Estaba bañándome cuando comencé a preguntarme qué implicaba, para mí, ser protestante. Quizás parezca tonto, pero nunca me había detenido a pensar contra qué protestaba, por qué lo hacía y con qué fin.
Sé bien que mi protesta no es apacible, acallada, que sólo espera. Sé también que no es violenta, que no pretende producir un cambio a cualquier costo. Sé que no es reivindicativa, que no busca un reconocimiento. A todos esos tipos de protesta estamos acostumbrados en este país.
Mi protesta se trata de principios, de fidelidades, de éticas, de moralidades, de aquello que es correcto. Mi protesta busca traer luz. Mi protesta se basa en quitar un poco de mal interpretación, de confusión, de engaño, para traer un poco de claridad, un poco de gracia.
Protesto contra la religión como institución, que presenta desigualdades entre este y aquel, entre mí y cualquier otro. No se trata de religión, sino de relación con Dios. La iglesia existe para guiar, para aconsejar, para ayudar. Es un organismo de iguales, no una institución de poder. “El que quiera ser grande entre ustedes, deberá ser su servidor”, dijo Jesús en Marcos 10:43.
Protesto contra la hipocresía de los “perfectos hijos de Dios”. “Todos fallamos mucho” (Santiago 3:2), así que protesto contra la falsedad. Es tiempo de que “reconozcamos nuestras miserias, lloremos y nos lamentemos, de que nos humillemos delante del Señor, para que Él nos exalte” (Santiago 4:9-10). Porque sólo Él nos levanta del barro en el que estamos revueltos. “Recordemos de dónde hemos caído y arrepintámonos” (Apocalipsis 2:5). “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es, ¡las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas!” (2º Corintios 5:17).
Protesto contra el silencio de los que “con injusticia detienen la verdad” (Romanos 1:18), porque Cristo murió por todos. “Creí, y por eso hablé” (2º Corintios 4:13). “Comete pecado todo el que sabe hacer el bien y no lo hace” (Santiago 4:17). Callar es mentir. Callar es tener en poco la muerte de Cristo. Él se sacrificó por todos. Esa verdad no puede callarse.
Protesto contra la repetición de liturgia sin sentido. De nada sirve realizar el mismo rito periódicamente si se pierde el sentido que tenía. “No fijándonos en las cosas que se ven, sino las que no se ven; porque las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas” (2º Corintios 4:18). Dios examina el corazón, es decir, la intención que imprimimos en cada cosa que hacemos, no en qué o cómo lo hacemos. Para Él es más importante el porqué.
Protesto contra el sacrificio físico sin sentido en nombre en Dios. Él nunca nos pidió que hagamos o que dejemos de hacer algo como fin; en todo caso, lo hizo como medio. ¿Qué quiero decir? Simple: con caminar, por ejemplo, setenta kilómetros no logramos nada; de la misma manera que por no comer por cuatro días, tampoco. ¿Por qué? Porque lo importante es si hacemos eso para Dios, o para nosotros. La relación con Dios no es un negocio del tipo “yo hago esto, y vos me das esto”. Primero, porque Él nunca nos pide nada a cambio, sino que nos da todo por gracia (regalo inmerecido), sencillamente, porque no hay nada que podamos devolverle. Segundo, porque las cosas que Él nos da, o las que nos priva de tener, son siempre para nuestro bien: “Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman” (Romanos 8:28).
Protesto contra el engaño de quienes tergiversan la Palabra de Dios. Protesto contra la mentira que afirma que por creer en Dios todo nos irá bien, porque no es cierto. La fe en el Padre nos garantiza “una esperanza que no nos decepciona” (Romanos 5:5). Es la seguridad de que todo va a estar bien, pero no basada en que todo vaya realmente bien, sino simplemente en que Dios estará a nuestro lado. “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo,”, dijo Jesús en Mateo 28:20. La fe es “la convicción de lo que se espera y la certeza de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Esa fe, que proviene de Dios, es la que nos llena de esperanza.
Dios, traé luz sobre nosotros. Enseñanos la verdad que da libertad. Amén.
noviembre 23, 2004
noviembre 15, 2004
Garantía por la eternidad
Mucho tiempo desde la última vez que estuve por acá...
