"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

mayo 31, 2005

Pasión de multitudes

"Llegó a la ciudad cerca de las siete de la tarde. Le extrañó el silencio que reinaba por doquier. A lo lejos, podía escuchar un murmullo, "son personas cantando", pensó. Comenzó a caminar lentamente por una de las calles que iban hacia el centro de la población. "¡Qué población particular -se dijo-, una población sin poblado!". El sitio estaba desierto. Ni siquiera se escuchaba el ruido de niños jugando en las cercanías. Nada. Sólo aquel murmullo en la distancia.
Decidió averiguar qué estaba pasando. Atravesó varias calles desoladas. A lo lejos, como a cuatro cuadras de la calle en donde se encontraba, vio pasar a dos personas cargando un niño. Les gritó, pero no parecieron escucharlo. Siguió su camino, cada vez más intrigado.
El sonido, que iba haciéndose más fuerte, no provenía del centro de la ciudad -también desierto-, sino del otro extremo de la misma.
Pasada una media hora, logró ver algo que lo impresionó: Cientos, quizás miles de personas estaban en la puerta de una casa, esperando. "¿Esperando qué?", se preguntó. Entonces, se dio cuenta de que efectivamente estaban cantando. Le pareció reconocer una canción que había cantado cuando niño, en el templo. Siguió acercándose, hasta llegar al lugar.
-¿Qué está pasando?- preguntó a un anciano que, como él, se apresuraba por llegar cuanto antes.
-No sé exactamente -respondió-. Mi hijo me habló acerca de un hombre que llegó ayer mismo; se encuentra allí ahora -señaló la casa con su mano derecha-. Parece ser un profeta.
No pudo sacarle nada más que lo ayudara a entender. Así que se decidió a averiguarlo por sí mismo.
Finalmente, alcanzó la muchedumbre (la más grande que había visto en su vida).
-¿Qué está pasando?- volvió a preguntar.
-¿Es que no lo sabe? Ha llegado un maestro a la ciudad. Estuvo enseñando en el templo con mucha autoridad. Además, los demonios le obedecen y puede realizar milagros.
-¡¿Qué?! -exclamó el viajero.
-Sí, véalo por usted mismo.
Tardó unos quince minutos en abrirse paso a través de la multitud. Vio decenas de enfermos y lisiados que se desesperaban por llegar hasta aquel hombre. Muchos eran ayudados por sus familiares y amigos. Vio también cómo tres hombres fuertes sostenían a una muchacha que se retorcía y gritaba a todo pulmón, mientras le salía espuma por la boca.
Entonces, lo vio.
Estaba parado, simplemente. Su expresión infundía paz, a la vez que destilaba autoridad. Parecía cansado, pero se mantenía firme. Algunas personas, aparentemente sus allegados, lo ayudaban acercándole los enfermos. ¡Y él los sanaba a todos!
-Jesús, se hace tarde, ¿qué vamos a comer?- preguntó alguien.
-No se preocupen -respondió él con toda tranquilidad-, ya veremos qué hacer -y sonrió".

Extraña historia, ¿verdad? No puedo decirte que figura en la Biblia, pero sí que tranquilamente podría hacerlo. Quise graficar un relato que figura en el evangelio de Marcos: "Al atardecer, cuando ya se ponía el sol, la gente le llevó a Jesús todos los enfermos y endemoniados, de manera que la población entera se estaba congregando a la puerta de la casa de la suegra de Simón" (Marcos 1:32-33). O bien podría ser: "Unos días después, cuando Jesús entró de nuevo en Capernaúm, corrió la voz de que estaba en casa. Se aglomeraron tantos que ya no quedaba sitio ni siquiera frente a la puerta mientras Él predicaba la Palabra" (Marcos 2:1-2).

¿Te imaginas la situación? ¿Toda una ciudad en torno a una casa, buscando a un hombre?

Me puse a pensar en lo siguiente: Seguramente, no todas las personas que estaban a allí creían que Jesús era un profeta, mucho menos que era el Mesías prometido por Dios. Seguramente muchos dudaban. Otros, con toda certeza, estaban convencidos de que era un fiasco. Algunos, sí, lo buscaban de corazón. Sin embargo -y esto es lo que llama mi atención-, todos estaban allí. ¿Por qué?

Creo saberlo: Dios atrae. Atrae tanto a aquel que lo niega, como al que duda de Él, como al que lo acepta. ¿Por qué? Porque es Dios, porque somos creación suya. Seguramnte, perteneces a alguno de estos grupos. Quiero, entonces, decirte algo.

Si estás entre los que lo niegan, te animo a que hagas como el viajero: acércate y anímate a comprobar si realmente existe. Te desafío. Búscalo de corazón y descubrirás la verdad. No tienes nada que perder, y -quizás- mucho por ganar.

Si estás entre los que dudan, te exhorto a que tomes una decisión: que le creas a -y creas en- Dios, o que no lo hagas. Acércate y finalmente toma una determinación. Reconócelo como tu Dios, como tu Señor y salvador -y lleva una vida en consecuencia-, o dale la espalda y nunca más lo busques. No juegues con Él. Él no estaba jugando contigo cuando murió en la cruz por ti. No te acerques sólo cuando necesitas algo: anhélalo siempre, o no lo hagas nunca. Decídete a vivir abundantemente en dependencia de Él, o a arreglártelas solo.

Si estás entre los que creen en Él, ¿qué haces que no estás trayendo a otros a sus pies? Hay muchos que no pueden llegar solos: son inválidos del alma que necesitan ser llevados. ¿O es que todavía no lo entiendes? ¡Corre a contar la buena noticia: aquí hay esperanza! Busca a lo miles que la perdieron, llévales la luz de Cristo y tráelos hasta su cruz, para que entonces sean libres.

Señor, gracias por tu Palabra. Tienes una hermosa capacidad para hablarme con cosas tan sencillas. Gracias. Quiero conocerte más, Dios. Háblame. En nombre de tu hijo, el Señor Jesús, amén.