Hace muchos meses que no estoy por aquí. Por eso pido mil disculpas. Sin embargo, creo que no podría haber un mejor momento que éste para volver a escribir.
Hoy mismo, hace unas ocho horas, dejaron este comentario en el cuadro de diálogo de la sección izquierda:
"Tamy: ¿qué significa la muerte para nosotros los mortales?".
Y es que Dios de verdad está en cada detalle.
Anteayer a la noche falleció uno de los cristianos más comprometidos con amar al prójimo que conocí en mi vida: Roberto del Savio. Lo conocí a través de su hijo Patricio, que tiene mi edad. Es innumerable la cantidad de recursos, tiempo y esfuerzo que invirtió en ayudar a los demás. Un ejemplo claro es la tarea que realizó en esta página, encargándose de aconsejar vía e-mail a quienes lo necesitaban desesperadamente. En la parte de colaboraciones puede encontrarse un hermoso escrito que nos dejó. Además de esas cosas, personalmente pude encontrar en él un ejemplo, alguien que decidió comprometer su vida a Dios y fue fiel a esa determinación hasta su último día: "Se fue con la bandera puesta", me dijo con una mezcla de tristeza y admiración su hija menor. Roberto fue alguien que doce años antes de morir hizo esta petición por escrito a su familia (quienes se encargaron de cumplirla):
"Cuando me vaya con el Señor Jesucristo a las moradas del Padre del cielo, quiero que canten muchos coros celestiales y suene música de Dios para la gloria del Señor.
Amén.
Quiero que se escriba en un papel bien visible, tipo cartel, y luego se coloque sobre el cajón (todo esto si es posible y además si no queda mal, ustedes decidirán) lo siguiente:
"Sorbida/devorada es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?". (1º Corintios 15:54-55)
Gracias a Dios que nos da la victoria por la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
Por lo cual todos seremos transformados.
Amén".
Tamy preguntó "¿qué significa la muerte para nosotros los mortales?". Esa es una buena pregunta. Las buenas preguntas son aquellas que exigen una buena respuesta.
Examinemos algunos intentos de explicación:
“La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla, de la que sin embargo uno puede librarse con la muerte, que sería, así, una especie de despertar” (Ernesto Sábato).
“Mi abuelo murió cuando yo era niño. Era escultor. Era además un hombre muy bondadoso, dispuesto a querer a todo el mundo. Ayudaba a limpiar la casa de vecindad, hacía juguetes para los niños, y un millón de cosas. Tenía siempre las manos ocupadas. Y cuando murió, comprendí que yo no lloraba por él, sino por todas las cosas que hacía. Lloraba porque nunca volvería a hacerlas. Nunca volvería a labrar otro trozo de madera, ni nos ayudaría a criar palomas y pichones en el patio, ni tocaría el violín de aquel modo, ni nos contaría aquellos chistes. Era parte de nosotros, y, cuando murió, todos los actos se detuvieron, y nadie podía reemplazarlo. Era un individuo. Era un hombre importante. Nunca pensé en su muerte. Sí en cambio en todos los objetos labrados que nunca nacieron a causa de esa muerte. Cuántas bromas faltan ahora en el mundo. Hacía cosas en el mundo. Con su muerte el mundo perdió diez millones de actos hermosos (...) Todos deben dejar algo al morir, decía mi abuelo. Un niño o un libro o un cuadro o una casa o una pared o un par de zapatos. O un jardín. Algo que las manos de uno hayan tocado de algún modo. El alma tendrá entonces a donde ir el día de la muerte, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, allí estará uno. No importa lo que se haga, decía, mientras uno cambie las cosas. Así, después de tocarlas, quedará en ellas algo de uno. La diferencia entre un hombre que sólo corta el césped y un jardinero depende del uso de las manos, decía mi abuelo. La cortadora de césped pudo no haber estado allí; el jardinero se quedará en el jardín toda una vida (...) El abuelo murió hace muchos años, pero si usted mira dentro de mi cabeza, por Dios, en las circunvoluciones del cerebro verá las huellas digitales del pulgar de mi abuelo. El abuelo me tocó una vez. Como dije antes era escultor" (Ray Bradbury).
