplir de todos. Amarnos los unos a los otros. Sin preguntas, sin prejuicios, sin cuestionamientos, sin resentimientos. Es el más importante de los vínculos entre "hermanos", el que los engloba a todos.

"Por tanto, acéptense mutuamente, así como Cristo los aceptó a ustedes para gloria de Dios" (Romanos 15:7). Aceptarse implica no forzar un cambio en el otro. Es amarlo como es. Por supuesto, esto incluye ayudarlo a ser un mejor discípulo de Cristo, pero sin dejar de amarlo en el camino. Dios nos acepta como somos, sin que debamos hacer nada para ello. Esa es la actitud a la que Pablo se refiere.

"Pues si Yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes" (Juan 13:14-15). La actitud aquí es de servicio de unos para con otros. Implica "no hacer nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad considerar a los demás como superiores a nosotros mismos. [Donde] cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás (Filipenses 2:3-4). Eso es servicio.

"Por eso yo, que estoy preso por la causa del Señor, les ruego que vivan de una manera digna del llamamiento que han recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz" (Efesios 4:1-3). No hay mucho para explicar aquí.

"Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo" (Efesios 4:32). Perdonar como Cristo nos perdonó. Qué difícil.

"Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo" (Efesios 5:21). Implica aprender que uno no siempre tiene razón (a mí me cuesta mucho esto).

"Por mi parte, hermanos míos, estoy seguro de que ustedes mismos rebosan de bondad, abundan en conocimiento y están capacitados para instruirse unos a otros" (Romanos 15:14). "Por eso, anímense y edifíquense unos a otros, tal como lo vienen haciendo" (1º Tesalonicenses 5:11). Animar, instruir, edificar. Todos podemos y debemos hacer eso con nuestros hermanos. Todo lo que Dios nos da es para que lo compartamos, y nada de lo que Él nos da, por pequeño que nos parezca, es poca cosa.

"Preocupémonos los unos por los otros, a fin de estimularnos al amor y a las buenas obras" (Hebreos 10:24-25). "Anímense unos a otros cada día, para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado" (Hebreos 3:13). Es nuestra obligación el animarnos/estimularnos a hacer el bien, para dejar de hacer el mal. Hay veces que necesitamos la palabra de otra persona para guiarnos de vuelta cuando perdimos el rumbo.

"Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros, para que sean sanados. La oración del justo es poderosa y eficaz" (Santiago 5:16). Muy pocas veces hacemos esto, pero es importante hablar de nuestras debilidades con otros, para que nos sostengan en oración.

"Así que, hermanos míos, cuando se reúnan para comer, espérense unos a otros" (1º Corintios 11:33). Más allá del contexto de este versículo, que tiene que ver con una situación particular que experimentaba la iglesia en Corinto, lo importante a rescatar aquí es el tener consideración unos por otros. Tratar a los demás como me gustaría que me trataran a mí.

"Por tanto, dejemos de juzgarnos unos a otros. Más bien, propónganse no poner tropiezos ni obstáculos al hermano" (Romanos 14:13). Este es más bien uno de los "no hacer".

"Les hablo así, hermanos, porque ustedes han sido llamados a ser libres; pero no se valgan de esa libertad para dar rienda suelta a sus pasiones. Más bien sírvanse unos a otros con amor. En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento: 'Ama a tu prójimo como a ti mismo'. Pero si siguen mordiéndose y devorándose, tengan cuidado, no sea que acaben por destruirse unos a otros. (...) Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. No dejemos que la vanidad nos lleve a irritarnos y a envidiarnos unos a otros" (Gálatas 5:13-15, 25-26). Baste claro, ¿no?

"Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, vístanse de afecto entrañable y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto. Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo. Y sean agradecidos. Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón. Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de Él" (Colosenses 3:12-17). Lee varias veces el pasaje, tiene mucho para decirte.

"Ya se acerca el fin de todas las cosas. Así que, para orar bien, manténganse sobrios y con la mente despejada. Sobre todo, ámense los unos a los otros profundamente, porque el amor cubre multitud de pecados. Practiquen la hospitalidad entre ustedes sin quejarse. Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios en sus diversas formas" (1º Pedro 4:7-10). El amor va a salvar todas nuestras diferencias, todos nuestros errores. El don que Dios nos dio es para que lo pongamos al servicio de nuestros hermanos, no para que lo disfrutemos egoístamente.

Qué difícil parece todo esto. Si prestaste atención, notarás que la mayoría incluye una cláusula que dice "como Cristo lo hizo con ustedes". Esto, por un lado, nos exhortar a comprometernos, entregarnos, sacrificarnos como Él lo hizo; y por el otro, nos da la confianza de que Él ya lo hizo antes, por lo que no estamos solos en el camino.

Te animo a que conmigo, tú también lo intentes, confiando en que la gracia de Dios cubrirá nuestras faltas. Recuerda: "Mantén entre quienes no creen una conducta tan ejemplar que, aunque te acusen de hacer el mal, ellos observen tus buenas obras y glorifiquen a Dios en el día de la salvación" (1º Pedro 2:12). Ese es el mejor testimonio que puedes dar.

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a enfrentar todos estos desafíos tomado de tu mano. Gracias por cubrir mis faltas con tu sangre. Amén.