Realmente temo que nos convirtamos en los fariseos de este siglo. No quiero ser un religioso que se maneja mediante la repetición de rituales y liturgias que ni siquiera comprende.
Hoy Dios me hizo una advertencia en mi devocional.
El capítulo 2 de la epístola a los Romanos, en los versículos 17 al 24, dice:
"Ahora bien, tú que llevas el nombre de judío; que dependes de la ley y te jactas de tu relación con Dios; que conoces su voluntad y sabes discernir lo que es mejor porque eres instruido por la ley; que estás convencido de ser guía de los ciegos y luz de los que están en tinieblas, instructor de los ignorantes, maestro de los sencillos, pues tienes en la ley la esencia misma del conocimiento y de la verdad; en fin, tú que enseñas a otros, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas contra el robo, ¿robas? Tú que dices que no se debe cometer adulterio, ¿adulteras? Tú que aborreces a los ídolos, ¿robas de sus templos? Tú que te jactas de la ley, ¿deshonras a Dios quebrantando la ley? Así está escrito: 'Por causa de ustedes se blasfema el nombre de Dios entre los gentiles'".
Fuerte, ¿no?
Muchas veces queremos enseñar a otros cosas que ni siquiera logramos aprender nosotros mismos. Tenemos una relación con Dios, conocemos su voluntad por medio de su palabra y discernimos lo que está bien de lo que está mal a través de sus mandamientos. Poseemos la facultad de transmitir todo esto, pero ¿lo ponemos en práctica antes?
Pensemos que son nuestros actos, y no nuestras palabras, los que constituyen la vara con la que quienes nos observan medirán al Dios que predicamos.
Vivamos el ejemplo de Cristo, no lo contemos.
mayo 19, 2004
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