Voy a contarte una historia. Trata de imaginarte la escena, es importante que puedas visualizar en tu mente todo lo que en ella sucede (no voy a pedirte que cierres tus ojos, porque entonces no podrías leer, jajaja -ya sé que el chiste es malo, pero es un chiste al fin-). Dios te bendiga.
"Eran las siete de la tarde, estaba oscureciendo. Hacía calor. Un grupo de personas estábamos reunidas en el tercer piso de un edificio en torno a un hombre que había venido a visitarnos. Él hablaba con autoridad. Cada tanto, alguno de nosotros levantaba su mano, preguntaba algo y comenzaba una pequeña discusión. Cerca de las nueve, decidimos encender varias lámparas de aceite y unas cuantas antorchas, dado que ya no se veía bien. De más está decir que el aire comenzó a caldearse, por lo que abrimos varios ventanales que llegaban casi hasta el suelo.
Yo había trabajado todo el día, estaba cansado y muerto de calor. Me acerqué a una de estas ventanas y me quedé parado ahí, donde corría más aire. Finalmente, decidí sentarme en el marco, para estar más cómodo.
Podía escuchar lo que los otros hablaban, pero no participaba. Cada tanto, miraba hacia afuera. La noche, con sus sombras y sus ruidos, siempre me había atraído.
Ya era casi media noche y el hombre seguía hablando. Me interesaba escucharlo, se notaba que era alguien muy sabio, pero realmente estaba muy cansado. Me fui quedando dormido, mientras me distraía en mis pensamientos.
Cuando abrí los ojos, el hombre que había estado enseñándonos, me abrazaba. Como estaba tirado en el suelo, me ayudó a levantarme. Estábamos rodeados por varias personas que nos miraban fijamente, sorprendidas.
-No se preocupen, está vivo- dijo con tranquilidad, riendo.
En ese momento entendí lo que había pasado: me había quedado dormido y me había caído de la ventana; él me había vuelto a poner en pié".
Esta historia cobrará más importancia para ti cuando te diga que está relatada en el libro de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 20, versículos del 7 al 12. El hombre que estaba hablando era Pablo y el chico que se cae de la ventana, un joven llamado Eutico.
Detengámonos primeramente en el lugar del narrador.
Personalmente, sé lo que es estar sentado en la ventana. Sé bien lo que es escuchar lo que pasa adentro, saber de qué se trata todo lo que allí se habla, ver cómo se hacen las cosas allí, pero nunca participar, nunca comprometerse. Sé bien lo que es mirar hacia afuera y ver lo que hacen los que allí viven, pero no hacer lo mismo. Lo malo de todo esto es que no se vive afuera, ni tampoco adentro. Uno se comporta como los de adentro, sin serlo; y mira como los de afuera, sin ser uno de ellos tampoco. Por alguna extraña razón, lo de afuera siempre parece más interesante que lo de adentro, cuando en verdad no lo es.
Lo más duro de estar en el medio, sentado en la ventana, es que cuando se te acaban las fuerzas y te caes, siempre te caes hacia afuera, nunca hacia adentro.
Adentro hay luz; afuera, oscuridad. Adentro hay vida; afuera, muerte. Adentro hay esperanza; afuera, resignación. Sin embargo, cuesta tanto decidirse por entrar... (sé que a mí me costó mucho tiempo, mucho dolor incluso).
Si tú recibiste a Cristo como tu Señor y salvador, ya eres parte del grupo que vive adentro. Eres un "hijo de luz" (1º Tesalonicenses 5:5), entra entonces a la luz de Dios y aléjate de las tinieblas de la duda, de la oscuridad de la ignorancia. Mientras estés en la ventana, vas a perderte de la mejor parte de las cosas que ocurren dentro, porque las verás pasar a lo lejos, pero no podrás alcanzarlas. Quizás estarás mejor que los de afuera, pero sería como si estuvieses en un desierto, viendo un oasis, pero no te acercaras a tomar agua de él.
Te animo a que hagas, cuando menos, como los que "ven luz y entran", porque por lo menos lo hacen. Si estás en el medio, significa que conoces lo mejor y peor de ambos mundos, porque te pasaste la vida siendo un espectador en ambos. Comienza, entonces, a ser un protagonista, decídete a entrar.