Para el frívolo personaje de Sábato, en su hermosa novela El túnel, la muerte es el acto final que libera al hombre de la pesadilla de vivir. Para Bradbury, la muerte es el acontecimiento que detiene una cadena de acciones, de cambios en el mundo... la muerte para él es el dejar de ser. Para el apóstol Pablo, la muerte ha perdido su poder, su aguijón, ha sido devorada por el sacrificio de Cristo: "mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1º Corintios 15:57).
Eso es lo que Roberto entendió doce años antes de morir. Eso es lo que le pidió a su familia que celebre. Con su muerte, Roberto evidenciaba una vez más el poder de Dios que operó en la cruz de Cristo, "resucitándolo de los muertos y sentándolo a su derecha en los lugares celestiales, sobre todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y sobre cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero" (Efesios 1:20-21).
"¿Qué significa la muerte para nosotros los mortales?"... Para Roberto, como para cualquier otro cristiano, la muerte sólo recuerda la victoria de Cristo, la promesa de una eternidad en la presencia de Dios.
Espero que como él, puedas entender a la muerte de esa manera. Precisamente porque de eso se trata la gracia, el regalo de parte de Dios que no merecíamos: la muerte ya no puede retener a aquellos que aman a Dios y siguen a Cristo porque él mismo pagó el precio de su pecado, que los condenaba a morir. Los libró de la muerte espiritual, otorgándoles su victoria.
La muerte para los cristianos, entonces, es la puerta de acceso a una eternidad en la presencia de Dios. El apóstol Pablo decía en una de sus cartas:
"Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Ahora bien, si seguir viviendo en este mundo representa para mí un trabajo fructífero, ¿qué escogeré? ¡No lo sé! Me siento presionado por dos posibilidades: deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor, pero por el bien de ustedes es preferible que yo permanezca en este mundo. Convencido de esto, sé que permaneceré y continuaré con todos ustedes para contribuir a su jubiloso avance en la fe" (Filipenses 1:21-25).
Y eso es lo que Roberto hizo: vivió hasta el último de sus días para ayudar a su prójimo a crecer en la fe. Y hoy está "con Cristo, que es muchísimo mejor". Dios quiera que yo pueda vivir y morir de la misma forma.
Señor, gracias por tu Palabra. Abundante y precisa en los tiempos más difíciles. Roberto es una gran pérdida para todos nosotros, pero confiamos en que él está mejor ahora. Ayúdanos a llenar el vacío que su ausencia nos causa. Por sobre todo, lleva consuelo a su familia en este tiempo. Enséñanos a entender la vida y la muerte tan bien como él lo hacía. Gracias por su ejemplo hasta el final. En el nombre del Jesús, amén.
marzo 08, 2007
julio 07, 2006
El amor de Dios por sobre la insignificancia del hombre
Hace mucho ya que no estoy por acá. Este año, escribir me está siendo (y me será) mucho más difícil que el pasado. Intentaré hacerlo lo más frecuentemente posible, aunque lamento que ya no sea todas las semanas, como antes. Sé que la necesidad es grande (leo todos los mails, y los agradezco), pero no me alcanza el tiempo.
Hoy quiero compartirte un texto muy conocido de la Biblia, pero que a mí volvió a impactarme de una nueva forma:
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).
Voy a darte una pequeña lección de astronomía:
El universo está compuesto por millones de galaxias. Cada galaxia posee miles de sistemas planetarios. Nosotros estamos en el Sistema Solar, ubicado cerca de uno de los extremos de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Ahora bien, para que tengas una vaga idea de dimensiones, su diámetro es de 80 mil años luz (significa que la luz tarda 80 mil años en atravesarla). Aquí se presenta otro problemita: la luz viaja a 300 mil kilómetros por segundo, el hombre no puede viajar a esa velocidad (sería como dar siete vueltas y media a la Tierra a la altura del Ecuador en un segundo). Es decir, si pudiéramos hacer algo que de hecho no podemos (viajar a la velocidad de la luz), tardaríamos 80 mil años en atravesar sólo nuestra galaxia.
¿Para qué te mareo tanto con todos estos datos? Para que más o menos te imagines lo insignificantes que somos ante la inmensidad de la Creación. En cuanto a tiempo, toda la historia de la humanidad no ocupa más que el último segundo del año estelar. Somos insignificantes y efímeros como un suspiro en el viento.
Y, sin embargo, Dios nos ama. Dios piensa en nosotros, Dios nos cuida. "¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?", se pregunta el salmista. La respuesta es casi nada.
