Siempre culpamos a otro por nuestros errores. Es más fácil. No es agradable responsabilizarse de los propios defectos, de los fracasos personales. Señalar a otro es más sencillo. No se siente bien la vergüenza, la decepción. Es más simple lavarse las manos, delegarle la carga a otro.
¿Por qué? Porque sí. Porque así somos, porque así fuimos siempre.
"Entonces Eva vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a Adán, su esposo, y también él comió. En ese momento se les abrieron los ojos, y tomaron conciencia de su desnudez. Por eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera.
Cuando el día comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la mujer que Dios andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera. Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo:
-¿Dónde estás?
El hombre contestó:
-Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí.
-¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? -le preguntó Dios-. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer?
Él respondió:
-La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí.
Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer:
-¿Qué es lo que has hecho?
-La serpiente me engañó, y comí -contestó ella". (Génesis 3:6-12)
"Yo no fui, fue ella, la mujer que Tú me diste". No fue Adán, fue Eva. No, no fue Eva, fue Dios. "Yo no fui, fue la serpiente". No, no fue Dios, definitivamente fue la serpiente. ¿Fue la serpiente? ¿O fue Adán? ¿o fue Eva?
Pareciera que desligar la responsabilidad a otro nos libera, pero ¿lo hace? ¿Por qué, entonces, Adán y Eva se escondieron? ¿Por qué, entonces, nosotros nos escodemos tras excusas?
Vengo encontrándome una y otra vez con las mismas excusas en muchos de los mails que me llegan (ya me pondré al día, de verdad que lo intento): "Dios me está probando", "el diablo me está tentando"*. Es como si éstas fueran justificaciones para pecar, para decir "no está tan mal, porque yo hago lo que puedo", "es más fuerte que yo, no es mi culpa". Sin embargo, el problema no pasa por lo externo, sino por dentro de cada uno.
"Jesús dijo: Escúchenme todos y entiendan esto: Nada de lo que viene de afuera puede contaminar a una persona. Más bien, lo que sale de la persona es lo que la contamina. ¿No se dan cuenta de que nada de lo que entra en una persona puede contaminarla? Porque no entra en su corazón sino en su estómago, y después va a dar a la letrina (con esto Jesús declaraba limpios todos los alimentos).
Luego añadió:
-Lo que sale de la persona es lo que la contamina. Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen de adentro y contaminan a la persona". (Marcos 7:14-23)
Jesús utiliza la comida para explicar una realidad espiritual. El pecado no se encuentra en la prueba o en la tentación, sino en la decisión de pecar. En este sentido, no es Dios quien prueba al hombre, o el diablo quien lo tienta, sino que es el hombre quien cede, quien cae, quien accede. Es decir, la responsabilidad no está en Dios o en el diablo, sino en el hombre.
"Que nadie, al ser tentado, diga: 'Es Dios quien me tienta'. Porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni tampoco tienta Él a nadie. Todo lo contrario, cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen. Luego, cuando el deseo ha concebido, engendra el pecado; y el pecado, una vez que ha sido consumado, da a luz la muerte". (Santiago 1:13-15)
¿Qué significa? Dios no busca que nadie peque (a diferencia del diablo), sino que cada uno es atraído a partir de sus propios malos deseos a hacer lo malo. Una vez que lo hace, aparece el pecado, que finalmente lleva a la muerte (espiritual). Es decir, el deseo de pecar surge desde el hombre mismo Él quiere hacerlo, él desea hacerlo. Sólo que no quiere ser responsable por ello. Entonces, aparece el "yo no fui, fue ella, o fuiste Tú, o fue la serpiente, pero yo no".
¿Qué quiero decirte? No culpes a otra persona, o a Dios, o al diablo, de tus errores, de tus fracasos, de tus omisiones. Hazte cargo de tus actos. Tú, y nadie más que tú, decides qué camino seguir. Si eres lo suficientemente maduro como para decidir, también lo eres para responsabilizarte por ello.
Señor, gracias por tu Palabra. Perdóname por 'evitar el bulto'. Ayúdame a elegir siempre lo mejor. Te necesito. En el nombre de Jesús, amén.
