"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

septiembre 07, 2005

El alimento de cada día

Hace unos años, en una conferencia, tuve la oportunidad de conversar con un peruano que había salido de misionero (esto es, a hablar de Jesús a personas que nunca habían oído acerca de Él) a India. En un momento de la charla, le pregunté: "¿Cómo haces para estar cerca de Dios siempre? Muchas veces, oro y no pasa nada; leo la Biblia, y no pasa nada. ¿Cómo haces?". Me miró y con toda la tranquilidad del mundo me dijo: "la clave es la constancia". Y no dijo nada más.

Quiero ilustrarte esta respuesta: El pueblo judío -guiado por Moisés y Aarón- acababa de salir de Egipto, donde era esclavo, y estaba cruzando el desierto, para llegar a la tierra prometida por Dios. Entonces, pasó lo siguiente:

"Toda la comunidad israelita partió de Elim y llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y el Sinaí. Esto ocurrió a los quince días del mes segundo, contados a partir de su salida de Egipto. Allí, en el desierto, toda la comunidad murmuró contra Moisés y Aarón:
-¡Cómo quisiéramos que el Señor nos hubiera quitado la vida en Egipto! -les decían los israelitas-. Allá nos sentábamos en torno a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. ¡Ustedes han traído nuestra comunidad a este desierto para matarnos de hambre a todos!
Entonces el Señor le dijo a Moisés: 'Voy a hacer que les llueva pan del cielo. El pueblo deberá salir todos los días a recoger su ración diaria. Voy a ponerlos a prueba, para ver si cumplen o no mis instrucciones'.
A la mañana siguiente, una capa de rocío rodeaba el campamento. Al desaparecer el rocío, sobre el desierto quedaron unos copos muy finos, semejantes a la escarcha que cae sobre la tierra. Como los israelitas no sabían lo que era, al verlo se preguntaban unos a otros: '¿Y esto qué es?' Moisés les respondió:
-Es el pan que el Señor les da para comer. Y éstas son las órdenes que el Señor me ha dado: Recoja cada uno de ustedes la cantidad que necesite para toda la familia, calculando dos litros por persona.
Así lo hicieron los israelitas. Algunos recogieron mucho; otros recogieron poco. Pero cuando lo midieron por litros, ni al que recogió mucho le sobraba, ni al que recogió poco le faltaba: cada uno recogió la cantidad necesaria. Entonces Moisés les dijo:
-Nadie debe guardar nada para el día siguiente.
Hubo algunos que no le hicieron caso a Moisés y guardaron algo para el día siguiente, pero lo guardado se llenó de gusanos y comenzó a apestar. Entonces Moisés se enojó contra ellos.
Todas las mañanas cada uno recogía la cantidad que necesitaba, porque se derretía en cuanto calentaba el sol.
Y llamaron al pan 'maná' (en hebreo, significa "¿qué es?"). Era blanco como la semilla de cilantro, y dulce como las tortas con miel".
(Éxodo 16:1-4,13-21,31)

El pueblo judío era esclavo en Egipto. Allí pasaron una tremenda opresión (Éxodo 1 y 5). Dios escucha su clamor y lo libera a través de Moisés y su hermano Aarón. Están caminando en el desierto, hacia la tierra que Dios les había prometido, luego de haber visto muchos milagros que Dios había hecho por ellos (Éxodo del 7 al 14). Sin embargo, comienzan a quejarse. Se olvidan de quién es Dios, no recuerdan lo que acaba de hacer por ellos. Tampoco lo que estaba haciendo por ellos en ese momento (todos los días una columna de nube iba delante de ellos indicándoles el camino y protegiéndoles del sol, y todas las noches una columna de fuego les hacía las veces de guía y les daba calor -Éxodo 13:21-22-). Sin embargo, se quejaron. Igual que yo hago, igual que tú haces, ellos también se quejaron.

Dios, en su misericordia e infinita paciencia, les da lo que piden: "Les lloverá pan del cielo". Ellos no tenían que hacer nada. No tenían que buscar a Dios, Él se acercaba a ellos. Nada que hicieran podía impedir que este regalo llegara, tampoco podían hacer algo para mejorarlo, sencillamente porque no lo merecían, era por pura gracia (regalo inmerecido).