Pero, entonces, si el hombre no es nada, ¿por qué Dios piensa en él? ¿por qué lo toma en cuenta? Porque el hombre puede no ser nada, pero Dios es todo. Desde su eternidad, desde su omnipotencia, Dios elige amar al hombre. En consecuencia, piensa en él, toma en cuenta sus necesidades, lo cuida.
¡Tantas veces perdemos esto de vista! Dios no tiene la obligación ni la necesidad de amarnos. Lo hace porque quiere hacerlo. Muchas veces damos por sentado su amor hacia nosotros, y por ende, no cuidamos ese amor.
Normalmente, nos preocupamos (y ocupamos) de cuidar, respetar, honrar y amar a quienes nos aman. Los escuchamos, los aconsejamos. Les contamos lo que nos pasa, lo que nos duele, lo que soñamos. Les dedicamos tiempo. ¿Hacemos lo mismo con Dios?
Recién te dije que muchas veces no cuidamos el amor que Dios nos tiene, como lo haríamos con otra persona. Debo aclararte, en este punto, que así como no puedes hacer nada para que Dios te ame (lo hace porque quiere, no por cuán bueno seas), tampoco puedes hacer nada para que deje de hacerlo (lo hace porque quiere, no por cuán malo seas). No importa lo que hagas, de verdad. Repito: no importa lo que hagas, cualquier cosa sea, Dios jamás dejará de amarte.
Creo que todos deberíamos pensar un poco en lo chiquititos que somos ante Dios, en lo insignificante que somos dentro de la Creación (sólo una persona en medio de miles de millones a lo largo de toda la historia). Creo que deberíamos pensar un poco en la inmensidad de Dios, capaz de diseñar toda esa inconmensurable (que no puede medirse) creación y de amarla particularmente. Tan lejano como para crearlo todo y la vez tan cercano como para venir a morir por nosotros y acompañarnos hasta el fin del mundo (trascendencia e inmanencia de Dios).
Tenemos un Dios inmenso que nos ama, que piensa en nosotros, que nos cuida, que muere por nosotros y resucita para darnos vida.
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).
Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por amarme tanto, sin importar qué haga o deje de hacer. Perdóname por perder de vista tu incondicional amor y mi insignificancia ante tu majestad. En el nombre de Jesús, amén.
Hoy quiero compartirte un texto muy conocido de la Biblia, pero que a mí volvió a impactarme de una nueva forma:
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).
Voy a darte una pequeña lección de astronomía:
El universo está compuesto por millones de galaxias. Cada galaxia posee miles de sistemas planetarios. Nosotros estamos en el Sistema Solar, ubicado cerca de uno de los extremos de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Ahora bien, para que tengas una vaga idea de dimensiones, su diámetro es de 80 mil años luz (significa que la luz tarda 80 mil años en atravesarla). Aquí se presenta otro problemita: la luz viaja a 300 mil kilómetros por segundo, el hombre no puede viajar a esa velocidad (sería como dar siete vueltas y media a la Tierra a la altura del Ecuador en un segundo). Es decir, si pudiéramos hacer algo que de hecho no podemos (viajar a la velocidad de la luz), tardaríamos 80 mil años en atravesar sólo nuestra galaxia.
¿Para qué te mareo tanto con todos estos datos? Para que más o menos te imagines lo insignificantes que somos ante la inmensidad de la Creación. En cuanto a tiempo, toda la historia de la humanidad no ocupa más que el último segundo del año estelar. Somos insignificantes y efímeros como un suspiro en el viento.
Y, sin embargo, Dios nos ama. Dios piensa en nosotros, Dios nos cuida. "¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?", se pregunta el salmista. La respuesta es casi nada.
Pero, entonces, si el hombre no es nada, ¿por qué Dios piensa en él? ¿por qué lo toma en cuenta? Porque el hombre puede no ser nada, pero Dios es todo. Desde su eternidad, desde su omnipotencia, Dios elige amar al hombre. En consecuencia, piensa en él, toma en cuenta sus necesidades, lo cuida.
¡Tantas veces perdemos esto de vista! Dios no tiene la obligación ni la necesidad de amarnos. Lo hace porque quiere hacerlo. Muchas veces damos por sentado su amor hacia nosotros, y por ende, no cuidamos ese amor.