Pasemos al lugar del personaje principal. Esto es, con toda seguridad, lo que Dios espera de nosotros.
El apóstol estaba explicando a la gente de Troas cómo ser un discípulo de Cristo, cuando Eutico se cae de la ventana. Un grupo baja corriendo y, al encontrarlo muerto, comienza a gritar. Finalmente, Pablo decide bajar. Encuentra al joven tirado en la tierra, por lo que "se echa sobre él, lo abraza y dice: ¡No se alarmen, está vivo!" (Hechos 20:10). ¿Entiendes su actitud? Pablo sale de la luz y se adentra en la oscuridad, donde encuentra a Eutico muerto en el suelo. Se agacha, manchándose él mismo con la tierra, y lo abraza fuerte -como Dios nos abraza cuando nos perdona-. Finalmente, lo levanta y lo lleva nuevamente a la luz.
Santiago 5:20 dice: "Quien hace volver a un pecador de su extravío, lo salvará de la muerte y cubrirá una multitud de pecados". Este es exactamente lo que Pablo hizo por Eutico. Lo sacó del error de su camino, devolviéndolo a la vida.
Si eres de los que están adentro, no te olvides nunca de ayudar a los que quieren entrar. Dios te mandó a ser una "luz para las naciones" (Isaías 49:6). A veces, sólo tendrás que indicarles la forma para hacerlo; otras, los tomarás de la mano durante su camino de ingreso; y otras, deberás salir y cargarlos en tus brazos mientras recobran las fuerzas.
Es un duro camino el que hay entre ser el narrador de la historia y ser el protagonista. Te animo a que, de la mano de Jesús, te adentres en esta aventura. Nunca estarás solo, Él siempre estará a tu lado (Mateo 28:20). Atrévete. Créele a Dios.
Señor, gracias por haberme ayudado a decidirme a entrar en Tu luz. Gracias porque aquí hay vida y esperanza. No permitas que me olvide de ayudar a otros a entrar en esta luz. Sé que para eso me llamaste. Amén.
marzo 15, 2005
marzo 08, 2005
Decisiones que trascienden
Si alguna vez oraste con fervor, derramándote ante el Señor; si alguna vez te cansaste de repetir "Señor, acá estoy, por favor, respóndeme"; si alguna vez te desesperaste por ver el rostro de Cristo o por escuchar Su voz hablándote, y sencillamente nada ocurrió, te pido que levantes tu mano. Me imagino tu cara de tristeza al recordar con pesar esos momentos, mientras alzas tu brazo.
Déjame decirte que es normal. Le pasa a todo el mundo. La fe no es la capacidad de percibir sobrenaturalemente a Dios. Al contrario, la fe es -sencillamente- "la seguridad intelectual de que Él está ahí" (Hebreos 11:1), y que escucha, que le importa.
Sin embargo, éstas son sólo palabras, y ¡qué importan las expresiones cuando la angustia te postra en tierra y la luz de la esperanza en aquello que no se ve parece extinguirse! Cuanto todo se torna negro, es negro y punto. Y duele que todo sea negro.
Hace unos días viví algo parecido, quizás no tan trágico, pero sí un poco desesperante. Me había puesto a orar, pidiéndole dirección a Dios en algunas decisiones que debo tomar. Simplemente, necesitaba saber que estaba haciendo Su perfecta voluntad en mi vida. El problema era que, por más sincera y comprometida que mi oración fuera, no parecía obtener respuesta alguna.
Algo desanimado, me acerqué a mi computadora para responder algunos mensajes (al margen, perdón por la tardanza). El primero que leí, citaba un versículo al final, Jeremías capítulo 33, versículo 3:
"Dice el Señor: Clama a Mí y te responderé, y te daré a conocer cosas grandes y ocultas que tú no sabes”.
Me quedé helado. No podía creer lo que acababa de leer (es más, lo leí varias veces para asegurarme de que era cierto). Tuve la oportunidad de experimentar algo que había aprendido de niño: Dios siempre escucha, es sólo que a veces no responde como esperamos que lo haga.
