"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

mayo 17, 2005

La falta de memoria

El domingo pasado en la iglesia, mi pastor predico acerca de una porción del evangelio de Marcos. Para esto, leyó el pasaje inmediatamente anterior con el objetivo de ubicarnos en situación. Es sobre ese texto que quiero escribir hoy. Se encuentra en el capítulo ocho, versículos del once al veintiuno:

“Llegaron los fariseos y comenzaron a discutir con Jesús. Para ponerlo a prueba, le pidieron una señal del cielo. Él lanzó un profundo suspiro y fijo: ‘¿Por qué pide esta generación una señal milagrosa? Les aseguro que no se les dará ninguna señal’. Entonces los dejó, volvió a embarcarse y cruzó al otro lado.
A los discípulos se les había olvidado llevar comida, y sólo tenían un pan en la barca.
‘Tengan cuidado –les advirtió Jesús-; ¡ojo con la levadura de los fariseos y con la de Herodes!’
Ellos comentaban entre sí: ‘Lo dice porque no tenemos pan’. Al darse cuenta de esto, Jesús les dijo:
-¿Por qué están hablando de que no tienen pan? ¿Todavía no ven ni entienden? ¿Tienen la mente embotada/el corazón endurecido? ¿Es que tienen ojos, pero no ven, y oídos, pero no oyen? ¿Acaso no recuerdan?
Cuando partí los cinco panes para los cinco mil, ¿cuántas canastas llenas de pedazos recogieron?
-Doce –respondieron.
-Y cuando partí los siete panes para los cuatro mil, ¿cuántas cestas llenas de pedazos recogieron?
-Siete.
Entonces concluyó:
-¿Y todavía no entienden?”.


Veamos: Tenemos a Jesús con sus discípulos volviendo de la región de Dalmanuta. Allí se había encontrado con un grupo de fariseos (el principio del pasaje citado), quienes para probarlo le habían pedido una señal del cielo. Tengamos en cuenta que Él había llegado allí luego de realizar cientos de milagros en Betsaida, Genesaret, Tiro, Sidón y Decápolis (Marcos 6:30 en adelante). Para esa altura, imagino, el Señor no tenía ganas de ser probado por personas que en realidad no querían creer en Él, sino criticarlo. Así que les niega su petición y decide dejar la zona. Se encuentra, entonces, embarcado y -otra vez- sus discípulos olvidaron llevar comida (¿qué raro, no? Parece que lo hicieran a propósito).
Jesús está enojado. Enojado por la falta de fe los fariseos (curiosamente, los fariseos eran los religiosos de la época -digo esto porque a veces temo ser un fariseo de este siglo-), enojado porque no les alcanzaba oír ni ver. Enojado porque simplemente no querían entender. ¿Qué hace entonces? Algo normal en toda persona: le habla a sus amigos, esperando que lo comprendan, que lo contengan. Sin embargo, ¿con qué se encuentra? Con que sus discípulos estaban tan perdidos como los fariseos.

Su mensaje era, básicamente, "cuídense del poder religioso y del poder político romano" (la levadura de los fariseos y la de Herodes). Esto es lógico para nosotros ahora, que sabemos acerca de las persecuciones que los primeros cristianos sufrieron a manos de estos grupos. Pero los discípulos no entendieron. Gente práctica, eso eran: no entendían metáforas. En su mente la levadura servía para hacer pan, no para otra cosa.

"Che, otra vez nos olvidamos de traer comida", se dicen unos a otros. "Te tocaba a vos, Tadeo", "no, a mí no, le tocaba a Judas" (parece ser que la culpa siempre era de él). Jesús los escucha, se agarra la cabeza y -me imagino- piensa "¡no puede ser, no puede ser!". Entonces, les dice: "¿No se dan cuenta de que en todo el tiempo que estuvieron conmigo nunca les faltó algo, de que siempre tuvieron todo lo que necesitaban? ¿Se acuerdan de la alimentación de los cinco mil? ¿de la de los cuatro mil? ¿y de los milagros? ¿de las sanidades? ¿Qué les pasa? ¿Es que se quedaron ciegos? ¿es que son sordos?". Y esas terribles palabras:"¿Acaso no recuerdan? ¿Todavía no entienden?".

Pienso entonces en mí. Cuántas veces me quejo de que me falta algo, de que no sé qué hacer. Cuántas veces me preocupo por cosas que Él ya me aseguró. Casi todos los días me llega algún mail (al margen, leo todos los que llegan pero no hago a tiempo a responderlos) en donde alguien se me queja -bah, se le queja a Dios- de algo que quiere y no tiene, de algo que no puede alcanzar; de que le va mal, de que no sabe qué hacer, como si Dios lo hubiera abandonado. Entonces, esta verdad me pega de lleno en el rostro (y espero que a ti te haga lo mismo): "¿No te acuerdas de todo lo que hice por ti? ¿no te acuerdas de cómo era tu vida antes? ¿no te acuerdas de cómo me ocupé de ti? ¿de cómo te proveí de todo? ¿No entiendes que hay cosas de las que Yo me hago cargo? ¿no entiendes que no debes preocuparte? Sólo te pido que confíes en Mí, que me creas. No te digo que siempre todo va a estar bien, pero sí que Yo voy a estar contigo, que no dejaré que desfallezcas, que no dejare que caigas".

Te animo a que pienses, a que hagas memoria de todo lo que Él hizo por ti. De cómo cambió tu vida, de cómo te llevó de las tinieblas a su incomparable luz, de cómo se ocupó de ti desde pequeño, de cómo se las arregla para que a tu familia nunca le falte nada, incluso pese a tus errores. No sea cosa de que Cristo quiera enseñarte algo y no puedas escucharlo por tus propios quejidos. No podrás crecer si sólo piensas en ti, en lo que tienes, en lo que no. No podrás crecer si no dejas en las manos de Dios las cosas que le corresponden a Él, y te ocupas de las que te corresponden a ti.

Voy a dejarte un texto del apóstol Pablo a los hebreos que me dolió mucho cuando lo leí, pero que me hizo bien; quizás haga lo mismo contigo:
"A estas alturas ustedes ya deberían ser maestros, y sin embargo necesitan que alguien vuelva a enseñarles las verdades más elementales de la palabra de Dios. Dicho de otro modo, necesitan leche en vez de alimento sólido. El que sólo se alimenta de leche es inexperto en el mensaje de justicia; es como un niño de pecho. En cambio, el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que tienen la capacidad de discernir entre lo bueno y lo malo, pues has ejercitado su facultad de percepción espiritual" (Hebreos 5:12-14).

Señor, gracias por tu Palabra que me edifica, que me insta a crecer, a seguirte. No permitas que me olvide. Ayúdame a entender. En el nombre de Jesús, amén.