Hace mucho ya que no estoy por acá. Este año, escribir me está siendo (y me será) mucho más difícil que el pasado. Intentaré hacerlo lo más frecuentemente posible, aunque lamento que ya no sea todas las semanas, como antes. Sé que la necesidad es grande (leo todos los mails, y los agradezco), pero no me alcanza el tiempo.
Hoy quiero compartirte un texto muy conocido de la Biblia, pero que a mí volvió a impactarme de una nueva forma:
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).
Voy a darte una pequeña lección de astronomía:
El universo está compuesto por millones de galaxias. Cada galaxia posee miles de sistemas planetarios. Nosotros estamos en el Sistema Solar, ubicado cerca de uno de los extremos de la Vía Láctea, nuestra galaxia. Ahora bien, para que tengas una vaga idea de dimensiones, su diámetro es de 80 mil años luz (significa que la luz tarda 80 mil años en atravesarla). Aquí se presenta otro problemita: la luz viaja a 300 mil kilómetros por segundo, el hombre no puede viajar a esa velocidad (sería como dar siete vueltas y media a la Tierra a la altura del Ecuador en un segundo). Es decir, si pudiéramos hacer algo que de hecho no podemos (viajar a la velocidad de la luz), tardaríamos 80 mil años en atravesar sólo nuestra galaxia.
¿Para qué te mareo tanto con todos estos datos? Para que más o menos te imagines lo insignificantes que somos ante la inmensidad de la Creación. En cuanto a tiempo, toda la historia de la humanidad no ocupa más que el último segundo del año estelar. Somos insignificantes y efímeros como un suspiro en el viento.
Y, sin embargo, Dios nos ama. Dios piensa en nosotros, Dios nos cuida. "¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?", se pregunta el salmista. La respuesta es casi nada.
Pero, entonces, si el hombre no es nada, ¿por qué Dios piensa en él? ¿por qué lo toma en cuenta? Porque el hombre puede no ser nada, pero Dios es todo. Desde su eternidad, desde su omnipotencia, Dios elige amar al hombre. En consecuencia, piensa en él, toma en cuenta sus necesidades, lo cuida.
¡Tantas veces perdemos esto de vista! Dios no tiene la obligación ni la necesidad de amarnos. Lo hace porque quiere hacerlo. Muchas veces damos por sentado su amor hacia nosotros, y por ende, no cuidamos ese amor.
Normalmente, nos preocupamos (y ocupamos) de cuidar, respetar, honrar y amar a quienes nos aman. Los escuchamos, los aconsejamos. Les contamos lo que nos pasa, lo que nos duele, lo que soñamos. Les dedicamos tiempo. ¿Hacemos lo mismo con Dios?
Recién te dije que muchas veces no cuidamos el amor que Dios nos tiene, como lo haríamos con otra persona. Debo aclararte, en este punto, que así como no puedes hacer nada para que Dios te ame (lo hace porque quiere, no por cuán bueno seas), tampoco puedes hacer nada para que deje de hacerlo (lo hace porque quiere, no por cuán malo seas). No importa lo que hagas, de verdad. Repito: no importa lo que hagas, cualquier cosa sea, Dios jamás dejará de amarte.
Creo que todos deberíamos pensar un poco en lo chiquititos que somos ante Dios, en lo insignificante que somos dentro de la Creación (sólo una persona en medio de miles de millones a lo largo de toda la historia). Creo que deberíamos pensar un poco en la inmensidad de Dios, capaz de diseñar toda esa inconmensurable (que no puede medirse) creación y de amarla particularmente. Tan lejano como para crearlo todo y la vez tan cercano como para venir a morir por nosotros y acompañarnos hasta el fin del mundo (trascendencia e inmanencia de Dios).
Tenemos un Dios inmenso que nos ama, que piensa en nosotros, que nos cuida, que muere por nosotros y resucita para darnos vida.