Quiero destacar un par de aspectos que quizás pasan de la largo en la lectura apresurada:

-El maná llovía del cielo todos los días y en sólo 24 horas se pudría. Esto obligaba a los israelitas a depender de Dios. No podían guardar nada, sino que debían confiar en que cada día Dios se apiadara de ellos.

-No importa qué volumen juntara cada uno, siempre era la misma cantidad. Tanto el más fuerte como el más débil, o el más rico como el más pobre, recibían la misma porción. Esto los obligaba a verse iguales.

-El maná debía ser recogido temprano; de no hacerse así, se derretía. Esto les recordaba que Dios debía ser lo primero en sus vidas, si lo postergaban por algo, sencillamente no comían.

-Cada uno debía recoger su propia ración, no podían mandar a alguien que recogiera por los demás. Esto indicaba que la relación con Dios debía ser personal.

-Todo lo que hacían fuera de lo que Dios había mandado (ya sea recoger de más o guardarlo para el día siguiente) era en vano. Esto les señalaba siempre cuál era el mejor camino en sus vidas, y por qué debían seguirlo.

Pasemos, ahora, a aplicarlo a nuestra vida:

-Debes buscar a Dios cada día. No puedes hacerlo cada tanto, una vez al mes, o sólo los domingos en la iglesia. Tu relación con Dios tiene que ser constante, de eso se trata. La Biblia es el maná que nos llovió del cielo. Está ahí, a tu disposición, para que te alimentes de Dios cada día ("No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" -Mateo 4:4-).

-No se trata de cantidad. No es cuestión de que leas doscientas páginas de la Biblia por día o de que ores siete horas. Lo importante está en la actitud de buscar a Dios de corazón y de la mejor manera que puedas. Es una relación constante, porque debes tener presente que cuando haces cualquier cosa, también la haces para Dios ("Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres" -Colosenses 3:23-).

-Dios debe ser la prioridad en tu vida. Si Él no está primero, todo está mal. Cuando lo busques a Él y a sus cosas primero, las demás -esas que quieres y necesitas- sencillamente te serán dadas sin que hagas algo por obtenerlas ("Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas les serán añadidas" -Mateo 6:33-).

-Tu relación con Dios depende de ti, y de nadie más. No puedes pretender que tu sacerdote (ya sea pastor, obispo, cura, presbítero, etc.) lo haga por ti. Tampoco puedes depender de lo que otros (como yo) digan acerca de Dios. Debes buscarlo tú mismo. En la intimidad de tu casa o al aire libre en un parque, donde prefieras; pero debes hacerlo. Dios puede -y por sobre todo quiere- hablarte personalmente. Él no necesita intermediaros. Te prometo que si lo buscas, se te manifestará ("Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes" -Santiago 4:8-).

-No busques hacer otra cosa en vez de buscar a Dios, de seguir a Cristo. Sólo te esforzarás en vano. Puedes perseguir riquezas, un amor, reconocimiento, lo que sea, pero nunca lograrás nada. Aunque lo hagas, sólo será efímero y desaparecerá como hierba en el fuego. Encontrar a Dios es para siempre ("El mundo se acaba con sus malos deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre" -1º Juan 2:17-).

Por supuesto que todo esto es difícil. A mí me cuesta muchísimo. Soy inconstante y desordenado. Muchas veces sencillamente no tengo ganas de buscar a Dios, pero sé que es lo mejor. El ser humano nunca está completo hasta que conoce a Cristo y logra llenarse del Espíritu Santo. Requiere constancia, esfuerzo y voluntad, pero vale la pena. Por Dios, que vale la pena.

"Dijo Jesús: Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado". (Juan 17:3)

"Gracias, Señor, por tu Palabra. Gracias porque está llena de sabiduría. Ayúdame a serte fiel y a buscarte siempre. Sabes que me cuesta, pero quiero hacerlo. Gracias porque Tú eres "quien produce en mí tanto el querer como el hacer para que se cumpla tu buena voluntad" (Filipenses 2:13). En el nombre de Jesús, amén.