"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

junio 14, 2005

Cuando la tarea parece muy grande

"Jesús estaba reunido con sus discípulos, y era tanta la gente que iba y venía, que ni siquiera tenían tiempo para comer. Por eso, les dijo:
-Vengan conmigo ustedes solos a un lugar tranquilo y descansen un poco.
Así que se fueron solos en la barca a un lugar solitario, apartado. Pero muchos que los vieron salir, los reconocieron y, desde los poblados, corrieron por tierra hasta allá y llegaron antes que ellos. Cuando Jesús desembarcó y vio tanta gente, tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Así que comenzó a enseñarles muchas cosas.
Cuando ya se hizo tarde, se le acercaron sus discípulos y le dijeron:
-Éste es un lugar apartado y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vayan a los campos y pueblos cercanos y se compren algo de comer.
-Denles ustedes mismos de comer –contestó Jesús.
-¡Eso costaría el salario de ocho meses de trabajo! –objetaron- ¿Quieres que vayamos y gastemos todo ese dinero en pan para darles de comer?
-¿Cuántos panes tienen ustedes? –preguntó-. Vayan a ver.
Después de averiguarlo, le dijeron:
-Cinco, y dos pescados.
Entonces, les mandó que hicieran que la gente se sentara por grupos sobre la hierba verde. Así que todos se acomodaron en grupos de cien y de cincuenta. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, los bendijo. Luego partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los repartieran a la gente. También repartió los dos pescados entre todos. Comieron todos hasta quedar satisfechos, y los discípulos recogieron doce canastas llenas de pedazos de pan y de pescado. Los que comieron fueron cinco mil".
(Marcos 6:31-44)

Historia más que conocida, ¿no? Creo, sin embargo, que tiene muchas cosas para decirnos. Como siempre, vamos a verla por partes:

Jesús está reunido con sus discípulos. Ellos acaban de volver de una tarea que Él mismo les había encomendado: ir de pueblo en pueblo, predicando y realizando milagros entre la gente, para que se arrepienta y crea (Marcos 6:7-13) -más o menos lo que nosotros debemos hacer hoy, al margen-. Imagino que ellos se mueren de ganas de hablar con Él, de contarle lo que vivieron, todo lo que pudieron hacer en su nombre. Están muy cansados, pero tan ansiosos, que ni siquiera se detienen a comer. Además, muchas personas que los siguieron para conocer a este Cristo que les habían predicado, no paran de ir y venir. Entonces, Jesús les dice: "tranquilos, vamos a un lugar apartado donde podamos comer y conversar en paz". "Bárbaro", dicen ellos. Se embarcan y se disponen a ir a un monte alejado.
Sin embargo, no toman en cuenta la necesidad de Dios que esta gente tiene -la misma que tienen hoy quienes no lo conocen-. La Palabra nos dice que ellos, al reconocerlos, "corrieron por tierra hacia donde se dirigían y llegaron antes que ellos". Wow. Los discípulos estaban demasiado cansados como para navegar en contra del viento, así que deben haberlo hecho a favor de él, ¡y la gente le ganó al viento!
Jesús, al ver esta escena, es movido a misericordia. Ve a la multitud como un grupo de "ovejas sin pastor", ve su necesidad de alimento espiritual, de esa agua que termina para siempre con la sed (Juan 4:14), y deja de lado su persona, su cansancio, sus ganas de escuchar a sus discípulos y de estar tranquilo, y va hacia ellos. Será por eso que Él es "el buen pastor, que da su vida por las ovejas" (Juan 10:11).
Comienza, entonces, a enseñarles. El tiempo pasa, los minutos se hacen horas, y comienza a oscurecer.
-Jesús, ya está anocheciendo y la gente tiene hambre, ¿por qué no los mandas a su casa? -le dice uno de sus discípulos-. Mañana seguimos.
Él mira, desconcertado. No entiende cuál es el problema en lo que le están planteando, así que simplemente dice: "¿y por qué no les dan ustedes de comer?".
Me imagino la cara de estupefacción de sus seguidores: se habrán dado vuelta, mirado la multitud y pensado: "este nos está cargando, ¿qué le pasa? ¿cómo pretende que nosotros alimentemos cinco mil personas? ¿no tiene idea de lo que habla?". Seguramente ellos mismos ya habían pasado hambre muchas veces: los impuestos romanos, la familia que crece. Para muchos de ellos siempre había sido difícil llevar la comida a la mesa, ¿cómo Jesús, entonces, plantea una locura semejante?
-Tendríamos que trabajar casi un año para poder pagar comida para todos estos -dice uno indicando con un poco de desprecio a la multitud que observa expectante.
Jesús, otra vez, los mira. Esta vez son ellos quienes parecen "ovejas sin pastor".
Ahora, me pregunto, ¿cuántas veces nos pasa lo mismo a nosotros? Vemos la tarea por hacer, inmensa, inconmensurable. Entonces, nos miramos a nosotros mismos; luego, a la tarea nuevamente. Una y otra vez, como para buscarle la vuelta. "No hay caso -decimos-, es como querer vaciar el mar con un gotero".
Ahí es donde entra Cristo, que nos dice: No te preocupes, dime, "¿qué es lo que tienes?". Casi con vergüenza, respondemos "casi nada: cinco panes, y dos pescados" (o "tan sólo una vara" como le responde Moisés al Señor en los capítulos tres y cuatro del libro de Éxodo). Entonces, es cuando se obra el milagro. Sólo cuando le rendimos a Cristo lo que tenemos, por poco que sea. Él toma nuestra ofrenda, por insignificante que parezca, y hace lo imposible: cinco panes y dos pescados alimentan una multitud, una vara se transforma en serpiente, un mar es vaciado con un gotero.
La gente se divide en grupos, Jesús bendice la comida, la reparten y todos comen hasta saciarse. Pero, tú que estás leyendo, espera, todavía hay algo más:
-Vayan a buscar lo que sobró -dice Jesús.
"¿Qué?", se preguntan los discípulos. Jamás habían imaginado que alcanzaría para todos, muchos menos, que sobraría algo. Sin embargo, a esta altura, no están para cuestionar nada. Así que lo hacen, y recogen doce canastas llenas. Ahora bien, el milagro no es sólo que la tarea fue cumplida, tampoco que nadie fue dejado afuera, ni siquiera que hubo más de lo necesario; el milagro es que los discípulos, luego de dar lo poco que tenían, ¡terminan teniendo más que al principio!
¡Gloria a Dios porque en nuestra vida ocurre de la misma manera! No sólo lo poco alcanza para mucho, sino que además, deja de ser poco por su obra. Wow, ¡qué tremendo!

Te animo a que te decidas a ofrecerle a Dios todo lo que tienes: en sus manos, eso puede cambiar el mundo. Déjate de excusas, sé adulto y enfrenta lo que Dios puso frente a ti. En su nombre podrás hacerlo.

Señor, mil gracias por tu Palabra. Gracias porque está tan viva. No importa cuánto conozca un pasaje, igual sigue hablándome con frescura. Gracias. Toma lo poco que tengo, multiplícalo para la gloria de tu nombre. Amén.