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto: `¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?´. Pues lo hiciste poco menos que un ángel y lo coronaste de gloria y de honra: lo entronizaste sobre la obra de tus manos, todo lo sometiste a su dominio" (Salmos 8:3-6).
Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por amarme tanto, sin importar qué haga o deje de hacer. Perdóname por perder de vista tu incondicional amor y mi insignificancia ante tu majestad. En el nombre de Jesús, amén.
julio 07, 2006
abril 12, 2006
Ya no llegues tarde a tu cita
¡Gloria a Dios porque Jesucristo vive! ¡Bendito sea Su nombre porque la muerte no lo retuvo!
Hoy quiero decirte que tienes una gran cita. Una reunión importantísima, a la que te es imprescindible asistir.
Si llegas a tiempo, si no te distraes con nada, si logras poner todo tu empeño en estar ahí en la hora indicada, en el momento oportuno, tendrás el privilegio de conocer al Rey de reyes, al Señor de señores.
Él nunca llega tarde. Jamás tiene excusas para presentarte. En toda tu vida, ni una sola vez te ha dejado plantado. Siempre, absolutamente siempre, cumple con su Palabra. Él dijo: "Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón" (Jeremías 29:13). El autor de la epístola de Santiago escribió: "Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes" (Santiago 4:8). Recuerda que "Dios no puede mentir" (Tito 1:2), pero sobre todo, que "Dios es amor" (1º Juan 4:8), por lo que jamás te abandonaría.
Quiero que pienses en lo siguiente: Hace más de dos mil años, el Verbo (es decir, aquel que creó todas las cosas que ves, sientes, e incluso las que nunca llegarás a entender) se hizo carne y caminó entre los hombres. ¿Para qué? Para rescatar a una humanidad perdida en su autosuficiencia, incapaz de alcanzar a Dios. Desde antes de la fundación del mundo, Cristo ya había decidido entregar su vida en rescate de la tuya y la mía. Para eso es que vino a este mundo. Quienes lo vieron, lo llamaron Jesús, el Nazareno. Quienes lo reconocimos como el Hijo de Dios, lo llamamos Cristo, el Señor.
Fue este tal Jesús, el Verbo encarnado, quien vivió con el único propósito de morir por ti. El Cristo, el Mesías, sólo vino al mundo para morir. Y a ello se dedicó, obstinadamente.
Sin perder oportunidad, desafió toda autoridad despótica. Se encargó de desestabilizar todas las estructuras religiosas de la época (porque Dios es una persona, no una cosa que se puede encasillar en nuestros egoísmos y mezquindades). En todo momento, denunció la injusticia. A cada paso, se ocupó de devolver la esperanza a los hombres, trayendo sanidad, alegría y paz. Logró el milagro de convertir la utopía (que significa "no lugar", precisamente por su imposibilidad de concretarse) en algo no sólo aspirable, sino posible, a través de la acción de su Santo Espíritu. A través de su vida, demostró la viabilidad del Reino de Dios.
Sin embargo, es con su muerte con lo que lo hizo posible. Una muerte planificada aún antes de que existieran los cielos y la tierra, antes de que la luz fuese separada de las tinieblas. Una muerte imprescindible para redimir -que significa liberar de las ataduras- al hombre de su pecado (aquellos actos o pensamientos que atentan contra Dios, los demás o uno mismo). Una muerte a la que se presentó puntualmente, sin medir riesgos, sin presentar objeciones, sin pensar en sí mismo (Él entregó su vida, nadie se la quitó).
Jesús, Cristo, el Verbo, fiel a su promesa, estuvo en el lugar indicado a la hora señalada para cambiar la historia de la humanidad. Y lo hizo, porque la cruz no pudo retenerlo, sino que al tercer día, resucitó de la muerte. Y hoy vive y espera por ti.
Esto es lo que se celebra en estos días por todo el mundo.