“Dice el Señor: Si te humillas y oras, y me buscas y abandonas tu mala conducta, Yo te escucharé desde el cielo, perdonaré tu pecado y te restauraré. Mantendré abiertos mis ojos, y atentos mis oídos a las oraciones que hagas. Desde ahora y para siempre te escojo y consagro para habitar en ti. Mis ojos y mi corazón siempre estarán en ti”. (2º Crónicas 7:14-16)
Wow. Lo único que Dios nos pide, es que dejemos nuestra vieja manera de vivir y lo busquemos a Él de todo corazón (Efesios 4:22-23 y 1º Pedro 4:3).
El profeta Joel escribió: “Ahora bien -afirma el Señor-, vuélvete a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Rásgate el corazón y no las vestiduras (dice esto porque los judíos solían arrancarse la ropa en señal de humillación). Vuélvete al Señor tu Dios, porque Él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor” (Joel 2:12-13).
Santiago -al igual que Joel en el versículo anterior- habló de la necesidad de una actitud sincera de corazón para acercarse al Señor: “¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón! Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto, y su alegría en tristeza. Humíllense delante de Dios, y Él los exaltará” (Santiago 4:8-10).
Este pasaje me lo regaló mi mamá hace unos cuantos años ya: “Si le entregas a Dios tu corazón y extiendes tus manos hacia Él, si te apartas del pecado que has cometido y en tu morada no das cabida al mal, entonces podrás llevar la frente en alto y mantenerte firme y libre de temor. Ciertamente olvidarás tus pesares, o los recordarás como agua que pasó. Tu vida será más radiante que el sol del mediodía, y la oscuridad será como el amanecer. Vivirás tranquilo, porque hay esperanza; mirarás en torno tuyo y dormirás confiado. Descansarás sin temer a nadie, y muchos querrán ganarse tu favor” (Job 11:13-19).
Dios le dijo lo siguiente a Moisés: “Mira el pacto que hago contigo: A la vista de todo tu pueblo haré maravillas que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación alguna. Todo el pueblo en medio del cual estás verá la obra del Señor; porque será cosa tremenda la que Yo haré contigo. Por lo que a ti te toca, cumple con lo que hoy te mando” (Éxodo 34:10-11).
Quiero quedarme con la última frase, la que habilita el cumplimiento de la promesa de Dios. Cada uno sabe lo que Dios le está pidiendo. Cada uno es conciente de aquellas cosas que todavía no rindió a los pies de Cristo. Yo tengo las mías, y lucho con ellas cada día. Seguramente, tú tienes las tuyas. Cada día, Dios me desafía a mí (como a ti también) a que "cumpla con aquello que me manda". La decisión de hacerlo me compete únicamente a mí. Nadie puede tomarla por mí, ni siquiera Dios mismo, porque para eso nos dio el libre albedrío (que es sencillamente la capacidad de decisión). Ahora bien, soy consiente (como también tú debes serlo) de que, por esa misma razón, soy también responsable de las consecuencias -buenas y malas- que esta decisión traiga. Los versículos que hoy transcribí, entre algunos otros, son los que me ayudan a escoger aquello que es mejor para mí, es decir, "la agradable y perfecta voluntad de Dios" (Romanos 12:2). Espero que tú también decidas lo mismo.
Señor, gracias, otra vez, por Tu Palabra. Gracias porque me reconforta, asegurándome que siempre estás para mí. Ayúdame a elegir siempre lo mejor. Te necesito en mi vida. Necesito de Tu dirección. Amén.
Déjame decirte que es normal. Le pasa a todo el mundo. La fe no es la capacidad de percibir sobrenaturalemente a Dios. Al contrario, la fe es -sencillamente- "la seguridad intelectual de que Él está ahí" (Hebreos 11:1), y que escucha, que le importa.
Sin embargo, éstas son sólo palabras, y ¡qué importan las expresiones cuando la angustia te postra en tierra y la luz de la esperanza en aquello que no se ve parece extinguirse! Cuanto todo se torna negro, es negro y punto. Y duele que todo sea negro.
Hace unos días viví algo parecido, quizás no tan trágico, pero sí un poco desesperante. Me había puesto a orar, pidiéndole dirección a Dios en algunas decisiones que debo tomar. Simplemente, necesitaba saber que estaba haciendo Su perfecta voluntad en mi vida. El problema era que, por más sincera y comprometida que mi oración fuera, no parecía obtener respuesta alguna.
