"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

mayo 21, 2004

Bienaventurados

Voy a contarles un secreto, pero no se lo digan a nadie: el diablo miente.

Satanás trabaja en nosotros utilizando la siguiente fórmula: pecado pequeño y pecado enorme.
Cuando se presenta la tentación, lo primero que el príncipe de este mundo hace es mentirnos, haciéndonos creer que lo que queremos hacer es insignificante. "Hacelo, total no pasa nada", es lo que nos dice al oído.
Ahora bien, apenas caemos ante la tentación y pecamos, el diablo vuelve a mentirnos, llenándonos de culpa, diciendo: "sos una porquería, mirá cuán terrible es esto que acabás de hacer".
La consecuencia inmediata del pecado es la culpa y la vergüenza (sino pregúntenle a Adán y a Eva), pero ninguna de estas cosas vienen de Dios.
Cuando pecamos, el Espíritu Santo nos da conciencia de pecado, es decir, nos hace dar cuenta de la falta que cometimos para que nos arrepintamos y seamos perdonados. Esta conciencia es muy diferente a la culpa. La culpa nos paraliza, nos hace creer que somos una basura que no merece siquiera poder acercarse a Dios para pedirle perdón, porque creemos que aquello que hicimos (no importa qué cosa sea) es demasiado terrible. El problema es que no nos percatamos de que al creer esta mentira estamos teniendo en poco la muerte de Cristo, porque nos parece que su sacrificio no alcanza para cubrir nuestro mal.

Concepto: La conciencia de pecado es para nuestra edificación; y la culpa, para nuestra destrucción.

Salmos capítulo 32, versículos 1 y 2 dice:

"Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el hombre a quien el Señor no inculpa de pecado".

La muerte de Cristo nos coloca en el lugar de esos bienaventurados: "El señor Jesús fue entregado a la muerte por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación" (Romanos 4:25).
Como justos, no tenemos culpa de nuestros pecados, sino que la sangre de Cristo nos libra de su yugo. Porque eso es lo que Jesús vino a hacer a la tierra, a decir: "Todos estos pecados -todos nuestros pecados- los hice yo; me hago cargo de ellos, y pago por ellos".

El Señor no "inculpa de pecado", el diablo lo hace.
Oigamos entonces a Dios, que su verdad nos hace libres, y no al diablo, cuyas mentiras nos esclavizan.