"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

abril 19, 2005

Impuesta necesidad

¡Qué bronca me da la apatía, la comodidad, el desinterés! Fui por mucho tiempo prisionero de estos sentimientos. Ver que las cosas se hacen mal, o directamente no se hacen, y no hacer o decir nada al respecto. Presenciar que se da más importancia a las formas que a la esencia y no intentar producir un cambio. Ser partícipe y beneficiario de las buenas nuevas de salvación, y simplemente no compartirlas.

Ya hace un tiempito que Dios me viene machacando con un tema. La semana pasada me encontré con un versículo que me partió al medio:

“Considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine la carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús, que es el de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”. (Hechos 20:24)

El que habla es el apóstol Pablo, uno de los ejemplos de entrega más claros que jamás existieron.

Veamos una realidad: En el preciso momento en que tu vida es alcanzada por la preciosa sangre de Cristo, y pasas de las tinieblas a la luz, en el preciso instante en que tú recibes misericordia, cuando sabes que no la merecías (1º Pedro 2:9-10), te llega una obligación, una responsabilidad. Es una actitud que te es menester desde muy adentro de ti. "Impuesta necesidad", la llama el apóstol Pablo. Quizás te suene a algún tipo de condicionamiento o alienación (la búsqueda de satisfacer necesidades exteriormente estimuladas), yo también lo pensé así por mucho tiempo. Pero sencillamente no es así como funciona. Sí es una necesidad que se te impone, pero no desde afuera, sino desde adentro mismo. Es decir, una vez que permites al Espíritu de Dios entrar en tu vida, Él empieza a obrar, a hablarte. De tal manera, es para ti imposible no escuchar su voz (metafóricamente hablando). Esta "impuesta necesidad" no es nada más que predicar el evangelio. Te es impuesta porque te es imposible hacer otra cosa, porque decididamente no puedes dejar de hacerlo, aunque no entiendas por qué. Es el Espíritu Santo obrando en tu corazón, tu entendimiento y tu vida. Una vez que aceptas las buenas nuevas que traerán plenitud y salvación a tu vida, sencillamente no puedes hacer otra cosa que compartirlas:

“Si predico el evangelio, no tengo de qué gloriarme, porque estoy bajo el deber de hacerlo (me es impuesta necesidad); y ¡ay de mí si no predicara el evangelio!”. (1º Corintios 9:16)

Ahora bien, empecé este escrito quejándome acerca de la apatía, la comodidad y el desinterés. Esto es porque el resultado de estos tres sentimientos (o carencia de los mismos) produce la inmovilidad, la constante expectación en el vacío. Es imprescindible que hagas algo con aquello que te fue dado. No puede darte miedo, vergüenza o vagancia llevar a quien la desconoce una "verdad que lo hará libre" (Juan 8:31). Tienes en tus manos, en tu corazón, en tus labios, la posibilidad de "salvar de muerte a un alma y cubrir una multitud de pecados" (Santiago 5:19-20).

Pablo decía: “No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree" (Romanos 1:16). ¿Por qué decía esto? Seguramente porque el tema del pudor o la falta de confianza no es una novedad del siglo XXI. Sin embargo, no podemos más que intentar internalizar la justificación que el apóstol da para su falta de temor, de vergüenza: es "poder de Dios para salvación". A ver si comprendes: "poder de Dios para salvación" en tus manos, como un "tesoro en un vaso de barro" (2º Corintios 4:7). "Porque en el evangelio, la justicia de Dios se revela por fe y para fe, tal como está escrito: ‘El justo vivirá por la fe’” (Romanos 1:17), y ¿de dónde proviene esta fe? "de oír la Palabra de Dios" (Romanos 10:17). Ahora, pregúntate "¿cómo oirán, si nadie les predica?" (Romanos 10:14).

Empecé citando un versículo de los Hechos de los apóstoles, donde decía que el Señor Jesús le había encomendado a Pablo dar testimonio (contar) acerca del evangelio de la gracia de Dios (regalo divino). Tengo un news flash -noticia- para ti, son las últimas palabras de Jesús citadas en el evangelio de Mateo: “Vayan y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20). En este momento es donde dices: "ah, entonces a mí también me tocaba esa parte". Sí, a ti también te toca.

Analicemos juntos otras palabras dichas por Jesús: “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en una repisa para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo” (Mateo 5:14-16). ¿Cómo es esto de que como cristianos (seguidores de Cristo) somos "la luz del mundo"? Estas palabras aparecen por primera vez en la Biblia en Isaías capítulo 49, versículo 6: "Te he puesto como luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra". Pero, de ¿dónde viene esta idea de "luz"? El apóstol Juan dice en su primera carta universal: "Dios es luz y no hay tinieblas en Él" (1º Juan 1:5). Será otra vez el apóstol Pablo quien lo explique mejor, en su segunda carta a los corintios: "El dios de este mundo -el diablo- ha cegado la mente de los incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Dios. Porque Dios, que ordenó que la luz resplandeciera en las tinieblas, hizo brillar su luz en nuestro corazón para que conociéramos la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo” (2º Corintios 4:4,6). ¿Cómo sería esto, entonces? No es que nosotros emitimos nuestra propia luz (o gloria), sino que "reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, a la vez que somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu” (2º Corintios 3:18). La cuestión yace, por ende, en dejar brillar la luz de Cristo y no ocultarla, como si nos avergonzásemos de ella.

Tengo un pequeño versículo más, sobre el cual escribí hace cerca de un año, uno que me marcó muy profundamente: “La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos, que con su maldad restringen la verdad” (Romanos 1:18). Restringir -o detener- la verdad, implica pensar egoístamente que Jesús murió sólo por mí y por nadie más, y que por ende no es necesario que nadie más se entere, cuando es totalmente a la inversa: "Porque de tal manera amó Dios al mundo -no sólo a mí, sino a todo el mundo- que envió a su único Hijo, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16).

No puedes, y no puedo, quedarme esta verdad para mí sólo. Debo llevarla a dondequiera que vaya.

Señor, perdóname por todas las veces en que no compartí mi fe con quienes me rodean. Enséñame a anunciar las buenas nuevas de salvación siempre. Quiero llevar esa Palabra que da libertad. Úsame para alcanzar a las personas que amas. En el nombre de tu Hijo, el Señor Jesús, amén.