Ahora bien, déjame decirte algo: todos estamos llamados a acudir a esa cita, cada día. Cristo murió por ti (y por mí), para que tú (y yo) vivas por Él. Tu vida y tu eternidad son diferentes gracias a su sacrificio. Cada momento que vives, se lo debes a Él. Es por Él y para Él que estás aquí. Cada vez que te levantas, Cristo te llama: "preséntate ante la cruz, quiero amarte, bendecirte, sanarte; y quiero que hagas lo mismo con quienes te rodean".
Y sin embargo, tantas veces no acudimos a la cita, tantas veces llegamos tarde, con excusas tontas que no nos convencen ni siquiera a nosotros mismos. "Cuando estás asediado por la tentación de lamentarte del camino impracticable, prueba a controlar el equipaje, haz un inventario lúcido y valeroso. Te darás cuenta de qué quintales de bagatelas, pequeñeces, preocupaciones mezquinas, ansiedades injustificadas, pretensiones de distinta índole, fruslerías, estorbos múltiples, te complican la marcha, y te hacen faltar a citas decisivas con Dios y los hermanos" (Pronzato, Alessandro. La seducción de Dios. Salamanca, Sígueme, 1973).
Ya no llegues tarde, ya no faltes más. Dios te está esperando: "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación" (2º Corintios 6:2).
No caigas en el error de pensar que sólo se trata de una decisión puntual, en vez de un estilo de vida: "Si alguien quiere ser mi discípulo -dijo Jesús-, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga" (Lucas 9:23). Cada día, todos los días tienes una cita con Cristo. ¡Ya no te la pierdas!
"Señor, por la mañana, cuando mis ojos se abren a la luz y a las novedades del día que nace, haz que se abran también a las novedades y a las sorpresas imprevisibles de tus encuentros.
Dame ojos nuevos para verte, para reconocerte en todos los rostros que se cruzan en mi camino.
Proporcióname ojos nuevos. Los ojos de antes no me sirven ya. No puedo fiarme de ellos.
Señor, tengo necesidad de ojos nuevos para reconocerte, desde el momento que Tú has optado la costumbre de viajar de incógnito y de semejar siempre... otro.
... Y no me dejes caer en la distracción.
Mas líbrame del atolondramiento" (Pronzato, Alessandro, op. cit.). En el nombre de Jesús, Cristo, el Hijo de Dios, amén.
Hoy quiero decirte que tienes una gran cita. Una reunión importantísima, a la que te es imprescindible asistir.
Si llegas a tiempo, si no te distraes con nada, si logras poner todo tu empeño en estar ahí en la hora indicada, en el momento oportuno, tendrás el privilegio de conocer al Rey de reyes, al Señor de señores.
Él nunca llega tarde. Jamás tiene excusas para presentarte. En toda tu vida, ni una sola vez te ha dejado plantado. Siempre, absolutamente siempre, cumple con su Palabra. Él dijo: "Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón" (Jeremías 29:13). El autor de la epístola de Santiago escribió: "Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes" (Santiago 4:8). Recuerda que "Dios no puede mentir" (Tito 1:2), pero sobre todo, que "Dios es amor" (1º Juan 4:8), por lo que jamás te abandonaría.
Quiero que pienses en lo siguiente: Hace más de dos mil años, el Verbo (es decir, aquel que creó todas las cosas que ves, sientes, e incluso las que nunca llegarás a entender) se hizo carne y caminó entre los hombres. ¿Para qué? Para rescatar a una humanidad perdida en su autosuficiencia, incapaz de alcanzar a Dios. Desde antes de la fundación del mundo, Cristo ya había decidido entregar su vida en rescate de la tuya y la mía. Para eso es que vino a este mundo. Quienes lo vieron, lo llamaron Jesús, el Nazareno. Quienes lo reconocimos como el Hijo de Dios, lo llamamos Cristo, el Señor.
Fue este tal Jesús, el Verbo encarnado, quien vivió con el único propósito de morir por ti. El Cristo, el Mesías, sólo vino al mundo para morir. Y a ello se dedicó, obstinadamente.