Normalmente, nos preocupamos (y ocupamos) de cuidar, respetar, honrar y amar a quienes nos aman. Los escuchamos, los aconsejamos. Les contamos lo que nos pasa, lo que nos duele, lo que soñamos. Les dedicamos tiempo. ¿Hacemos lo mismo con Dios?
Recién te dije que muchas veces no cuidamos el amor que Dios nos tiene, como lo haríamos con otra persona. Debo aclararte, en este punto, que así como no puedes hacer nada para que Dios te ame (lo hace porque quiere, no por cuán bueno seas), tampoco puedes hacer nada para que deje de hacerlo (lo hace porque quiere, no por cuán malo seas). No importa lo que hagas, de verdad. Repito: no importa lo que hagas, cualquier cosa sea, Dios jamás dejará de amarte.
Creo que todos deberíamos pensar un poco en lo chiquititos que somos ante Dios, en lo insignificante que somos dentro de la Creación (sólo una persona en medio de miles de millones a lo largo de toda la historia). Creo que deberíamos pensar un poco en la inmensidad de Dios, capaz de diseñar toda esa inconmensurable (que no puede medirse) creación y de amarla particularmente. Tan lejano como para crearlo todo y la vez tan cercano como para venir a morir por nosotros y acompañarnos hasta el fin del mundo (trascendencia e inmanencia de Dios).
Tenemos un Dios inmenso que nos ama, que piensa en nosotros, que nos cuida, que muere por nosotros y resucita para darnos vida.
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).
Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por amarme tanto, sin importar qué haga o deje de hacer. Perdóname por perder de vista tu incondicional amor y mi insignificancia ante tu majestad. En el nombre de Jesús, amén.
abril 12, 2006
Ya no llegues tarde a tu cita
¡Gloria a Dios porque Jesucristo vive! ¡Bendito sea Su nombre porque la muerte no lo retuvo!
Hoy quiero decirte que tienes una gran cita. Una reunión importantísima, a la que te es imprescindible asistir.
Si llegas a tiempo, si no te distraes con nada, si logras poner todo tu empeño en estar ahí en la hora indicada, en el momento oportuno, tendrás el privilegio de conocer al Rey de reyes, al Señor de señores.
Él nunca llega tarde. Jamás tiene excusas para presentarte. En toda tu vida, ni una sola vez te ha dejado plantado. Siempre, absolutamente siempre, cumple con su Palabra. Él dijo: "Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón" (Jeremías 29:13). El autor de la epístola de Santiago escribió: "Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes" (Santiago 4:8). Recuerda que "Dios no puede mentir" (Tito 1:2), pero sobre todo, que "Dios es amor" (1º Juan 4:8), por lo que jamás te abandonaría.
Quiero que pienses en lo siguiente: Hace más de dos mil años, el Verbo (es decir, aquel que creó todas las cosas que ves, sientes, e incluso las que nunca llegarás a entender) se hizo carne y caminó entre los hombres. ¿Para qué? Para rescatar a una humanidad perdida en su autosuficiencia, incapaz de alcanzar a Dios. Desde antes de la fundación del mundo, Cristo ya había decidido entregar su vida en rescate de la tuya y la mía. Para eso es que vino a este mundo. Quienes lo vieron, lo llamaron Jesús, el Nazareno. Quienes lo reconocimos como el Hijo de Dios, lo llamamos Cristo, el Señor.
Fue este tal Jesús, el Verbo encarnado, quien vivió con el único propósito de morir por ti. El Cristo, el Mesías, sólo vino al mundo para morir. Y a ello se dedicó, obstinadamente.
Sin perder oportunidad, desafió toda autoridad despótica. Se encargó de desestabilizar todas las estructuras religiosas de la época (porque Dios es una persona, no una cosa que se puede encasillar en nuestros egoísmos y mezquindades). En todo momento, denunció la injusticia. A cada paso, se ocupó de devolver la esperanza a los hombres, trayendo sanidad, alegría y paz. Logró el milagro de convertir la utopía (que significa "no lugar", precisamente por su imposibilidad de concretarse) en algo no sólo aspirable, sino posible, a través de la acción de su Santo Espíritu. A través de su vida, demostró la viabilidad del Reino de Dios.
