"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

mayo 12, 2005

¿Quién es Jesús?

Esta semana no sabía sobre qué escribir, entonces me encontré con un libro que me hizo una pregunta directa al corazón: ¿quién es Jesús? ¿quién es, para mí, Jesús? Más allá de la letra escrita; más allá de los títulos, de los lugares comunes, de las convenciones; más allá de las palabras, de las opiniones y las discusiones, ¿quién es Jesús? ¿Qué representa en mi vida? Más allá del Jesús de las Escrituras, el de la iglesia, el de los libros cristianos; más allá del Jesús de mis amigos, de mis padres y de mis líderes, ¿quién es Jesús?
Anímate a preguntarte lo mismo. ¿Qué respuesta encuentras? ¿encuentras una? ¿puedes afirmar sinceramente que lo conoces, que sabes quién es, cómo es?

Voy a transcribirte entero el texto que disparó en mí este pensamiento. Su autor, el español -doctor en Teología- José Luis Sicre, plantea una carta en la que San Marcos le escribe a un amigo dándole consejos sobre cómo leer su evangelio (por supuesto, el fragmento es ficción). Se encuentra en "El cuadrante, Introducción a los evangelios".

“Llevo un rato pensando qué consejo darte para que leas mi obra con fruto. En el fondo, sólo hay una pregunta importante para el cristiano: ¿Quién es Jesús? Al principio, lo digo claramente, a través de la voz que se escucha desde el cielo en el bautismo: Jesús es el hijo de Dios. Pero esto es algo que se le comunica sólo a Él (“Tú eres mi hijo amado, mi predilecto”); los demás no escuchan la voz ni conocen su identidad. Olvídate tú también de lo que sabes. Recorre el camino que te propongo. Mézclate con la multitud, y asómbrate de su poder, de la novedad de su enseñanza. Cuando cure al paralítico, comenta con la gente: “¡Nunca hemos visto cosa igual!”. Pero advierte que no todos se admiran. Algunos piensan que está loco; otros, que está endemoniado. En medio de esas tensiones se forma un pequeño grupo que deposita toda su confianza en Jesús; puedes incorporarte a ellos.
Hasta el momento, nadie se ha preguntado quién es Jesús. Los Doce lo hacen por primera vez tras la tempestad calmada: “¿Quién será este, que hasta el viento y el agua le obedecen?”. Pero no pienses que todo se aclara de repente. Ellos, y tú, están sumidos en un mar de dudas. Cuando te pregunte Jesús, como a ellos, quién dice la gente que es Él, podrás elaborar un catálogo de opiniones. Pero no se va a contentar con teorías ajenas. Te asediará con una pregunta decisiva: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”. Sé que te vas a refugiar en las palabras de Pedro: “Tú eres el Mesías”.
Pero no cantes victoria. ¿Sabes lo que ese título significa? Pedro no lo sabía, estaba equivocado, él mismo me lo confesó muchas veces. Pensaba en un Mesías glorioso, triunfando en Jerusalén, expulsando a los romanos. En su cabeza no cabía un Mesías que hubiese de padecer y morir. ¿En qué Mesías crees tú? ¿Qué esperas de Él?
Sube al monte de la transfiguración. Te permito que acompañes a ese grupo reducido de Pedro, Santiago y Juan. Escucharás la misma voz del cielo que resonó en el bautismo: “Ese es mi hijo amado, escúchenlo”. Ya no es una experiencia privada de Jesús. Puedes compartir la revelación misteriosa hecha a unos pocos y ponerte en actitud de escucha. Porque te queda mucho que aprender, y Jesús te repetirá, insistente, que debe padecer y morir, aunque terminará resucitando.
Es posible que Dios te ilumine y pienses que ya conoces a Jesús. Pero la pregunta “¿quién es Él?” seguirá resonando. Vuelve a formularla el sumo sacerdote durante la pasión, rechazando como blasfemia la respuesta de Jesús. Y, si lees hasta el final, verás que el último en recoger el tema es el capitán que dirigió la crucifixión, no preguntando, sino afirmando: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”.
El pobre capitán, ignorante, que sólo ha conocido a Jesús en sus peores momentos, dice lo mismo que la voz del cielo. Cuando escribí eso me rondaba por la mente el misterio, tantas veces constatado, de que algunos llegan fácilmente a la fe, mientras otros se estrellan contra el muro de sus teologías, sus prejuicios y sus miedos".

En un ratito seguiremos un poco más con el texto de Sicre. ¿Qué piensas? ¿podrías decir quién es Jesús más allá de los títulos? Me refiero a: ¿qué representa en tu vida? Aquel de quien el capitán dijo: “verdaderamente este hombre era hijo de Dios”, sin saber nada más de Él de lo que tenía delante, sin haberlo visto resucitado, sin haberlo acompañado en su camino, visto alguno de sus milagros o escuchado alguna de sus enseñanzas. Él llegó fácilmente al conocimiento de Cristo. ¡A nosotros tantas veces nos frenan nuestras dudas, nuestras estructuras!

