"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

febrero 09, 2005

La tristeza de Dios

Hace unos días me puse a pensar en el estado de mi relación con Dios, de mi comunión con Él. A decir verdad, no es que simplemente me puse a pensar en eso, sino que estaba hablando el tema con una persona muy importante para mí.

La cosa es que a medida que analizaba mi constancia, mi fidelidad, mi sinceridad, mi entrega a Dios, me puse mal. Me entristeció la realidad. Me di cuenta de que las cosas no estaban tan bien, de que, si bien nunca había dejado de orar, sí había cambiado el espíritu de mi oración, ya no sonaba tan fresca, tan espontánea. Ya no incluía tanta fe. Mi vida devocional había caído en frecuencia y en calidad. Recurría a la Biblia sólo unos minutos por día, como para "cumplir" (más conmigo mismo que con Dios, en realidad). También había empezado a pensar otra vez más en mí que en los demás.

Todo esto me angustió.

Entonces, recordé algo y comencé a sonreírme. Tenía una lágrima rodando por mi mejilla cuando una sonrisa surcó mi rostro. Me acordé de algo que Pablo le había escrito a los corintios.

En la primera epístola a este pueblo, el apóstol los exhorta a quitar de entre ellos a una persona que públicamente tenía por esposa a su propia madre y, aparentemente, ellos no hacían nada al respecto, más que festejárselo. Pablo es realmente duro con ellos sobre este tema (1º Corintios 5).

Luego, en su segunda carta les dice lo siguiente:

"Si bien los entristecí con mi primera carta, no me pesa. Es verdad que antes sí me peso, porque me di cuenta de que por un tiempo los había entristecido. Sin embargo, ahora me alegro, no porque se hayan entristecido, sino porque su tristeza los llevó al arrepentimiento. Ustedes se entristecieron tal como Dios lo quiere, de modo que nosotros de ninguna manera los hemos perjudicado. La tristeza que proviene de Dios produce arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte. Fíjense lo que ha producido en ustedes esta tristeza que proviene de Dios: ¡qué empeño, qué afán por disculparse, qué indignación, qué temor, qué anhelo, qué preocupación, qué disposición para que se haga justicia! En todo han demostrado su inocencia en este asunto". (2º Corintios 7:8-11)

Me di cuenta de que esa tristeza que sentía provenía de Dios. Era un llamado de atención del Espíritu Santo. Esto alegró mi corazón, no por mí mismo o por mi situación, sino por poder experimentar otra vez el amor de Dios para conmigo. Me estaba cuidando. Él quería ver en mí ese empeño, esa indignación, esa preocupación, ese anhelo, ese temor que los corintios tuvieron. Porque "la tristeza que proviene de Dios produce arrepentimiento que lleva a la salvación" (¡qué hermosa verdad!).

Gracias, Señor, por ser tan bueno. Te amo. Perdoname por descuidar mi relación con vos. Gracias por hacérmelo notar. Quiero tener la misma actitud que los corintios tuvieron, ayudame. Te necesito. Amén.