Sin embargo, es con su muerte con lo que lo hizo posible. Una muerte planificada aún antes de que existieran los cielos y la tierra, antes de que la luz fuese separada de las tinieblas. Una muerte imprescindible para redimir -que significa liberar de las ataduras- al hombre de su pecado (aquellos actos o pensamientos que atentan contra Dios, los demás o uno mismo). Una muerte a la que se presentó puntualmente, sin medir riesgos, sin presentar objeciones, sin pensar en sí mismo (Él entregó su vida, nadie se la quitó).
Jesús, Cristo, el Verbo, fiel a su promesa, estuvo en el lugar indicado a la hora señalada para cambiar la historia de la humanidad. Y lo hizo, porque la cruz no pudo retenerlo, sino que al tercer día, resucitó de la muerte. Y hoy vive y espera por ti.
Esto es lo que se celebra en estos días por todo el mundo.
Ahora bien, déjame decirte algo: todos estamos llamados a acudir a esa cita, cada día. Cristo murió por ti (y por mí), para que tú (y yo) vivas por Él. Tu vida y tu eternidad son diferentes gracias a su sacrificio. Cada momento que vives, se lo debes a Él. Es por Él y para Él que estás aquí. Cada vez que te levantas, Cristo te llama: "preséntate ante la cruz, quiero amarte, bendecirte, sanarte; y quiero que hagas lo mismo con quienes te rodean".
Y sin embargo, tantas veces no acudimos a la cita, tantas veces llegamos tarde, con excusas tontas que no nos convencen ni siquiera a nosotros mismos. "Cuando estás asediado por la tentación de lamentarte del camino impracticable, prueba a controlar el equipaje, haz un inventario lúcido y valeroso. Te darás cuenta de qué quintales de bagatelas, pequeñeces, preocupaciones mezquinas, ansiedades injustificadas, pretensiones de distinta índole, fruslerías, estorbos múltiples, te complican la marcha, y te hacen faltar a citas decisivas con Dios y los hermanos" (Pronzato, Alessandro. La seducción de Dios. Salamanca, Sígueme, 1973).
Ya no llegues tarde, ya no faltes más. Dios te está esperando: "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación" (2º Corintios 6:2).
No caigas en el error de pensar que sólo se trata de una decisión puntual, en vez de un estilo de vida: "Si alguien quiere ser mi discípulo -dijo Jesús-, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga" (Lucas 9:23). Cada día, todos los días tienes una cita con Cristo. ¡Ya no te la pierdas!
"Señor, por la mañana, cuando mis ojos se abren a la luz y a las novedades del día que nace, haz que se abran también a las novedades y a las sorpresas imprevisibles de tus encuentros.
Dame ojos nuevos para verte, para reconocerte en todos los rostros que se cruzan en mi camino.
Proporcióname ojos nuevos. Los ojos de antes no me sirven ya. No puedo fiarme de ellos.
Señor, tengo necesidad de ojos nuevos para reconocerte, desde el momento que Tú has optado la costumbre de viajar de incógnito y de semejar siempre... otro.
... Y no me dejes caer en la distracción.
Mas líbrame del atolondramiento" (Pronzato, Alessandro, op. cit.). En el nombre de Jesús, Cristo, el Hijo de Dios, amén.
Hoy quiero decirte que tienes una gran cita. Una reunión importantísima, a la que te es imprescindible asistir.
Si llegas a tiempo, si no te distraes con nada, si logras poner todo tu empeño en estar ahí en la hora indicada, en el momento oportuno, tendrás el privilegio de conocer al Rey de reyes, al Señor de señores.
Él nunca llega tarde. Jamás tiene excusas para presentarte. En toda tu vida, ni una sola vez te ha dejado plantado. Siempre, absolutamente siempre, cumple con su Palabra. Él dijo: "Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón" (Jeremías 29:13). El autor de la epístola de Santiago escribió: "Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes" (Santiago 4:8). Recuerda que "Dios no puede mentir" (Tito 1:2), pero sobre todo, que "Dios es amor" (1º Juan 4:8), por lo que jamás te abandonaría.
Quiero que pienses en lo siguiente: Hace más de dos mil años, el Verbo (es decir, aquel que creó todas las cosas que ves, sientes, e incluso las que nunca llegarás a entender) se hizo carne y caminó entre los hombres. ¿Para qué? Para rescatar a una humanidad perdida en su autosuficiencia, incapaz de alcanzar a Dios. Desde antes de la fundación del mundo, Cristo ya había decidido entregar su vida en rescate de la tuya y la mía. Para eso es que vino a este mundo. Quienes lo vieron, lo llamaron Jesús, el Nazareno. Quienes lo reconocimos como el Hijo de Dios, lo llamamos Cristo, el Señor.
