"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

mayo 19, 2004

Fariseos de este siglo

Realmente temo que nos convirtamos en los fariseos de este siglo. No quiero ser un religioso que se maneja mediante la repetición de rituales y liturgias que ni siquiera comprende.

Hoy Dios me hizo una advertencia en mi devocional.

El capítulo 2 de la epístola a los Romanos, en los versículos 17 al 24, dice:

"Ahora bien, tú que llevas el nombre de judío; que dependes de la ley y te jactas de tu relación con Dios; que conoces su voluntad y sabes discernir lo que es mejor porque eres instruido por la ley; que estás convencido de ser guía de los ciegos y luz de los que están en tinieblas, instructor de los ignorantes, maestro de los sencillos, pues tienes en la ley la esencia misma del conocimiento y de la verdad; en fin, tú que enseñas a otros, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas contra el robo, ¿robas? Tú que dices que no se debe cometer adulterio, ¿adulteras? Tú que aborreces a los ídolos, ¿robas de sus templos? Tú que te jactas de la ley, ¿deshonras a Dios quebrantando la ley? Así está escrito: 'Por causa de ustedes se blasfema el nombre de Dios entre los gentiles'".

Fuerte, ¿no?
Muchas veces queremos enseñar a otros cosas que ni siquiera logramos aprender nosotros mismos. Tenemos una relación con Dios, conocemos su voluntad por medio de su palabra y discernimos lo que está bien de lo que está mal a través de sus mandamientos. Poseemos la facultad de transmitir todo esto, pero ¿lo ponemos en práctica antes?
Pensemos que son nuestros actos, y no nuestras palabras, los que constituyen la vara con la que quienes nos observan medirán al Dios que predicamos.
Vivamos el ejemplo de Cristo, no lo contemos.