*Nota aclaratoria: "Tres actores pueden tomar la iniciativa de la prueba. Dios prueba al hombre para conocer el fondo de su corazón (Deuteronomio 8:2) y para dar la corona de la vida (Santiago 1:12). El hombre intenta también probarse que es ‘como Dios’, pero su tentativa es provocada por una seducción y viene a parar en la muerte (Génesis 3:1-24 y Romanos 7:11). Aquí la prueba se convierte en tentación, y en ella interviene un tercer personaje: el tentador. Así la prueba está ordenada a la vida (Génesis 2:17 y Santiago 1:1-12), mientras que la tentación ‘engendra la muerte’; la prueba es un don de gracia, mientras que la tentación es una invitación al pecado". (Jean Corbon, Vocabulario de teología bíblica, Ed. Herder).
julio 13, 2005
julio 05, 2005
Ver para creer
No sé por qué siempre necesitamos ver. Nos cuesta tanto creer sin haber visto. ¿Cómo puede ser que nos dé tanto trabajo la fe?
Cuando Jesús se aparece a sus discípulos después de resucitado, uno de ellos no se encontraba ahí. Apenas llegó, los demás le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Sin embargo, él sólo respondió: "-Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré" (Juan 20:25).
Nosotros somos igual: debemos ver por nosotros mismos, tocar por nosotros mismos. "Deben ser mis ojos, mis dedos, mis manos; sino, no lo creeré". "No me importa lo que Él haya prometido antes, no me importa lo que Él haya hecho antes, no me importa lo que otros aseguren al respecto. Debo verlo por mí mismo". Suena tonto, ¿verdad? Sin embargo, así somos.
"Una semana más tarde estaban los discípulos de nuevo en la casa, y Tomás estaba con ellos. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró y, poniéndose en medio de ellos, los saludó.
-¡La paz sea con ustedes!
Luego le dijo a Tomás:
-Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe.
-¡Señor mío y Dios mío! -exclamó Tomás.
-Porque me has visto, has creído -le dijo Jesús-; dichosos los que no han visto y sin embargo creen". (Juan 20:26-29)
Dios, en su grandeza, decidió mostrarle a Tomás lo que quería ver. Ahora bien, ni por un segundo se olvidó de decirle: "No tienes ningún mérito en haber creído, porque me viste, bienaventurado aquel que crea en Mí sin haberme visto".
Saulo, a quien conocemos como el apóstol Pablo, mientras se dedicaba a perseguir a la iglesia, debió quedarse ciego para poder creer (qué paradoja):
"Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas de extradición para las sinagogas de Damasco. Tenía la intención de encontrar y llevarse presos a Jerusalén a todos los que pertenecieran al Camino, fueran hombres o mujeres.
En el viaje sucedió que, al acercarse a Damasco, una luz del cielo relampagueó de repente a su alrededor. Él cayó al suelo y oyó una voz que le decía:
-Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
-¿Quién eres, Señor? -preguntó.
-Yo soy Jesús, a quien tú persigues -le contestó la voz-. Levántate y entra en la ciudad, que allí se te dirá lo que tienes que hacer.
Los hombres que viajaban con Saulo se detuvieron atónitos, porque oían la voz pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, pero cuando abrió los ojos no podía ver, así que lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Estuvo ciego tres días, sin comer ni beber nada". (Hechos 9:1-9)
Una vez en la ciudad, recobró la vista y fue bautizado. En su caso, debió quedarse ciego para poder ver, para poder creer.
Sin embargo, no quiero detener el análisis en ellos, porque ellos sí pudieron ver. Me interesa analizar a aquellos que no vieron, aquellos que no pueden ver. Aquellos que, si logran creer, serán bienaventurados:
"Condujeron a Jesús al lugar llamado Gólgota (que significa: Lugar de la Calavera). Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero no lo tomó. Y lo crucificaron. Repartieron su ropa, echando suertes para ver qué le tocaría a cada uno.
Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron. Un letrero tenía escrita la causa de su condena: 'El rey de los judíos'. Con Él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban meneaban la cabeza y blasfemaban contra él.