El apóstol Pablo dice: "Nadie te juzgue por lo que comes o bebes, o con respecto a los días de fiesta religiosa, de luna nueva o de reposo. Todo esto es una sombra de lo que está por venir; la realidad se halla en Cristo. Pues si con Cristo ya has muerto en cuanto a los principios de este mundo, ¿por qué, como si todavía pertenecieras al mundo, te sometes a preceptos tales como: ‘No tomes en tus manos, no pruebes, no toques’. Estos preceptos, basados en reglas y enseñanzas humanas, se refieren a cosas que van a desaparecer con el uso. Tienen, sin duda, apariencia de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa" (Colosenses 2:16,20-23). Entiendo que parece muy descolgado, pero reflexiona en lo siguiente: El cristianismo (si puede llamárselo así) que Cristo predicó en la tierra no tiene nada que ver con lo que algunos hacen de Él. Cristo no trajo una interminable lista de "debes" y "no debes". Al contrario, Él vino a traer libertad: "Dios nos dio vida en unión con Cristo, al perdonarnos todos los pecados y anular la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley. Él anuló esa deuda que nos era adversa, clavándola en la cruz" (Colosenses 2:13-14). El terminó con la deuda que la ley generó, Él vino a darnos a conocer la verdad que nos hace libres.

Jeremías 31:33 dice: "Afirma el Señor: 'Pondré mi ley en tu mente y la escribiré en tu corazón. Yo seré tu Dios, y tú serás mi hijo'". Esto es porque de nada sirve una ley que esté escrita en un papel pero no coincida con la de tu corazón. Jesús vino a específicamente a eso: a liberarte de la ley que dominaba tu cuerpo, escribiendo en tu corazón una nueva, que te da libertad, que no se trata de hacer o dejar de hacer, sino simplemente de amar: "Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros; porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor" (1º Juan 4:7-8).

Que nada frene tu conocimiento de Dios. Él sólo te manda a amar. Que ninguna de tus estructuras mentales te alejen de su verdad; más bien, examínalas bajo la luz de Cristo (2º Corintios 10:5).

Sigamos un poco más con el texto de Sicre:
"¿Cuál ha sido tu camino al terminar la lectura? ¿Qué significa para ti ese Jesús poderoso y débil, afectuoso y enérgico, capaz de soportar las incomprensiones y dudas de sus discípulos, pero duro y tajante con quienes se oponen a esa nueva imagen de Dios que Él nos comunica? ¿Ese Jesús muerto y resucitado, pero cuya muerte todos constatan y cuya resurrección produce pánico a unas mujeres?
Jesús es un misterio. Después de tantos años hablando de Él, me resulta más misterioso aún que el primer día. Por eso, al escribir esta obra quise evitar que el lector se lanzase a conclusiones apresuradas. Advierte que los demonios siempre saben quién es Jesús, y lo proclaman a grandes gritos. Pero Él los manda callar. No quiere que la gente acepte su opinión sin realizar el esfuerzo personal por descubrir quién es Él. Ese descubrimiento tiene que hacerlo cada uno, orando, reflexionando, pidiendo la luz de Dios. No te refugies en un título. No digas: “Jesús es el Mesías”, “Jesús es el Hijo del Hombre”, “Jesús es hijo de Dios”. Es todo eso y mucho más. Un misterio que nunca abarcarás, pero al que intento aproximarte".

Me sorprende algo del apóstol Pablo: varias veces en sus cartas no habla directamente de Dios, sino de su Dios. Cuatro de sus epístolas comienzan con "doy gracias a mi Dios" (Romanos 1:8, 1º Corintios 1:4, Filipenses 1:3, Filemón 1:4). ¿Por qué? ¿Es que el Dios de Pablo era otro que el de sus lectores? No. Lo que creo es que él intentaba decir lo siguiente: 'Tu Dios será tan grande en tu vida como tú le permitas que sea (no porque puedas limitarlo a Él, sino porque sí puedes limitar tu fe en Él)'. Por eso es que le dice a los filipenses: "Mi Dios les suplirá todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús" (Filipenses 4:19). Él sabía que su Dios lo haría, pero que quizás el Dios de ellos -por su falta de fe-, no.

Es hora de que examines en qué Dios crees. Otra vez, la pregunta de Jesús: "¿Quién dices tú que soy?".

Terminaré con el final del texto de Sicre:
"Y cuando llegues al final del viaje quizás te ocurra como a las mujeres. Conoces la solución final del misterio, sabes que Jesús ha resucitado. Pero no te entrarán ganas de irlo gritando, como le pasaba a los demonios y a los enfermos. Es posible que te llenes de miedo y guardes silencio como ellas”.

Espero que no. Espero que hagas como Pedro, Bernabé o Pablo, que se fueron hasta lo último de la tierra para gritar esta verdad: ¡Cristo ha resucitado!

Dios, gracias por tu Palabra. Gracias por ser un Dios personal. No permitas que mis limitaciones, mis prejuicios o mi teología limiten tu obrar en mí. Sabes que te necesito. Moldea mi carácter a tu imagen y semejanza. Gracias por Jesús: mi Dios, mi hermano, mi amigo, mi compañero, mi Señor y salvador.