Sin perder oportunidad, desafió toda autoridad despótica. Se encargó de desestabilizar todas las estructuras religiosas de la época (porque Dios es una persona, no una cosa que se puede encasillar en nuestros egoísmos y mezquindades). En todo momento, denunció la injusticia. A cada paso, se ocupó de devolver la esperanza a los hombres, trayendo sanidad, alegría y paz. Logró el milagro de convertir la utopía (que significa "no lugar", precisamente por su imposibilidad de concretarse) en algo no sólo aspirable, sino posible, a través de la acción de su Santo Espíritu. A través de su vida, demostró la viabilidad del Reino de Dios.
Sin embargo, es con su muerte con lo que lo hizo posible. Una muerte planificada aún antes de que existieran los cielos y la tierra, antes de que la luz fuese separada de las tinieblas. Una muerte imprescindible para redimir -que significa liberar de las ataduras- al hombre de su pecado (aquellos actos o pensamientos que atentan contra Dios, los demás o uno mismo). Una muerte a la que se presentó puntualmente, sin medir riesgos, sin presentar objeciones, sin pensar en sí mismo (Él entregó su vida, nadie se la quitó).
Jesús, Cristo, el Verbo, fiel a su promesa, estuvo en el lugar indicado a la hora señalada para cambiar la historia de la humanidad. Y lo hizo, porque la cruz no pudo retenerlo, sino que al tercer día, resucitó de la muerte. Y hoy vive y espera por ti.
Esto es lo que se celebra en estos días por todo el mundo.
Ahora bien, déjame decirte algo: todos estamos llamados a acudir a esa cita, cada día. Cristo murió por ti (y por mí), para que tú (y yo) vivas por Él. Tu vida y tu eternidad son diferentes gracias a su sacrificio. Cada momento que vives, se lo debes a Él. Es por Él y para Él que estás aquí. Cada vez que te levantas, Cristo te llama: "preséntate ante la cruz, quiero amarte, bendecirte, sanarte; y quiero que hagas lo mismo con quienes te rodean".
Y sin embargo, tantas veces no acudimos a la cita, tantas veces llegamos tarde, con excusas tontas que no nos convencen ni siquiera a nosotros mismos. "Cuando estás asediado por la tentación de lamentarte del camino impracticable, prueba a controlar el equipaje, haz un inventario lúcido y valeroso. Te darás cuenta de qué quintales de bagatelas, pequeñeces, preocupaciones mezquinas, ansiedades injustificadas, pretensiones de distinta índole, fruslerías, estorbos múltiples, te complican la marcha, y te hacen faltar a citas decisivas con Dios y los hermanos" (Pronzato, Alessandro. La seducción de Dios. Salamanca, Sígueme, 1973).
Ya no llegues tarde, ya no faltes más. Dios te está esperando: "He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación" (2º Corintios 6:2).
No caigas en el error de pensar que sólo se trata de una decisión puntual, en vez de un estilo de vida: "Si alguien quiere ser mi discípulo -dijo Jesús-, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga" (Lucas 9:23). Cada día, todos los días tienes una cita con Cristo. ¡Ya no te la pierdas!
"Señor, por la mañana, cuando mis ojos se abren a la luz y a las novedades del día que nace, haz que se abran también a las novedades y a las sorpresas imprevisibles de tus encuentros.
Dame ojos nuevos para verte, para reconocerte en todos los rostros que se cruzan en mi camino.
Proporcióname ojos nuevos. Los ojos de antes no me sirven ya. No puedo fiarme de ellos.
Señor, tengo necesidad de ojos nuevos para reconocerte, desde el momento que Tú has optado la costumbre de viajar de incógnito y de semejar siempre... otro.
... Y no me dejes caer en la distracción.
Mas líbrame del atolondramiento" (Pronzato, Alessandro, op. cit.). En el nombre de Jesús, Cristo, el Hijo de Dios, amén.
abril 02, 2006
Eligiendo lo mejor
La semana pasada te hablé acerca de la capacidad de Salomón para entender que todo aquello que Dios da al hombre es para que éste lo comparta. Esta actitud evidenciaba que Salomón conocía el corazón de Dios. Sin embargo, hoy quiero avanzar un poco más en la vida de este rey de Israel, a fin de mostrarte la importancia de elegir lo mejor.