Fue este tal Jesús, el Verbo encarnado, quien vivió con el único propósito de morir por ti. El Cristo, el Mesías, sólo vino al mundo para morir. Y a ello se dedicó, obstinadamente.
Sin perder oportunidad, desafió toda autoridad despótica. Se encargó de desestabilizar todas las estructuras religiosas de la época (porque Dios es una persona, no una cosa que se puede encasillar en nuestros egoísmos y mezquindades). En todo momento, denunció la injusticia. A cada paso, se ocupó de devolver la esperanza a los hombres, trayendo sanidad, alegría y paz. Logró el milagro de convertir la utopía (que significa "no lugar", precisamente por su imposibilidad de concretarse) en algo no sólo aspirable, sino posible, a través de la acción de su Santo Espíritu. A través de su vida, demostró la viabilidad del Reino de Dios.
Sin embargo, es con su muerte con lo que lo hizo posible. Una muerte planificada aún antes de que existieran los cielos y la tierra, antes de que la luz fuese separada de las tinieblas. Una muerte imprescindible para redimir -que significa liberar de las ataduras- al hombre de su pecado (aquellos actos o pensamientos que atentan contra Dios, los demás o uno mismo). Una muerte a la que se presentó puntualmente, sin medir riesgos, sin presentar objeciones, sin pensar en sí mismo (Él entregó su vida, nadie se la quitó).
Jesús, Cristo, el Verbo, fiel a su promesa, estuvo en el lugar indicado a la hora señalada para cambiar la historia de la humanidad. Y lo hizo, porque la cruz no pudo retenerlo, sino que al tercer día, resucitó de la muerte. Y hoy vive y espera por ti.
Esto es lo que se celebra en estos días por todo el mundo.
Ahora bien, déjame decirte algo: todos estamos llamados a acudir a esa cita, cada día. Cristo murió por ti (y por mí), para que tú (y yo) vivas por Él. Tu vida y tu eternidad son diferentes gracias a su sacrificio. Cada momento que vives, se lo debes a Él. Es por Él y para Él que estás aquí. Cada vez que te levantas, Cristo te llama: "preséntate ante la cruz, quiero amarte, bendecirte, sanarte; y quiero que hagas lo mismo con quienes te rodean".
Y sin embargo, tantas veces no acudimos a la cita, tantas veces llegamos tarde, con excusas tontas que no nos convencen ni siquiera a nosotros mismos. "Cuando estás asediado por la tentación de lamentarte del camino impracticable, prueba a controlar el equipaje, haz un inventario lúcido y valeroso. Te darás cuenta de qué quintales de bagatelas, pequeñeces, preocupaciones mezquinas, ansiedades injustificadas, pretensiones de distinta índole, fruslerías, estorbos múltiples, te complican la marcha, y te hacen faltar a citas decisivas con Dios y los hermanos" (Pronzato, Alessandro. La seducción de Dios. Salamanca, Sígueme, 1973).
Ya no llegues tarde, ya no faltes más. Dios te está esperando: "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación" (2º Corintios 6:2).
No caigas en el error de pensar que sólo se trata de una decisión puntual, en vez de un estilo de vida: "Si alguien quiere ser mi discípulo -dijo Jesús-, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga" (Lucas 9:23). Cada día, todos los días tienes una cita con Cristo. ¡Ya no te la pierdas!
"Señor, por la mañana, cuando mis ojos se abren a la luz y a las novedades del día que nace, haz que se abran también a las novedades y a las sorpresas imprevisibles de tus encuentros.
Dame ojos nuevos para verte, para reconocerte en todos los rostros que se cruzan en mi camino.
Proporcióname ojos nuevos. Los ojos de antes no me sirven ya. No puedo fiarme de ellos.
Señor, tengo necesidad de ojos nuevos para reconocerte, desde el momento que Tú has optado la costumbre de viajar de incógnito y de semejar siempre... otro.
... Y no me dejes caer en la distracción.
Mas líbrame del atolondramiento" (Pronzato, Alessandro, op. cit.). En el nombre de Jesús, Cristo, el Hijo de Dios, amén.
Suscribirse a:
Comment Feed (RSS)