Solemos ser desconfiados. Muchas veces somos como Tomás, que necesitó ver a Cristo resucitado para creer que era cierto lo que Él había prometido (Juan 20:24-29). Dudamos, siempre dudamos. Los golpes que recibimos a medida que vivimos, las tristezas, las nostalgias, las melancolías nos hermetizan. Sencillamente, no creemos. Necesitamos tener algo tangible que nos garantice la veracidad, la autenticidad de lo que creemos. Quizás, es porque nos fijamos más en lo que se ve, que en lo que no se ve (aunque deberíamos saber que esto último es lo que dura para siempre -2º Corintios 4:18-).
Dios nos conoce. Dios sabe esto. Por eso, es que dice lo siguiente a través del apóstol Pablo:
"Dios nos dio su Espíritu como garantía de sus promesas. Por eso, mantenemos siempre la confianza, aunque sabemos que mientras vivamos en este cuerpo estaremos alejados del Señor. Vivimos por fe, no por vista". (2º Corintios 5:5-7)
El Espíritu Santo es la prenda, la señal con la que Dios selló el pacto de redención con el hombre. Aquellos que creímos en su Palabra tenemos el privilegio de ser llamados hijos de Dios (Juan 1:12). "Bienaventurados los que no vieron, y creyeron", dice Juan 20:29.
"Dios es el que nos mantiene firmes en Cristo. Él nos ungió, nos selló como propiedad suya y puso su Espíritu en nuestro corazón como garantía de sus promesas". (2º Corintios 1:21-22)
"Cuando oímos el evangelio, y creímos lo que dice, fuimos marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido. Éste garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios". (Efesios 1:13-14)
El Espíritu Santo es quien nos asegura que lo que Cristo dijo mientras estuvo en la Tierra es cierto. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo (que es Dios mismo) es la prueba de que Dios pagó un alto precio por nosotros: la sangre de Cristo.
Jesús dijo:
"Yo rogaré al Padre, y les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: el Espíritu de verdad, al que el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni lo conoce; pero ustedes sí lo conocen, porque vive en ustedes, y estará en ustedes. Y el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les dije". (Juan 14:16-17,26)
Señor, gracias por conocerme tanto. Gracias por darme una garantía de lo que prometiste. Gracias porque la garantía que diste sos Vos mismo. Ayudame a no dudar. Manteneme firme en Cristo. Gracias por el Consolador, el Espíritu Santo. Gracias porque es cierto que me acompaña todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
Solemos ser desconfiados. Muchas veces somos como Tomás, que necesitó ver a Cristo resucitado para creer que era cierto lo que Él había prometido (Juan 20:24-29). Dudamos, siempre dudamos. Los golpes que recibimos a medida que vivimos, las tristezas, las nostalgias, las melancolías nos hermetizan. Sencillamente, no creemos. Necesitamos tener algo tangible que nos garantice la veracidad, la autenticidad de lo que creemos. Quizás, es porque nos fijamos más en lo que se ve, que en lo que no se ve (aunque deberíamos saber que esto último es lo que dura para siempre -2º Corintios 4:18-).
Dios nos conoce. Dios sabe esto. Por eso, es que dice lo siguiente a través del apóstol Pablo:
"Dios nos dio su Espíritu como garantía de sus promesas. Por eso, mantenemos siempre la confianza, aunque sabemos que mientras vivamos en este cuerpo estaremos alejados del Señor. Vivimos por fe, no por vista". (2º Corintios 5:5-7)
El Espíritu Santo es la prenda, la señal con la que Dios selló el pacto de redención con el hombre. Aquellos que creímos en su Palabra tenemos el privilegio de ser llamados hijos de Dios (Juan 1:12). "Bienaventurados los que no vieron, y creyeron", dice Juan 20:29.
"Dios es el que nos mantiene firmes en Cristo. Él nos ungió, nos selló como propiedad suya y puso su Espíritu en nuestro corazón como garantía de sus promesas". (2º Corintios 1:21-22)
"Cuando oímos el evangelio, y creímos lo que dice, fuimos marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido. Éste garantiza nuestra herencia hasta que llegue la redención final del pueblo adquirido por Dios". (Efesios 1:13-14)
El Espíritu Santo es quien nos asegura que lo que Cristo dijo mientras estuvo en la Tierra es cierto. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo (que es Dios mismo) es la prueba de que Dios pagó un alto precio por nosotros: la sangre de Cristo.
