"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

marzo 08, 2005

Decisiones que trascienden

Si alguna vez oraste con fervor, derramándote ante el Señor; si alguna vez te cansaste de repetir "Señor, acá estoy, por favor, respóndeme"; si alguna vez te desesperaste por ver el rostro de Cristo o por escuchar Su voz hablándote, y sencillamente nada ocurrió, te pido que levantes tu mano. Me imagino tu cara de tristeza al recordar con pesar esos momentos, mientras alzas tu brazo.

Déjame decirte que es normal. Le pasa a todo el mundo. La fe no es la capacidad de percibir sobrenaturalemente a Dios. Al contrario, la fe es -sencillamente- "la seguridad intelectual de que Él está ahí" (Hebreos 11:1), y que escucha, que le importa.

Sin embargo, éstas son sólo palabras, y ¡qué importan las expresiones cuando la angustia te postra en tierra y la luz de la esperanza en aquello que no se ve parece extinguirse! Cuanto todo se torna negro, es negro y punto. Y duele que todo sea negro.

Hace unos días viví algo parecido, quizás no tan trágico, pero sí un poco desesperante. Me había puesto a orar, pidiéndole dirección a Dios en algunas decisiones que debo tomar. Simplemente, necesitaba saber que estaba haciendo Su perfecta voluntad en mi vida. El problema era que, por más sincera y comprometida que mi oración fuera, no parecía obtener respuesta alguna.

Algo desanimado, me acerqué a mi computadora para responder algunos mensajes (al margen, perdón por la tardanza). El primero que leí, citaba un versículo al final, Jeremías capítulo 33, versículo 3:

"Dice el Señor: Clama a Mí y te responderé, y te daré a conocer cosas grandes y ocultas que tú no sabes”.

Me quedé helado. No podía creer lo que acababa de leer (es más, lo leí varias veces para asegurarme de que era cierto). Tuve la oportunidad de experimentar algo que había aprendido de niño: Dios siempre escucha, es sólo que a veces no responde como esperamos que lo haga.

“Dice el Señor: Si te humillas y oras, y me buscas y abandonas tu mala conducta, Yo te escucharé desde el cielo, perdonaré tu pecado y te restauraré. Mantendré abiertos mis ojos, y atentos mis oídos a las oraciones que hagas. Desde ahora y para siempre te escojo y consagro para habitar en ti. Mis ojos y mi corazón siempre estarán en ti”. (2º Crónicas 7:14-16)

Wow. Lo único que Dios nos pide, es que dejemos nuestra vieja manera de vivir y lo busquemos a Él de todo corazón (Efesios 4:22-23 y 1º Pedro 4:3).

El profeta Joel escribió: “Ahora bien -afirma el Señor-, vuélvete a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Rásgate el corazón y no las vestiduras (dice esto porque los judíos solían arrancarse la ropa en señal de humillación). Vuélvete al Señor tu Dios, porque Él es bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor” (Joel 2:12-13).

Santiago -al igual que Joel en el versículo anterior- habló de la necesidad de una actitud sincera de corazón para acercarse al Señor: “¡Pecadores, límpiense las manos! ¡Ustedes los inconstantes, purifiquen su corazón! Reconozcan sus miserias, lloren y laméntense. Que su risa se convierta en llanto, y su alegría en tristeza. Humíllense delante de Dios, y Él los exaltará” (Santiago 4:8-10).

Este pasaje me lo regaló mi mamá hace unos cuantos años ya: “Si le entregas a Dios tu corazón y extiendes tus manos hacia Él, si te apartas del pecado que has cometido y en tu morada no das cabida al mal, entonces podrás llevar la frente en alto y mantenerte firme y libre de temor. Ciertamente olvidarás tus pesares, o los recordarás como agua que pasó. Tu vida será más radiante que el sol del mediodía, y la oscuridad será como el amanecer. Vivirás tranquilo, porque hay esperanza; mirarás en torno tuyo y dormirás confiado. Descansarás sin temer a nadie, y muchos querrán ganarse tu favor” (Job 11:13-19).

Dios le dijo lo siguiente a Moisés: “Mira el pacto que hago contigo: A la vista de todo tu pueblo haré maravillas que no han sido hechas en toda la tierra, ni en nación alguna. Todo el pueblo en medio del cual estás verá la obra del Señor; porque será cosa tremenda la que Yo haré contigo. Por lo que a ti te toca, cumple con lo que hoy te mando” (Éxodo 34:10-11).

Quiero quedarme con la última frase, la que habilita el cumplimiento de la promesa de Dios. Cada uno sabe lo que Dios le está pidiendo. Cada uno es conciente de aquellas cosas que todavía no rindió a los pies de Cristo. Yo tengo las mías, y lucho con ellas cada día. Seguramente, tú tienes las tuyas. Cada día, Dios me desafía a mí (como a ti también) a que "cumpla con aquello que me manda". La decisión de hacerlo me compete únicamente a mí. Nadie puede tomarla por mí, ni siquiera Dios mismo, porque para eso nos dio el libre albedrío (que es sencillamente la capacidad de decisión). Ahora bien, soy consiente (como también tú debes serlo) de que, por esa misma razón, soy también responsable de las consecuencias -buenas y malas- que esta decisión traiga. Los versículos que hoy transcribí, entre algunos otros, son los que me ayudan a escoger aquello que es mejor para mí, es decir, "la agradable y perfecta voluntad de Dios" (Romanos 12:2). Espero que tú también decidas lo mismo.

Señor, gracias, otra vez, por Tu Palabra. Gracias porque me reconforta, asegurándome que siempre estás para mí. Ayúdame a elegir siempre lo mejor. Te necesito en mi vida. Necesito de Tu dirección. Amén.