"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

mayo 24, 2005

El valor de la libertad

La verdad es que había escrito otra cosa para hoy, pero no me gustaba del todo, así que empecé de nuevo. Muchas de las ideas que explicaré hoy se las escuché a un líder de jóvenes de una iglesia de Buenos Aires, al que prefiero reconocer como mi amigo (te quiero Nacho, espero estés bien).

Esta historia se encuentra en el evangelio de Marcos, en el capítulo 5, versículos del uno al veinte. Veámosla entera primero, y luego iremos desmenuzándola:
“Cruzaron el lago hasta llegar a la región de los gadarenos. Tan pronto como desembarcó Jesús, un hombre poseído por un espíritu maligno le salió al encuentro de entre los sepulcros. Este hombre vivía en los sepulcros, y ya nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con cadenas y grilletes, pero él los destrozaba, y nadie tenía fuerza para dominarlo. Noche y día andaba por los sepulcros y por las colinas, gritando y golpeándose con piedras.
Cuando vio a Jesús desde lejos, corrió y se postró delante de él.
-¿Por qué te entrometes, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? –gritó con fuerza- ¡Te ruego por Dios que no me atormentes!.
Es que Jesús le había dicho: “Sal de este hombre, espíritu maligno”.
-¿Cómo te llamas?- le preguntó Jesús.
-Me llamo Legión –respondió-, porque somos muchos.
Y con insistencia le suplicaba a Jesús que no los expulsara de aquella región.
Como en una colina estaba paciendo una manada de muchos cerdos, los demonios le rogaron a Jesús:
-Mándanos a los cerdos, déjanos entrar en ellos.
Así que Él les dio permiso. Cuando los espíritus malignos salieron del hombre, entraron en los cerdos, que eran unos dos mil, y la manada se precipitó al lago por el despeñadero y allí se ahogó.
Los que cuidabas a los cerdos salieron huyeron y dieron la noticia en el pueblo y por los campos, y la gente fue a ver lo que había pasado. Llegaron a donde estaba Jesús, y cuando vieron al que había estado poseído por la legión de demonios, sentado, vestido y en su sano juicio, tuvieron miedo. Los que habían presenciado estos hechos le contaron a la gente lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces la gente comenzó a suplicarle a Jesús que se fuera de la región.
Mientras subía Jesús a la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que le permitiera acompañarlo. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo:
-Vete a tu casa, a los de tu familia, y diles lo que el Señor ha hecho por ti y cómo te ha tenido compasión.
Así que el hombre se fue y se puso a proclamar en Decápolis lo mucho que Jesús había hecho por él. Y toda la gente se quedó asombrada”
. (Marcos 5:1-17)

Impactacte historia, ¿verdad? Tenemos a Jesús que llega en barco con sus discípulos a la región de Gadara. Allí, apenas desembarca (en un cementerio), se encuentra con este joven endemoniado que se aproxima corriendo a Él.

La Biblia nos da a entender que esta persona, por los demonios que llevaba dentro, verdaderamente tenía mucha fuerza, ya que "nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas". Pero además, el pasaje nos permite observar una verdad más: la gente del pueblo había intentado "muchas veces" encadenarlo. A ver si se comprende:

Imaginemos una reunión entre los vecinos del pueblo donde se tratan los problemas que atañen a la comunidad como conjunto. Entre estas preocupaciones, por supuesto, se encuentra el endemoniado.
-¿Qué podemos hacer? -pregunta uno.
-Ya sé -responde otro- ¿por qué no lo encadenamos?
-Muy buena idea, hagámoslo.
Y, de alguna manera, logran hacerlo. A los pocos minutos, el endemoniado logra liberarse y maltratar lo suficiente a quienes lo apresaron como para que se arrepientan de la idea.
Entonces, el consejo se reúne de nuevo. Otra vez, el tema del endemoniado:
-Eh, como que la idea de las cadenas no funcionó del todo -dice uno lleno de moretones en el cuerpo por los golpes del joven- ¿se les ocurre otra cosa?
-Sí, ya sé -responde uno, probablemente el más despierto de todos-, ¿por qué no lo atamos con cadenas?
-Sí, buenísima idea, hagamos eso.
Y lo hacían. Otra vez, por supuesto, los mismos resultados.
Así, "muchas veces"...