-¡Eh! Tú que destruyes el templo y en tres días lo reconstruyes -decían-, ¡baja de la cruz y sálvate a ti mismo!
De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdotes junto con los maestros de la ley.
-Salvó a otros -decían-, ¡pero no puede salvarse a sí mismo! Que baje ahora de la cruz ese Cristo, el rey de Israel, para que veamos y creamos". (Marcos 15:22-32)
Los sacerdotes querían ver, al igual que Tomás, al contrario que Pablo. Sin embargo, no vieron. No vieron porque Cristo no se bajó. ¡Gloria a Dios porque no se bajó de esa cruz! Si lo hubiera hecho, si les hubiera permitido ver lo que querían ver, ni ellos se hubieran salvado, ni nadie lo hubiera hecho. En vez de eso, Él les mostró lo que Él quería mostrarles, aquello que ellos no querían ver. Les mostró una oscuridad total por más de cuatro horas, les mostró un velo rajado de arriba abajo, les mostró un camino al Padre. Pero ellos querían su pequeña función privada, su dios a medida. No querían ver al resucitado, no querían escuchar al centurión decir: "¡verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios!" (Marcos 15:39). Ellos simplemente querían ver lo que querían ver. ¿Qué importa el plan de Dios, infinitamente más grande que ellos? Ellos querían ver. Ver para creer, como si eso pudiera alcanzarles.
"Señor, yo quiero verte", decimos. Parecemos los sacerdotes que crucificaron a Cristo. ¿Por qué? Porque queremos ver al dios que nos interesa, porque queremos ver lo que nos interesa de Dios. No queremos ver a Dios, no queremos ver lo que Él quiere mostrarnos. Siempre nuestros planes son mejores, más grandes, más importantes que los de Él. ¡Qué triste!
Es difícil ver cuando no se quiere. ¿Cómo dice el refrán? "No hay más ciego que aquel que no quiere ver". Es difícil ver al océano frente a nosotros si sólo prestamos atención a un pequeño caracol a un paso de nuestros pies, esperando ver que se mueva.
Los planes de Dios siempre son más grandes. Las visiones de Dios, más espectaculares. Nosotros queremos ver cómo se libra de los clavos, mientras Él quiere que veamos cómo se libra de la muerte, cómo nos libra de la muerte.
Te propongo que hoy tomes otra decisión: Sigue pidiéndole a Dios que te permita ver lo que tú quieres ver, o déjalo que te muestre lo que Él quiere que veas.
Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a ver aquello que Tú me quieres mostrar. Sé que será infinitamente más grande que la mayor de mis expectativas. Sé que me sorprenderás, como siempre lo haces. En el nombre de Jesús, amén".
Cuando Jesús se aparece a sus discípulos después de resucitado, uno de ellos no se encontraba ahí. Apenas llegó, los demás le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". Sin embargo, él sólo respondió: "-Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré" (Juan 20:25).
Nosotros somos igual: debemos ver por nosotros mismos, tocar por nosotros mismos. "Deben ser mis ojos, mis dedos, mis manos; sino, no lo creeré". "No me importa lo que Él haya prometido antes, no me importa lo que Él haya hecho antes, no me importa lo que otros aseguren al respecto. Debo verlo por mí mismo". Suena tonto, ¿verdad? Sin embargo, así somos.
"Una semana más tarde estaban los discípulos de nuevo en la casa, y Tomás estaba con ellos. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró y, poniéndose en medio de ellos, los saludó.
-¡La paz sea con ustedes!
Luego le dijo a Tomás:
-Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe.
-¡Señor mío y Dios mío! -exclamó Tomás.
-Porque me has visto, has creído -le dijo Jesús-; dichosos los que no han visto y sin embargo creen". (Juan 20:26-29)
Dios, en su grandeza, decidió mostrarle a Tomás lo que quería ver. Ahora bien, ni por un segundo se olvidó de decirle: "No tienes ningún mérito en haber creído, porque me viste, bienaventurado aquel que crea en Mí sin haberme visto".
Saulo, a quien conocemos como el apóstol Pablo, mientras se dedicaba a perseguir a la iglesia, debió quedarse ciego para poder creer (qué paradoja):
"Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas de extradición para las sinagogas de Damasco. Tenía la intención de encontrar y llevarse presos a Jerusalén a todos los que pertenecieran al Camino, fueran hombres o mujeres.