Algo desanimado, me acerqué a mi computadora para responder algunos mensajes (al margen, perdón por la tardanza). El primero que leí, citaba un versículo al final, Jeremías capítulo 33, versículo 3:
"Dice el Señor: Clama a Mí y te responderé, y te daré a conocer cosas grandes y ocultas que tú no sabes”.
Me quedé helado. No podía creer lo que acababa de leer (es más, lo leí varias veces para asegurarme de que era cierto). Tuve la oportunidad de experimentar algo que había aprendido de niño: Dios siempre escucha, es sólo que a veces no responde como esperamos que lo haga.
“Dice el Señor: Si te humillas y oras, y me buscas y abandonas tu mala conducta, Yo te escucharé desde el cielo, perdonaré tu pecado y te restauraré. Mantendré abiertos mis ojos, y atentos mis oídos a las oraciones que hagas. Desde ahora y para siempre te escojo y consagro para habitar en ti. Mis ojos y mi corazón siempre estarán en ti”. (2º Crónicas 7:14-16)
Wow. Lo único que Dios nos pide, es que dejemos nuestra vieja manera de vivir y lo busquemos a Él de todo corazón (Efesios 4:22-23 y 1º Pedro 4:3).
El profeta Joel escribió: “Ahora bien -afirma el Señor-, vuélvete a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Rásgate el corazón y no las vestiduras (dice esto porque los judíos solían arrancarse la ropa en señal de humillación). Vuélvete al Señor tu Dios, porque Él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor” (Joel 2:12-13).
Santiago -al igual que Joel en el versículo anterior- habló de la necesidad de una actitud sincera de corazón para acercarse al Señor: “¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón! Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto, y su alegría en tristeza. Humíllense delante de Dios, y Él los exaltará” (Santiago 4:8-10).
Este pasaje me lo regaló mi mamá hace unos cuantos años ya: “Si le entregas a Dios tu corazón y extiendes tus manos hacia Él, si te apartas del pecado que has cometido y en tu morada no das cabida al mal, entonces podrás llevar la frente en alto y mantenerte firme y libre de temor. Ciertamente olvidarás tus pesares, o los recordarás como agua que pasó. Tu vida será más radiante que el sol del mediodía, y la oscuridad será como el amanecer. Vivirás tranquilo, porque hay esperanza; mirarás en torno tuyo y dormirás confiado. Descansarás sin temer a nadie, y muchos querrán ganarse tu favor” (Job 11:13-19).
Dios le dijo lo siguiente a Moisés: “Mira el pacto que hago contigo: A la vista de todo tu pueblo haré maravillas que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación alguna. Todo el pueblo en medio del cual estás verá la obra del Señor; porque será cosa tremenda la que Yo haré contigo. Por lo que a ti te toca, cumple con lo que hoy te mando” (Éxodo 34:10-11).
Quiero quedarme con la última frase, la que habilita el cumplimiento de la promesa de Dios. Cada uno sabe lo que Dios le está pidiendo. Cada uno es conciente de aquellas cosas que todavía no rindió a los pies de Cristo. Yo tengo las mías, y lucho con ellas cada día. Seguramente, tú tienes las tuyas. Cada día, Dios me desafía a mí (como a ti también) a que "cumpla con aquello que me manda". La decisión de hacerlo me compete únicamente a mí. Nadie puede tomarla por mí, ni siquiera Dios mismo, porque para eso nos dio el libre albedrío (que es sencillamente la capacidad de decisión). Ahora bien, soy consiente (como también tú debes serlo) de que, por esa misma razón, soy también responsable de las consecuencias -buenas y malas- que esta decisión traiga. Los versículos que hoy transcribí, entre algunos otros, son los que me ayudan a escoger aquello que es mejor para mí, es decir, "la agradable y perfecta voluntad de Dios" (Romanos 12:2). Espero que tú también decidas lo mismo.
Señor, gracias, otra vez, por Tu Palabra. Gracias porque me reconforta, asegurándome que siempre estás para mí. Ayúdame a elegir siempre lo mejor. Te necesito en mi vida. Necesito de Tu dirección. Amén.
marzo 02, 2005
No estamos solos
Bendiciones.