¿Se entiende su actitud? Probablemente no. Sin embargo, ¡cuántas veces nosotros actuamos de la misma manera! Pretendemos "atar con alambre" nuestra alma, emparchar nuestros errores con excusas, cuando sólo la sangre de Cristo salva, cuando sólo la sangre de Cristo sana.

Por otro lado, tenemos la actitud del endemoniado, que "noche y día andaba por los sepulcros y por las colinas, gritando y golpeándose con piedras". ¿Alguna vez te pegaron un piedrazo? ¿alguna vez te llevaste por delante un poste de cemento? ¿alguna vez te caíste de frente contra el piso? ¿qué se siente? ¿duele? Imagina lo que sentía el endemoniado. Él verdaderamente se encontraba preso en su realidad y no sabía qué hacer para salir de ella. El problema es que él todavía no terminaba de entender: a los golpes no se soluciona tu vida, es mentira que aprendes a los golpes, porque no es el obstáculo lo que te hace crecer, sino la manera en que logras sortearlo: no crecerás sólo porque la vida te pegue duro, pero sí lo harás si, a pesar de ello, sigues luchando, sigues levantándote en el nombre de Cristo.

Jesús seguramente ya conocía esta historia. Así que les ordena a los demonios que abandonen al muchacho. Acá aparece la "negociación" a través de la cual estos terminan en los cerdos.

El problema es que los animales se vuelven locos y se precipitan en estampida hacia el despeñadero, caen al lago y se ahogan. Los encargados de cuidarlos se miran a sí mismos: no pueden creer lo que pasó. Entonces, salen corriendo para avisar al pueblo lo que había ocurrido.

Pero, ¿qué le cuentan? "lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos". O sea, no sólo el milagro obrado con el endemoniado, sino también lo que pasó con los cerdos. Esto es importante: Jesús no sólo salva la vida del muchacho, sino que también soluciona el principal problema del pueblo; sin embargo, la gente "comenzó a suplicarle que se fuera del lugar". ¿Por qué? Porque dos mil cerdos significan mucha plata. A las personas de la comunidad, les importó más su bolsillo, que reconocer al Hijo de Dios frente a ellos. Tuvieron miedo, y reaccionaron con enojo. A veces también nos pasa lo mismo, ¡si pudiéramos dimensionar la profundidad del milagro de Dios en nuestras vidas, en vez de quedarnos con que lo supuestamente debemos, con lo que supuestamente ya no podemos!

Jesús, como era de suponerse, los respeta y se va. Entonces, el muchacho, el que vivió el milagro, el que fue protagonista, el único del pueblo al que no se lo contaron, entiende. "Déjame acompañarte, Jesús", suplica. La respuesta: "No, no puedes venir conmigo, no es así como quiero que me sigas. Lo que quiero de ti, es que vayas a todos los que te conocían, a todos los que sufrieron al verte como estabas, a todos los que te quieren. Ve a ellos y cuéntales lo que hice por ti. Explícales cómo salvé tu vida, cómo liberé tu alma. Diles que puedo hacer lo mismo por ellos. Después de que hables con ellos, continúa haciendo lo mismo, hasta lo último de la tierra". Y el muchacho entendió.

Espero que nosotros podamos entender también. Tanto yo, como tú, hemos sido liberados por Cristo de nuestras cadenas. Debemos anunciar esta libertad.

Señor, gracias por tu Palabra. Gracias por hablarme una vez más. Ayúdame a entender. Quiero anunciar tu libertad a donde vaya. Úsame. En el nombre de Jesús, amén.