Jesús dijo:
"Yo rogaré al Padre, y les dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: el Espíritu de verdad, al que el mundo no puede recibir, porque no lo ve, ni lo conoce; pero ustedes sí lo conocen, porque vive en ustedes, y estará en ustedes. Y el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les dije". (Juan 14:16-17,26)
Señor, gracias por conocerme tanto. Gracias por darme una garantía de lo que prometiste. Gracias porque la garantía que diste sos Vos mismo. Ayudame a no dudar. Manteneme firme en Cristo. Gracias por el Consolador, el Espíritu Santo. Gracias porque es cierto que me acompaña todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.
octubre 18, 2004
La vista espiritual
Llegué a 2º Corintios capítulo 4 y me encontré con el versículo que probablemente es el que más me gusta de toda la Biblia.
"No nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno". (2º Corintios 4:18)
Me encanta la literatura. Cuando leí este texto por primera vez no hice más que pensar en Antoine de Saint-Exupery: “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos (...) Los ojos están ciegos. Es necesario buscar con el corazón”.
Muchas veces nos aferramos a estructuras. Construcciones mentales sin sentido que pasan a tener más importancia que las cuestiones fundamentales que les dieron origen, que les dan sentido. Muchas veces nos importa más preservar las formas que destacar el contenido. Nos aferramos tanto a nuestros paradigmas (entendidos como la manera de ver al mundo), que no podemos ver nada más allá de ellos.
En Marcos 9:38-40 se relata parte de una conversación que Juan, el discípulo amado, tuvo con Jesús:
"-Maestro, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo impedimos porque no es de los nuestros -otras versiones traducen no nos sigue-.
-No se lo impidan -replicó Jesús. Nadie que haga un milagro en mi nombre puede hablar mal de mí. El que no está en contra de nosotros está a favor de nosotros. Les aseguro que cualquiera que les de un vaso de agua en mi nombre por ser ustedes de Cristo, no perderá su recompensa".
Los discípulos de Jesús estaban enojados porque habían encontrado una persona que hacía las mismas cosas que ellos hacían, pero no de la misma manera. Los había ofendido que esta persona no respetara sus formas, sus estructuras. Sin embargo, Cristo puede ver más allá que ellos, y les responde: "Muchachos, ¿cómo es que todavía no lo entendieron? No se trata de cómo, sino por qué se hace algo. Si alguien ayuda a otra persona en mi nombre, no importa cómo lo haga. Sencillamente, si no está en mi contra, está a favor mío".
¿Cuántas veces el "grado de espiritualidad" de una persona (si es que eso puede calcularse, cosa que dudo mucho) se mide por su asistencia a las reuniones de la iglesia, su conocimiento bíblico, su actitud frente a los líderes, su aspecto, su vestimenta, o su emoción a la hora de la alabanza? Si bien todas estas cosas pueden ser importantes (y no digo que no lo sean), no son esenciales. Me refiero a lo siguiente: todas ellas pueden aparentarse sin demasiado problema. Sin embargo, Dios nos dice: "prestá atención a lo que no se ve, porque eso es lo que perdura para siempre".
"No mires su parecer -dijo el Señor a Samuel-, ni lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Dios no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón". (1º Samuel 16:7)
Un ejemplo concreto de cómo debe mirarse:
"En Listra vivía un hombre lisiado de nacimiento, que no podía mover las piernas y nunca había caminado. Estaba sentado, escuchando a Pablo, quien al reparar en él y ver que tenía fe para ser sanado, le ordenó con voz fuerte: '¡Ponte en pie y enderézate!'. El hombre dio un salto y empezó a caminar". (Hechos 14:8-9)
¿Notaron a lo que me refería? El apóstol Pablo pudo ver la fe del paralítico. Parece loco esto. La fe es certeza y convicción (Hebreos 11:1), entonces ¿cómo es que puede verse? Supuestamente, no es más que un acto racional. La respuesta está en el mismo capítulo de 2º Corintios:
"Dios hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos su gloria, que resplandece en el rostro de Cristo". (2º Corintios 4:6)
¿Cómo podemos ver la fe, la esperanza y el amor (las tres cosas que según 1º Corintios 13:13 permanecen)? A través de la luz de Cristo, porque sólo en él se quita el velo que cubre nuestro rostro y nos impide ver (2º Corintios 3:13-16).