En el viaje sucedió que, al acercarse a Damasco, una luz del cielo relampagueó de repente a su alrededor. Él cayó al suelo y oyó una voz que le decía:
-Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
-¿Quién eres, Señor? -preguntó.
-Yo soy Jesús, a quien tú persigues -le contestó la voz-. Levántate y entra en la ciudad, que allí se te dirá lo que tienes que hacer.
Los hombres que viajaban con Saulo se detuvieron atónitos, porque oían la voz pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, pero cuando abrió los ojos no podía ver, así que lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Estuvo ciego tres días, sin comer ni beber nada". (Hechos 9:1-9)
Una vez en la ciudad, recobró la vista y fue bautizado. En su caso, debió quedarse ciego para poder ver, para poder creer.
Sin embargo, no quiero detener el análisis en ellos, porque ellos sí pudieron ver. Me interesa analizar a aquellos que no vieron, aquellos que no pueden ver. Aquellos que, si logran creer, serán bienaventurados:
"Condujeron a Jesús al lugar llamado Gólgota (que significa: Lugar de la Calavera). Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero no lo tomó. Y lo crucificaron. Repartieron su ropa, echando suertes para ver qué le tocaría a cada uno.
Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron. Un letrero tenía escrita la causa de su condena: 'El rey de los judíos'. Con Él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Los que pasaban meneaban la cabeza y blasfemaban contra él.
-¡Eh! Tú que destruyes el templo y en tres días lo reconstruyes -decían-, ¡baja de la cruz y sálvate a ti mismo!
De la misma manera se burlaban de él los jefes de los sacerdotes junto con los maestros de la ley.
-Salvó a otros -decían-, ¡pero no puede salvarse a sí mismo! Que baje ahora de la cruz ese Cristo, el rey de Israel, para que veamos y creamos". (Marcos 15:22-32)
Los sacerdotes querían ver, al igual que Tomás, al contrario que Pablo. Sin embargo, no vieron. No vieron porque Cristo no se bajó. ¡Gloria a Dios porque no se bajó de esa cruz! Si lo hubiera hecho, si les hubiera permitido ver lo que querían ver, ni ellos se hubieran salvado, ni nadie lo hubiera hecho. En vez de eso, Él les mostró lo que Él quería mostrarles, aquello que ellos no querían ver. Les mostró una oscuridad total por más de cuatro horas, les mostró un velo rajado de arriba abajo, les mostró un camino al Padre. Pero ellos querían su pequeña función privada, su dios a medida. No querían ver al resucitado, no querían escuchar al centurión decir: "¡verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios!" (Marcos 15:39). Ellos simplemente querían ver lo que querían ver. ¿Qué importa el plan de Dios, infinitamente más grande que ellos? Ellos querían ver. Ver para creer, como si eso pudiera alcanzarles.
"Señor, yo quiero verte", decimos. Parecemos los sacerdotes que crucificaron a Cristo. ¿Por qué? Porque queremos ver al dios que nos interesa, porque queremos ver lo que nos interesa de Dios. No queremos ver a Dios, no queremos ver lo que Él quiere mostrarnos. Siempre nuestros planes son mejores, más grandes, más importantes que los de Él. ¡Qué triste!
Es difícil ver cuando no se quiere. ¿Cómo dice el refrán? "No hay más ciego que aquel que no quiere ver". Es difícil ver al océano frente a nosotros si sólo prestamos atención a un pequeño caracol a un paso de nuestros pies, esperando ver que se mueva.
Los planes de Dios siempre son más grandes. Las visiones de Dios, más espectaculares. Nosotros queremos ver cómo se libra de los clavos, mientras Él quiere que veamos cómo se libra de la muerte, cómo nos libra de la muerte.
Te propongo que hoy tomes otra decisión: Sigue pidiéndole a Dios que te permita ver lo que tú quieres ver, o déjalo que te muestre lo que Él quiere que veas.
Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a ver aquello que Tú me quieres mostrar. Sé que será infinitamente más grande que la mayor de mis expectativas. Sé que me sorprenderás, como siempre lo haces. En el nombre de Jesús, amén".
junio 30, 2005
La actitud frente al pecado
Perdón la tardanza, tuve una semana realmente ajetreada. Hoy quiero compartirte acerca de la actitud que podemos tener frente al pecado. La metodología que usaré será la misma que en el último escrito: Citaré dos ejemplos de la Biblia. Será, otra vez, tu decisión seguir uno o el otro.
“Al anochecer, llegó Jesús con los doce discípulos. Mientras estaban sentados a la mesa comiendo, dijo:
-Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar.
Ellos se pusieron tristes, y uno tras otro empezaron a preguntarle:
-¿Acaso seré yo?” (Marcos 14:17-19)
Me llama la atención que "todos" se pregunten "¿acaso seré yo?", porque me indica dos cosas: primero, que ninguno veía imposible el hecho de traicionar a su maestro; y segundo, que todavía no se habían daba cuenta de que todos lo harían (de que todos lo hacemos).
Veamos el primer ejemplo:
“Cuando Judas vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata que le habían dado los ancianos y los jefes de los sacerdotes por traicionar a Jesús.
-He pecado –les dijo-, porque he entregado sangre inocente.
-¿Y eso a nosotros qué nos importa? –respondieron-. Allá tú.
Entonces Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó”. (Mateo 27:1-2)
Judas, "incitado por el diablo" (Juan 13:2), fue quien efectivamente vendió a Jesús. No hay dudas, en este caso, de que lo traicionó. Para cuando se da cuenta de lo que había hecho, se arrepintió y fue corriendo a devolver las treinta monedas que le habían pagado por entregar a Jesús. Inicialmente, la actitud de Judas no fue mala: el problema fue que, en vez de acudir a la cruz a buscar el perdón, "fue y se ahorcó". Es decir, el diablo destruyó primero su alma, engañándolo, influyendo a hacer algo horrible; y luego destruyó su cuerpo, dejando atrás toda oportunidad de redención a través de la sangre de Cristo.
Veamos ahora el segundo:
“Habían arrestado a Jesús, y Pedro estaba sentado afuera, en el patio, cuando una criada se le acercó.
-Tú también estabas con Jesús de Galilea –le dijo.
Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
-No sé de qué estás hablando.
Luego salió a la puerta, donde otra criada lo vio y dijo a los que estaban allí:
-Éste estaba con Jesús de Nazaret.
Él lo volvió a negar, jurándoles:
-¡A ese hombre ni lo conozco!
Poco después, se le acercaron a Pedro los que estaban allí y le dijeron:
-Seguro que tú eres uno de ellos, se te nota por tu acento galileo.
Y comenzó a echarse maldiciones, y les juró:
-¡A ese hombre ni lo conozco!
En ese instante, cantó un gallo. (El Señor se volvió y miró a Pedro.) Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho luego de la cena, cuando había anunciado que lo traicionarían: ‘Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces’. Y saliendo de allí, lloró amargamente”. (Mateo 26:69-75)
Si bien no fue Pedro quien entregó a Jesús, ¿podemos afirmar que no lo traicionó? Yo creo que no. El hecho de negarlo tres veces, luego de haber sido advertido al respecto, lo hace tan culpable como Judas. Ése era el momento para demostrar su fe, su entrega; ése era el momento para luchar por lo que quería, para seguir hasta el final, hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, tuvo miedo. Haber defendido a Cristo en esas circunstancias hubiese implicado la muerte. La actitud de Pedro es tan humana. Sé que muy probablemente yo hubiera hecho lo mismo, quizás (piénsalo) tú también.
Ahora bien, hay algo que separa la actitud de Pedro de la de Judas: él nunca creyó que era demasiado tarde. Conocía lo suficiente a su maestro como para dudar de su misericordia. Sabía que por más que dudase, Él lo sostendría siempre (Mateo 14:22-33). Pedro "lloró amargamente", se arrepintió y volvió a Cristo.