"Ahora bien, además de casarse con la hija del faraón, el rey Salomón tuvo amoríos con muchas mujeres moabitas, amonitas, edomitas, sidonias e hititas, todas ellas mujeres extranjeras, que procedían de naciones de las cuales el Señor había dicho a los israelitas: 'No se unan a ellas, ni ellas a ustedes, porque de seguro les desviarán el corazón para que sigan a otros dioses'. Con tales mujeres se unió Salomón y tuvo amoríos. Tuvo setecientas esposas que eran princesas, y trescientas concubinas; todas estas mujeres hicieron que se pervirtiera su corazón. En efecto, cuando Salomón llegó a viejo, sus mujeres le pervirtieron el corazón de modo que él siguió a otros dioses, y no siempre fue fiel al Señor su Dios como lo había sido su padre David. Por el contrario, Salomón siguió a Astarté, diosa de los sidonios, y a Moloc, el detestable dios de los amonitas. Así que Salomón hizo lo que ofende al Señor y no permaneció fiel a Él como su padre David. Fue en esa época cuando, en una montaña al este de Jerusalén, Salomón edificó un altar pagano para Quemós, el detestable dios de Moab, y otro para Moloc, el despreciable dios de los amonitas. Lo mismo hizo en favor de sus mujeres extranjeras, para que éstas pudieran quemar incienso y ofrecer sacrificios a sus dioses". (1º Reyes 11:1-8)
Quiero hacer una pequeña aclaración porque quizás esto no se entienda del todo bien: el error de Salomón no es tener muchas mujeres, dado que eso se acostumbraba en la época, sino buscarlas de entre los pueblos paganos, cosa que estaba prohibido desde la época de Moisés (Éxodo 34:10-16), porque terminarían alejándolo de Dios (como en efecto sucede).
Si vas unos capítulos más atrás en el libro de Primera Reyes, descubrirás que Salomón fue quien construyó el primer templo del Señor. Luego de dedicarlo, en una hermosa oración (1º Reyes 8:22-61), Dios le habla diciéndole:
"En cuanto a ti, si me sigues con integridad y rectitud de corazón, como lo hizo tu padre David, y me obedeces en todo lo que yo te ordene y cumples mis decretos y leyes, yo afirmaré para siempre tu trono en el reino de Israel, como le prometí a tu padre David cuando le dije: 'Nunca te faltará un descendiente en el trono de Israel'. Pero si ustedes o sus hijos dejan de cumplir los mandamientos y decretos que les he dado, y se apartan de Mí para servir y adorar a otros dioses, yo arrancaré a Israel de la tierra que le he dado y repudiaré el templo que he consagrado en mi honor. Entonces Israel será el hazmerreír de todos los pueblos". (1º Reyes 9:4-7)
Salomón, conociendo las consecuencias, e inducido por mujeres que nunca debió tener, faltó a este pacto (incluso luego de haber sido advertido dos veces por Dios -1º Reyes 11:9-10-). No puedo dejar de preguntarme "¿por qué?".
La Biblia dice que Salomón tenía "un corazón sabio y prudente, como nadie antes de él lo había tenido ni lo tendrá después" (1º Reyes 3:12), que "tenía sabiduría de Dios para administrar justicia" (1º Reyes 3:28). Incluso, que "Dios le dio a Salomón sabiduría e inteligencia extraordinarias; sus conocimientos eran tan vastos como la arena que está a la orilla del mar. Sobrepasó en sabiduría a todos los sabios del Oriente y de Egipto. En efecto, fue más sabio que nadie, por eso la fama de Salomón se difundió por todas las naciones vecinas. Compuso tres mil proverbios y mil cinco canciones. Disertó acerca de las plantas, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que crece en los muros. También enseñó acerca de las bestias y las aves, los reptiles y los peces. Los reyes de todas las naciones del mundo que se enteraron de la sabiduría de Salomón enviaron a sus representantes para que lo escucharan" (1º Reyes 4:29-34).