La verdadera vista no es a través de los ojos, sino del espíritu. Es el discernimiento espiritual la única vara para "medir la espiritualidad" (digo esto para redondear la idea que antes dejé inconclusa).
Estoy en desacuerdo con cuidar formas porque sí. Eso es liturgia. Es religiosidad. Cristo nos incita a ver más allá. Durante muchos años nuestras propias estructuras y reglas nos retuvieron de hacer aquello a lo que fuimos llamados: alcanzar a los que se pierden (Mateo 28:19-20). "Es que ellos no respetan mis normas", "es que no puedo adaptarme a su forma de pensar" (olvidando el capítulo 9 de 1º Corintios), "es que son tan distintos a mí", "es que...". ¡Cuántas excusas sin sentido!
Hay algo que debemos aprender de Cristo, Él no veía pecadores, sino personas. Es que detrás del pecador, hay alguien que necesita a Cristo. No digo que negociemos con el pecado, pero sí que lo hagamos con el pecador (1º Corintios 5:9-11 -por favor, léanlo-). Somos la luz del mundo (Mateo 5:14) para iluminar las almas que están oscurecidas por el pecado (2º Corintios 4:4).
Del mismo modo, esta "visión espiritual" debe servirnos para examinarnos a nosotros mismos. El respetar rituales no nos hace santos. El repetir maquinalmente liturgias no nos acerca a Dios. Se trata de intimidad con Cristo, de conocer al Padre, de permitir el trabajo del Espíritu Santo dentro nuestro. Esta visión es la que nos permitirá, luego de autoexaminarnos, mirar a los demás como Cristo lo hacía (Lucas 6:39-42).
Padre, te ruego que me enseñes a ver correctamente. Ayudame a no quedarme solamente con las cosas que se ven a primera vista, sino a percibir lo que hay detrás de ellas. Rompé todas las estructuras que frenen mi crecimiento espiritual. Cristo, perdoná por las veces que no levanté la vista de mi propio ombligo para ver a los demás como vos lo hacías. Enseñame a autoexaminarme para cambiar aquellas cosas que no te agradan, y a ver a mis hermanos a través de tu luz, y no de mis paradigmas. Amén.
"No nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno". (2º Corintios 4:18)
Me encanta la literatura. Cuando leí este texto por primera vez no hice más que pensar en Antoine de Saint-Exupery: “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos (...) Los ojos están ciegos. Es necesario buscar con el corazón”.
Muchas veces nos aferramos a estructuras. Construcciones mentales sin sentido que pasan a tener más importancia que las cuestiones fundamentales que les dieron origen, que les dan sentido. Muchas veces nos importa más preservar las formas que destacar el contenido. Nos aferramos tanto a nuestros paradigmas (entendidos como la manera de ver al mundo), que no podemos ver nada más allá de ellos.
En Marcos 9:38-40 se relata parte de una conversación que Juan, el discípulo amado, tuvo con Jesús:
"-Maestro, vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo impedimos porque no es de los nuestros -otras versiones traducen no nos sigue-.
-No se lo impidan -replicó Jesús. Nadie que haga un milagro en mi nombre puede hablar mal de mí. El que no está en contra de nosotros está a favor de nosotros. Les aseguro que cualquiera que les de un vaso de agua en mi nombre por ser ustedes de Cristo, no perderá su recompensa".
Los discípulos de Jesús estaban enojados porque habían encontrado una persona que hacía las mismas cosas que ellos hacían, pero no de la misma manera. Los había ofendido que esta persona no respetara sus formas, sus estructuras. Sin embargo, Cristo puede ver más allá que ellos, y les responde: "Muchachos, ¿cómo es que todavía no lo entendieron? No se trata de cómo, sino por qué se hace algo. Si alguien ayuda a otra persona en mi nombre, no importa cómo lo haga. Sencillamente, si no está en mi contra, está a favor mío".