Quizás esto se haga un poco largo, pero considero que en este caso vale la pena. El siguiente es -a mi entender- uno de los pasajes más poderosos de la Biblia. Mi idea es, de alguna manera, tratar de alcanzar la significancia total de las palabras del apóstol.
“Humíllense bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo. Depositen en Él toda su ansiedad, porque Él cuida de ustedes.
Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos.
Y después de que hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará firmes y estables. A Él sea el poder por los siglos de los siglos. Amén”. (1º Pedro 5:6-11)
Empecemos:
"Humíllense bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo".
Sé que “Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes” (Proverbios 3:34). Sin embargo, este es el punto que a mí más me cuesta: aprender a morir a mí mismo para dejar que Él viva en mí, de tal manera que cada vez sea menos yo y, por ende, más Él. No debo olvidar que “Dios consuela a los humildes” (2º Corintios 7:6) y que "ellos recibirán la tierra como herencia” (Mateo 5:5).
"Depositen en Él toda su ansiedad, porque Él cuida de ustedes".
¡Cuántas veces me ahogo en un vaso de agua! Diariamente siento que mis problemas me sobrepasan, que mis angustias me abaten. Muy frecuentemente la nostalgia me tira para abajo y la melancolía me detiene. Mis fracasos y mis omisiones se me hacen una carga insoportable. Seguramente, es porque no termino de entender que no debo contarle a Dios cuán grandes son las circunstancias que me rodean, sino mostrarle a estas circunstancias cuán grande es mi Dios.
Jesús dijo: “No se preocupen por su vida (qué comerán o qué beberán), ni por su cuerpo (cómo se vestirán); ni se angustien por el mañana; porque quienes no conocen a Cristo andan tras todas estas cosas, y el Padre celestial sabe que ustedes las necesitan. Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:25-34).
El otro día hablaba con un amigo (te quiero, Ale) sobre este versículo, y me dijo algo que me pareció brillante: "si buscando a Dios, las demás cosas vienen con Él, lo peor que podemos hacer es buscar esas cosas primero, porque de ninguna manera Dios vendrá con ellas".
"Practiquen el dominio propio".
“Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino uno de poder, de amor y de dominio propio” (2º Timoteo 1:7), por esto, "dispongámonos a actuar con inteligencia; tengamos domino propio; pongamos nuestra esperanza completamente en la gracia que se nos dará cuando Jesucristo vuelva” (1º Pedro 1:13).
"Manténganse alerta".
El apóstol Pablo lo explicó bien: "Entendamos el tiempo en que vivimos. Ya es hora de que despertemos de nuestro letargo, pues nuestra salvación está ahora más cerca que cuando inicialmente creímos. La noche está por terminar; el día casi está aquí. Por eso, dejemos a un lado las obras de la oscuridad y pongámonos la armadura de la luz. Comportémonos decentemente, como a la luz del día, no en orgías y borracheras, ni en inmoralidad sexual ni libertinaje, ni en disensiones y envidias. Más bien, revistámonos del Señor Jesucristo, y no pensemos en cómo satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa" (Romanos 13:11-14).
"Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quien devorar".
Estas palabras de Pedro son las mismas que Dios le dijo a Caín antes de que él -por envidia- matara a su hermano Abel: “Si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte" (Génesis 4:7). Sin embargo, el versículo continúa, diciendo: "no obstante, tú puedes dominarlo”. Si depositamos nuestra confianza en Cristo, Él, quien venció al pecado y la muerte, nos dará las armas necesarias para hacer lo mismo.
"Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos".
Me encanta esta parte. Sé que si me “someto a Dios, y resisto al diablo, él huirá de mí” (Santiago 4:7). También sé que la manera de estar firme es “permanecer alerta y orar, para no caer en tentación”, como dice Mateo 26:41.
Sin embargo, el fragmento que más me gusta es el que me obliga a tomar conciencia de que no estoy solo en lo que me pasa, de que Dios no se ensañó conmigo, sino que es normal que me sucedan las cosas que me suceden, porque -como dijo Jesús- "en el mundo pasaremos aflicción, sólo debemos confiar, porque Él ha vencido al mundo" (Juan 16:33). Lo mejor, es que “no tenemos un sumo sacerdote (Cristo) incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, pero sin pecado” (Hebreos 4:15), por lo que, “por haber sufrido Él la tentación, es poderoso para socorrernos cuando somos tentados” (Hebreos 2:18).
