"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

septiembre 27, 2005

Una humanidad perfecta (parte II)

La semana pasada te hablé de la necesidad de un cambio en tu vida luego de conocer la verdad, de decidir ser un discípulo de Cristo. "Vivir de una manera digna del llamamiento que has recibido" (Efesios 4:1), lo llamaría el apóstol Pablo.

"Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:22-24). "Porque ustedes antes eran oscuridad, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de luz (el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad) y comprueben lo que agrada al Señor" (Efesios 5:8-10). "Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios, sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento oportuno, porque los días son malos. Por tanto, no sean insensatos, sino entiendan cuál es la voluntad del Señor. No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu" (Efesios 5:15-18).

La semana pasada vimos algunos aspectos prácticos de este cambio de vida, basándonos en la carta de Pablo a los efesios. Hoy continuaremos con ese estudio.

"Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan" (Efesios 4:29).

En tu boca tienes la herramienta idónea para construir una comunidad de fe (iglesia) sana, fuerte y segura de sí misma en Cristo. A su vez, también puedes crear una que sea enferma, débil y temerosa. ¿Cómo es esto? "Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así" (Santiago 3:9-10). Tus palabras tienen el poder, en Cristo, de sanar enfermedades, expulsar demonios y levantar muertos, pero también tienen la potestad de destruir vidas. Puedes alentar a quienes te rodean o sólo criticarlos. Puedes hablar bien de los demás o defenestrarlos. Puedes brindar apoyo y confianza a alguien inseguro o puedes terminar de destruir su autoestima. Puedes hablar acerca de temas que sólo alimenten los deseos de pecar en quienes te escuchan, o de satisfacer la sed del conocimiento de Dios. Puedes conversar acerca del pecado, o de cómo seguir a Cristo. Tus palabras pueden hacer ambas cosas, sólo que como discípulo de Cristo estás llamado a restaurar, restituir, construir, edificar. Aprende a bendecir con tus labios, o deja de hablar. Es preferible que te quedes callado a que destruyas. Piensa en lo que dirás antes de decirlo, piensa en quién te escucha antes de hablar, en cómo le afectará lo que digas (personalmente, esto me cuesta muchísimo). Sé responsable de tus palabras: "eres para siempre esclavo de lo que dices y amo de los que callas".

"No agravien/entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados para el día de la redención" (Efesios 4:30).

El Espíritu Santo es Dios mismo dentro tuyo, por obra de Jesús, el hijo de Dios. Según Él, el Espíritu Santo nos "guiará a la verdad" (Juan 16:13) y nos "consolará" (Juan 15:26) -no pretendo hacer un estudio acerca del Espíritu Santo hoy, será en otra oportunidad-. Él es la "garantía del cumplimiento de las promesas de Dios" (1º Corintios 5:5-7, 2º Corintios 1:21-22, Efesios 1:13-14), por ende, no seamos tontos, "no apaguemos al Espíritu" (1º Tesalonicenses 5:19). Cada vez que pecamos voluntariamente y no nos arrepentimos, dañamos nuestra comunión (relación de familiaridad) con Dios: eso es lo que entristece al Espíritu Santo, que nos alejemos de Dios. No hay una actitud más estúpida que pudiéramos tener, y sin embargo la tenemos a diario. Tratemos de vivir conscientemente lo más cerca de Dios que podamos y confiemos en su gracia para suplir nuestras faltas, sabiendo que el Espíritu de Dios se regocija de la voluntad de agradar a Dios (más allá de los fracasos ocasionales).

"Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo" (Efesios 4:31-32).

La medida para establecer la actitud frente a los demás es clara: hacer como Cristo hizo con nosotros. Amar como Él nos amó, perdonar como Él nos perdonó. Si tuviéramos esto en mente constantemente, muchas veces en vez de enojarnos con alguien, nos entristeceríamos por su actitud. Cristo no veía las acciones de los hombres sino sus fundamentos, sus intenciones. Muchas veces nos enojamos cuando alguien no hace las cosas como nosotros queremos, o porque nos hizo algo que no nos gustó o nos lastimó. Si pudiéramos desarrollar tan sólo un poco la capacidad que Dios nos dio para mirar como Cristo mira, podríamos tener hacia los demás una actitud como la que Él tuvo al ver a Jerusalén (Mateo 23:37-39): en vez de enojarse por su incredulidad, se entristeció por su pecado. La amargura, la ira y el enojo, los gritos y los insultos, sólo destruyen. La bondad, la compasión y el perdón mutuo son las cualidades que construyen una comunidad plena. Debemos aprender a anteponer el amor de Cristo a nuestras necesidades egoístas.

"Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios" (Efesios 5:1-2).

No queda mucho para aclarar aquí. ¿Cuál es la forma de "llegar a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo" (Efesios 4:13)? Imitando a Dios, que nos amó tanto, como para mandar a su Hijo a morir y pagar por nuestras faltas. El hombre perfecto es aquel que es igual a Cristo. A eso es a lo que un discípulo suyo debe aspirar, para eso debe vivir. En eso, se nos va la vida. Sin embargo, no debemos desanimarnos cuando fracasamos, sino sólo levantarnos y seguir adelante, como dijo Pablo: "No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecto. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús" (Filipenses 3:12-14). No pienses en tus fracasos pasados, no permitas que te condicionen, sino déjalos atrás y extiéndete hacia adelante, esforzándote por alcanzar aquello para lo que fuiste llamado. Dios estará contigo.

Señor, gracias por tu Palabra. Ayúdame a vivir esto que escribo, porque sólo no puedo. Ayúdame a crecer en el conocimiento de Cristo. A quienes lean esto, "te pido que les des el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que te conozcan mejor. Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza los has llamado, cuál es la riqueza de tu gloriosa herencia entre los santos, y cuán incomparable es la grandeza de tu poder a favor de los que creemos" (Efesios 1:17-19). En el nombre de Jesús, amén.