¿Cuántas veces el "grado de espiritualidad" de una persona (si es que eso puede calcularse, cosa que dudo mucho) se mide por su asistencia a las reuniones de la iglesia, su conocimiento bíblico, su actitud frente a los líderes, su aspecto, su vestimenta, o su emoción a la hora de la alabanza? Si bien todas estas cosas pueden ser importantes (y no digo que no lo sean), no son esenciales. Me refiero a lo siguiente: todas ellas pueden aparentarse sin demasiado problema. Sin embargo, Dios nos dice: "prestá atención a lo que no se ve, porque eso es lo que perdura para siempre".
"No mires su parecer -dijo el Señor a Samuel-, ni lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Dios no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón". (1º Samuel 16:7)
Un ejemplo concreto de cómo debe mirarse:
"En Listra vivía un hombre lisiado de nacimiento, que no podía mover las piernas y nunca había caminado. Estaba sentado, escuchando a Pablo, quien al reparar en él y ver que tenía fe para ser sanado, le ordenó con voz fuerte: '¡Ponte en pie y enderézate!'. El hombre dio un salto y empezó a caminar". (Hechos 14:8-9)
¿Notaron a lo que me refería? El apóstol Pablo pudo ver la fe del paralítico. Parece loco esto. La fe es certeza y convicción (Hebreos 11:1), entonces ¿cómo es que puede verse? Supuestamente, no es más que un acto racional. La respuesta está en el mismo capítulo de 2º Corintios:
"Dios hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos su gloria, que resplandece en el rostro de Cristo". (2º Corintios 4:6)
¿Cómo podemos ver la fe, la esperanza y el amor (las tres cosas que según 1º Corintios 13:13 permanecen)? A través de la luz de Cristo, porque sólo en él se quita el velo que cubre nuestro rostro y nos impide ver (2º Corintios 3:13-16).
La verdadera vista no es a través de los ojos, sino del espíritu. Es el discernimiento espiritual la única vara para "medir la espiritualidad" (digo esto para redondear la idea que antes dejé inconclusa).
Estoy en desacuerdo con cuidar formas porque sí. Eso es liturgia. Es religiosidad. Cristo nos incita a ver más allá. Durante muchos años nuestras propias estructuras y reglas nos retuvieron de hacer aquello a lo que fuimos llamados: alcanzar a los que se pierden (Mateo 28:19-20). "Es que ellos no respetan mis normas", "es que no puedo adaptarme a su forma de pensar" (olvidando el capítulo 9 de 1º Corintios), "es que son tan distintos a mí", "es que...". ¡Cuántas excusas sin sentido!
Hay algo que debemos aprender de Cristo, Él no veía pecadores, sino personas. Es que detrás del pecador, hay alguien que necesita a Cristo. No digo que negociemos con el pecado, pero sí que lo hagamos con el pecador (1º Corintios 5:9-11 -por favor, léanlo-). Somos la luz del mundo (Mateo 5:14) para iluminar las almas que están oscurecidas por el pecado (2º Corintios 4:4).
Del mismo modo, esta "visión espiritual" debe servirnos para examinarnos a nosotros mismos. El respetar rituales no nos hace santos. El repetir maquinalmente liturgias no nos acerca a Dios. Se trata de intimidad con Cristo, de conocer al Padre, de permitir el trabajo del Espíritu Santo dentro nuestro. Esta visión es la que nos permitirá, luego de autoexaminarnos, mirar a los demás como Cristo lo hacía (Lucas 6:39-42).
Padre, te ruego que me enseñes a ver correctamente. Ayudame a no quedarme solamente con las cosas que se ven a primera vista, sino a percibir lo que hay detrás de ellas. Rompé todas las estructuras que frenen mi crecimiento espiritual. Cristo, perdoná por las veces que no levanté la vista de mi propio ombligo para ver a los demás como vos lo hacías. Enseñame a autoexaminarme para cambiar aquellas cosas que no te agradan, y a ver a mis hermanos a través de tu luz, y no de mis paradigmas. Amén.
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