"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

marzo 15, 2005

El camino hacia la luz

Voy a contarte una historia. Trata de imaginarte la escena, es importante que puedas visualizar en tu mente todo lo que en ella sucede (no voy a pedirte que cierres tus ojos, porque entonces no podrías leer, jajaja -ya sé que el chiste es malo, pero es un chiste al fin-). Dios te bendiga.

"Eran las siete de la tarde, estaba oscureciendo. Hacía calor. Un grupo de personas estábamos reunidas en el tercer piso de un edificio en torno a un hombre que había venido a visitarnos. Él hablaba con autoridad. Cada tanto, alguno de nosotros levantaba su mano, preguntaba algo y comenzaba una pequeña discusión. Cerca de las nueve, decidimos encender varias lámparas de aceite y unas cuantas antorchas, dado que ya no se veía bien. De más está decir que el aire comenzó a caldearse, por lo que abrimos varios ventanales que llegaban casi hasta el suelo.
Yo había trabajado todo el día, estaba cansado y muerto de calor. Me acerqué a una de estas ventanas y me quedé parado ahí, donde corría más aire. Finalmente, decidí sentarme en el marco, para estar más cómodo.
Podía escuchar lo que los otros hablaban, pero no participaba. Cada tanto, miraba hacia afuera. La noche, con sus sombras y sus ruidos, siempre me había atraído.
Ya era casi media noche y el hombre seguía hablando. Me interesaba escucharlo, se notaba que era alguien muy sabio, pero realmente estaba muy cansado. Me fui quedando dormido, mientras me distraía en mis pensamientos.
Cuando abrí los ojos, el hombre que había estado enseñándonos, me abrazaba. Como estaba tirado en el suelo, me ayudó a levantarme. Estábamos rodeados por varias personas que nos miraban fijamente, sorprendidas.
-No se preocupen, está vivo- dijo con tranquilidad, riendo.
En ese momento entendí lo que había pasado: me había quedado dormido y me había caído de la ventana; él me había vuelto a poner en pié".

Esta historia cobrará más importancia para ti cuando te diga que está relatada en el libro de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 20, versículos del 7 al 12. El hombre que estaba hablando era Pablo y el chico que se cae de la ventana, un joven llamado Eutico.

Detengámonos primeramente en el lugar del narrador.
Personalmente, sé lo que es estar sentado en la ventana. Sé bien lo que es escuchar lo que pasa adentro, saber de qué se trata todo lo que allí se habla, ver cómo se hacen las cosas allí, pero nunca participar, nunca comprometerse. Sé bien lo que es mirar hacia afuera y ver lo que hacen los que allí viven, pero no hacer lo mismo. Lo malo de todo esto es que no se vive afuera, ni tampoco adentro. Uno se comporta como los de adentro, sin serlo; y mira como los de afuera, sin ser uno de ellos tampoco. Por alguna extraña razón, lo de afuera siempre parece más interesante que lo de adentro, cuando en verdad no lo es.
Lo más duro de estar en el medio, sentado en la ventana, es que cuando se te acaban las fuerzas y te caes, siempre te caes hacia afuera, nunca hacia adentro.

Adentro hay luz; afuera, oscuridad. Adentro hay vida; afuera, muerte. Adentro hay esperanza; afuera, resignación. Sin embargo, cuesta tanto decidirse por entrar... (sé que a mí me costó mucho tiempo, mucho dolor incluso).

Si tú recibiste a Cristo como tu Señor y salvador, ya eres parte del grupo que vive adentro. Eres un "hijo de luz" (1º Tesalonicenses 5:5), entra entonces a la luz de Dios y aléjate de las tinieblas de la duda, de la oscuridad de la ignorancia. Mientras estés en la ventana, vas a perderte de la mejor parte de las cosas que ocurren dentro, porque las verás pasar a lo lejos, pero no podrás alcanzarlas. Quizás estarás mejor que los de afuera, pero sería como si estuvieses en un desierto, viendo un oasis, pero no te acercaras a tomar agua de él.
Te animo a que hagas, cuando menos, como los que "ven luz y entran", porque por lo menos lo hacen. Si estás en el medio, significa que conoces lo mejor y peor de ambos mundos, porque te pasaste la vida siendo un espectador en ambos. Comienza, entonces, a ser un protagonista, decídete a entrar.

Pasemos al lugar del personaje principal. Esto es, con toda seguridad, lo que Dios espera de nosotros.
El apóstol estaba explicando a la gente de Troas cómo ser un discípulo de Cristo, cuando Eutico se cae de la ventana. Un grupo baja corriendo y, al encontrarlo muerto, comienza a gritar. Finalmente, Pablo decide bajar. Encuentra al joven tirado en la tierra, por lo que "se echa sobre él, lo abraza y dice: ¡No se alarmen, está vivo!" (Hechos 20:10). ¿Entiendes su actitud? Pablo sale de la luz y se adentra en la oscuridad, donde encuentra a Eutico muerto en el suelo. Se agacha, manchándose él mismo con la tierra, y lo abraza fuerte -como Dios nos abraza cuando nos perdona-. Finalmente, lo levanta y lo lleva nuevamente a la luz.

Santiago 5:20 dice: "Quien hace volver a un pecador de su extravío, lo salvará de la muerte y cubrirá una multitud de pecados". Este es exactamente lo que Pablo hizo por Eutico. Lo sacó del error de su camino, devolviéndolo a la vida.

Si eres de los que están adentro, no te olvides nunca de ayudar a los que quieren entrar. Dios te mandó a ser una "luz para las naciones" (Isaías 49:6). A veces, sólo tendrás que indicarles la forma para hacerlo; otras, los tomarás de la mano durante su camino de ingreso; y otras, deberás salir y cargarlos en tus brazos mientras recobran las fuerzas.

Es un duro camino el que hay entre ser el narrador de la historia y ser el protagonista. Te animo a que, de la mano de Jesús, te adentres en esta aventura. Nunca estarás solo, Él siempre estará a tu lado (Mateo 28:20). Atrévete. Créele a Dios.

Señor, gracias por haberme ayudado a decidirme a entrar en Tu luz. Gracias porque aquí hay vida y esperanza. No permitas que me olvide de ayudar a otros a entrar en esta luz. Sé que para eso me llamaste. Amén.