Lo común en ambos casos es el arrepentimiento, la tristeza. Sin embargo, debemos tomar en cuenta que "la tristeza que proviene de Dios produce arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte" (2º Corintios 7:10). La tristeza que Judas sintió fue culpa, que lo llevó a la muerte; mientras que la tristeza que Pedro sintió fue conciencia de pecado, que lo llevó a la salvación.
Te dije que iba a hablarte de la actitud frente al pecado. Todos pecamos (Romanos 3:23), por ende, todos traicionamos a Cristo. Es imposible que no lo hagamos, por eso es que Él murió por nosotros. Ahora bien, la actitud frente al pecado es lo que nos hará santos, o suicidas (espiritualmente). Estoy convencido de que la santidad no pasa por la ausencia de pecado (ya que ésta es imposible), sino por la actitud frente al mismo. Creo que pasa por la actitud de enfrentarlo (o huir de él) siempre, por arrepentirse cuando caemos, por quererlo lejos de nuestra vida y hacer todo lo que humanamente podemos para evitarlo; pero, por sobre todo, creo que pasa por confiar en la gracia de Dios, en la sangre de Cristo que nos limpia de todo mal.
¿Cuál es la diferencia? La culpa nos destruye, la conciencia de pecado nos salva a través de Cristo.
Quiero contarte el final de la historia:
“Luego de haber resucitado, Jesús se apareció a sus discípulos junto al lago Tiberíades. Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro:
-Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?
-Sí, Señor, tú sabes que te quiero –contestó Pedro.
-Apacienta mis corderos –le dijo Jesús.
Y volvió a preguntarle:
-Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
-Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
-Cuida de mis ovejas.
Por tercera vez Jesús le preguntó:
-Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: ‘¿Me quieres?’. Así que le dijo:
-Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
-Apacienta mis ovejas –le dijo Jesús-. Después añadió:
-¡Sígueme!”. (Juan 21:15-19)
Jesús finalmente restituye a Pedro. Además, le otorga la responsabilidad de velar por la iglesia. Cristo no le dio la espalda (ni nunca te la dará a ti). Pedro confió en Él, y el obró.
Te dejo con la decisión...
Señor, gracias por tu Palabra. Obra con poder en la vida de las personas, en mi vida. En el nombre de Jesús, amén.
“Al anochecer, llegó Jesús con los doce discípulos. Mientras estaban sentados a la mesa comiendo, dijo:
-Les aseguro que uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a traicionar.
Ellos se pusieron tristes, y uno tras otro empezaron a preguntarle:
-¿Acaso seré yo?” (Marcos 14:17-19)
Me llama la atención que "todos" se pregunten "¿acaso seré yo?", porque me indica dos cosas: primero, que ninguno veía imposible el hecho de traicionar a su maestro; y segundo, que todavía no se habían daba cuenta de que todos lo harían (de que todos lo hacemos).
Veamos el primer ejemplo:
“Cuando Judas vio que habían condenado a Jesús, sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata que le habían dado los ancianos y los jefes de los sacerdotes por traicionar a Jesús.
-He pecado –les dijo-, porque he entregado sangre inocente.
-¿Y eso a nosotros qué nos importa? –respondieron-. Allá tú.
Entonces Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se ahorcó”. (Mateo 27:1-2)
Judas, "incitado por el diablo" (Juan 13:2), fue quien efectivamente vendió a Jesús. No hay dudas, en este caso, de que lo traicionó. Para cuando se da cuenta de lo que había hecho, se arrepintió y fue corriendo a devolver las treinta monedas que le habían pagado por entregar a Jesús. Inicialmente, la actitud de Judas no fue mala: el problema fue que, en vez de acudir a la cruz a buscar el perdón, "fue y se ahorcó". Es decir, el diablo destruyó primero su alma, engañándolo, influyendo a hacer algo horrible; y luego destruyó su cuerpo, dejando atrás toda oportunidad de redención a través de la sangre de Cristo.
Veamos ahora el segundo:
“Habían arrestado a Jesús, y Pedro estaba sentado afuera, en el patio, cuando una criada se le acercó.
-Tú también estabas con Jesús de Galilea –le dijo.
Pero él lo negó delante de todos, diciendo:
-No sé de qué estás hablando.