Me pregunto, entonces, ¿cómo puede ser que siendo tan sabio pueda equivocarse tanto?. ¿No sabía las consecuencias de sus acciones? Por supuesto que sí. ¿No sabía, entonces, que lo mejor para él era obedecer a Dios? Por supuesto que sí (además, lo había visto reflejado en la vida de su padre, David). ¿Por qué lo hace, entonces?
Creo que lo hace, sencillamente, porque aún sabiendo perfectamente qué es lo mejor para él, no lo elige. Muchas veces queremos algo, aún sabiendo que no es lo más conveniente, y lo hacemos. El deseo parece ser más importante que lo correcto en esos casos.
Pienso en Cristo, orando en Getsemaní, diciendo: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como Tú" (Mateo 26:39). ¡Menos mal que Él entendió que lo correcto es más importante que lo que Él quería!
Nos encontramos, entonces, con dos ejemplos: Salomón y Cristo. El primero, aún sabiendo qué es lo mejor, elige lo que quiere, sin importarle las consecuencias. El segundo, dejando de lado lo que quiere, elige lo correcto, sin importarle las consecuencias. ¿Cuál es la diferencia? La justicia y misericordia de Dios: Por el pecado de Salomón el reino de Israel es dividido, y su descendencia pierde el reinado (1º Reyes 11:9-13); por la obediencia de Cristo, la humanidad recibió el camino, la verdad y la vida.
Tengamos presentes estas dos opciones. Sabemos bien qué es lo correcto, qué es lo mejor para nosotros. Sabemos cómo escogerlo también. No dejemos de hacerlo simplemente por seguir lo que queremos, no sea cosa que terminemos como Salomón.
Dios nos bendiga.
Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a elegir siempre lo mejor. Perdóname por las veces que puse mi voluntad sobre la tuya. En el nombre de Jesús, amén.
"Ahora bien, además de casarse con la hija del faraón, el rey Salomón tuvo amoríos con muchas mujeres moabitas, amonitas, edomitas, sidonias e hititas, todas ellas mujeres extranjeras, que procedían de naciones de las cuales el Señor había dicho a los israelitas: 'No se unan a ellas, ni ellas a ustedes, porque de seguro les desviarán el corazón para que sigan a otros dioses'. Con tales mujeres se unió Salomón y tuvo amoríos. Tuvo setecientas esposas que eran princesas, y trescientas concubinas; todas estas mujeres hicieron que se pervirtiera su corazón. En efecto, cuando Salomón llegó a viejo, sus mujeres le pervirtieron el corazón de modo que él siguió a otros dioses, y no siempre fue fiel al Señor su Dios como lo había sido su padre David. Por el contrario, Salomón siguió a Astarté, diosa de los sidonios, y a Moloc, el detestable dios de los amonitas. Así que Salomón hizo lo que ofende al Señor y no permaneció fiel a Él como su padre David. Fue en esa época cuando, en una montaña al este de Jerusalén, Salomón edificó un altar pagano para Quemós, el detestable dios de Moab, y otro para Moloc, el despreciable dios de los amonitas. Lo mismo hizo en favor de sus mujeres extranjeras, para que éstas pudieran quemar incienso y ofrecer sacrificios a sus dioses". (1º Reyes 11:1-8)
Quiero hacer una pequeña aclaración porque quizás esto no se entienda del todo bien: el error de Salomón no es tener muchas mujeres, dado que eso se acostumbraba en la época, sino buscarlas de entre los pueblos paganos, cosa que estaba prohibido desde la época de Moisés (Éxodo 34:10-16), porque terminarían alejándolo de Dios (como en efecto sucede).
