"No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree". (Romanos 1:16)

mayo 25, 2004

El lugar de Dios

Una vez que recibimos a Cristo somos libres de pecado, como dice Romanos 8:1: "Ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu".

Esta nueva vida que recibimos al aceptar la gracia ("el Espíritu de vida nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte", dice Romanos 8:2) nos provee de un espíritu de poder:"Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios", dice Romanos 8:15-16.

¡Qué increíble! El Espíritu Santo, Dios mismo, le "asegura a nuestro espíritu -como dice otra versión- que somos hijos de Dios". ¿Entendemos cabalmente la autoridad que esta verdad nos da? Porque, "si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra?" (Romanos 8:31), puesto que "somos más que vencedores por aquel que nos amó" (Romanos 8:37).

Como si todo esto fuera poco, el final del capítulo 8 de Romanos guarda una verdad más, una de las más importantes de toda la Biblia: nada puede apartarnos del amor de Dios.

"Estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor" (versículos 38 y 39).

Muchas veces nos sentimos solos. Muchas veces nos parece que Dios se olvidó de nosotros. Muchas veces nos creemos desfallecer. Muchas veces no podemos dormirnos sin que nuestros ojos se humedezcan de dolor. La tristeza invade a menudo nuestras vidas. Esto no debe ser así. Si somos conscientes del Dios que tenemos, nada puede desesperarnos. Si pudiésemos dimensionar el amor que Dios nos tiene; la paciencia, la misericordia, la fidelidad que nos regala, nada afectaría nuestro gozo y nuestra paz.

Diariamente nos preocupamos por cosas sin sentido. Miles de pequeñas decisiones le roban a Dios aunque sea por unos segundos el lugar que merece ocupar en nuestras vidas. Esto no debe ser así. Si somos conscientes del poder que Dios tiene, nunca lo dejaríamos de lado. Si pudiésemos alcanzar a comprender su juicio y su justicia, creo que incluso lo respetaríamos más (realmente me da vergüenza utilizar la palabra "respeto", cuando debiera ser devoción).

"Dios, que no escatimó siquiera a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, junto con Él nos dará generosamente todas las cosas que necesitemos" (versículo 32). Entendamos esto. Incorporémoslo. Internalicémoslo. Dejemos que Dios ocupe el lugar de Dios.