Luego salió a la puerta, donde otra criada lo vio y dijo a los que estaban allí:
-Éste estaba con Jesús de Nazaret.
Él lo volvió a negar, jurándoles:
-¡A ese hombre ni lo conozco!
Poco después, se le acercaron a Pedro los que estaban allí y le dijeron:
-Seguro que tú eres uno de ellos, se te nota por tu acento galileo.
Y comenzó a echarse maldiciones, y les juró:
-¡A ese hombre ni lo conozco!
En ese instante, cantó un gallo. (El Señor se volvió y miró a Pedro.) Entonces Pedro se acordó de lo que Jesús le había dicho luego de la cena, cuando había anunciado que lo traicionarían: ‘Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces’. Y saliendo de allí, lloró amargamente”. (Mateo 26:69-75)
Si bien no fue Pedro quien entregó a Jesús, ¿podemos afirmar que no lo traicionó? Yo creo que no. El hecho de negarlo tres veces, luego de haber sido advertido al respecto, lo hace tan culpable como Judas. Ése era el momento para demostrar su fe, su entrega; ése era el momento para luchar por lo que quería, para seguir hasta el final, hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, tuvo miedo. Haber defendido a Cristo en esas circunstancias hubiese implicado la muerte. La actitud de Pedro es tan humana. Sé que muy probablemente yo hubiera hecho lo mismo, quizás (piénsalo) tú también.
Ahora bien, hay algo que separa la actitud de Pedro de la de Judas: él nunca creyó que era demasiado tarde. Conocía lo suficiente a su maestro como para dudar de su misericordia. Sabía que por más que dudase, Él lo sostendría siempre (Mateo 14:22-33). Pedro "lloró amargamente", se arrepintió y volvió a Cristo.
Lo común en ambos casos es el arrepentimiento, la tristeza. Sin embargo, debemos tomar en cuenta que "la tristeza que proviene de Dios produce arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte" (2º Corintios 7:10). La tristeza que Judas sintió fue culpa, que lo llevó a la muerte; mientras que la tristeza que Pedro sintió fue conciencia de pecado, que lo llevó a la salvación.
Te dije que iba a hablarte de la actitud frente al pecado. Todos pecamos (Romanos 3:23), por ende, todos traicionamos a Cristo. Es imposible que no lo hagamos, por eso es que Él murió por nosotros. Ahora bien, la actitud frente al pecado es lo que nos hará santos, o suicidas (espiritualmente). Estoy convencido de que la santidad no pasa por la ausencia de pecado (ya que ésta es imposible), sino por la actitud frente al mismo. Creo que pasa por la actitud de enfrentarlo (o huir de él) siempre, por arrepentirse cuando caemos, por quererlo lejos de nuestra vida y hacer todo lo que humanamente podemos para evitarlo; pero, por sobre todo, creo que pasa por confiar en la gracia de Dios, en la sangre de Cristo que nos limpia de todo mal.
¿Cuál es la diferencia? La culpa nos destruye, la conciencia de pecado nos salva a través de Cristo.
Quiero contarte el final de la historia:
“Luego de haber resucitado, Jesús se apareció a sus discípulos junto al lago Tiberíades. Cuando terminaron de desayunar, Jesús le preguntó a Simón Pedro:
-Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?
-Sí, Señor, tú sabes que te quiero –contestó Pedro.
-Apacienta mis corderos –le dijo Jesús.
Y volvió a preguntarle:
-Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
-Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
-Cuida de mis ovejas.
Por tercera vez Jesús le preguntó:
-Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: ‘¿Me quieres?’. Así que le dijo:
-Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.
-Apacienta mis ovejas –le dijo Jesús-. Después añadió:
-¡Sígueme!”. (Juan 21:15-19)
Jesús finalmente restituye a Pedro. Además, le otorga la responsabilidad de velar por la iglesia. Cristo no le dio la espalda (ni nunca te la dará a ti). Pedro confió en Él, y el obró.
Te dejo con la decisión...
Señor, gracias por tu Palabra. Obra con poder en la vida de las personas, en mi vida. En el nombre de Jesús, amén.
Suscribirse a:
Comment Feed (RSS)