"Y después de que hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará firmes y estables”.
Sabemos que pasaremos momentos difíciles, lo importante es tener tan claro lo siguiente, como el apóstol Pablo lo tenía: “nos regocijamos en nuestro sufrimiento, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos decepciona, porque el amor de Dios fue derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:3-5). O quizás, tanto como Pedro: “por su gran misericordia, Dios nos hizo nacer de nuevo a través de la resurrección de su hijo Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva y recibamos una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Esta herencia está reservada en el Cielo para nosotros, a quienes el poder de Dios protege mediante la fe. Esto es para nosotros motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora hemos tenido que pasar por diversas pruebas por un poco de tiempo. De esta manera, nuestra fe, a través de las pruebas (como el oro a través del fuego), demostrará ser digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo vuelva” (1º Pedro 1:3-7).
Todo este pasaje me alienta y me exhorta a confiar más en Dios. Me tranquiliza saber que Él cuida de mí, y que por eso no tengo que preocuparme por nada más que buscarlo de corazón. Esta verdad me anima a permanecer bajo su autoridad en mi vida. Me llena de gozo saber que Cristo me comprende en mis dificultades, porque Él mismo las sintió, y no sólo eso, sino que tuvo el poder de vencerlas a todas. Entiendo que mantenerme sujeto a Él, haciendo aquello para lo que me creó, es la única forma de alejarme del mal. Sé que pese a que tenga que atravesar por las circunstancias más duras, Él me promete restaurarme, hacerme firme y estable.
Señor, gracias por tu hermosa Palabra. Gracias porque es tan oportuna. Gracias porque no estamos solos. "A Vos sea el poder por los siglos de los siglos. Amén".
Quizás esto se haga un poco largo, pero considero que en este caso vale la pena. El siguiente es -a mi entender- uno de los pasajes más poderosos de la Biblia. Mi idea es, de alguna manera, tratar de alcanzar la significancia total de las palabras del apóstol.
“Humíllense bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo. Depositen en Él toda su ansiedad, porque Él cuida de ustedes.
Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos.
Y después de que hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará firmes y estables. A Él sea el poder por los siglos de los siglos. Amén”. (1º Pedro 5:6-11)
Empecemos:
"Humíllense bajo la poderosa mano de Dios, para que Él los exalte a su debido tiempo".
Sé que “Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes” (Proverbios 3:34). Sin embargo, este es el punto que a mí más me cuesta: aprender a morir a mí mismo para dejar que Él viva en mí, de tal manera que cada vez sea menos yo y, por ende, más Él. No debo olvidar que “Dios consuela a los humildes” (2º Corintios 7:6) y que "ellos recibirán la tierra como herencia” (Mateo 5:5).
"Depositen en Él toda su ansiedad, porque Él cuida de ustedes".
¡Cuántas veces me ahogo en un vaso de agua! Diariamente siento que mis problemas me sobrepasan, que mis angustias me abaten. Muy frecuentemente la nostalgia me tira para abajo y la melancolía me detiene. Mis fracasos y mis omisiones se me hacen una carga insoportable. Seguramente, es porque no termino de entender que no debo contarle a Dios cuán grandes son las circunstancias que me rodean, sino mostrarle a estas circunstancias cuán grande es mi Dios.
Jesús dijo: “No se preocupen por su vida (qué comerán o qué beberán), ni por su cuerpo (cómo se vestirán); ni se angustien por el mañana; porque quienes no conocen a Cristo andan tras todas estas cosas, y el Padre celestial sabe que ustedes las necesitan. Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:25-34).
El otro día hablaba con un amigo (te quiero, Ale) sobre este versículo, y me dijo algo que me pareció brillante: "si buscando a Dios, las demás cosas vienen con Él, lo peor que podemos hacer es buscar esas cosas primero, porque de ninguna manera Dios vendrá con ellas".
"Practiquen el dominio propio".