Si vas unos capítulos más atrás en el libro de Primera Reyes, descubrirás que Salomón fue quien construyó el primer templo del Señor. Luego de dedicarlo, en una hermosa oración (1º Reyes 8:22-61), Dios le habla diciéndole:
"En cuanto a ti, si me sigues con integridad y rectitud de corazón, como lo hizo tu padre David, y me obedeces en todo lo que yo te ordene y cumples mis decretos y leyes, yo afirmaré para siempre tu trono en el reino de Israel, como le prometí a tu padre David cuando le dije: 'Nunca te faltará un descendiente en el trono de Israel'. Pero si ustedes o sus hijos dejan de cumplir los mandamientos y decretos que les he dado, y se apartan de Mí para servir y adorar a otros dioses, yo arrancaré a Israel de la tierra que le he dado y repudiaré el templo que he consagrado en mi honor. Entonces Israel será el hazmerreír de todos los pueblos". (1º Reyes 9:4-7)
Salomón, conociendo las consecuencias, e inducido por mujeres que nunca debió tener, faltó a este pacto (incluso luego de haber sido advertido dos veces por Dios -1º Reyes 11:9-10-). No puedo dejar de preguntarme "¿por qué?".
La Biblia dice que Salomón tenía "un corazón sabio y prudente, como nadie antes de él lo había tenido ni lo tendrá después" (1º Reyes 3:12), que "tenía sabiduría de Dios para administrar justicia" (1º Reyes 3:28). Incluso, que "Dios le dio a Salomón sabiduría e inteligencia extraordinarias; sus conocimientos eran tan vastos como la arena que está a la orilla del mar. Sobrepasó en sabiduría a todos los sabios del Oriente y de Egipto. En efecto, fue más sabio que nadie, por eso la fama de Salomón se difundió por todas las naciones vecinas. Compuso tres mil proverbios y mil cinco canciones. Disertó acerca de las plantas, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que crece en los muros. También enseñó acerca de las bestias y las aves, los reptiles y los peces. Los reyes de todas las naciones del mundo que se enteraron de la sabiduría de Salomón enviaron a sus representantes para que lo escucharan" (1º Reyes 4:29-34).
Me pregunto, entonces, ¿cómo puede ser que siendo tan sabio pueda equivocarse tanto?. ¿No sabía las consecuencias de sus acciones? Por supuesto que sí. ¿No sabía, entonces, que lo mejor para él era obedecer a Dios? Por supuesto que sí (además, lo había visto reflejado en la vida de su padre, David). ¿Por qué lo hace, entonces?
Creo que lo hace, sencillamente, porque aún sabiendo perfectamente qué es lo mejor para él, no lo elige. Muchas veces queremos algo, aún sabiendo que no es lo más conveniente, y lo hacemos. El deseo parece ser más importante que lo correcto en esos casos.
Pienso en Cristo, orando en Getsemaní, diciendo: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como Tú" (Mateo 26:39). ¡Menos mal que Él entendió que lo correcto es más importante que lo que Él quería!
Nos encontramos, entonces, con dos ejemplos: Salomón y Cristo. El primero, aún sabiendo qué es lo mejor, elige lo que quiere, sin importarle las consecuencias. El segundo, dejando de lado lo que quiere, elige lo correcto, sin importarle las consecuencias. ¿Cuál es la diferencia? La justicia y misericordia de Dios: Por el pecado de Salomón el reino de Israel es dividido, y su descendencia pierde el reinado (1º Reyes 11:9-13); por la obediencia de Cristo, la humanidad recibió el camino, la verdad y la vida.
Tengamos presentes estas dos opciones. Sabemos bien qué es lo correcto, qué es lo mejor para nosotros. Sabemos cómo escogerlo también. No dejemos de hacerlo simplemente por seguir lo que queremos, no sea cosa que terminemos como Salomón.
Dios nos bendiga.
Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a elegir siempre lo mejor. Perdóname por las veces que puse mi voluntad sobre la tuya. En el nombre de Jesús, amén.
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