“Dios no nos dio un espíritu de cobardía, sino uno de poder, de amor y de dominio propio” (2º Timoteo 1:7), por esto, "dispongámonos a actuar con inteligencia; tengamos domino propio; pongamos nuestra esperanza completamente en la gracia que se nos dará cuando Jesucristo vuelva” (1º Pedro 1:13).
"Manténganse alerta".
El apóstol Pablo lo explicó bien: "Entendamos el tiempo en que vivimos. Ya es hora de que despertemos de nuestro letargo, pues nuestra salvación está ahora más cerca que cuando inicialmente creímos. La noche está por terminar; el día casi está aquí. Por eso, dejemos a un lado las obras de la oscuridad y pongámonos la armadura de la luz. Comportémonos decentemente, como a la luz del día, no en orgías y borracheras, ni en inmoralidad sexual ni libertinaje, ni en disensiones y envidias. Más bien, revistámonos del Señor Jesucristo, y no pensemos en cómo satisfacer los deseos de la naturaleza pecaminosa" (Romanos 13:11-14).
"Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quien devorar".
Estas palabras de Pedro son las mismas que Dios le dijo a Caín antes de que él -por envidia- matara a su hermano Abel: “Si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte" (Génesis 4:7). Sin embargo, el versículo continúa, diciendo: "no obstante, tú puedes dominarlo”. Si depositamos nuestra confianza en Cristo, Él, quien venció al pecado y la muerte, nos dará las armas necesarias para hacer lo mismo.
"Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos".
Me encanta esta parte. Sé que si me “someto a Dios, y resisto al diablo, él huirá de mí” (Santiago 4:7). También sé que la manera de estar firme es “permanecer alerta y orar, para no caer en tentación”, como dice Mateo 26:41.
Sin embargo, el fragmento que más me gusta es el que me obliga a tomar conciencia de que no estoy solo en lo que me pasa, de que Dios no se ensañó conmigo, sino que es normal que me sucedan las cosas que me suceden, porque -como dijo Jesús- "en el mundo pasaremos aflicción, sólo debemos confiar, porque Él ha vencido al mundo" (Juan 16:33). Lo mejor, es que “no tenemos un sumo sacerdote (Cristo) incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, pero sin pecado” (Hebreos 4:15), por lo que, “por haber sufrido Él la tentación, es poderoso para socorrernos cuando somos tentados” (Hebreos 2:18).
"Y después de que hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará firmes y estables”.
Sabemos que pasaremos momentos difíciles, lo importante es tener tan claro lo siguiente, como el apóstol Pablo lo tenía: “nos regocijamos en nuestro sufrimiento, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos decepciona, porque el amor de Dios fue derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:3-5). O quizás, tanto como Pedro: “por su gran misericordia, Dios nos hizo nacer de nuevo a través de la resurrección de su hijo Jesucristo, para que tengamos una esperanza viva y recibamos una herencia indestructible, incontaminada e inmarchitable. Esta herencia está reservada en el Cielo para nosotros, a quienes el poder de Dios protege mediante la fe. Esto es para nosotros motivo de gran alegría, a pesar de que hasta ahora hemos tenido que pasar por diversas pruebas por un poco de tiempo. De esta manera, nuestra fe, a través de las pruebas (como el oro a través del fuego), demostrará ser digna de aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo vuelva” (1º Pedro 1:3-7).
Todo este pasaje me alienta y me exhorta a confiar más en Dios. Me tranquiliza saber que Él cuida de mí, y que por eso no tengo que preocuparme por nada más que buscarlo de corazón. Esta verdad me anima a permanecer bajo su autoridad en mi vida. Me llena de gozo saber que Cristo me comprende en mis dificultades, porque Él mismo las sintió, y no sólo eso, sino que tuvo el poder de vencerlas a todas. Entiendo que mantenerme sujeto a Él, haciendo aquello para lo que me creó, es la única forma de alejarme del mal. Sé que pese a que tenga que atravesar por las circunstancias más duras, Él me promete restaurarme, hacerme firme y estable.
Señor, gracias por tu hermosa Palabra. Gracias porque es tan oportuna. Gracias porque no estamos solos. "A Vos sea el poder por los siglos de los siglos. Amén".
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